por Diego Elizondo hace 4 años
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Tanta es la variedad de manifestaciones de autismo y de sus síntomas que la enfermedad cuenta con múltiples terapias que están enfocadas 100% a paliar y reducir los síntomas que presentan los pacientes, con el objetivo de mejorar su calidad de vida. Por todo ello, los tratamientos deben ajustarse cuidadosamente al diagnóstico de cada paciente.
En general, cualquier terapia o tratamiento de autismo suele incluir:
Medicación: aunque no existen fármacos específicos para tratar el autismo, se procura paliar los síntomas que puedan presentarse. Por ejemplo, si existen convulsiones, hiperactividad, depresión… Generalmente se preescriben antidepresivos y neurolépticos para ello.
Terapia emocional y psíquica: se intenta que el paciente adquiera o desarrolle habilidades emocionales como la empatía. La intervención trabaja la expresión de sentimientos, las impresiones, las frustraciones…
Terapia en las conductas educativas: consiste en desarrollar habilidades sociales y de lenguajes y se incluye también a su entorno familiar a fin de dar apoyo y adquirir las capacidades necesarias para poder relacionarse con el autista.
Las señales o indicadores de autismo son extensos y complejos, lo cual provoca que a veces no sea fácil determinar un trastorno de espectro autista, dado que según la gravedad o la intensidad de éste los síntomas pueden pasar completamente desapercibidos, siendo enmascarados por otras afecciones o patologías más importantes con simatologías marcadas. Por todo ello, el diagnóstico del autismo no es cosa de un solo médico, sino de un grupo de especialistas como neurólogos, psicólogos, pedagogos o logopedas, entre otros. Como hemos visto, los síntomas principales son concretos, pero estos pueden ir variando dependiendo de la edad y el desarrollo del paciente.
Para llegar a un diagnóstico, se deben atender las siguientes señales
Según los especificadores del DSM-V:
e) Con catatonia.
d) Asociado a otro trastorno del neurodesarrollo, mental o del comportamiento.
c) Si está asociado a una afección médica o genética, o a un factor ambiental conocido.
b) Con o sin deterioro del lenguaje acompañante.
a) Si hay un déficit intelectual acompañante.
Adolescencia – adultez: los síntomas del autismo en la adolescencia y la adultez es similar a los de discapacidad mental dado que todavía presentan dificultades en el lenguaje y necesitan ayuda externa para llevar a cabo hábitos rutinarios como la higiene, la alimentación o la vestimenta. Son seres dependientes.
Niñez: durante la niñez se marcan todavía más los rasgos que se vivieron en etapas anteriores, pero se le suma a la hora de relacionarse con los demás niños, no interactúan ni son capaces de jugar o de entender los juegos sociales, se aislan. La comunicación sigue siendo escasa o inescistente, pueden aparecer arrebatos hacia el entorno o hacia el mismo, con autolesión, y su muestra de interés es anormal, aunque puede tener tendencias compulsivas, por ejemplo, hacia el orden.
Segundo y tercer año de vida: el niño teme a los ruidos, no juega con objetos, no controla sus esfínteres y le cuesta adquirir hábitos de higiene, no se comunica verbalmente y muestra falta de contacto visual, no responde emocionalmente hacia su entorno o familiares cercanos, llantos incontrolables sin causa aparente, no responde al dolor o desarrolla movimientos repetitivos como automecerse, morderse o darse golpes en la cabeza.
Lactante: el bebé no muestra interés por su entorno, no reacciona a emociones como el abrazo de los papás, no muestra sonrisas sociales, no requiere atención, no diferencia a los familiares, muestra indiferencia ante juegos o carantoñas o no responde ante la verbalización de su nombre.
Los síntomas de autismo suelen aparecer a partir de los tres años de edad, no obstante, a veces se hace difícil identificar las señales que demuestran su presencia.
Algunos síntomas son
Capacidad imaginativa limitada: lo que se traduce también como incapacidad para jugar o interactuar con otros niños.
Autoreconocimiento: no son capaces de reconocerse como personas, por lo que generalmente hablan de sí mismos en tercera persona.
Realización de movimientos estereotipados y repetitivos: mecerse, dar vueltas sobre sí mismo compulsivamente… Pueden llegar a desarrollar conductas autolesivas como morderse, darse golpes en la cabeza… Todos ellos son muestra de la ansiedad y la irritabilidad que lleva consigo el autismo.
Dificultad de comunicación, tanto verbal como no verbal: algunos no desarrollan ningún tipo de lenguaje, siendo incapaces completamente de comunicarse a través del habla, gestos o expresiones. Los que sí hablan, no construyen un contenido adecuado, repiten las mismas palabras o frases y no prestan atención al interlocutor.
Falta de empatía: no son capaces de interpretar las emociones de su alrededor y, por ende, no entienden las pautas sociales como el lenguaje corporal o el tono de voz. Además, no suelen mirar a la cara de las personas, por lo que el aprendizaje de este lenguaje o de las pautas de conducta se complica.
Interacción social: generalmente el niño se aisla del resto, enfoca su atención hacia un objeto o persona en concreto durante un largo periodo de tiempo, evitando el contacto visual con las personas de su entorno, o se muestra indiferente a su alrededor.
Agentes infecciosos o ambientales: infecciones durante el embarazo o exposición a ciertas sustancias pueden provocar la malformación o la alteración del desarrollo neuronal del feto, alterando así el espectro autista.
Agentes bioquímicos: alteraciones de neurotransmisores como la serotonina y el triptófano.
Agentes neurológicos: alteraciones en áreas de coordinación de aprendizaje y conducta.
Agentes genéticos: la base genética es la principal causa del autismo. La mutación o el cambio de algunos génes como la neuroligina NL1 están directamente relacionados con el desarrollo de autismo. Se pueden dar entre 15 y 20 alteraciones genéticas que expresan autismo.
Trastorno generalizado del desarrollo no especificado: éste se diagnostica en niños con dificultades de socialización, comportamiento y comunicación, sin embargo, los pacientes no cumplen criterios específicos que puedan relacionarse con los trastornos generalizados del desarrollo.
Trastorno de desintegración infantil: después de desarrollarse correctamente tanto congnitiva como socialmente durante sus 3 o 4 primeros años de vida, el paciente desarrolla un proceso de regresión. Irritabilidad, ansiedad, inquietud e hiperactividad son los primeros signos, seguidos de pérdida de habilidades sociales, habla y lenguaje o pérdida de interés por objetos. Los niños con este tipo de trastorno también padecen crisis o episodios epilépticos.
Síndrome de Rett: es un trastorno cognitivo considerado raro, dados los pocos casos que se presentan a nivel mundial. Se manifiesta entre el segundo y el cuarto año de vida y se caracteriza por los retrasos graves en el habla o la coordinacion motriz. El síndrome de Rett también implica un grave retraso mental, donde el deterioro cognitivo es continuo y progresivo.
Síndrome de Asperger: es una de las formas más leves de autismo. Sus pacientes tienen falta de empatía, es decir, no son capaces de interpretar los estados emocionales de los demás. No saben relacionar el lenguaje corporal con los estados cognitivos y emocionales. Su desarrollo de lenguaje y cognitivo es normal.
Síndrome de Kanner: afecta las tres áreas principales de autismo en mayor o menor grado, lenguaje corporal y verbal, interacción social y repetición de comportamientos.