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по Katherine Merchan Rojas 9 лет назад

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LA MUERTE

En todas las sociedades y a lo largo de la historia, la idea de la inmortalidad y las creencias sobre el Más Allá han sido comunes, dejando a los individuos decidir en qué creer. La esperanza de vida influye en cómo las personas se relacionan con la muerte, y su representación artística es constante, especialmente en teatro, cine y literatura.

LA MUERTE

LA MUERTE

La muerte como contraste

Algunas personas, en momentos determinados de su vida, experimentan el sentimiento autodestructivo de terminar su existencia. El acto para conseguirlo es lo que llamamos suicidio. Lo contrario es el deseo de vivir, el cual no contraría al instinto de supervivencia, ya que este nos impulsa a esquivar la muerte. Por ejemplo, suicidas que saltan al vacío intentan agarrarse a algo para no morir, eso es el instinto de supervivencia (o conservación).
Los helenos le daban un aspecto mucho menos lúgubre, según el emblema que se encuentra en algunas cornalinas: es un pie alado cerca de un caduceo y encima una mariposa que emprende el vuelo. El pie alado es indicio del que ya no existe y va a seguir a través del espacio a Mercurio y su caduceo; la mariposa es imagen del alma que sube al cielo.
Muerte en el arte: La mayor parte de los escultores cristianos representan la muerte en figura de un esqueleto empuñando una guadaña y algunas veces, también un reloj de arena o armas. Los etruscos la pintaban con el rostro horrible o bajo una cabeza de Gorgona erizada de serpientes o en figura de lobo rabioso. La más común de las alegorías de esta divinidad entre los romanos fue un genio triste e inmóvil con una antorcha apagada y vuelta del revés.
Es el fin de la vida, opuesto al nacimiento. El evento de la muerte es la culminación de la vida de un organismo vivo.

Muerte Cerebral

La idea de inmortalidad y la creencia en el Más allá aparecen de una forma u otra en prácticamente todas las sociedades y momentos históricos. Usualmente se deja al arbitrio de los individuos, en el marco de los conceptos dados por su sociedad, la decisión de creer o no creer y en qué creer exactamente. La esperanza de vida en el entorno social determina la presencia en la vida de los individuos de la muerte, y su relación con ella. Su presencia en el arte es constante, siendo uno de los elementos dramáticos a los que más se recurre tanto en el teatro, como en el cine o en novelas y relatos.
La concepción de la muerte como fin o como tránsito, su creencia en una vida después de la muerte, en el Juicio Final, actúan como condicionantes para la actuación de los individuos en un sentido u otro.
Existen cinco fases por las que pasa todo enfermo terminal (es decir, el aquejado por un mal incurable, cuyo desenlace fatal ocurrirá dentro unos pocos años o incluso meses): 1) Negación: el enfermo no asume la realidad que aparece ante sus ojos. 2) Ira: ya se ha interiorizado la condición irreversible, pero se responde a ella con un estado de cólera, envidia y resentimiento. 3) Negociación: la persona busca llegar a un pacto con la muerte, aspirando a prolongar el tiempo de vida a cambio de algo. 4) Depresión: el individuo comienza a perder interés por su entorno. 5) Aceptación: la persona enferma asume su condición y se predispone a morir.
Gracias al avance tecnológico de la medicina, hoy es posible mantener una actividad cardiaca y ventiladora artificial en cuidados intensivos, en una persona cuyo corazón ha dejado de latir y no es capaz de respirar por sí mismo, por lo cual esto demuestra que no es estar muerto. El protocolo utilizado para el diagnóstico de la muerte en este caso es diferente y debe ser aplicado por especialistas en ciencias neurológicas, hablándose entonces de "muerte cerebral" o "muerte encefálica". En el pasado, algunos consideraban que era suficiente con el cese de actividad eléctrica en la corteza cerebral (lo que implica el fin de la consciencia) para determinar la muerte encefálica, es decir, el cese definitivo de la conciencia equivaldría a estar muerto, pero hoy se considera, en casi todo el mundo, difunta a una persona (aun si permanece con actividad cardíaca y ventiladora gracias al soporte artificial en una unidad de cuidados intensivos), tras el cese irreversible de la actividad vital de todo el cerebro incluido el tallo cerebral (estructura más baja del encéfalo encargada de la gran mayoría de las funciones vitales), comprobada mediante protocolos clínicos neurológicos bien definidos y soportada por pruebas especializadas.

La muerte es un efecto terminal que resulta de la extinción del proceso homeostático en un ser vivo; esto es, el término de la vida. El proceso de fallecimiento, si bien está totalmente definido en algunas de sus fases desde un punto de vista neurofisiológico, bioquímico y médico, aún no es del todo comprendido en su conjunto desde el punto de vista termodinámico y neurológico, y existen discrepancias científicas al respecto.

El tipo de muerte más importante para el ser humano es sin duda la muerte humana, sobre todo la muerte de seres queridos. Conocer con certeza el instante de una muerte sirve, entre otras cosas, para asegurar que el testamento del difunto será únicamente aplicado tras su muerte y, en general, conocer cuándo se debe actuar bajo las condiciones establecidas ante una persona difunta. Existe la muerte psicológica, donde la persona es consciente que va a morir. En este sentido, la persona es capaz de percibirlo. Esta muerte psicológica causa con frecuencia aniedad y depresión en las personas. La muerte psicológica aceptada permite que la persona pueda adaptarse, con los recursos que le quedan, a su entorno.
Es normal que tomemos ciertas medidas por temor a perder la vida, y es que la muerte es un enemigo (1 Corintios 15:26). Sin embargo, hay quienes sienten un miedo exagerado a morir debido a supersticiones y creencias falsas. Dicho temor es como un amo cruel que los esclaviza y les roba la alegría de vivir (Hebreos 2:15). La forma de liberarse de esa clase de miedo es conocer la verdad que revela la Biblia (Juan 8:32).

Muerte súbita

La muerte súbita o muerte instantánea, sobreviene de manera abrupta con la invalidación instantánea de uno o más órganos esenciales para el sustento de la vida, un fulminante derrame cerebral, un síncope cardíaco agudo, o por medio de un suceso violento abrupto (onda expansiva de una explosión) o accidente con mucha energía desarrollada.
El miedo a la muerte

El miedo a la muerte se debe a dos hechos que ocurren dentro de nuestro inconsciente. En primer lugar, la muerte nunca es posible con respecto a nosotros mismos; es decir, la causa de la muerte es externa, en este sentido, se le atribuye un carácter maligno; la muerte es mala y se encuentra en el ambiente no en nosotros mismos. Siguiendo esto, para nuestro inconsciente es inconcebible morir por alguna causa natural o vejez. En segundo lugar, la persona no es capaz de distinguir entre un deseo y la realización de este (un hecho); esto justifica la muerte en base a la culpa donde el deseo y la realidad generan un conflicto. Así, la persona se considera responsable de la muerte del otro en el sentido de que el deseo de matarlo y el hecho de la muerte genera culpabilidad. Asimismo, el proceso del dolor siempre lleva consigo algo de ira. En este sentido, se depositan en la persona muerta dos sentimientos diferenciados: el amor que se tiene y ha tenido por esta a lo largo de su vida, y el odio generado por la sensación de abandono que genera la pérdida de este ser querido. El miedo a la muerte surge como una negación hacia la existencia de esta.

La muerte no es un misterio para quien sepa algo de biología. La muerte no asusta a un ateo, porque sabe que nada podrá ocurrirle después de muerto. Lo único que podrá asustarle es una muerte lenta y dolorosa, pero la muerte asistida nos libera de este temor.

La muerte en la sociedad humana

La concepción de la muerte como fin o como tránsito, su creencia en una vida después de la muerte, en el Juicio Final, actúan como condicionantes para la actuación de los individuos en un sentido u otro. La idea de inmortalidad y la creencia en el Más allá aparecen de una forma u otra en prácticamente todas las sociedades y momentos históricos. Usualmente se deja al arbitrio de los individuos, en el marco de los conceptos dados por su sociedad, la decisión de creer o no creer y en qué creer exactamente. La esperanza de vida en el entorno social determina la presencia en la vida de los individuos de la muerte, y su relación con ella. Su presencia en el arte es constante, siendo uno de los elementos dramáticos a los que más se recurre tanto en el teatro, como en el cine o en novelas y relatos.

Evolución de las estimaciones del estado de muerte

Posteriormente, gracias a los avances tecnológicos y al mejor conocimiento de la actividad del cerebro, la muerte pasó a definirse con un electroencefalograma en el que se acusa la ausencia de actividad bioeléctrica en parte del cerebro. Aún esto demostró ser insuficiente más tarde ya que eventos posteriores demostraron que este proceso en algunos casos muy excepcionales podía ser reversible, como era en el caso de los ahogados y dados por fallecidos en aguas al borde del punto de congelación.

En el siglo XX la muerte se definía como el cese de la actividad cardíaca (ausencia de pulso), ausencia de reflejos y de la respiración visible, con estas estimaciones muchas personas fueron inhumadas estando en estado de vida latente o afectadas por periodos de catalepsia.

Medicina forense

Históricamente los intentos por definir el momento preciso de la muerte han sido problemáticos. Antiguamente se definía la muerte como el momento en que cesan los latidos del corazón y la respiración, pero el desarrollo de la ciencia ha permitido establecer que realmente la muerte es un proceso, el cual en un determinado momento, se torna irreversible. Hoy en día, cuando es precisa una definición del momento de la muerte, se considera que este corresponde al momento en que se produce la irreversibilidad de este proceso. Existen en medicina protocolos clínicos que permiten establecer con certeza el momento de la muerte, es decir, que se ha cumplido una condición suficiente y necesaria para la irreversibilidad del proceso de muerte