Las diferencias culturales y de expectativas entre los miembros del equipo y las familias pueden generar resistencia y tensiones en la implementación de las intervenciones propuestas.
Puede haber una tendencia a que ciertos profesionales (como médicos o psicólogos) dominen las discusiones, lo que puede hacer que otros (como enfermeros o terapeutas ocupacionales) sientan que sus aportaciones no son valoradas.
Un profesional puede considerar urgente una situación, mientras que otro le da más importancia a otro aspecto del caso, lo que dificulta la coordinación.
Cada profesión tiene su propio enfoque y metas. Si no se alinean estos objetivos, se pueden generar desacuerdos sobre qué es lo mejor para los estudiantes.
Algunos miembros del equipo, como los padres de familia, pueden tener creencias culturales que difieren de las intervenciones propuestas por los profesionales de la salud, lo que puede generar incomodidad o resistencia.
Algunos miembros del equipo (o padres) pueden esperar resultados rápidos, mientras que otros entienden que el proceso es a largo plazo, generando tensiones.
Algunos profesionales pueden subestimar o desvalorizar la participación de los padres, lo que genera una desconexión entre la escuela y el entorno familiar.
Algunos profesionales podrian pensar que debe haber una jerarquía en el equipo y debe darse más importancia a ciertos profesionales llevando a conflictos en el equipo.
Cada profesional puede utilizar un lenguaje técnico específico de su campo, lo que puede generar confusión y malentendidos. Por ejemplo, un psicólogo podría hablar de "trastornos conductuales" mientras que un profesor se refiera a "conductas desafiantes", creando descoordinación.
Cada miembro del equipo tiene un rol específico, pero puede que no todos comprendan completamente las funciones de los demás. Por ejemplo, los ingenieros biomédicos pueden estar encargados de implementar tecnología educativa, pero si los docentes no entienden cómo funciona esta tecnología o su relevancia, podrían no utilizarla correctamente. Esto puede resultar en una falta de colaboración efectiva y en la subutilización de recursos valiosos.
Podria haber una alta probabilidad de que no todas las opiniones sean tomadas en cuenta o que quizas consideren no necesarias para el problema a resolver
La falta de empatia al realizar un trabajo en equipo es fundamental, pues es necesario que cada participante logre comprender las opiniones de los demas, poder retroalimentar de la mejor manera y asi poder lograr un acuerdo en donde todos los participantes esten de acuerdo y esten al tanto de todo lo dicho.
Si no se comparte nueva información o actualizaciones de manera eficiente, algunos miembros pueden quedar desinformados sobre cambios importantes en las estrategias de intervención.
Si los profesionales no ofrecen o reciben retroalimentación de manera adecuada, el proceso de mejora continua del equipo se ve comprometido.
Si no todos los profesionales están alineados con el fin del trabajo y las intervenciones a realizar, puede haber una reducción en el cuidado del paciente.
Los miembros del equipo utilizan terminología especializada de sus respectivas disciplinas sin asegurarse de que todos comprendan su significado, lo que puede llevar a malentendidos sobre diagnósticos y tratamientos.
Algunos miembros del equipo pueden no estar dispuestos a escuchar y considerar las opiniones de los demás, lo que genera frustración y desmotivación en el grupo.