Fue prototipo de la Ilustración, hombre de ciencia y orientador de la opinión pública.
A pesar de su origen ético, superó obstáculos tanto raciales como locales, para granjearse el respeto de sus conciudadanos quiteños como hombre culto e ilustrado médico y escritor.
Maestro en sarcasmo, ironía, burla y, en especial, sátira en pasquines anónimos. Nunca fue un gigante literario.
Su estilo revelaba sus intenciones didácticas y utilitarias.
La constante obsesión de Espejo y del crítico y reformador del siglo XVIII era la búsqueda y el anhelo de encontrar la felicidad para sus semejantes en esta tierra. Esto implicaba la necesidad de la educación, pues era la llave que abriría esa puerta.
Entre los años 1776 y 1785 en asombrosa sucesión aparecen: El nuevo Luciano (1779) Marco Porcio Cantón ( 1780), La ciencia blancardina (1781), y Reflexiones acerca de las viruelas (1785); trabajos todos que hablan bien a las claras de la vasta erudición, experiencia y de su casi heroica determinación de desarraigar la ignorancia, el mayor de los males como él la consideraba.
De 1786 a 1792, las obras de Espejo Representación de los curas de Riobamba, Discurso dirigido a la . . . ciudad de Quito, Voto de los un ministro tagado, Memorias sobre el corte de quinas, y Las Primicias de la Cultura de Quito reflejan sus carreras sucesivas de abogado, economista, reformador social y científico.
Rechazado por la oligarquía que regía a Quito, a causa de su condición social, sus proyectos de reforma y sus planes de independencia abarcaban no sólo su amada patria, sino toda Hispanoamérica.
Aunque no dio fruto durante su vida, la semilla por él plantada floreció espléndidamente en el movimiento por la independencia y ha sido siempre una de las fuentes de la inspiración del idealismo hispanoamericano.