¿Kant o Nietzsche? ¡Dewey!
El idealismo naturalista y democrático del arte como experiencia.
Aparece una obra:
Las obras de arte como objetos, como productos en sí mismos considerados, son meras cosas carentes de una significación específica y a la espera
de lo que queramos hacer con ellas.
Identificadas como "obras de arte" porque vemos en
ellas el origen y el resultado de una experiencia artística
Donde: todos los materiales, pueden llegar a tener
significado artístico; el espectador forma parte del
"material" total del artista y es la condición última
de la constitución de la obra del arte
No haber integrado correctamente la obra de Dewey en la
Historia de la Filosofía, y en particular en la Historia de la Estética, supone la pérdida de una referencia filosófica imprescindible e induce a pensar que tal vez se pueda sostener una concepción del Arte puesta al día al margen
de la Filosofía contemporánea.
El arte que arranca de la base sensitiva de la realidad experimentada incluye finalmente los fines de la acción humana; y las cualidades estéticas pueden estar
presentes en todas las actividades humanas significativas.
La obra se asoció externamente con la “escuela expresionista” sin advertir su importancia filosófica.
Es ahí donde comenzaba el reflujo de la influencia de Dewey, debido a la críticas, a las circunstancias históricas y a la distorsión interpretativa de de su legado.
Las Filosofías del Arte
Estas filosofías tendrían que ocuparse de oficio
de aquellas prácticas y de su interna configuración
y no sólo, por ejemplo, de cómo enjuiciarlas o
criticarlas, como si constituyesen algo aislado y aparte.
El surgimiento natural del arte:
El arte es uno de los productos de la transacción experimental, amplia y diversa, que mantienen los organismos inteligentes con su entorno, y por tanto, una pieza central de la cultura humana
la cualidad estética impregna de sentido a las cosas y a los
acontecimientos que experimentamos, pues sólo en el modo de la experiencia estético se origina una cooperación inmediata y en cierto grado consciente entre nuestro organismo y el entorno (físico o humano); la cualidad
estética penetra nuestra actividad como un sentido
iluminador e irrefrenable.
La experiencia en el arte es un bien en sí, una experiencia de por sí plena de sentido; una experiencia que se justifica por sí misma, que tiene un valor intrínseco, aunque no absoluto ni cerrado sobre sí mismo.
La experiencia o creación artística, y la apreciación o experiencia estética, pueden resultar placenteras,
agotadoras, gozosas o iluminadoras; y las obras de
arte, a su vez, pueden reportar fama, o dinero o salud.
Pero, de manera singular, la experiencia artística-estética, contribuye ante todo al crecimiento interior o personal del sujeto y a la conformación de su identidad social.
La obra de arte y por la obra de arte
una experiencia lograda y final, que no se subordina
a ninguna otra utilidad, finalidad o valor, sino que se
abre más bien y busca de manera espontánea o
dinámica otros valores.
En el proceso de la creación artística y en la apreciación estética no subordinamos nuestra acción en el presente
a ningún resultado remoto, sino que integramos los
medios y los fines en una acción de utilidad y sentido irreductibles.
Cuando hacemos arte y cuando hacemos algo con arte o sentido estético, no hacemos sólo esto o aquello sino que nos hacemos a nosotros mismos, vivimos con una intensidad y un sentido especial que se objetiva ante nuestros ojos.
La "autonomía" característica del arte no significa, aislamiento o autosuficiencia: la experiencia artística-estética es necesariamente contigua a otras experiencias, a otras actividades, a otros valores
El arte puede ciertamente entrar también en conflicto (de métodos e intereses) con la ciencia, la técnica o la moral, generando problemas de conciliación o de preferencia a la conciencia reflexiva del individuo o de la sociedad, que
tienen que atender selectivamente a un modo de la experiencia o a otro, a una o a otra dimensión de la realidad.
Un entorno desvinculado de nuestros sentidos llegaría apenas a ser un espectro que se desvanece, vacío y a la deriva; si la criatura viviente rompe sus vínculos con las circunstancias, pierde a la larga su integridad orgánica, y los sentimientos,
las emociones, el pensamiento y los propósitos se dispersan sin coherencia ni dirección.
Por el contrario, cuando el entorno logra causar en nosotros impresiones temporales perceptibles y coherentes (sonoras, visibles, táctiles, etc.) se nos presenta su rostro sensible de manera transparente o "comprensible", es decir, como una cualidad significativa.
A partir de los datos primarios referidos siempre a los órganos del cuerpo (las cualidades perceptibles y sus relaciones), el sujeto pudiera optar por otras formas de la abstracción y de la representación diferentes de la estética: cortar, por, así decirlo con los hilos de los sentimientos emocionales y, atendiendo a otras cualidades del objeto, desarrollar una actividad intelectual y/o ejercer un control tecnológico de
la realidad apoyándose en los mecanismos detectados.
La tradición como lujo inerte:
Un mundo de relaciones naturales donde acontece y
emerge la actividad artística como una relación única
entre el sujeto y el mundo; una relación o actividad,
sin embargo, continua con otras actividades culturales
e inserta siempre en la lógica de las cosas; una relación
inseparable en fin de nuestra vida interior.
Las nociones de ‘placer desinteresado’ o ‘finalidad sin fin
(voluntario)’ son hallazgos históricos insuperables, pues apuntan directamente a cuestiones de fondo: a la peculiar síntesis en el arte de lo racional y de lo sensible, y a la
relación, o reinserción final, de la belleza creada en la
belleza natural.
El idealismo post-kantiano implicaba un procedimiento simbólico objetivo fuera ya del alcance originario del
"sujeto trascendental” y de su capacidad representativa.
Kantismo y Nietzscheanismo, a su concepción específica
del discernimiento o juicio estético, diferenciado de los principios de la Razón y del Entendimiento, e históricamente emancipado de la trascendencia de la Religión.
En la filosofía de Kant con una voluntad moral sobre
las cualidades sensibles; y que bajo la noción capital
de sentimiento puro los deseos se humillan y se
desconsidera la contribución de los materiales
externos al proceso natural de la creación.
Nietzsche fue, como filósofo, un artista, un escritor con
estilo, y partió ciertamente de la actividad artística como modelo de una comprensión general del mundo y como
fuente de su crítica psicológica de la cultura y de los valores
El instinto y la verdad humana y personal de la abstracción y del sistema que los habían secuestrado.
Nietzsche afirma (contra Kant, entre otros) la verdad de los
sentidos del cuerpo y de las apariencias sensibles del mundo y de su "sangre empírica": más allá de lo verdadero y lo falso, más allá del bien y del mal.
En su oposición al dualismo antropológico, contaba además (frente a Kant) con la ventaja de una noción, digamos, lingüística, metafórica o interpretativa de la realidad.
El entero sentido de la existencia no puede ser decidido (heroicamente) por una disposición vital estética que deja inalterable la esencia de las cosas y el curso del mundo.
Por primera vez, destacó que la posible vinculación o participación activa del público receptor con y en el
proceso de la representación: el espectador puede
llegar a ser al mismo tiempo autor y actor, si quiere
dejar de ser un mero espectador narrativo y
emocionalmente pasivo; y escapar, así, a la mera
comprensión histórica de la realidad; realidad,
penetrando finalmente como “pueblo” en la esfera mítica
de la realidad.
La filosofía acontece para Nietzsche dentro de la vida humana, pero la vida humana, a su vez, se seguiría viviendo en tensión discrepante con el arte, y el arte “mítico”, a su vez, en tensión con la conciencia histórica y la vida cotidiana.
Dewey aclaró con una prosa sencilla y de manera inmejorable cómo tiene lugar la magia racional de la revelación estética en los términos de “cómo se tiene una experiencia": la fusión experiencial y el intercambio entre el creador-perceptor y el
objeto de arte convertido así en un médium
Reconoció de manera explícita que el "material" de la experiencia artística (como una parte integrante de la
cultura) es siempre social, en contra de las exageraciones
modernas del ego, las primeras enemigas domésticas
de una genuina y sostenible creatividad individual.
Dewey configuró un campo conceptual sobre lo que pudiéramos llamar un "darwinismo hegeliano" comienza a razonar de acuerdo con la lógica o el proceso natural de la experiencia que conduce a la obra de arte.
A través de ello estudió la experiencia como el resultado y
transformación de una interacción causal: de las recíprocas modificaciones del organismo inteligente y de su medio, es decir, del yo orgánico con los acontecimientos y objetos que
le rodean.
La experiencia como el resultado y transformación de una interacción causal: de las recíprocas modificaciones del
organismo inteligente y de su medio, es decir, del yo
orgánico con los acontecimientos y objetos que le rodean.
La experiencia sólo se halla condicionada como
todo lo real; y, pese a su decisivo anclaje social
es un valor más fundamental que la democracia:
la democracia misma que no es, además, sólo
orden social, sino una forma de vida que permite
y ayuda a la consecución de la mejor cualidad de
la experiencia humana.
J. Dewey, se decía entonces, negaba la trascendencia y presuponía una identidad excesiva del sujeto, anterior a la nueva descentralización a la que ahora, de manera justificada, se sometía; señalando, críticamente, sus dependencias, pero
halagando, a su vez, sin mesura su narcisismo esteticista.
Dewey al poner el acento en la congruencia ideal entre la
forma y el contenido asoció la actividad artística a la acción moral, también sujeta a valores o fines
intrínsecos, es decir, fines o valores dictados desde dentro y no desde fuera de su
desarrollo.
El sentido de la trascendencia reintroducido por el post-modernismo en contra de la crítica general de la modernidad (desde Kant, digamos) no es desde luego una vuelta a las religiones de la salvación bajo la forma de una experiencia subjetiva individual. Se reintroduce en realidad el escenario de lo sagrado, el ritual, incluso el fondo animista propio de una antropología cultural, o “intercultural”; y se vuelve al mismo tiempo al lenguaje romántico de lo inefable, de la ilusión, del sueño, funciones todas ellas previamente conocidas del arte.