a Anthony Rucinski 13 éve
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No se debe olvidar que, para que la generación de emociones tenga sentido, ellas deben estar acompañadas de mecanismos que las exterioricen, de tal modo, que puedan ser interpretadas adecuadamente.
En el exterior de todas estas estructuras, está la responsable de la condición genérica humana: la corteza cerebral. Ésta emerge recientemente y se torna soberana, aunque en incomodas treguas con su pasado animal presente.
El propio Darwin señalaba cómo enseñar los dientes en un estado de ira o erizar los cabellos en un miedo extremo, eran señales de una condición anterior y animalizada; pero es este inmenso espacio cerebral alojado apenas en el exterior de una masa de sólo 110 ml de volumen, el sitio donde la materia se torna en conciencia.
Pero ese proceso (que se inicia con el desarrollo de la encefalización, la generación de un cordón nervioso y prosigue con la salida del agua, culmina hermosamente en la corteza cerebral), empezó —sin embargo— fuera de él, por las extremidades: Las uñas planas que hacían más preciso el asimiento, la mano prensil, la articulación del brazo con una libertad casi absoluta de movimientos, la coordinación visual tridimensional, con campo visual disminuido y cuello con un considerable aumento del ángulo de giro, le permiten a los primates una manipulación de los objetos nunca antes lograda en el reino animal.
Hace más de trescientos millones de años el agua era el medio en que, exclusivamente, se hallaban los vertebrados. La línea que separaba el mar y la tierra era infranqueable y, encontrarse del otro lado, estaba la muerte. Las primeras plantas ya desafiaban el aire en los pantanos. Eran tallos sin hojas ni raíces, entre los cuales se movían sigilosamente seres parecidos a cangrejos, que permanecían fuera del agua mientras tuviesen las branquias mojadas. Otros artrópodos, desarrollaron tubos para respirar aire; algunos peces, posterior al desarrollo de mandíbula, se aventuraron sobre la tierra. (Favorece la selección y las mutaciones y se desarrollan lóbulos musculares).
Sólo después de un proceso de dos mil millones de años de evolución unicelular estuvo lista la célula eucariótica para que, a partir de ella, se produzcan las primeras formas de vida multicelular.
Se da el traumático nacimiento.
Aquí se da el salto de la arcilla abiótica al ser vivo.
En dos millones de años, pasando por las fases de habilis y erectus aumentaría a los 1600ml del tamaño del cerebro del hombre de Cromagnon. Según estudios del hombre moderno, en la actualidad, después de pasar de los 800ml, ya no hay diferencias importantes respecto a la inteligencia; sin embargo, puede asegurarse que, durante la evolución humana, marcharon casi a la par el volumen cerebral y el perfeccionamiento y complejidad de las herramientas. De hecho, la evolución humana realizó dos saltos discontinuos, tal vez relacionados entre sí: se descubrieron el uso y la fabricación de herramientas y los cráneos mostraron un incremento brusco de su capacidad para almacenar un cerebro de mayor tamaño: de casi 200ml, a partir de la glaciación de hace 2,5 millones de años, a la fase habilis (de 750ml).Curiosamente en el erectus es muy poco el progreso de la industria lítica a pesar del incremento considerable en el volumen craneal de 900 a 1200ml. Después de un cambio brusco respecto a la industria lítica del habilis, sus herramientas sufrieron pocas modificaciones. Pasaron cerca de dos millones de años fabricando casi lo mismo.
Un postrer salto en los últimos 300.000 años lo constituye el aumento del volumen craneal de manera casi abrupta de los 1100 a los 1300ml. El vaciado endocraneal revela la existencia de cierta asimetría en los hemisferios cerebrales, y alcanza a notarse la huella dejada por el área de Broca, una zona especial del hemisferio izquierdo involucrada en la elaboración de la parte fonética del lenguaje.
De hecho la disminución en el dimorfismo sexual permite conjeturar el cambio a una vida social más cooperativa y con menos competencia entre los machos. La cacería, implica una estrecha colaboración, y proporciona proteínas para un grupo amplio, lo que, además de invitar a compartir, brinda, por lo menos en las temporadas de abundancia, tiempo libre para la fabricación de herramientas y las enseñanzas fundamentales a los jóvenes.
Evolucionó hace cientos de millones de años, y está relacionado con el control —mediante mecanismos genéticos autónomos— del comportamiento instintivo. Rodeando este cerebro reptil, se encuentra el sistema límbico, que representa un salto en los sistemas de comportamiento. Así, por ejemplo, aunque hoy día el cocodrilo cuida su nido, no cuida como tal de sus crías, y no les enseña a defenderse en la vida y a conseguir alimento. Este cerebro nuevo fue desarrollado hace apenas decenas de millones de años por los mamíferos, y es materia prima y consecuencia de la mutación y selección ambiental hacia el cuidado y protección de las crías, marcando el inicio de la enseñanza, el aprendizaje, la alimentación y la dependencia en las primeras etapas de la vida de cada individuo de las nuevas especies.
Los reptiles dieron un paso adelante protegiendo su piel con estructuras duras e hidrófobas que evitaron la desecación y por la misma razón protegieron el huevo con una cáscara dura, proveyéndolo de una yema de mayor tamaño, que permitió que el embrión permaneciera más tiempo en el huevo, haciendo posible un desarrollo más completo y, por tanto, que pudiera eclosionar como un animal ya formado para respirar oxígeno atmosférico.
Se genera un interesante desarrollo de los reptiles que presentan una quijada con dientes diferenciados según su uso, semejante a la de un perro moderno.
Los primeros mamíferos, procedentes de esta línea, desarrollan un metabolismo que trabaja mucho más deprisa y les permitió mantener su cuerpo caliente para enfrentar el frío de la noche.
La teoría establece que el pelaje y la homeotermia se desarrollaron en la primera mitad del mesozoico, en tanto la viviparidad y los pezones fueron posteriores, coincidiendo con la separación de Australia.
De este proceso, el cerebro humano guarda esta memoria vertebrada, y posee aún gravadas y activas —en su interior— las estructuras primarias complementadas, en secuencias y —hacia el exterior— otras nuevas y más sofisticadas.
En el interior hallamos las estructuras más antiguas como el tallo encefálico, que son responsables de que las funciones vitales biológicas básicas (como ritmo y presión cardíacos y la frecuencia respiratoria) se lleven a cabo de manera autónoma, sin que medie el control de la voluntad. Por eso no podemos cambiar de manera repentina su funcionamiento, que coordina e integran estas partes más arcaicas de nuestro sistema nervioso.
Los primeros anfibios no fueron otra cosa que peces con patas, que utilizaban para trasladarse de una laguna a otra para protegerse. Fuera del medio acuático, sus patas se utilizaron para huir de la tierra y así evitar el riesgo a la desecación que propicia su delgada piel; sus huevos continuaron en el agua, puestos por miles para aumentar la probabilidad de sobrevivencia de algunos de ellos hasta la edad adulta.
La multicelularidad conlleva el requisito de suministrar a las células atrapadas en el interior de estos arreglos mediante el desarrollo de la especialización de estructuras, las sustancias requeridas en el mecanismo oxidativo y la salida de sus desechos. Estos son los primeros elementos aportados para la formación de los complejos y sofisticados sistema digestivo y circulatorio.
Más tarde, esa porción de materia, codifica su exterior inmediato logrando organizar una membrana protectora, con permeabilidad selectiva del medio. En la actualidad encontramos aún seres unicelulares bacteriformes que clasificamos en el reino protista, sin organelas membranosas.
Una concurrencia de roca fundida por acción del calor generado por miles de colisiones y adhesiones conformó la masa de nuestro globo rocoso.