por Ronny Chirino hace 3 años
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La Iglesia quiere reafirmar su deseo de conocer, acompañar y cuidar a cada joven, sin excepción. [... [. Que su vida sea una buena
experiencia, que no se pierdan en caminos de violencia o muerte, [..]: todo esto no puede ser más que apreciado por aquellos que han sido resucitados para la vida y la fe y saben que han recibido un regalo grande. (Capítulo II, Fe, Discernimiento, Vocación).
La Iglesia es consciente de la necesidad de los jóvenes, precisamente para cumplir su misión en un mundo y una cultura que está cambiando cada vez más rápidamente. Los jóvenes son portadores de un punto de vista sin el cual es imposible leer y decodificar nuestro tiempo, y mucho menos dialogar efectivamente con él. La Iglesia, por lo tanto, también siente que necesita recibir algo de los jóvenes, en primer lugar de aquellos que ya están dentro de ella y de todos ustedes.
Dinámicas espirituales a través de las cuales una persona, un grupo o una comunidad tratan de reconocer y aceptar la voluntad de Dios en el concreto de su situación.
La atención se centra en captar los rasgos característicos de la realidad a la luz de la fe y la experiencia de la Iglesia. .
Solo a la luz de la vocación aceptada es posible comprender a qué pasos concretos nos llama el Espíritu y en qué dirección debemos actuar para responder a su llamado.
Utilizando criterios de interpretación y evaluación basados en una mirada de fe. Las categorías de referencia solo pueden ser aquellas bíblicas, antropológicas y teológicas.
La mirada y la escucha. Requiere atención a la realidad de los jóvenes de hoy, en la diversidad de condiciones y contextos en que viven. Requiere humildad, cercanía y empatía, para entrar en armonía y percibir cuáles son sus alegrías y esperanzas, su tristezas y sus angustias.
Para muchos jóvenes, la fe se ha convertido en un asunto privado en vez de comunitario, y las experiencias negativas que algunos jóvenes han tenido con la Iglesia han contribuido a eso. Existen muchos jóvenes que se relacionan con Dios sólo a un nivel personal, aquellos que son “espirituales pero no religiosos”, o están enfocados sólo en una relación con Jesús. Para algunos jóvenes, la Iglesia ha desarrollado una cultura que se enfoca fuertemente en la relación institucional entre sus miembros, y no con la persona de Cristo. Otros jóvenes ven a los líderes religiosos desconectados y más centrados en la administración que en la construcción de la comunidad, y todavía algunos ven irrelevante a la Iglesia.
Descubrir la propia vocación es un desafío, especialmente a la luz de las distintas interpretaciones de este término. Sin embargo, los jóvenes desean asumir este desafío. El discernimiento de la propia vocación puede convertirse en toda una aventura durante el viaje de la vida. Dicho esto, muchos jóvenes no saben cómo emprender procesos de discernimiento; ésta es una gran oportunidad para que la Iglesia les acompañe.
El término “vocación” se ha convertido en sinónimo de sacerdocio y de vida religiosa en la cultura de la Iglesia. Si bien estas son llamadas sagradas que deben ser celebradas, es importante para los jóvenes saber que su vocación es intrínseca a su propia vida, y que cada persona tiene la responsabilidad de discernir aquello que Dios le llama a ser y a hacer. Existe una plenitud en cada vocación que debe ser subrayada, con el fin de abrir el corazón de los jóvenes a sus posibilidades
El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio. Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra «Sínodo», caminar juntos laicos, sacerdotes, obispos, religios@s y todo el pueblo de Dios que peregrina
«la sinodalidad designa el estilo peculiar que califica la vida y la misión de la Iglesia» como Pueblo de Dios; es «su modus vivendi et operandi», el caminar juntos, en la celebración de la eucaristía y en la escucha de la Palabra, en la fraternidad de la comunión y en la corresponsabilidad y la participación de todos en la vida y misión según los distintos ministerios y roles.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35)
Aquel mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».
Él les dijo: «¿Qué?».
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.
Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor