por ALFONSO RODRIGUEZ hace 8 años
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A partir de la explicación sobre el conflicto intrapsíquico planteado por Freud, Masud Khan reconoce la posibilidad de acumulación de experiencias subtraumáticas que producen una desadaptación progresiva incorporando la existencia de un elemento relacional en el trauma psíquico. Luego Hans Keilson afirma que el trauma individual está inscrito en la trama histórica del trauma colectivo y acuña el concepto de trauma secuencial que produce consecuencias aunque haya desaparecido el evento traumático y que puede producir incluso trastornos transgeneracionales. Es Ignacio Martín-Baró quien propone que todo trauma es elaborado de manera particular pero social de acuerdo al entorno y a las redes a las que pertenece el sujeto considerando qu7e se trata de un trauma social que se da aún en la posguerra. El Trauma individual que ocasiona la tortura es una condición subjetiva inmersa en el trauma colectivo y por tanto el primero debe llamarse trauma psicosocial. La comprensión psicosocial articulada al modelo médico permite comprender el Trauma Complejo, concepto útil que puede hacia el futuro desplazar el concepto de Estrés postraumático. Fenomenología de la tortura Parte de la comprensión de la tortura como un fenómeno interpersonal y comunicativo que altera la percepción que el individuo tiene de sí mismo y del otro, más aún cuando se presume que ese otro debería brindar protección y no sufrimiento. Esta alteración se condensa en los siguientes aspectos observables en la relación víctima-victimario (Döerr, Z, Lira, E., Weinstein, E. 1987): a) La relación víctima – victimario es asimétrica: construye una relación de total indefensión e inermidad que quiebra la voluntad de la víctima ante el poder del victimario. b) La relación víctima – victimario es anónima: las identidades de uno o de otro son tergiversadas con falsas acusaciones y señalamientos, la víctima es ubicada en el papel de enemigo que representa a un colectivo al que hay que destruir, así, la relación pierde todo elemento personal y la víctima es vista por el victimario como un objeto del cual se mantiene distante emocionalmente. c) La relación víctima – victimario es doble – vincular: esto tiene que ver con la trampa en que se introduce a la víctima en un contexto de absoluta falta de confiabilidad en que se le hace creer que está en condiciones de elegir. Especialmente cuando se pretende una confesión o información, la situación se torna imposible, ya que ofrecer información para “salvarse” puede poner en riesgo a otros seres queridos o al colectivo e implica una renuncia a los valores y creencias previos, creando una sensación de deslealtad y sentimientos de culpa. d) La relación victimario – víctima está rodeada de falsedad: desde los mismos motivos que el victimario argumenta para justificar sus atrocidades, la forma en que la víctima es conducida al escenario de su victimización ocurre bajo premisas engañosas. Las formas en que el victimario se identifica, los falsos señalamientos que ubican a la víctima como merecedora de castigo y en ocasiones la declaración posterior que se obtiene bajo amenaza, anuncian que “aquí no pasó nada” y configuran un escenario falso. e) La relación victimario – víctima ocurre en una espacialidad alterada: así ocurra en los espacios cotidianos de las víctimas y más aún si se desarrolla en ambientes opresivos como la cárcel, los hechos de tortura se dan en espacios que adquieren una nueva dimensión de irrealidad, igualmente los objetos empleados para realizar la tortura son sacados de su empleo natural y se pervierten para convertirse en instrumentos de destrucción y dolor en el sentido material o simbólico. f) La relación victimario – víctima ocurre en una temporalidad alterada: tal temporalidad no va del presente hacia el futuro, sino que se desarrolla de manera apelmazada y circular para hacer del sufrimiento algo incesante, que no tiene fin y queda anclada en el presente. El pasado es borrado por la vivencia impactante del sufrimiento quedando fija en la memoria, esto impide además que ingresen a la conciencia nuevas experiencias. Por otra parte, la tortura provoca una vivencia disruptiva con alto potencial traumático y se expresa en tres sub variantes (Benyakar M, Lezica A. 2005): a. Vivencia de vacío: En que al sujeto se le hace difícil hacer prospección o pensar en un futuro posible ya que todo carece de sentido y se pierde el propósito de la vida manifiesta en depresión y desesperanza. b. Vivencia de desvalimiento: Surge una sensación de impotencia que hace pensar a la víctima que va a ser incapaz de cuidar de sí mismo y que no tiene control sobre su propia vida. c. Vivencia de desamparo: La víctima de tortura siente que en cualquier momento va a repetirse la situación y no habrá quien sea capaz de brindar una protección efectiva. Comprensión psicodinámica de la tortura En circunstancias de normalidad y bajo una perspectiva psicoanalítica debemos entender que todo individuo mantiene en su vida adulta un parte clivada y no integrada de su propio mundo interno, que le permite mantener un buen grado de seguridad para protegerse de las angustias arcaicas de aniquilación. Depositamos en la realidad externa los aspectos más indiferenciados, menos discriminados y más desconocidos de nosotros mismos. Al hacerlo toda realidad puede parecernos familiar, pero a su vez resulta factor de contención aun cuando no lo sea suficientemente. Esto crea en nuestra personalidad un aspecto vulnerable que nos hace susceptibles de ser manipulados por el mundo externo y que embargo, siempre queda un residuo del momento de “indiferenciación primaria” en qué no había diferenciación entre el yo y el mundo exterior, ni entre el yo y los otros, indiferenciación que impulsa al individuo a seguir buscando seguridad en el mundo exterior. José Bleger llama “núcleo aglutinado” o “núcleo ambiguo” a este residuo de la indiferenciación primaria que resta en la personalidad madura. El yo más diferenciado tiende a proyectar este núcleo arcaico lleno de ambigüedad e incertidumbre en el mundo exterior, lo deposita fuera de sí para ganar seguridad y mantener su propia identidad. Bleger llama “vinculo simbiótico” al movimiento de proyección del núcleo ambiguo en que el mundo externo se convierte en depositario de la acción. Esto no es lo mismo que la identificación proyectiva, ya que en el vínculo simbiótico se proyecta y deposita en el mundo externo un “núcleo de indiferenciación” que no es objetal. El núcleo ambiguo no es un objeto interno sino un conjunto de afectos no discriminados en que no hay organización ni jerarquía, por lo tanto no hay contradicción entre sentimientos incompatibles y no hay conflicto a pesar de la ambigüedad. Dicha ambigüedad no es lo mismo que ambivalencia o contradicción ya que no se cuenta con elementos que le permitan demarcarlos a pesar de que puedan ser vividos con gran intensidad y tenacidad. Se puede evaluar que este sistema defensivo es necesariamente omnipotente. Gracias al clivaje y la denegación del yo maduro se protege de la invasión de la ambigüedad. No obstante cuando surgen cambios bruscos en el mundo exterior, como es el caso de tener vivencias de tortura, la ambigüedad invade al yo en lo que Freud llamó la vivencia de lo siniestro, una especie de retorno de aquello que fue clivado que por lo común se acompaña de una sensación de obnubilación del pensamiento y la pérdida momentánea o permanente de las posibilidades de elaboración de lo vivido. Esta manifestación de obnubilación o conciencia difusa va acompañada de una pérdida del sentido de realidad y una condensación de la percepción en el presente, llamada introducto (Benyakar M. Lezica A. 2005). Con la tortura, la creencia en un entorno idealizado y contenedor queda destruida y el soporte identitario fragilizado conduciendo a un estado de anestesia afectiva que hace muy difícil pensar y dar significado a la vivencia (perplejidad) esto no permite dar explicación o sentido a lo que ocurre y en ello se resume el efecto desimbolizante de la tortura. La tortura produce una detención del pensamiento que queda concreto y desafectado, ligado a la realidad exterior (lo no propio) y sin capacidad de operar cambios desde el yo que permitiría una elaboración secundaria. Por otra parte esta parálisis de la elaboración hace imposible el trabajo sobre los duelos. En el estado de regresión y dependencia absoluta en una posición de ambigüedad que sufre la víctima de tortura, se retorna a un estado de narcisismo primario masivo. Se suspende todo soporte y mecanismo apto para la vida cotidiana, debilita el cuerpo y trastoca las coordenadas de referencia espacios temporales produce una regresión traumática hacia la ambigüedad logrando una pérdida temporal o permanente de los logros de maduración y creatividad del yo atacando la dimensión simbólica, ética, e identitaria del individuo, alterando sus marcos de referencia consigo mismo, con el mundo y con sus objetos. El sistema empleado en la tortura deshumaniza al sujeto, lo cosifica, lo hace adaptable a lo más inicuo haciéndolo gobernable y sometido. Los mecanismos disociativos disparados por la tortura no siempre afectan la personalidad aparentemente normal (PAN) y por lo tanto en ocasiones los individuos pueden lograr “separar” la vivencia traumática (PEP) manteniendo su capacidad de identidad y su funcionamiento cotidiano (disociación horizontal). No obstante lo usual es que la vivencia torturante se infiltra en la vivencia cotidiana al hacerse familiar produciendo una disociación estructural de tipo vertical (Van der Hart, O., Nijenhuis, E., & Steele, K. 2005).