av javier caceres 12 år siden
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La literatura de Chile hace mención al conjunto de producciones literarias creadas por escritores originarios de Chile. La literatura de Chile es escrita habitualmente en español.
Desde la década de 1930, la literatura infantil adquirió considerable importancia en la escena chilena. Sin embargo, su inicio se establece en los primeros años del siglo XX, cuando se fundan diversas revistas que buscan atraer al público infantil, tales como Revista de los Niños, Chicos y Grandes y El Peneca, donde sólo este último perduró hasta varias décadas siguientes. Así, encontramos por precursores a autores como: Blanca Santa Cruz Ossa, que recopiló en libros de cuentos –desde 1929– varios mitos y leyendas de diversos lugares del mundo y de Chile Ernesto Montenegro con su obra Cuentos de mi Tío Ventura de 1930 Damita Duende con Doce cuentos de príncipes y reyes y Doce cuentos de hadas, ambas de 1938 e incluso la anteriormente mencionada Marta Brunet, con Cuentos para Marisol, publicado también en 1938.56 En transición a la década de 1940, destacó Ester Cosani, quién publicó sus obras Leyendas de la vieja casa, Para saber y contar, Las desventuras de Andrajo y Cuentos a Pelusa, entre 1938 y 1943
La crítica literaria moderna considera esencial el carácter de "literatura" dentro de este tipo de escritos, por lo que hoy se excluye, de la producción actual los textos básicamente morales o educativos, aunque todavía siguen primando estos conceptos en toda la LIJ dado el contexto educativo en el que se desarrolla su lectura. Esta es una concepción muy reciente y casi inédita en la Historia de la Literatura.
La literatura para niños ha pasado de ser una gran desconocida en el mundo editorial a acaparar la atención del mundo del libro, donde es enorme su producción, el aumento del número de premios literarios de LIJ y el volumen de beneficios que genera. Esto se debe en gran parte al asentamiento de la concepción de la infancia como una etapa del desarrollo humano propia y específica, es decir, la idea de que los niños no son, ni adultos en pequeño, ni adultos con minusvalía, se ha hecho extensiva en la mayoría de las sociedades, por lo que la necesidad de desarrollar una literatura dirigida y legible hacia y por dicho público se hace cada vez mayor.
La concepción de infancia o niñez, no emerge en las sociedades hasta la llegada de la Edad Moderna y no se generaliza hasta finales del siglo XIX. En la Edad Media no existía una noción de la infancia como periodo diferenciado y necesitado de obras específicas, por lo que no existe tampoco, propiamente, una literatura infantil. Eso no significa que los menores no tuvieran experiencia literaria, sino que esta no se definía en términos diferenciados de la experiencia adulta. Dado el acaparamiento del saber y la cultura por parte del clero y otros estamentos, las escasas obras leídas por el pueblo pretendían inculcar valores e impartir dogma, por lo que la figura del libro como vehículo didáctico está presente durante toda la Edad Media y parte del Renacimiento. Dentro de los libros leídos por los niños de dicha época podemos encontrar los bestiarios, abecedarios o silabarios. Se podrían incluir en estas obras algunas de corte clásico, como las fábulas de Esopo en las que, al existir animales personificados, eran orientadas hacia este público.
Llegado el siglo XVII, el panorama comienza a cambiar y son cada vez más las obras que versan sobre fantasía, siendo un fiel reflejo de los mitos, leyendas y cuentos, propios de la trasmisión oral, que ha ido recopilando el saber de la cultura popular mediante la narración de estas, por parte de las viejas generaciones a las generaciones infantiles. Además de escribir estas obras o cuentos, donde destacan autores como Charles Perrault o Madame Leprince de Beaumont, destaca la figura del fabulista, como Félix María de Samaniegoo Tomás de Iriarte. En esta época, además, ocurren dos acontecimientos trascendentes para la que hoy se conoce como Literatura Infantil, la publicación, por un lado, de Los viajes de Gulliver-Jonathan Swift- y, por otro, de Robinson Crusoe -Daniel Defoe-, claros ejemplos de lo que todavía hoy, son dos temas que reúne la LIJ: los relatos de aventuras y el adentrarse en mundos imaginados, inexplorados y diferentes.
Una vez llegado el siglo XIX con el movimiento romántico, arriba el siglo de oro de la literatura infantil. Son muchos los autores que editan sus obras con una extraordinaria aceptación entre el público más joven. Son los cuentos (Hans Christian Andersen, Condesa de Ségur, Wilhelm y Jacob Grimm y Oscar Wilde en Europa, y Saturnino Calleja y Fernán Caballero en España) y las novelas como Alicia en el país de las maravillas -Lewis Carroll-, La isla del tesoro -Robert L. Stevenson-, El libro de la selva de Rudyard Kipling, Pinoccio -Carlo Collodi-, las escritas por Julio Verne o Las aventuras de Tom Sawyer entre otras, las que propiciaron un contexto novedoso para la instauración de un nuevo género literario destinado al lector más joven en el siglo XX, donde la ingente producción de LIJ coexiste con las obras del género adulto.
Son muchas las obras de renombre por citar de la LIJ, como es el caso de Peter Pan, El Principito, El viento en los sauces, Pippi Calzaslargas o la colección de relatos sobre la familia Mumin; en todas ellas destaca una nueva visión que ofrecer al pequeño lector, donde, además de abordar los temas clásicos como las aventuras o el descubrimiento de nuevos mundos, se tratan la superación de los miedos, la libertad, las aspiraciones, el mundo de los sueños y los deseos, como actos de rebeldía frente al mundo adulto. Esta producción aumenta considerablemente en las décadas de los 70, 80 y 90, con autores como Roald Dahl, Gianni Rodari, Michael Ende, René Goscinny (El pequeño Nicolás), (Christine Nöstlinger, Laura Gallego García o Henriette Bichonnier entre otros. En este siglo XX, además, aparecen nuevos formatos de la LIJ gracias a las técnicas pictóricas y la ilustración de las historias, donde las palabras son acompañadas de imágenes que contextualizan la narración y aportando nexos de unión a la historia, es la aparición del libro-álbum o álbum ilustrado, género en el que destacan autores como Maurice Sendak, Janosch, Quentin Blake, Leo Lionni, Babette Cole, Ulises Wensell o Fernando Puig Rosado.
Ya, en el siglo XXI, la LIJ se encuentra muy consolidada dentro de los países occidentales, donde las ventas son enormes y la producción literaria vastísima. Una fuente básica de información sobre el tema en España es la revista CLIJ, Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil
Se entiende por literatura infantil la literatura dirigida hacia el lector infantil, más el conjunto de textos literarios que la sociedad ha considerado aptos para los más pequeños, pero que en origen se escribieron pensando en lectores adultos (por ejemplo Los viajes de Gulliver, La isla del tesoro o Platero y yo). Podríamos definir entonces la literatura infantil (y juvenil) como aquella que también leen niños (y jóvenes).
En otro sentido del término, menos habitual, comprende también las piezas literarias escritas por los propios niños. Por otro lado, a veces se considera que el concepto incluye la literatura juvenil, escrita para o por los adolescentes; pero lo más correcto es denominar al conjunto literatura infantil y juvenil o abreviado LIJ.
La literatura en Chile se gestó primeramente a través de la conquista y colonización que llevó a cabo el Imperio español durante el siglo XVI en los territorios pertenecientes en la actualidad a Chile. Es así como los conquistadores trajeron consigo a cronistas europeos que tuvieron la función de describir los acontecimientos importantes acaecidos en estos procesos, para posteriormente dar cuenta frente a la corona española de la administración de éstos. En este contexto se destacó Alonso de Ercilla con su poema épico La Araucana, publicado en España en 1569, 1578 y 1589, y que describe la lucha que llevaron a cabo el Imperio español y el pueblo mapuche en la denominada Guerra de Arauco. Otra obra que también describió este conflicto fue Arauco Domado, publicada en 1596 y escrita por Pedro de Oña, el primer poeta nacido en Chile. Incluso así, estas obras fueron creadas para el público lector español.
Más tarde, durante el período colonial y hasta el siglo XIX, sobresalió la labor literaria llevada a cabo por las monjas de los conventos chilenos, quienes se caracterizaron por escribir cartas espirituales, diarios, autobiografías y epistolarios.De esta manera descollaron Sor Tadea García de San Joaquín, Úrsula Suárez y Sor Josefa de los Dolores
Por su parte, aunque existió la práctica de la escritura desde la llegada del Imperio español, la lectura continuó siendo una práctica realizada por una minoría de la sociedad chilena. Sin embargo, esta situación comenzó a cambiar desde la década de 1840, cuando un grupo de intelectuales impulsaron la formación de una sociedad lectora, cuyas ideas se sustentaban en que la lectura era una herramienta eficaz para civilizar a una nación
El romanticismo en Chile, conforme al análisis del crítico literario Cedomil Goic, puede clasificarse en tres generaciones literarias: la de 1837, 1852 y 1867.6
La generación literaria de 1837, denominada también generación costumbrista, se caracterizó por el desarrollo de un costumbrismo con especial énfasis en lo pintoresco y lo realista, abordándolos desde un punto de vista crítico y satírico. En esta generación se destacaron Mercedes Marín del Solar, Vicente Pérez Rosales y José Joaquín Vallejo.
La generación literaria de 1842, denominada también generación romántico-social, se caracterizó por poseer una postura más radical a la visión liberal que la generación anterior, presentando el pasado como ejemplo de rectificación del presente. En esta generación sobresalieron José Victorino Lastarria, Salvador Sanfuentes, Martín Palma, Eusebio Lillo, Guillermo Matta y Guillermo Blest Gana.
La generación literaria de 1867, denominada también generación realista, se caracterizó por poseer un enfoque más cercano al realismo que las generaciones anteriores. En esta generación descollaron Alberto Blest Gana con su obra Martín Rivas, en el cual realizó un retrato de la sociedad chilena de finales del siglo XIX, incorporando a la vez el romanticismo característico de sus primeras obras. Sobresalieron también: Daniel Barros Grez, Eduardo de la Barra, Zorobabel Rodríguez, José Antonio Soffia, y Liborio Brieba.
El romanticismo en Chile evolucionó desde los ideales neoclásicos del arte, hasta alcanzar una concepción ligada a la expresión de la sociedad, siéndole añadida la función de orientar el desarrollo ético y moral de la vida pública y privada.
El realismo es un movimiento literario comprometido con la observación y el análisis de la realidad. El realismo en Chile se inició con la publicación en 1862 de la obra Martín Rivas de Alberto Blest Gana, y se extendió hasta el año 1947. Según el escritor y crítico literario Fernando Alegría, se presentó en dos corrientes: el realismo romántico y el realismo naturalista, representados respectivamente por Alberto Blest Gana y Luis Orrego Luco.
Durante el desarrollo temprano del realismo en Chile, estos dos exponentes, Alberto Blest Gana y Luis Orrego Luco, calificaron en sus obras su época como un período de transición entre el inicio de la emancipación de la herencia colonial y el fin de este proceso con el inicio de la sociedad capitalista. Sin embargo ambos autores respondieron antagónicamente respecto a este cambio: Luis Orrego Luco enfatizó en las consecuencias valóricas que traería consigo el cambio hacia la sociedad capitalista, considerando estas consecuencias mayoritariamente negativas, mientras que Alberto Blest Gana acogía positivamente este cambio, incluso considerando inevitable este desplazamiento de costumbres.
El criollismo fue un movimiento literario nacido a fines del siglo XIX y que perduró durante la primera mitad del siglo XX. El criollismo fue una extensión del realismo, y cuyo objetivo era describir de manera objetiva la vida rural para contribuir así a su conocimiento. El criollismo se desarrolló en medio de una tendencia generalizada a privilegiar la ciudad como centro de desarrollo en vez de la vida campesina. La obra criollista interpretó "la lucha del hombre de la tierra, del mar y de la selva por crear civilización en territorios salvajes, lejos de las ciudades", como lo indicó Mariano Latorre, uno de sus mentores; dotando a personajes cotidianos de un carácter heroico, aunque su lucha siempre terminaba en derrota. Entre los primeros escritores del criollismo descollaron: Alberto Blest Gana, Baldomero Lillo con sus obras Subterra y Subsole, y Mariano Latorre con su obra Zurzulita, publicada en 1920.
El imaginismo chileno se definió como una tendencia literaria nacida en 1925, cuyos autores no tomaron en sus obras elementos directamente de la realidad nacional, ni descripciones de la naturaleza, ni transcribieron el lenguaje de los campesinos propiamente tal, más bien rechazaron el apego a los elementos naturales, cotidianos y convencionales, siendo opuesto al criollismo
A finales del lustro de 1935 y la primera mitad de la década de 1940 se desarrolló la generación neocriollista de 1940. El objetivo de esta generación fue representar el mundo popular en su dimensión social y humana, caracterizándose por plasmar en sus obras un marcado acento regionalista Un factor fundamental en el carácter ideológico de esta generación fue el turbulento paronama político chileno en el cual se desarrolló, ocasionando como consecuencia un importante compromiso de sus mentores al marxismo y a la militancia política de izquierda