En el capítulo anterior hemos revisado algunas de las razones por las que renunciar a parte de la libertad personal y obedecer a otro nunca nos ha parecido a los humanos mala idea, a pesar de los obvios inconvenientes.
Tiene que haber alguien con autoridad suficiente para garantizar que esas promesas van a cumplirse y para obligar a que se cumplan.
En su opinión, los hombres eligieron jefes por miedo... a sí mismos, a lo que podría llegar a ser su vida si no designaban a alguien que les mandase y zanjara sus disputas.
La obligación de obedecer a un igual siempre se le ha hecho inaguantable a los hombres, desde hace miles de años.
No hay nada más humano que la pretensión de que aquellos a los que obedecemos son más que humanos o encarnan algo situado por encima de las pasiones y flaquezas humanas.
La fuerza física y la sabiduría, los conocimientos ganados a base de experiencia, constituyen dos argumentos primitivos pero eficaces que hacen rentable la obediencia.
El humano adulto que ya no necesita padres en su vida particular, en cuanto forma parte de una tribu vuelve a sentirse pequeño, menesteroso de la fuerza y sabiduría que sólo los padres logran asegurar.
la edad es un criterio bastante objetivo de autoridad.
La lógica primitiva creía que los padres de los padres de los padres debieron ser aún más fuertes y sabios que los padres actuales, parientes casi y colegas de los dioses.
Como señaló un pensador , las sociedades consisten en una serie de promesas, explícitas o implícitas, que los miembros del grupo se hacen unos a otros.
Luego está la amenaza de que los conflictos entre los individuos acaben en violencia incontrolable.
Por eso los jefes se han buscado tanto parentesco con los dioses y a veces han sido considerados dioses terrenales.
El jefe tenía que ser algo que los demás no eran , o tener características excepcionales que los demás no tenían, o representar con sus órdenes algo que está por encima de los individuos y que también él debe respetar.
Al principio, los padres son como dioses para sus crías, porque éstas dependen de ellos para subsistir.
Naturalmente, el niño pronto aprende que en el grupo hay individuos más fuertes y más sabios que sus padres naturales.
la experiencia vital de los ancianos, su madurez, su sosiego ante los arrebatos y pasiones, siguió determinando que la gente confiase en su liderazgo.
Las tribus más antiguas no conocieron un código legal como los que aparecen en el derecho actual.
Lo que ellos habían considerado como bueno, quizá porque se lo había revelado alguna divinidad, no podían discutirlo los individuos presentes, mucho más frágiles y lamentablemente humanos.