CAPÍTULO I
EL IMPERIALISMO

El mundo del último cuarto del siglo XIX estuvo lejos de ser un espacio homogéneo.

- Las principales potencias europeas: la República de Francia, el Reino Unido y el Imperio de los Hohenzollern en Alemania.
- Los imperios multinacionales de Europa del este: el de los Habsburgo en Austria-Hungría y los Romanov en Rusia.
- Las nuevas potencias industriales extra europeas: el Imperio de Japón y la República de Estados Unidos.
- Los viejos imperios en crisis: Persia, China y el Otomano.
- Los países soberanos, pero muy dependiente en el plano económico, de América Latina,
Central y el Caribe.

La ocupación de Oceanía

Oceanía fue la última porción del planeta en entrar en contacto con Europa. Australia y Nueva Zelanda, que llegaron a ser los principales países de la región, fueron ocupadas por los británicos.

El resto de los archipiélagos distribuidos por el océano Pacífico se hallan divididos en tres áreas culturales: Micronesia, Melanesia y Polinesia, que entre 1880 y principios de siglo quedó repartida entre británicos, franceses, holandeses, alemanes, japoneses y, por último, los estadounidenses, que desalojaron a los españoles.

En la década de 1780 Gran Bretaña ocupó el territorio australiano con el establecimiento de una colonia penal en la costa oriental. En el siglo XIX la población europea se fue asentando en diversos núcleos del litoral y desarrolló inicialmente una actividad agraria de subsistencia que rápidamente evolucionó hacia una especialización ganadera.

La crisis de los antiguos imperios

La expansión de Occidente trastocó radicalmente el escenario mundial. Toda África y gran parte de Asia pasaron a ser, en la mayoría de los casos, colonias europeas.

Tanto en Egipto en los años ochenta, como en la India con la creación del Congreso, coexistieron fuerzas heterogéneas.

Los tres imperios de mayor antigüedad, el persa, el chino y el otomano, con sus vastos territorios y añejas culturas, no cayeron bajo la dominación colonial, pero también fueron profundamente impactados por la expansión imperialista.

En el seno de los mismos se gestaron diferentes respuestas. Mientras unos sectores explotaron los sentimientos anti- extranjeros para restaurar el orden tradicional, otros impulsaron las reformas siguiendo la huella de Occidente, y algunos plantearon la modernización económica, pero evitando la occidentalización cultural.

Hacia el capitalismo global

La revolución industrial tuvo lugar en Inglaterra a fines del siglo XVIII.

A mediados del siglo XIX se habían incorporado Alemania, Francia, Estados Unidos, Bélgica y a partir de los años 90 se sumaron los países escandinavos: Holanda, norte de Italia, Rusia y Japón. En el último cuarto del siglo XIX, la base geográfica del sector industrial se amplió, su organización sufrió modificaciones decisivas y al calor de ambos procesos, cambiaron las relaciones de fuerza entre los principales Estados europeos, al mismo tiempo que se afianzaban dos Estados extra- europeos: Estados Unidos y Japón

La industria británica perdió vigor y Alemania junto a Estados Unidos pasaron a ser los motores industriales del mundo.

La nueva política

La nueva oleada de industrialización complejizó el escenario social y dio paso a nuevas batallas en el campo de las ideas.

En lugar de polarizar la sociedad, el avance del capitalismo propició la aparición de nuevos grupos, en gran medida debido a la diversificación de los sectores medios: los asalariados del sector servicios, la burocracia estatal y el personal directivo de las grandes empresas.

Hasta el último cuarto siglo XIX, las fuerzas conservadoras fueron el principal rival de los liberales.

Proyecto Liberal:

Defensa de los derechos humanos y civiles.

La mínima intervención del Estado en la economía.

La creación de un sistema constitucional que regulara las funciones del gobierno.

Las instituciones que garantizaran la libertad individual.

La derecha radical

Tanto en Alemania, como Francia y Austria, la nueva derecha radical combinó la exaltación del nacionalismo con un exacerbado antisemitismo.

En Italia, los nacionalistas defendieron la necesidad de apropiarse de nuevos territorios para dejar de ser una nación proletaria.

Francia fue pionera en la gestación de grupos de derecha radical tan antiliberales y anti- socialistas como capaces de ganar adhesiones entre los sectores populares.

El reparto imperialista

Entre 1876 y 1914, una cuarta parte del planeta fue distribuida en forma de colonias entre media docena de Estados europeos: Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Países Bajos, Bélgica.

Los imperios del período preindustrial, España y Portugal, tuvieron una participación secundaria.

La conquista y el reparto colonial lanzados en los años 80

Nueva fase del capitalismo, la de una economía que entrelazaba las distintas partes del mundo.

En las últimas décadas del siglo XIX

En el marco de un capitalismo cada vez más global, se desató una intensa competencia por la apropiación de nuevos espacios y la subordinación de las poblaciones que los habitaban.

Las nuevas industrias y los mercados de masas de los países industrializados absorbieron materias primas y alimentos de casi todo el mundo.

Las colonias, sin embargo, no fueron decisivas para asegurar el crecimiento de las economías metropolitanas.

Fines políticos y estratégicos para explicar la expansión europea.

Tanto las colonias formales e las informales se incorporaron al mercado mundial como economías dependientes, pero esta subordinación tuvo impactos sociales y económicos.

En la mayoría de las colonias se acentuó la pobreza y sus poblaciones fueron víctimas de prácticas depredatorias. Portugal en África, Holanda en Asia y el rey Leopoldo II en el Congo fueron los más decididos explotadores.

Para organizar sus nuevas posesiones, los europeos recurrieron a dos tipos de relación reconocidos oficialmente:

El Protectorado

En el primer caso – que se aplicó en la región mediterránea y después en las ex colonias alemanas– las naciones “protectoras” ejercían teóricamente un mero control sobre autoridades tradicionales

La Colonia

En el segundo, la presencia imperial se hacía sentir directamente.

Sistemas aplicados por cada nación dominante:

Inglaterra

Puso en práctica el indirect rule (gobierno indirecto).

Francia

Francia, más centralizadora, entregó a una administración europea la conducción total de los territorios.

Bélgica

Aplicó un estricto paternalismo sostenido por tres pilares: la administración colonial, la Iglesia católica y las empresas capitalistas.

La colonización no se había hecho para desarrollar económica y socialmente a las regiones dominadas sino para explotar las riquezas latentes en ellas en beneficio del capitalismo imperial.

Los imperios coloniales en Asia

En Asia, las principales metrópolis ya habían delimitado sus posiciones antes del reparto colonial del último cuarto del siglo XIX.

Los hechos más novedosos de este período en el
continente asiático fueron:

La anexión de Indochina al Imperio francés, la emergencia de Japón como potencia colonial

La presencia de Estados Unidos en el Pacífico después de la anexión de Hawai y la apropiación de Filipinas.

El movimiento de expansión imperialista de fines del siglo XIX recayó básicamente sobre África.

En Asia, los países occidentales se encontraron con grandes imperios tradicionales con culturas arraigadas y la presencia de fuerzas decididas a resistir la dominación europea.

La Compañía de las Indias Orientales inglesa

A través de acuerdos con los mogoles, estableció sus primeras factorías en Madrás, Bombay y Calcuta y fue ganando primacía sobre el resto de los colonizadores.

En 1877

La reina Victoria fue proclamada emperatriz de las Indias. Aproximadamente la mitad del continente indio quedó bajo gobierno británico directo; el resto continuó siendo gobernado por más de 500 príncipes asesorados por consejeros británicos.

Economía

La economía de la región fue completamente trastocada. La ruina de las artesanías textiles localizadas en las aldeas trajo aparejado el empobrecimiento generalizado de los campesinos.

Interés

El interés por preservar la dominación de la India fue el eje en torno al cual Gran Bretaña desplegó su estrategia imperial.

Afán de controlar las rutas que conducían hacia el sur de Asia.

A fines del siglo XIX

Como contrapartida a la expansión de Rusia sobre Asia Central, Gran Bretaña rodeó a la India con una serie de Estados tapón:

En el sureste asiático, Londres se instaló en Ceilán (Sri Lanka), la península Malaya, la isla de Singapur y el norte de Borneo (hoy parte de Malasia y sultanato de Brunei).

La primera fue cedida por los holandeses después de las guerras napoleónicas y se destacó por sus exportaciones de té y caucho.

En 1819 Gran Bretaña ocupó Singapur, que se convirtió en un gran puerto de almacenaje de productos y en la más importante base naval británica en Asia.

El Imperio zarista, por su parte, desde mediados del siglo XIX avanzaba sobre Asia Central y, en 1867, fundó el gobierno general del Turkestán, bajo administración militar.

Entre el Imperio ruso y el inglés quedaron encajonados Persia y Afganistán.

El fin de las guerras napoleónicas en Europa reavivó los intereses comerciales de las metrópolis:

Los ingleses, que ya ocuparon Singapur en 1819 y tienen los ojos puestos en China, intentan instalarse en Vietnam.

El Imperio francés de Indochina

El Imperio francés de Indochina se parecía al de los británicos en la India, en el sentido que ambos se establecieron en el seno de una antigua y sofisticada cultura, a pesar de las divisiones políticas que facilitaron la empresa colonizadora.

El otro imperio en el sureste asiático fue el de los Países Bajos

A principios del siglo XVII, la monarquía holandesa dejó en manos de la Compañía General de las Indias Orientales el monopolio comercial y la explotación de los recursos naturales de Indonesia.

Por último, los antiguos imperios ibéricos solo retuvieron porciones menores del territorio asiático: España, hasta 1898, Filipinas y Portugal; Timor Oriental hasta 1974.

Hasta el primer cuarto del siglo XIX, la posición de los europeos en China era similar a la que habían ocupado en India hasta el siglo XVIII. Tenían algunos puestos comerciales sobre la costa, pero carecían de influencia política o poder militar.

Medio Oriente formó parte del Imperio otomano hasta la derrota de este en la Primera Guerra Mundial. No obstante, desde mediados del siglo XIX, los europeos lograron significativos avances en la región.

En el primer caso, la intervención francesa fue impulsada por los conflictos religiosos y sociales entre los maronitas, una comunidad cristiana, y los drusos, una corriente musulmana.

El reparto de África

Antes de la llegada de los europeos, el continente africano estaba constituido por entidades diversas, algunas con un alto nivel de desarrollo.

No había fronteras definidas: el nomadismo, los intensos movimientos de población, la existencia de importantes rutas comerciales y la consiguiente mezcla entre grupos eran componentes importantes.

En general las fronteras políticas no coincidían con las étnicas.

Entre los imperios anteriores a la colonización resaltaban los de África Occidental:

Ghana

Mali

Kanem-Bornou

Zimbabwe

El contacto y la penetración del islam a partir del año 1000, aproximadamente, tuvieron fuerte arraigo en la zona oriental y occidental de África.

La incorporación de África al mercado mundial y su dominación por las potencias europeas atravesó dos etapas.

La Compañía Holandesa de la Indias Orientales decidió fundar una colonia. Los primeros colonos holandeses llegaron a Ciudad del Cabo en 1652.

Bóers o afrikáners: Emigración creó las bases de una sociedad de granjeros y ganaderos de carácter autónomo.

Al norte, en las tierras sobre las que había avanzado Rhodes se crearon tres colonias: Rhodesia del Sur (Zimbawe), Rhodesia del Norte (Zambia) y Niassalandia (Malawi).

Varias expediciones en los años ochenta permitieron a los franceses el control del conjunto del África occidental y ecuatorial.

En el vertiginoso reparto de África a partir de los años 80 se entrelazaron la decisiva importancia del canal de Suez, la resignificación del papel de África del Sur en virtud de su condición de productora de diamantes y oro, y las presiones de nuevos intereses: los de Italia, Alemania y el rey belga Leopoldo II.

Las pretensiones de Leopoldo II sobre el Congo y el ingreso tardío de Alemania al reparto colonial llevaron a la convocatoria de la Conferencia de Berlín, que habría de aprobar los criterios para “legitimar” la apropiación del territorio africano.

Los pilares de la economía global

Entre 1896 y 1914, las economías nacionales se integraron al mercado mundial a través del libre comercio, la alta movilidad de los capitales y destacado movimiento de la fuerza de trabajo vía las migraciones, principalmente desde el Viejo Mundo hacia América.

A Gran Bretaña con su imperio le correspondió cerca de una tercera parte de todo el comercio internacional. El comercio no vinculado directamente con Gran Bretaña prosperó debido a que formaba parte de un sistema más amplio que reforzaba la orientación librecambista.

Se mantuvieron fuertes lazos con los intercambios mundiales vía la entrada de materias primas que no competían con la producción nacional e insumos intermedios de los que ésta carecía.

La inversión internacional aumentó aun más rápidamente. El flujo de dinero fue importante tanto para el rápido desarrollo de gran parte de los países que los recibían como para los que invertían en ellos. El capital británico estuvo a la cabeza de las inversiones internacionales.

La era del imperialismo en América Latina

La era del imperialismo constituyó el marco de la decisiva incorporación de América Latina a la economía mundial capitalista.

Por un lado, consolidó el perfil agro-minero exportador de su economía.

Por otro lado, esa orientación profundizó las diferencias regionales, en función de las diversas “vías nacionales” a través de las cuales se llevó a cabo.

Búsqueda de una identidad latinoamericana y nacional, recortada frente a los imperialismos que la amenazaban.

La era del imperialismo yanqui

Hacia finales del siglo XIX, la presencia de EEUU se hizo cada vez más potente a partir de su creciente protagonismo en las disputas por los mercados de capital y las fuentes de materias primas.

La emergente potencia imperial del norte había procurado posicionarse desde principios del siglo XIX como “hermano mayor” de sus débiles vecinos, para resguardarlos de la posibilidad de recaer en las garras coloniales.

Invocaba el principio soberano de “América para los americanos”, pero establecía de hecho la incumbencia norteamericana en el ámbito continental.

EEUU impulsaba ahora, en la era del imperialismo, una traducción de su liderazgo continental por medio de la promoción de Conferencias que buscaban unir a todos los Estados Americanos.

CAPÍTULO II
LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LA REVOLUCIÓN RUSA

- La Primera Guerra Mundial: la combinación de factores que hicieron posible su estallido. La marcha de la guerra en el frente militar y en las sociedades de los países que combatieron. Las paces y el nuevo mapa mundial al terminar el conflicto.
- La Revolución Rusa: la caracterización del imperio zarista en términos sociales, culturales, económicos y políticos. El impacto de la Primera Guerra Mundial sobre impero zarista. La doble revolución desde febrero a octubre de 1917.

Del concierto europeo al sistema de alianzas

A lo largo de un proceso que comienza en el siglo XVII y se afianza con la derrota de Napoleón, cada uno de los principales Estados europeos reconoció la autonomía jurídica y la integridad territorial de los otros.

Las potencias centrales decidieron contribuir a la constitución de un orden internacional basado en el principio de la soberanía estatal y el equilibrio de poderes para regular sus mutuas relaciones.

El concierto europeo se basó en el respeto del statu quo, en el reconocimiento de la existencia de factores que limitaban el poder de cada Estado como consecuencia del poder de las otras grandes potencias. La idea se aplicó únicamente a Europa.

En el último cuarto del siglo XIX tuvo lugar una intensa carrera interestatal de armamentos, junto con la extensión y profundización de la expansión europea en el mundo de ultramar. El concierto europeo se resquebrajó.

La paz

El presidente estadounidense Woodrow Wilson ya había presentado ante el Congreso de su país una serie de puntos para alcanzar una paz vía la restauración de un orden económico liberal y con el recaudo de que en el trazado del nuevo mapa europeo se tuviese en cuenta la autodeterminación de los pueblos.

La guerra destruyó el optimismo, la fe en la capacidad de la sociedad occidental para garantizar de forma ordenada la convivencia y la libertad civil.

El liberalismo fue severamente deslegitimado: la masacre en las trincheras suponía la antítesis de todo aquello que, con su fe en la razón, en el progreso y en la ciencia, había prometido.

El ciclo revolucionario de 1917

En 1917 hubo dos revoluciones. La de febrero hizo suponer que Rusia, con retraso, seguiría el camino ya transitado en Europa occidental: la eliminación del absolutismo para posibilitar el cambio social y político hacia una democracia liberal.

La oleada revolucionaria

Una vez en el poder, los bolcheviques promovieron la unidad de las fuerzas socialistas que reconocían el carácter revolucionario de su accionar y las convocaron a abandonar la Segunda Internacional.

Entre 1920 y 1921 se crearon importantes partidos comunistas en Alemania, Francia e Italia, y también hubo partidos comunistas de masas en Bulgaria y Checoslovaquia.

La existencia de la Tercera Internacional se prolongó hasta 1943 cuando fue disuelta por Stalin para afianzar su alianza con las democracias de Estados Unidos y Gran Bretaña en la guerra contra la Alemania nazi.

En este primer período, la esperanza que el capitalismo finalmente sucumbiría estuvo alentada por la ola de huelgas e insurrecciones que recorrió el continente europeo en los años 1917-1923.

En Europa, la movilización social y política fue intensa hasta 1921 y la última acción se produjo en Alemania: la fracasada insurrección de los comunistas en 1923, pero no hubo una revolución que siguiera los pasos del Octubre rojo. La crisis social de posguerra, en lugar de fortalecer a la izquierda, posibilitó la emergencia del fascismo.

El inicio de la Primera Guerra Mundial

En los cuatro años de la Primera Guerra Mundial, entre agosto de 1914 y noviembre de 1918, cayeron los tres imperios europeos:

Hohezollern en Alemania y, fuera de Europa, el Imperio otomano.

Habsburgo en Austria

Los Romanov en Rusia

Fue una guerra en aire, mar y tierra, con ejércitos inmersos en el barro de las tricheras, sin poder avanzar.

El 28 de junio de 1914, un joven estudiante serbio vinculado a la organización nacionalista clandestina “Mano Negra” asesinó en Sarajevo, la capital de Bosnia-Herzegovina, al heredero del trono austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando, y a su esposa, la duquesa Sofía.

Austria-Hungría presentó un durísimo ultimátum a Serbia y, al recibir una respuesta que consideró “insuficiente", le declaró la guerra.

En el curso de la guerra ingresaron como aliados de la Triple Entente: Japón, Italia, Portugal, Rumania, Estados Unidos y Grecia, mientras que Bulgaria se incorporó a la Triple Alianza.

La Gran Guerra

Al mismo tiempo que los gobiernos convocaban a tomar las armas, multitudes patrióticas se reunían en Berlín, Viena, París y San Petersburgo para declarar su voluntad de defender su nación. Este fervor patriótico contribuyó a la prolongación de la guerra y dio cauce a hondos resentimientos cuando llegó el momento de acordar la paz.

La Gran Guerra fue un evento de carácter global. La tragedia no solo afectó a los combatientes, sino al conjunto de la población de los países envueltos en el conflicto.

Los gobiernos no dudaron en abandonar los principios básicos de la ortodoxia económica liberal, sus decisiones recortaron la amplia libertad de los empresarios y la política tomó el puesto de mando.

En 1917 se produjeron dos hechos claves: la Revolución rusa y la entrada de Estados Unidos en la guerra.

la Revolución rusa

Entrada de Estados Unidos en la guerra.

El gobierno soviético abandonó la lucha y en marzo de 1918 firmó con Alemania la paz de Brest-Litovsk.

Con el desmoronamiento de los imperios centrales, los gobiernos provisionales pidieron el armisticio en 1918. Al año siguiente, los vencedores se reunían en Versalles para imponer los tratados de paz a los países que fueron considerados como culpables de la Gran Guerra.

La revolución de 1905

El curso desfavorable de la guerra contra el Japón (1904-1905) y las penurias asociadas a ella desembocaron en la revolución de 1905.

El zarismo sobrevivió combinando la represión con una serie de medidas destinadas a ganar tiempo y dividir a las fuerzas que habían coincidido en la impugnación del régimen.

El fin de la guerra con Japón y la restauración del orden le permitieron al zar recortar las atribuciones de la Duma y seguir aferrado a la defensa del antiguo régimen.