Kategorier: Alle - lenguaje - símbolos - metáforas - política

af Tony Soriano 1 år siden

128

Símbolos, lenguaje y espectáculo en la democracia: el escepticismo político de Murray Edelman.

Murray Edelman expone una crítica sobre la democracia moderna a través del análisis del simbolismo y el lenguaje político. Plantea que el lenguaje en política no es simplemente una herramienta de comunicación, sino un depósito de símbolos que pueden generar pasividad o excitación en las masas.

Símbolos, lenguaje
y espectáculo en
la democracia: el
escepticismo político
de Murray Edelman.

Símbolos, lenguaje y espectáculo en la democracia: el escepticismo político de Murray Edelman.

La política simbólica en la democracia de masas.

Políticas de regulación
Las políticas de regulación trataban de crear una cierta “redistribución” de recursos entre dos grupos: incrementar el poder de los consumidores sin recursos, frente a las grandes corporaciones privadas plenas de recursos (López & Chihu, 2011, p.107).
Mediante las políticas de regulación, el gobierno federal trataba de supervisar el comportamiento de las empresas privadas para que no realizaran prácticas potencialmente dañinas para los consumidores.
Según Edelman, en la década de 1960, las políticas de regulación eran el principal instrumento de intervención gubernamental en los procesos económicos en Estados Unidos.
Democracia de masas norteamericana.
Dos tipos de necesidades psicológicas apremiantes.

2) La exteriorización de problemas no resueltos, lo cual se refiere a la necesidad de proyectar problemas privados hacia un objeto o actor externo al cual culpabilizar (López & Chihu, 2011, p.106).

1) La necesidad de ajuste social, es decir, la necesidad de pertenecer a un grupo social, la necesidad de crear conformidad con un grupo de semejantes.

Política simbólica.
Hay dos puntos que se deben destacar de la política simbólica edelmaniana y que la distinguen de la posición de los teóricos de la sociedad de masas:

2) Para los teóricos de la sociedad de masas, la manipulación simbólica sería propia de la política extremista y antiinstitucional. Edelman, sostiene que la manipulación simbólica es propia del funcionamiento rutinario de la política institucional y democrática(López & Chihu, 2011, p.109).

1) La orientación simbólica puede ser fundamental para la continuidad de las instituciones políticas, incluso las democráticas, como lo vimos respecto a las elecciones.

La política simbólica puede observarse en acción en dos niveles.

2) La política simbólica se manifiesta en la función rutinaria del aparato administrativo gubernamental; en la implementación de políticas públicas (López & Chihu, 2011, p.105).

Edelman se interesó, particularmente, por aquellas políticas públicas que tenían, presuntamente, como función redistribuir recursos entre la ciudadanía: reducción de desigualdades sociales mediante el otorgamiento de subsidios; regulación de precios al consumidor; política fiscal basada en niveles de ingreso (López & Chihu, 2011, p.107).

1) La política simbólica aparece como una base ontológica de la vida política misma. La base ontológica de la “función simbólica” es la incertidumbre inherente a la condición humana. Los ciudadanos siempre estarán inciertos sobre si un sistema político en realidad responde a sus intereses.

La participación electoral cumple una “función simbólica” al asegurar a los ciudadanos de que en efecto ocurre así. (López & Chihu, 2011, p.107).

La “política simbólica” sería, entonces, las diferentes formas en que los actores y las agencias políticas manejan símbolos para producir “seguridad simbólica” entre grandes masas de individuos aislado e inducir, así, su pasividad política (López & Chihu, 2011, p.106).
Pasividad política.
Edelman inicia problematizando lo que para los pluralistas es una evidencia clara: que la política es un procedimiento para satisfacer los intereses de los diversos grupos sociales. Para Edelman, esta expresión admite dos respuestas: un interés se satisface obteniendo recursos tangibles, o bien, obteniendo “seguridad simbólica” (López & Chihu, 2011, p.105).
La pasividad política no es un indicador de que existe dominación política.
La pasividad política no es la característica intrínseca de ningún grupo social; todos los grupos sociales, no importa la cantidad de recursos que tengan a su disposición, en algún momento serán políticamente pasivos (o políticamente activos).
La pasividad política es el resultado de que, sistemáticamente, el proceso político produce satisfacción tangible para determinados grupos sociales, y satisfacción simbólica para otros.
Los pluralistas.

El punto central del tratamiento pluralista de la pasividad era subrayar la idea de que, aunque en el orden político pluralista las élites son centrales, el sistema era esencialmente democrático, porque los canales para la manifestación de los intereses de todos los grupos e individuos siguen abiertos (López & Chihu, 2011, p.104).

La pasividad simplemente indicaba que, en general, estaban satisfechos con las decisiones de las élites y, por tanto, no existía ningún interés en participar políticamente.

La pasividad política no era sinónimo de carencia de poder; individuos y grupos pasivos no carecían de recursos para movilizar influencia política sobre las élites.

Los pluralistas sostuvieron que la pasividad política no contradecía el carácter democrático del modelo.

Dado que en su modelo, las élites son los actores centrales del proceso político, la pasividad política de los ciudadanos podría indicar que el modelo, más que ser democrático era, de hecho, oligárquico (López & Chihu, 2011, p.104).
La cuestión de la pasividad política tocaba un punto sensible dentro de la teoría pluralista (López & Chihu, 2011, p.104).
Edelman formuló la teoría de la política simbólica como una crítica a la forma en que el “pluralismo” observaba a la política. En su formulación original, la política simbólica era un intento de resolver un problema que, en opinión de Edelman, era inadecuadamente abordado por la teoría pluralista, a saber, el de la pasividad política (López & Chihu, 2011, p.104).

El lenguaje político y la realidad política.

El pensamiento humano en general es metafórico y las metáforas infestan en lenguaje común.
Políticas de lenguajes.

Esa política de los lenguajes consistiría en la posibilidad de contrastar los diferentes mundos singulares construidos por los diferentes tipos de lenguajes, lo cual permitiría revelar, precisamente, la naturaleza construida de esas realidades a partir del lenguaje, poniendo en cuestión una de las premisas del poder político de los lenguajes profesionales: la “naturalidad” de los mundos construidos por dichos lenguajes (López & Chihu, 2011, p.115).

Las metáforas políticas, “resaltan los beneficios que se derivan de un curso de acción y diluyen sus resultados desafortunados, ayudando a los hablantes y a los oyentes a ignorar las implicaciones perturbadoras que dicho curso de acción puede tener sobre ellos mismos” (López & Chihu, 2011, p.113).
Las metáforas son poderosas políticamente porque cumplen funciones cognitivas, valorativas y afectivas. Las metáforas describen una situación en la cual existen ciertos personajes con determinadas características y de esa descripción se desprende una estrategia para lograr establecer un futuro deseado, el cual se considera apropiado (López & Chihu, 2011, p.112).
Lenguaje Político.
El lenguaje político es Exhorto.
Escenarios Políticos.
El lenguaje político es efectivo sólo en la medida en que puede crear conexiones con el depósito cultural de imágenes que poseen los miembros del público masivo (López & Chihu, 2011, p.111).
La efectividad de un lenguaje en la política depende de su capacidad para lograr ese “desencadenamiento de energías”.
Esta concepción del lenguaje como reservorio de símbolos condensados en palabras o frases le permitió a Edelman establecer una hipótesis sobre el uso del lenguaje político.
El lenguaje se convertía en un depósito de símbolos que activaban respuestas de pasividad o de excitación en los públicos masivos (López & Chihu, 2011, p.110).
Edelman, las palabras, por sí mismas, generaban efectos políticos. Aquí, de hecho, Edelman hacía equivaler las palabras con los símbolos (López & Chihu, 2011, p.110).
El lenguaje no es sólo un tipo más de actividad; es la clave del universo del hablante y de la audiencia. Muchos estudiosos de la antropología cultural, la lógica y la psicología social han demostrado que esta función del lenguaje no es una influencia efímera, sino el factor central en las relaciones y la acción social (López & Chihu, 2011, p.110).

Símbolos, lenguaje y medios de comunicación: el espectáculo político.

Escepticismo
El escepticismo de Edelman es extremo en La construcción del espectáculo político.

La política no es una actividad con un contenido sustancial, es un proceso de mistificación que a cada momento muestra sus fracasos, pero debido al complicado sistema de formación del espectáculo político, los fracasos nunca han logrado hacer que las personas comunes y corrientes nieguen realidad a la política (López & Chihu, 2011, p.121).

Politización
La politización indica un interés en el espectáculo político, pero que no es indicador de la formación de un juicio más racional acerca de la actividad política. La politización hace referencia al sometimiento del público al lenguaje político (López & Chihu, 2011, p.120).
Símbolos políticos
La ambigüedad se refiere al hecho de que las noticias no son meras descripciones objetivas de hechos, sino que son interpretaciones sobre esos hechos que, a su vez, deben ser interpretadas por los que las leen, escuchan o ven. Esto permite que las noticias tengan significados múltiples de acuerdo con el grupo social que las recibe (López & Chihu, 2011, p.120).
Las noticias políticas pueden realizar este cometido porque normalmente tienen dos características centrales. Son ambiguas y al mismo tiempo tienen la capacidad de captar la atención de ciertos grupos sociales y de despertar la indiferencia de otros.
Los símbolos políticos es esencialmente crítica: los problemas, los líderes y los enemigos en política oscurecen el pensamiento e impiden la apreciación de los procesos estructurales que generan la desigualdad social (López & Chihu, 2011, p.119).
Analiza a los lideres políticos, como símbolos políticos.
Para Edelman las ideas de los ciudadanos sobre los líderes políticos presentan serias contradicciones.

El líder proporciona gratificaciones y compensaciones psicológicas para los actores en un mundo en el que predomina la confusión y la ambigüedad en la determinación de lo que es real (López & Chihu, 2011, p.118).

En tercer lugar, se considera que el líder posee talentos especiales, que tiene la capacidad de percibir las necesidades públicas y de proponer soluciones para satisfacer esas demandas (López & Chihu, 2011, p.118).

En segundo lugar, se considera que los líderes son importantes porque realizan acciones audaces en favor del bienestar público. Sin embargo, muchos de los líderes más reconocidos son los que más desastres sociales han producido.

En primer lugar, se considera que un líder adquiere esa capacidad por ser, fundamentalmente, un innovador. Sin embargo, resulta que para conservar la posición de líder, se requiere que se adhiera a una ideología ampliamente compartida. El líder no puede ir más allá de lo que sus bases de apoyo están dispuestas a ir.

Para Edelman, el escenario principal de la política no son los parlamentos o las salas de juntas políticas; son los medios de comunicación, y más concretamente, las noticias políticas (López & Chihu, 2011, p.117).
Autoridad y poder.
Para Edelman no es que haya ausencia de política, sino que hay demasiada política en nuestras sociedades (López & Chihu, 2011, p.116).
Para Edelman el problema no era que el diseño de la democracia liberal y la intervención de los medios de comunicación en la política democrática contemporánea opacaran la importancia de la política para la vida cotidiana de las personas (López & Chihu, 2011, p.116).
la política era la construcción, realizada fundamentalmente a través del lenguaje, por el cual un sector muy reducido de la sociedad, trataba, al mismo tiempo, de difundir la ansiedad generalizada entre el público masivo y garantizarle que el gobierno estaría ahí para aliviar esa inseguridad (López & Chihu, 2011, p.116).

Discusión: alcances y límites del simbolismo político.

Edelman muestra los callejones sin salida que la propia democracia norteamericana tiene para examinarse críticamente: hastiado de esta publicidad electoral engañosa, lo mejor es retirarse al refugio privado de la familia, de los amigos, de la contemplación individual del arte; desde ahí, la esperanza consiste en examinar críticamente la realidad pública y oponerse al lenguaje de los políticos.(López & Chihu, 2011, p.135).
El simbolismo no es tanto un mecanismo de dominación, sino un terreno de luchas donde se construye la integración social, y es también un reservorio de recursos para una movilización política autónoma de ciertos grupos frente a otros(López & Chihu, 2011, p.134).
Las emociones más importantes que influyen en el comportamiento político son el entusiasmo y el miedo. Ambas emociones generan, cada una, un tipo de comportamiento que se corresponden con lo que Edelman llama “pasividad” (acquiescence) y “excitación” (arousal). (López & Chihu, 2011, p.133).
El miedo activa un sistema neuronal llamado de vigilancia, que orienta al actor a un comportamiento de búsqueda de información adicional y, por tanto, de evitación del peligro; en este sistema el mundo exterior no está controlado por el actor, lo que lo remite a un comportamiento pasivo de contemplación y espera (López & Chihu, 2011, p.134).
El entusiasmo activa un sistema neuronal específico que le permite al actor no buscar información adicional de su ambiente, generando así un comportamiento activo de búsqueda de objetivos, de búsqueda de experiencia (López & Chihu, 2011, p.133).
La distinción entre simbolismo referencial y simbolismo de condensación le permitía afirmar la división del trabajo entre los políticos profesionales y el resto de las personas, división que le permitía sostener la tesis de que los políticos profesionales podían utilizar la manipulación simbólica sin caer en las seducciones del simbolismo.(López & Chihu, 2011, p.132).
La democracia no era sino otra forma más de ejercicio de la dominación, donde el público masivo mismo era una construcción simbólica de las propias élites, pues como vimos, la construcción de la atención del público en la política era la definición misma del espectáculo político. Este escepticismo político le permitía a Edelman formular una teoría crítica de la política, basada en el concepto de dominación, el cual había sido expulsado del vocabulario politológico por el paradigma pluralista de la política (López & Chihu, 2011, p.130).
Simbolismo político
Harold D. Laswell

Harold Laswell considera que los símbolos eran los sustitutos del discurso racional para las personas perturbadas psíquicamente. Edelman reincorporó esta cuestión en su perspectiva. Es un enfoque manipulativo que sobreestima las capacidades racionales de las élites y las tendencias irracionales de las masas. Si bien Edelman compartió muchas de estas afinidades, también se distinguió de ellas en varios sentidos.(López & Chihu, 2011, p.127).

En la construcción política del significado habría dos niveles: el simbólico y el racional.

El nivel simbólico, en cambio, sería el resultado de una relación laxa y lejana entre un signo y un conjunto de referentes empíricos difusamente delimitados (López & Chihu, 2011, p.127).

En el nivel racional, el significado era el resultado de una sólida relación entre signo y referente, confirmada constantemente por la experiencia concreta con el mundo (López & Chihu, 2011, p.127).

"El uso político del simbolismo con la parte más “irracional” e incluso “natural” o “biológica” de los individuos y, además, vincular el predominio del simbolismo político con los sistemas políticos tradicionales y/o autoritarios " (López & Chihu, 2011, p.125).

Según Lasswell, se podían clasificar las instituciones de acuerdo a cómo apelaban a la personalidad de los individuos. Así, las instituciones económicas, políticas, científicas y tecnológicas apelaban a (y se relacionaban con) los individuos a través de la razón (López & Chihu, 2011, p.125).

Laswell consideró, así, dos niveles de interacción política: la interacción entre el líder y las personas, y la interacción entre las instituciones políticas y las personas.

Edward Sapir

Sapir definió las dos características nucleares del simbolismo.

Sapir no dejaba de enfatizar ese carácter fundante del simbolismo de condensación. En primer lugar, tenía precedencia cronológica respecto al simbolismo referencial; y, en segundo lugar, era probable que las instancias concretas de simbolismo referencial pudieran ser remitidas, en última instancia, a las funciones del simbolismo de condensación (López & Chihu, 2011, p.124).

b) funcionalmente, el simbolismo estaba conectado con una liberación de energía, “expresa una condensación de energía, cuya importancia real se encuentra fuera de toda proporción respecto a la aparente trivialidad del signifi cado sugerido por su propia forma” (López & Chihu, 2011, p.123).

a) Que el símbolo era una actividad sustitutiva con respecto a otro tipo de actividad más “estrechamente intermediadora” [closely intermediating type of behavior]; en otras palabras, hay simbolismo cuando una actividad sólo tiene sentido en cuanto es remitida como representante de otra actividad más estrechamente conectada con sus consecuencias empíricas (López & Chihu, 2011, p.123).

Sapir se apoyaba en la experiencia psicoanalítica para enfatizar este punto: “Los psicoanalistas han llegado a aplicar el término simbólico a casi cualquier pauta de conducta cargada emocionalmente que tiene la función de satisfacer inconscientemente una tendencia reprimida” (López & Chihu, 2011, p.122).

Desde este punto de vista, en una concepción “ampliada” del simbolismo, el proceso de representación ya no era simplemente entre marcas objetivas e ideas abstractas, sino entre formas de comportamiento: el simbolismo se manifestaba en conductas que por sí mismas no tenían sentido aparente, sino sólo en la medida en que eran sustitutos de otras conductas (López & Chihu, 2011, p.122).

Sapir trasladó este problema de la representación más allá del ámbito mental o perceptual y lo conectó con el comportamiento.

Su punto de partida era la cuestión clásica de la representación.

La hipótesis central del modelo de la política simbólica (que la estabilidad de las democracias es producto de la manipulación simbólica llevada acabo por las élites, que permite ofrecer satisfacciones simbólicas a un público masivo ignorante y desorganizado) tiene que ser puesta en relación con las fuentes de las que Edelman extrajo su concepción del simbolismo como proceso humano (López & Chihu, 2011, p.122).

Alcances y límites del simbolismo político edelmaniano y su “escepticismo político” frente a la democracia.

Espectáculo Político.

En este modelo, Edelman no sólo arriba a una concepción específica de poder político, sino que también designa un modo específico de resistencia política (López & Chihu, 2011, p.103).
Este modelo como una síntesis entre el modelo temprano de la política simbólica, su complementación con la teoría del lenguaje político, y una conceptualización de la centralidad de los medios electrónicos de comunicación en el proceso político (López & Chihu, 2011, p.103).

Lenguaje

Edelman pudo detectar en el lenguaje una propiedad constitutiva de la realidad que resultaba ser un importante recurso político de dominación, pero también apuntaba a una formulación temprana de procesos de contrapoder o de resistencia política en el público masivo, un tema que prácticamente estaba ausente en el modelo de la “política simbólica” (López & Chihu, 2011, p.103).
Edelman consideró al lenguaje como una forma muy importante del simbolismo político (López & Chihu, 2011, p.103).

La propuesta de Edelman del simbolismo como dimensión ontológica de la vida humana, que lo lleva a proponer una concepción del desarrollo del proceso político en la democracia de masas, lo que llamaremos el modelo de la “política simbólica” (López & Chihu, 2011, p.102).

El modelo de la política simbólica expresaba un fuerte escepticismo hacia la democracia; una concepción que sobreestimaba tanto la racionalidad de las élites como la irracionalidad del público masivo en el proceso político (López & Chihu, 2011, p.103).
Este modelo era una crítica, fundamentalmente, al modo en que la perspectiva pluralista concebía el proceso político democrático, y al papel que se le asignaba al público masivo y a la opinión pública en dicho proceso (López & Chihu, 2011, p.102).