da viviana rada mancano 4 anni
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Educar a nuestros hijos desde que son pequeños en inteligencia emocional será, sin duda, un acierto. Recordemos que la inteligencia emocional, como describe Daniel Goleman «es la capacidad para reconocer los sentimientos propios y los de los demás, motivarnos a nosotros mismos, para manejar acertadamente las emociones, tanto en nosotros mismos como en nuestras relaciones humanas».
En la escuela se enseñan matemáticas, lengua, geografía, música, educación física, etc. Pero no existe una asignatura llamada «inteligencia emocional». Enseñar a nuestros hijos a tomar un contacto sano con sus emociones y las de los demás, les ofrecerá la oportunidad de gozar de una buena salud emocional. En una sociedad donde nos bombardean con estímulos externos, cambiar el foco y aprender a conocerse, será fundamental para crecer en paz y armonía.
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Al no poder pasar con ellos todo el tiempo que nos gustaría, acabamos cayendo en el recurso fácil de compensarles con un regalo, con un juguete, con ese videojuego que siempre piden, con esa tableta, con ese móvil… Es un gran error.
Los niños no aprecian tanto los regalos como pensamos. Y más si lo utilizamos como chantaje, porque ellos, en el fondo, acaban comprendiendo muy bien la estrategia. Así pues, debemos tenerlo claro: no hay nada que compensar. Los padres trabajan y es lo habitual, cada uno en la familia tiene una función y un papel, no tenemos que compensarles con «objetos» por no estar en casa.
Compénsales con «calidad» de vida. El tiempo que estés con ellos, que sea siempre el mejor, el más sincero.
Así que no dudes en hacer cosas juntos con ellos, en
, hablar, cocinar, pasear… Cierra el móvil y ríete con tus hijos, sin preocuparte en si eres o no eres el padre o la madre «perfecta». No importa, hay mil formas de ser un buen progenitor y todos nos valen para educar niños felices.
La educación empieza desde el momento «cero» del nacimiento, y recuerda, es cosa de dos. Los dos progenitores deben estar de acuerdo en qué pautas educativas hay que aplicar, delimitar qué se va a permitir, qué horarios establecer, qué prohibir y qué negociar.
Los
deben saber desde muy pequeños que en casa, como en la sociedad, hay unos límites que debemos respetar, y cuanto antes lo sepan más seguros se van a sentir, por que van a saber a qué atenerse en cada momento. Una vez establecidas las normas, ofreceremos derechos, y todos los derechos se negocian y se dialogan.
Es importante, además, que ofrezcamos a los niños una autonomía adecuada según sus edades. Es un modo de que puedan sentirse capaces y seguros de sí mismos, teniendo siempre nuestro apoyo y nuestra orientación en cada momento.
Ofréceles siempre tu confianza, dialoga antes de sancionar, escúchales antes de reprenderles y habla, habla todo lo que puedas con ellos. Que jamás te vean como a un enemigo.
La autonomía es un factor clave en la educación de los hijos. A medida que pasan los años sentirán que gozan de un pensamiento propio y querrán tomar sus propias decisiones. Será positivo dejar que sean ellos quienes comprueben si su decisión es acertada o incorrecta. Muchos padres, por miedo a que sus hijos sufran, tienden a sobreprotección sin percatarse que los están mermando en su capacidad de aprendizaje.
Es posible que no puedas dedicarles todo el tiempo que te gustaría. Tienes un horario de trabajo determinado y a veces, no llegas a tiempo a casa para hacer con ellos los deberes o para salir a pasear un rato. No importa.
No obstante, sí que hay algo que debes evitar. No permitas que se encierren en sus habitaciones, no dejes que la televisión, el ordenador o los videojuegos «os quiten» ese poco tiempo que podéis compartir de la mejor forma: hablando. Mantén con ellos una charla diaria con tranquilidad y cercanía. Conoce cuáles son sus preocupaciones, sus deseos.
Si tienen algún problema, no lo resuelvas por ellos, ofréceles estrategias y
para que lo hagan por sí mismos. Para educar niños felices hemos de conseguir primero que sean responsables de sus propios asuntos, dándoles medios con los cuales, afrontar esos pequeños problemas cotidianos.
Hazlo con cariño, preocupándote, pero ofreciéndoles autonomía. Si se equivocan en alguna ocasión, jamás los reprendas o los sanciones.
Ayúdales y enséñales que en la vida también hay fracasos y que de todo se debe aprender. Es necesario también que vayan gestionando el importante concepto de la frustración.