por María Fernanda Chávez 4 anos atrás
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La intensidad de la emoción no ha disminuido, pero la realidad del objeto emocional queda suspendida. El organismo consciente, el cuerpo-mente individual no deja de sentir emociones cuando es reclamado por un ambiente virtual. Al contrario, los estímulos emotivos se intensifican y determinan reacciones cada vez más aceleradas. Pero el objeto emocional deja de ser reconocible, distinguible, pierde concreción. El objeto emocional no es ya otro ser vivo, sino un estímulo como tantos otros. Un estímulo que es elaborado rápidamente, cada vez más rápidamente. (p. 42)
Más información y menos significado, dice por su parte Arthur Kroker. Para acelerar y hacer fluida la circulación de las informaciones es necesario, de hecho, eliminar de las autopistas comunicativas toda ambigüedad, y no hay significado sin ambigüedad. Más información y menos significado, más información y menos placer en el comunicar. (p. 43)
Encontramos una versión, particularmente pesimista, de este paso en las obras recientes de Paul Virilio, quien sostiene desde hace tiempo que la aceleración produce un empobrecimiento de la experiencia y la virtualización produce una disolución de la alteridad. El imperativo moral «ama a tu prójimo» desaparece, dice Virilio. Se nos invita a amar al lejano (tele). Y el lejano es el otro sin su realidad física, sin el olor del cuerpo, sin el miedo y el dolor de un ser vivo. (p. 42)
Las posiciones expresadas por Arthur Kroker y Paul Virilio tienen un tono conservador porque adoptan una postura negativa frente a la innovación tecnológica, como si fuese posible pararla, o como si fuese posible identificar una autenticidad de lo humano, definir condiciones humanas naturales fuera de las cuales lo humano se pervertiría. (p. 43)
No existe autenticidad humana alguna independiente de las condiciones en las que lo humano se determina concretamente. Es necesario desplazar el eje del análisis y la crítica: no podemos hablar del ser humano concreto a partir de una autenticidad humana ideal. (p. 43)
El ser humano esta en constante evolución y se adapta a cada uno de los cambios tanto en la sociedad como en el ambiente.
El cibertiempo es la cara orgánica del proceso, el tiempo necesario para que el cerebro humano pueda elaborar la masa de datos informativos y de estímulos emocionales procedentes del ciberespacio. (p. 41)
El cibertiempo no es expansible sin límites, porque su expansión está limitada por factores orgánicos. Se puede expandir la capacidad de elaboración del cerebro mediante las drogas, el adiestramiento y la atención, gracias a la ampliación de las facultades intelectuales, pero el cerebro orgánico tiene límites que tienen relación con la dimensión emocional y sensible del organismo consciente. (p. 41)
Para responder a esta pregunta debemos, en primer lugar, regresar a la definición de ciberespacio
¿Qué es el ciberespacio?
El ciberespacio es la esfera de interacción de innumerables fuentes humanas y mecánicas de enunciación, la esfera de conexión entre mente y máquinas: esta esfera experimenta una expansión prácticamente ilimitada, puede crecer indefinidamente, porque es el punto de intersección del cuerpo orgánico con el cuerpo inorgánico de la máquina electrónica. (p. 40)
Llamamos ciberespacio al universo global de las relaciones posibles en el seno de un espacio rizomático que conecta virtualmente cualquier terminal humano con cualquier otro terminal humano, a través de máquinas digitales. (p. 41)
Cuanto más rica, eficiente, agresiva se hace la clase global que domina las nuevas tecnologías y concentra en sus manos el dominio de la red mundial, más se expande la masa de los excluidos. (p.38)
DESIGUALDAD
Una enorme mayoría de excluidos obligada a desarrollar, en condiciones de semiesclavitud, las funciones dependientes de ese circuito global, cuando no condenada a la guerra, a la miseria y a la enfermedad. (p. 39)
Hay que deshacerse del prejuicio según el cual el homo sapiens representa el punto de llegada último y óptimo de la evolución. Por ello es necesario abandonar el punto de vista del homo sapiens, que nos predispone a la sospecha, al rechazo y a la incomprensión frente a la mutación en curso del organismo bioconsciente. (p. 37)
La emoción, entendida como estimulación de relaciones físicas y psíquicas, sólo parcialmente controlables por la razón, es cada vez con más frecuencia despertada y provocada por cadenas de automatismos tecnológicos. Esto no puede suceder sin una mutación del sistema emocional humano y, tal vez, incluso sin mutaciones del propio aparato neuronal, del propio hardware cuerpo y mente. (p. 36)
El progreso científico y civil produciría un constante incremento de la felicidad colectiva. (p. 47)
El positivismo identificaba el progreso científico con el progreso de la felicidad humana, aunque Freud contradijera esta fe en su propio terreno, el de la ciencia positiva, proyectada hacia las profundidades de la mente humana. El siglo XX ha seguido cultivando la ilusión positivista, al menos en la cultura de masas y en el trasfondo implícito de la cultura política. (p. 48-49)
La felicidad no es un objeto científico, sino un objeto ideológico muy importante. De ese modo debe ser estudiado. En otras palabras, aunque no sea posible tener un discurso científicamente motivado y coherente sobre la felicidad —y que por tanto sólo pueda definirse de forma muy vaga—, en el discurso público circulan flujos de comunicación construidos en torno a una idea de felicidad. (p. 48)
El discurso público se funda sobre la idea de que ser feliz no sólo es posible, sino casi obligatorio y que si se quiere alcanzar ese objetivo es necesario atenerse a algunas reglas, seguir ciertos modelos de comportamiento. (p. 48)
El discurso político totalitario y el democrático, en el siglo XX, han colocado por igual la felicidad como horizonte de la acción colectiva. (p. 49)
La ideología de la new economy afirma que el libre juego del mercado crea el máximo de felicidad para la humanidad en general. (p. 49)
El discurso publicitario se funda sobre la creación de modelos imaginarios de felicidad con los que los consumidores son invitados a conformarse. La publicidad es producción sistemática de ilusión y por lo tanto también de desilusión, de competencia y, por tanto, también de fracaso, de euforia y, por tanto, también de depresión. (p. 50)
En nombre de una felicidad colectiva y homologada, los regímenes totalitarios, como el nazismo, el fascismo y el socialismo autoritario de las democracias populares, han negado la libertad de las personas y han creado las condiciones de una tristeza inmensa. Pero también la economía liberal, con su culto del beneficio y del éxito, representada de forma caricaturesca pero persuasiva en el discurso publicitario, ha acabado por producir una infelicidad mediante la competencia, el fracaso y la culpabilización. (p. 49)
Nos venden una idea falsa de felicidad
Freud en una carta a Fliess habla del carácter interminable del análisis. Con esta expresión Freud define el fin, el punto de llagada e incluso el sentido último del psicoanálisis. Al decir que el punto de llegada del proceso analítico es la comprensión del carácter interminable del análisis, quiere decirnos que ninguna ciencia y ninguna técnica puede proponerse alcanzar la felicidad. (p. 44)
El acceso a la cultura supone la eliminación, la destrucción, la puesta entre paréntesis de la propia idea de felicidad. El acceso a la cultura, precisamente porque comporta una inversión productiva y racional de la libido, implica una sublimación del deseo y de lo que Freud define como instintos primarios (Trauben). (p. 44)
El desarrollo de la economía capitalista se apoya particularmente en este desplazamiento de la relación entre el deseo y lo vivido. (p. 45)
Gracias a esta separación el mundo de las cosas ha podido extenderse, complicarse, absorbiendo tiempo de trabajo e inteligencia. Lo que se acumula en la economía capitalista es placer no vivido, o bien, placer sublimado. (p. 45)
Bataille formula la hipótesis de que la parte maldita sea el exceso de deseo, aquel deseo que debe ser sacrificado para dejar espacio al desarrollo de la economía. La parte maldita es la crítica viviente de la economía y del capitalismo, el deseo que reafirma su existencia contra la lógica sacrificial del capitalismo. (p. 45)