jonka Erika T. Buitrago R 7 vuotta sitten
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Me acostumbraré a despertar
sin esperar noticias de ti.
Te conformarás con pensar
todos los días no se puede ser feliz.
Aunque en tus ojos intuya un tal vez
no me confundo, ya sé que es un no.
Pero entonces no llores más por mí.
La felicidad que en ti siembro
otros labios la recogerán.
En cualquier recodo de tu cuerpo
donde yo no he podido estar.
Cuelgas de un signo de interrogación
del estribillo de alguna canción
que yo disparo para ti.
Toqué tu alma con mis dedos.
Decirte adiós, es el mayor
de todos mis miedos.
Sé que aprenderé a vivir
en la trinchera del desamor
cuando la noche me empuje hacia ti
y a tu abrazo no lo abrace yo.
Buscas salidas en tu callejón
tu silueta aún sigue en el colchón
en la buhardilla de este piso de Madrid.
(Dani flaco).
El miedo en su ámbito físico biológico
El miedo se encarga en muchas ocasiones de hacernos conscientes de los peligros externos que nos pueden amenazar, y nuestro organismo los interpreta de la siguiente forma:
Primero los sentidos captan el foco de peligro, pasando a ser interpretado por el cerebro , y de ahí pasa a la acción el sistema límbico. Este se encarga de regular las emociones de lucha, huida, y ante todo, la conservación del individuo. Además de todo esto, también se encarga de la constante revisión de la información dada por los sentidos, incluso cuando dormimos, para poder alertarnos en caso de peligro.
Cuando esto ocurre, se activa la amígdala, que se encarga de desencadenar todo el sistema del miedo, y entonces nuestro cuerpo pasa a sufrir las siguientes reacciones:
· Aumento de la presión arterial
· Aumento de la velocidad en el metabolismo
· Aumento de la glucosa en sangre
· Detención de las funciones no esenciales
· Aumento de adrenalina
· Aumento de la tensión muscular
· Apertura de ojos y dilatación de pupilas
En determinados momentos de miedo, puede llegar el pánico, que hará que se desactiven nuestros lóbulos frontales, retroalimentando el miedo y haciendo que se pierda la noción de la magnitud de este y en muchas ocasiones el control sobre la conducta de uno mismo.
El miedo
es una sensación negativa extremadamente molesta que aparece cuando percibimos una amenaza. Se le considera un mecanismo básico de supervivencia que se produce en respuesta a algún estímulo específico, dolor o peligro. Es un sentimiento basado en hechos que sucederán en el futuro o una reacción a algo que está acaeciendo en el presente. La conducta habitual del miedo es huir de lo que se teme.
El ser humano, desde que tiene conciencia de tal, ha tenido una serie de sentimientos innatos, y uno de ellos, y quizá sea una de las características principales para su supervivencia, siempre ha sido el miedo.
Limitador y beneficioso por igual, el miedo ha sido el culpable de guerras e incultura, y a la vez, inspirador de arte y colaborador para nuestra supervivencia…
El miedo se encarga en muchas ocasiones de hacernos conscientes de los peligros externos que nos pueden amenazar, y nuestro organismo los interpreta de la siguiente forma:
Primero los sentidos captan el foco de peligro, pasando a ser interpretado por el cerebro , y de ahí pasa a la acción el sistema límbico. Este se encarga de regular las emociones de lucha, huida, y ante todo, la conservación del individuo. Además de todo esto, también se encarga de la constante revisión de la información dada por los sentidos, incluso cuando dormimos, para poder alertarnos en caso de peligro.
Cuando esto ocurre, se activa la amígdala, que se encarga de desencadenar todo el sistema del miedo, y entonces nuestro cuerpo pasa a sufrir las siguientes reacciones:
· Aumento de la presión arterial
· Aumento de la velocidad en el metabolismo
· Aumento de la glucosa en sangre
· Detención de las funciones no esenciales
· Aumento de adrenalina
· Aumento de la tensión muscular
· Apertura de ojos y dilatación de pupilas
En determinados momentos de miedo, puede llegar el pánico, que hará que se desactiven nuestros lóbulos frontales, retroalimentando el miedo y haciendo que se pierda la noción de la magnitud de este y en muchas ocasiones el control sobre la conducta de uno mismo.
He de reconocer que decir miedo psicológico me escama un poco el alma ya que todas las emociones son psicológicas (dejando la química de lado), pero los más estrictos con estas cosas me perdonaréis, lo menciono así porque sé que mucha gente lo llama de esa manera y es como buscará información sobre el mismo. Hecho este paréntesis, seguimos con un ejemplo.
Pongamos el siguiente ejemplo sobre un miedo muy común: El miedo al rechazo. En el pasado era muy práctico. El ser humano está predispuesto a vivir en grupo y actuar como una comunidad para superar los grandes desafíos. En nuestro origen, si un individuo era rechazado por su grupo, acabaría viviendo solo y expuesto a los peligros de los depredadores. En resumidas cuentas, ese problema con el rechazo se resumiría en: Si te rechazaban, tus posibilidades de morir aumentaban considerablemente.
Como primera medida, al miedo hay que naturalizarlo, es decir, aceptarlo ante el peligro y nada más. Y todo lo que esté en la cabeza, regularlo. El temor en una entrevista laboral o en una primera cita es normal. Pero al ‘otro miedo’ hay que tratar de expulsarlo. Es un impulso interior que busca defendernos de un peligro irreal que la mente se esfuerza en creer.
Claro que ante una patología el mejor camino es siempre consultar a un profesional de la salud mental, quien podrá trabajar para desactivar esas falsas alarmas.
¿A qué le tienes miedo? ¿Sueles temer a algo irreal? Si quieres experimentar el terror, no te pierdas Sé lo que hicieron el verano pasado.
Porque el miedo es saludable. ¿Qué? Sí, así es. El miedo, bien entendido, es necesario porque posibilita evitar algo doloroso o peor aún, ya que es un mecanismo de defensa que está ‘tallado’ en el ADN de los seres humanos. ‘Eso’ que está en el cuerpo se activa ante el peligro y permite responder con mayor rapidez y eficacia ante las adversidades. Fue aprendido por los primeros habitantes de la Tierra y forma parte del esquema adaptativo del hombre.
Se puede deber a algo que pasó, que está sucediendo o que podría pasar. Es difícil de controlar y puede provocar todo tipo de reacciones, tales como parálisis o ataques de ansiedad. En su versión más extrema, lo que se padece es el terror. Lo curioso es que no siempre es el espejo de algo real. Muchas veces se teme a algo que no existe, que es producto de la imaginación, como los monstruos.