arabera Pero Gruyo 15 years ago
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Honelako gehiago
No queremos sentir angustia, depresión o cualquier otra forma de padecimiento, pero ¿cuántas veces hemos intentado transformar esos estados en genuino bienestar sin que los caminos elegidos nos condujeran en la dirección deseada?
Así como nuestro organismo tiene la capacidad de producir las sustancias químicas que necesita para regular su funcionamiento, en el plano psicológico también existe la capacidad de generar los remedios que curan los trastornos emocionales.
La diferencia reside en que la autorregulación física (homeostasis) es automática y la psicológica no, por lo que es necesario realizar un aprendizaje consciente.
NORBERTO LEVY nació en Buenos Aires en 1936. Es médico psicoterapeuta, graduado con Diploma de Honor en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1961. Desde hace más de treinta años explora los mecanismos de la autocuración psicológica. Su concepción teórica se inscribe dentro de los lineamientos generales de la psicología transpersonal y su propuesta clínica utiliza los recursos de las técnicas corporales y de la psicología gestáltica. En relación con estas investigaciones ha escrito numerosos artículos y tres libros, Del autorrechazo a la auto asistencia (1976), La pareja interior (1987) y El camino de la auto asistencia psicológica (1985, segunda edición 1992).
Este libro es la continuación de "El camino de la auto asistencia psicológica". En aquél se presentan las primeras caracterizaciones del proceso auto asistencial y se incluye una descripción detallada de los modos erróneos más habituales que el cambiador tiene de intentar transformar a su aspecto a cambiar: controlarlo, vencerlo, enjuiciarlo, asustarlo y someterlo, extirparlo, exigirle y reprocharle. Cada uno de ellos va acompañado por el ejemplo clínico correspondiente.
En éste, como acabamos de ver, se profundiza en la elaboración teórica de la autorregulación como modelo que subyace en los mecanismos auto asistenciales y se describe a cada protagonista del desacuerdo interior. Además se incluye una nueva función: El asistente interior, cuya significación ya está indicada en el hecho de ser quien le da su nombre al libro. Por último se introduce la propuesta de la experiencia personal a través de la grabación con consignas.
Esta secuencia nos remite a algunas reflexiones finales en relación al proceso auto asistencial. Este se apoya, en efecto, en dos pilares: el despliegue del conflicto y la producción de la solución. En las investigaciones en el campo de la salud en general, suele reproducirse tal secuencia: al principio se aborda el despliegue del problema y luego la producción de la solución. Del mejor conocimiento de lo primero va surgiendo lo segundo, que luego adquiere, progresivamente, autonomía creciente.
Es importante destacar que ambos componentes son necesarios y conforman un delicado equilibrio. Lo que va ocurriendo es un desplazamiento del énfasis de uno en relación al otro. En este libro va creciendo la presencia del segundo término: la producción de la solución, a través de la inclusión del rol de asistente interior.
Si predomina en exceso el despliegue del desacuerdo, el riesgo es que la transformación deseada se demore entre las memorias de las heridas y sus reproches: el mero recordar el origen del conflicto no significa resolverlo. Si, por otra parte, se sobre enfatiza la producción de la solución, el riesgo es que sea una solución introducida desde afuera, que por más bien intencionada que sea la fuente que la emite, no alcance a reconocer el estado del aspecto al que desea cambiar. Tal tipo de solución queda convertida en "una receta" que no puede ser asimilada por quien la recibe y termina operando en un nivel superficial. Un ejemplo de esto son todas las técnicas basadas en la sugestión: la afirmación, visualización o sugestión de estados deseados. Es bueno recordar una vez más que afirmar el estado deseado, a través del medio que sea, no significa crear las condiciones para producirlo.
Aquello que resuelve ambos riesgos y sintetiza las dos columnas del proceso auto asistencial es poder lograr que sean los mismos protagonistas del desacuerdo quienes, en el transcurso de su despliegue, descubran y produzcan la solución.
Esa conjunción de factores es la que se ha procurado contemplar en la secuencia de pasos que se recorren para construir y convocar el rol de asistente interior.
La continuación de esta línea de pensamiento auto asistencial es su aplicación a las emociones conflictivas básicas: el miedo, la ira, la culpa, la envidia y los celos, el resentimiento, la voracidad, la competencia. La exploración sistemática de cada una de ellas y su abordaje auto asistencial específico será el tema del próximo libro.
Desde la perspectiva de unidades separadas cada individualidad puede acceder a la experiencia de ser partícipe de un conjunto a través del nosotros. Esta es la razón por la cual resulta tan importante dicho pasaje: "del yo al nosotros". Se reconocen y describen habitualmente las múltiples dificultades que encuentra el yo para formar parte del nosotros, como así también la satisfacción y la alegría cuando logra sentirse parte de él.
Este es el plano en el que el "yo" está por un lado y el "nosotros", por otro. Es la descripción de los sucesos que ocurren en el universo constituido por individuos separados. Pero cuando se ingresa más profundamente en la intimidad misma del yo se puede observar que él no es una unidad homogénea y compacta. Aún su dimensión mas pequeña está constituida por un conjunto de partes interrelacionadas. Es decir él es en sí mismo un nosotros.
Dicho con palabras del taoísmo, la unidad última es el "tai chi" (el supremo último), que es en sí mismo un conjunto indivisible de múltiples relaciones entre el yin y el yang.
Adentro de la unidad, el yo y el tú. Adentro de la unidad, el nosotros.
Desde la perspectiva mecanicista, si el "yo" se angustia en el "nosotros", porque se siente trabado o limitado, retorna a si, a su refugio interior en donde sólo está él mismo, concebido como una unidad homogénea. Pero al observarlo con más detalle se puede comprobar que tal unidad homogénea no existe, que es una ilusión de la apariencia macroscópica, que cuando vuelve a sí, allí mismo vuelve a encontrar otro nosotros, De modo que si el infierno son los otros como decía Sartre, es imposible escapar de él a través del repliegue, porque el domicilio último, la casa más íntima y pequeña es también un nosotros.
El pasaje del yo al nosotros es, en última instancia, una expansión del nosotros que, en otro nivel, ya soy.
Cuando la conciencia individual ha realizado ese viaje hacia lo más microscópico, sutil y veloz en el que ha experimentado el "nosotros" que ella misma es, cuando vuelve al universo interpersonal -al igual que el héroe que retorna de su viaje-ya no es la misma. Ya sabe, desde sus entrañas mismas, que el opuesto que percibe enfrente, además de ser quien es, es también otro aspecto y otro momento de sí misma.
Esa conciencia ha retornado, una vez más, del Monte Sinaí, con las tablas de la ley.
Esa conciencia ha descubierto, una vez más, que el "amarás al prójimo como a ti mismo" no es, como suele creerse, el mandamiento más difícil de realizar, sino precisamente la ley última que es imposible no cumplir.
Esa conciencia ha restablecido los enlaces con la totalidad y ha cesado en ella la batalla como forma de vida.
Si la ley es que yo sentiré lo que produzco, ¿qué ocurre entonces con la polaridad egoísmo-altruismo?. Sí descubro que producir y experimentar bienestar son las dos caras de una unidad indivisible y trato bien para sentirme bien, entonces ¿soy egoísta?. Desde cierta perspectiva se podría decir que sí, pues el motivo era sentirme bien y no el sentirse bien del otro, lo cual habría sido altruismo. Este tipo de respuesta surge de la percepción del "yo" y el "tú" como dos unidades separadas e independientes. SÍ me centro en el "yo" seré egoísta y si me centro en el "tú" seré altruista.
Cuando se explora al "yo" y al "tú" desde la perspectiva de partes constitutivas de una unidad más vasta, cesa la polaridad egoísmo-altruismo.
En la relación entre partes de una unidad, el bienestar de una posibilita el bienestar de la otra, el cual, a su vez conduce al bienestar del conjunto. Tal bienestar es, por su parte, condición necesaria para el bienestar de cada una. En ese contexto, la acción de una parte de contribuir a producir bienestar en otra no es ni egoísta ni altruista pues no existe el factor de exclusión en el sentido de "tú o yo", sino más bien el movimiento de "tú para que yo, yo para que tú, ambas para que el conjunto y el conjunto para que cada una...", es decir la dinámica de suma de la cooperación.
La doble condición, activa y pasiva, de cada estado se percibe de modo evidente e inmediato en estructuras que funcionan a altas velocidades, es decir que responden y se transforman rápidamente. Las imágenes oníricas, las fantasías, los pensamientos, las percepciones que surgen de algunos estados modificados de conciencia o la relación entre aspectos interiores de la misma persona cuentan con ese rasgo de mayor velocidad, por lo tanto permiten reconocer más fácilmente en ella la presencia de su doble condición. Si por ejemplo, uno está atento a la corriente de sus propios pensamientos podrá observar que aquel pensamiento que ha descalificado al anterior culmina sintiéndose descalificado por algunos de los próximos y esta secuencia ocurre generalmente en menos de un minuto. Lo mismo sucede cuando se despliegan diálogos entre aspectos interiores. Tomemos el ejemplo de la relación entre un aspecto exigidor (o exigente) y otro exigido. El primero le dice al segundo: "Tenés que ser brillante, impecable, tenés que rendir al máximo cueste lo que cueste, te estaré martillando todo el día, no te daré descanso, tenés que poder...etc.". Luego, cuando se le da la oportunidad de profundizar en si mismo, el exigidor suele descubrir: "Yo también me siento presionado, exigido por otra voz que me obliga imperiosamente a lograr que seas brillante...". Y si ingresamos en esa voz, ella misma, luego de auto percibirse, termina descubriendo algo semejante: que ella también se siente torturada por otra voz que le exige sin descanso. Y esta secuencia no tiene fin porque, como dijimos anteriormente, quien es programador en un plano, es realizador en otro y la pauta que emite al programar es la que siente que recibe cuando le toca realizar.
La secuencia en la que experimento en mí mismo aquello que he producido, ocurre siempre. Lo que sucede es que cuando participan estructuras más lentas, al transcurrir más tiempo entre un suceso y otro, la relación no es tan evidente y parecen sucesos desconectados. El hinduismo exploró la naturaleza de esta secuencia y la denominó "karma". El término quiere decir "acción" y se refiere al universo total en acción en donde todo está dinámicamente relacionado con todo lo demás. En el nivel humano se refiere a la relación que existe entre las acciones del pasado con las vivencias del presente y del futuro.
Se le suele atribuir a esta formulación un cierto carácter de precepto moral. Algo así como un sistema de premios y castigos: "Si te portas bien serás premiado, si te portas mal serás castigado". Las interacciones que acabamos de describir en la polaridad programador-realizador muestran que la razón de ser de la secuencia kármica está más allá de todo precepto moral concebido y formulado por el ser humano, y su sustento se halla en el funcionamiento mismo de los procesos psicológicos profundos.
Dijimos también que en el nivel de los sucesos interpersonales suele transcurrir mucho tiempo entre las causas y sus consecuencias, pero de todos modos existe cierta dirección cuyo itinerario es posible rastrear: el movimiento de interiorización progresivo. Veamos un ejemplo: imaginemos dos naciones que entran en conflicto. Cada una es un obstáculo para los propósitos de la otra y desembocan en una guerra. La nación "A" es militarmente más fuerte que la nación "B" -que es predominantemente artesanal- y la derrota. "A" usufructúa los beneficios del triunfo y se entusiasma con su capacidad de vencer obstáculos. Celebra la victoria jubilosamente y tal fecha queda en la memoria de sus ciudadanos como un día de gloria nacional. Lo que habitualmente desconocen los festivos vencedores es que en forma simultánea se comienza a reeditar, dentro de la nación vencedora, lo mismo que antes ocurría entre "A" y "B". Dos grupos pertenecientes a "A" tienen intereses contrapuestos, cada uno siente al otro un obstáculo para sus propósitos y reproducen la pauta que conocen: batallar para dirimir qué grupo se impone. Naturalmente el más poderoso ha de triunfar y la guerra ya queda instalada dentro de los límites de la nación misma. Los sectores vencidos reciben el trato equivalente al de la nación "B" derrotada y comienzan a proliferar entonces los grupos minoritarios marginales y maltratados. Y el movimiento continúa. También dentro de los nuevos grupos vencedores se repite, inevitablemente, la presencia de sectores más débiles que son un obstáculo para los propósitos de los más fuertes. Se reedita, entonces, otra vez el modelo que tal sociedad conoce, y así continúa reproduciéndose en círculos cada vez más pequeños hasta anidar en la familia y la pareja. Allí, como en cualquier otro espacio, existen necesidades contrapuestas y entre sus miembros se reproducirá también la pauta de dirimir a través de una batalla quien impondrá su punto de vista al otro. En el ámbito familiar lo que se manifiesta con más frecuencia es el maltrato a la mujer y a los niños, que son los seres con menor fuerza física, pero es necesario reconocer que tal actitud recaerá sobre cualquier persona -más allá de su condición de niño o mujer-que reúna la condiciones de mayor vulnerabilidad y que sea además un obstáculo para los propósitos del más fuerte: aquello que denominamos la lucha por el poder... Pero tampoco termina allí este movimiento de interiorización. Como hemos visto en repetidas oportunidades, cada individuo es también un conjunto, cuyas partes establecen relaciones entre sí. También existen aspectos interiores que son un obstáculo para el propósito de otros aspectos y la actitud de luchar para dirimir qué propósito dominará al otro, inevitablemente se reproducirá entre ellos. Ahora el individuo ya no es más el soldado que puede temer la derrota o soñarse con la gloria del vencedor, él es ahora, además de cada protagonista, el campo mismo de la batalla. El problema puede presentársele de muchas maneras. Tomemos una: un conflicto vocacional. Un aspecto, que se siente atraído por el poder quiere dedicarse a los negocios y a la política; mientras que otro, sensible a la belleza del color y la forma, quiere dedicarse a las artes plásticas. Reencontraríamos de este modo en nuestro imaginario ciudadano de la nación "A", y adentro de si mismo, las mismas fuerzas que lucharon entre las dos naciones. Sí la actitud de resolver los conflictos a través de la dominación del más fuerte no se transformó a lo largo del tiempo, inevitablemente se reproducirá una vez más entre ambos aspectos. Tal vez el amante del poder someta al otro, imponga su deseo y se dedique a lo que le interesa, pero tal triunfo ya no podrá ser celebrado, pues la misma persona experimentará, simultáneamente, el dolor y la insatisfacción del artista que él también es, que fue sometido y no se realiza. Esto es lo verdaderamente extraordinario de la elección del espacio intrapersonal como ámbito de exploración y resolución de los conflictos: se puede comprobar con absoluta claridad lo inútil y destructivo que es la dominación y el triunfo como forma de resolver un desacuerdo.
Queda también el último movimiento de interiorización: aquel en el que el aspecto dominador, por más triunfante que se sienta, será el dominado en el momento en que sea realizador de otro programados El reconocimiento conciente de esa secuencia se produce como parte de un proceso evolutivo y por lo tanto ocurre en un momento dado en el tiempo, pero en el momento en que tiene lugar se descubre también que la cualidad pulsátil de la identidad estuvo siempre presente aunque no se la hubiera reconocido.
El movimiento de interiorización tiene también su contrapartida: aquella pauta que se ha establecido como modelo de resolución de desacuerdos interiores se maní-fiesta simultáneamente en la actitud que se pone en juego para resolver los desacuerdos en el mundo externo.
Lo que ayer fue relación interpersonal hoy es estructura intrapersonal, y lo que hoy es estructura intrapersonal mañana será, nuevamente, relación interpersonal. Ese es el viaje de ida y vuelta que realiza cada modelo de resolución de desacuerdos. Cada uno de los momentos que recorre -con la nación "B", con el otro grupo, o sub-grupo, con la familia o la pareja-es una oportunidad para el aprendizaje y la transformación, pero vale la pena repetirlo, el espacio intrapersonal aporta la oportunidad de una percepción nueva: la persona ya no puede seguir sintiéndose como un protagonista separado de una guerra más en la que hay que vencer, sino que es evidente para él ahora, que además de cada protagonista, es el campo mismo de la batalla y tal reconocimiento reclama, inevitablemente, una respuesta nueva.
Hemos dicho que la mente programa y el cuerpo realiza, pero la mente... ¿sólo programa? y el cuerpo... sólo realiza?
Si bien la mente emite los programas hacia el cuerpo para que éste los realice, algún sector de la misma mente deberá ocuparse, por ejemplo, de la transmisión material del programa que se está emitiendo. Para que la información viaje a través de la neurona, la célula necesita producir cambios específicos y tales cambios son acciones propias de la realización. Esto quiere decir que en otro plano, dentro del funcionamiento mental mismo, se reproduce la misma bipolaridad. Una parte de la mente programa y otra realiza. Si mantuviéramos la misma terminología de mente-cuerpo diríamos que esa parte de la mente que realiza la transmisión, es cuerpo en tanto está ejecutando un programa.
El término "mente" ha quedado asociado, por el uso y la tradición, al cerebro y el término "cuerpo" a las estructuras somáticas localizadas desde el cuello hacia abajo, Por esta razón es que si bien desde el punto de vista funcional, y tal como acabamos de comprobarlo, la mente también actúa como cuerpo, presentarlo de ese modo violenta los hábitos del lenguaje asociados a ambos términos. Por lo tanto resulta aconsejable apelar a otros que describan con mayor frescura y precisión la función aludida.
Programador-realizador son términos que describen con razonable justeza las funciones que estamos analizando. Entendemos por programa el diseño de una serie de pasos que conducirán al objetivo propuesto. Sí bien existen definiciones que incluyen en la noción de programa el tiempo que se empleará en cada paso, a los efectos de este análisis, esa variable no es relevante.
Programador es por lo tanto quien diseña el programa, sea quien sea y esté donde esté. Realizador, por su parte, es quien ejecuta el programa y también, como en el caso anterior, sea quien sea y esté donde esté. Esto quiere decir que ninguno de ellos tiene domicilio fijo y no están, por lo tanto, asociados a ninguna región anatómica particular, sea cabeza, tronco o extremidades.
Dijimos que el programador programa y el realizador realiza. Pero, avancemos un paso más: ¿Existe un puro programador que sólo programe o todo programador es, a su vez, un realizador de otro programador más vasto?.
El programador, por más programador que sea, no puede programarse completamente a sí mismo. El también es resultado de un programa, pues está constituido por una trama cuyas leyes no han sido programadas por él.
J. L. Borges desarrolló estos interrogantes en un hermoso poema: "Ajedrez" es su nombre. En su parte final, refiriéndose a la piezas del juego, dice:
"No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Ornar) de otro tablero.
Dios mueve al jugador, y éste la pieza,
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía...?"
Cuando se accede a esta visión se pasa de una bipolaridad cerrada y unidireccional como es la relación mente-cuerpo, a una bipolaridad abierta, con roles cambiantes, en una trama de red. En ella cada protagonista cumple simultáneamente las dos funciones: programador y realizador. Como el jugador y su Dios en el poema de Borges, cada uno es programador en un plano y realizador en otro. Lo que definirá su rol será simplemente la interacción particular que se examine en ese momento.
Si, como individuo o como aspecto interior de mí mismo, me percibo programador, sólo y siempre programador, lo que le ocurra al realizador (ya sea otra persona u otro aspecto propio) me resultará completamente ajeno. Por lo tanto en la distribución de beneficios, cuanto más acopie para mi más favorecido me sentiré, y si es a costa de él, será para mí, su dolor, no el mío.
Esta es la actitud habitual que el individuo tiene en relación a los otros cuando se percibe a si mismo exclusivamente en su condición de individuo separado, Lo mismo ocurre cuando quien se siente así es una instancia interna de una persona. En ese caso, como observamos antes, se percibe a sí misma separada, con ser propio y ajena a las otras instancias de la misma persona y por lo tanto "lucha contra ellas por su vida".
Si ser sólo y siempre programador no existe, y lo que existe en cambio es ser programador-realizador de un modo alternante y sucesivo, entonces la visión de la identidad de cada parte y de las relaciones que establece con las otras, cambia completamente. Es como un estallido en el corazón mismo de la conciencia.
Veamos cuáles son esos cambios: cuando el programador domina a su realizador para que ejecute sus instrucciones sin discutirlas, está estableciendo, en ese mismo instante, el modelo de programador dominante-realizador sometido. Como él también es realizador en otro plano, mientras domina a su realizador actual, está fabricando, simultáneamente, el engrama de "realizador dominado", que él será, inevitablemente, ante el próximo programador con quien interactúe.
Cuando se reconoce la doble condición de cada término se comprende también que tratar al otro y gestarse a si mismo son dos fases inseparables de la misma acción. Esto quiere decir que sí soy programador dominante, seré realizador dominado. Si soy programador exigente seré realizador exigido. Si soy programador impaciente seré realizador apurado. Si soy programador respetuoso seré realizador respetado. Si soy programador explotador seré realizador explotado, y así con el resto de todas las modalidades posibles de ejercer los roles de programador-realizador.
En general solemos creer que somos sólo una parte de este "latido". Sólo dominadores, exigentes, vencedores, etc. y destinamos mucha energía en tratar de asegurarnos que seremos sólo esa parte activa de la identidad. Algunas personas creen haberlo logrado y se sienten los triunfadores en la lucha existencial que han establecido. Llevémoslo a su forma más extrema. Imaginemos al tirano más despótico que ha logrado dominar a todos sus semejantes. Su deseo es ley y todos satisfacen hasta sus menores caprichos. En ese caso parecería que efectivamente ha logrado colocarse en el extremo de la pirámide y vive solamente su polo activo: El es dominante y sólo dominante.
Pero existe un componente fundamental de la vida humana, que aunque es muy obvia y todos la conocemos, tal vez no estemos habituados a reconocer en ella toda su tremenda significación. Este componente es la dependencia fundamental de todo ser vivo. Donde sea que haya afincado mi identidad, ese que siento que soy no puede darse la vida. El corazón late, el hígado procesa los alimentos, las glándulas producen las diferentes hormonas... y todo el organismo en su conjunto, hasta la más pequeña de sus células, funciona impulsada por fuerzas y de acuerdo a leyes que escapan completamente a la propia voluntad. Puedo detener la vida del organismo si quiero: puedo suicidarme, pero no puedo hacerlo funcionar si no funciona. Es decir uno vive en una vida que no ha hecho ni hace, y esa es la extraordinaria dependencia. Si bien puede parecer aterradora cuando uno la reconoce en toda su dimensión, es sin embargo lo que le da a la vida humana su mayor belleza, lo que la inscribe en un marco de maravillosa justicia ineludible. Lo que le agrega a la vida humana la experiencia de la diástole que completa el latido existencial. Lo que le da, aún a aquel máximo déspota de nuestro ejemplo, la experiencia de la completa dependencia. Todos transitamos, en mayor o menor medida, por situaciones en las que vivimos el componente pasivo de la experiencia, es decir somos dependientes de circunstancias o personas, Pero si, como aquel déspota destináramos toda nuestra energía en no depender de nada ni nadie, quedaría como reducto infranqueable nuestra dependencia fundamental. En esa particular interacción con la fuente de vida en la que somos dependientes y pasivos, inevitablemente imaginaremos que quien desempeñe el rol activo lo hará del mismo modo en el que lo hemos sido, y que el rol pasivo que nos toca será la réplica equivalente de los modos pasivos que hemos producido. Esta experiencia se percibe con toda contundencia ante las enfermedades importantes, la declinación de la vejez o la muerte pero es muy probable que se presente también ante cada momento de dependencia del organismo. Tal vez sea a nivel de la química celular, en todo aquello que le ocurre a un tejido cada vez que está esperando la substancia vital requerida -cuya llegada no depende de él- para poder continuar con su metabolismo. Es muy probable que ese suceso ocurra continuamente y explique muchos trastornos psicosomáticos, pero nuestra conciencia, al menos en las condiciones habituales, aún no lo puede registrar con la misma contundencia con la que percibe un color o un sonido.
Tal vez cuando la doble condición activo-pasivo de nuestra identidad sea más claramente reconocida ya no utilizaremos un sólo término para describirnos: "soy exigente, autoritario, triunfador, controlador ...etc." y en cambio diremos: "soy exigente-exigido, autoritario-sometido, triunfador-derrotado, controlador-controlado... etc."
En ese momento seremos como aquel corazón que ha descubierto que no es sólo sístole y que su identidad incluye también a la diástole como un componente esencial. Por lo tanto ante la pregunta: ¿quién eres? ya puede responder: "soy sístole y diástole por igual".
Examinaremos la polaridad programador-realizador y su relación con la polaridad mente-cuerpo por la significación que tienen estas categorías en las diferentes formas de comprender y resolver el conflicto psicológico.
Tradicionalmente se ha hablado del conflicto mente-cuerpo. Ken Wilber lo describe como el nivel sobre el cual actúan predominantemente las Psicologías Humanistas y lo denomina el nivel del Centauro por las semejanzas que existen entre la relación mente-cuerpo y el vínculo que establecen el jinete y su caballo.
Cuando se piensa en términos de mente-cuerpo se piensa en términos de estructuras. Cuando se utilizan las nociones programador-realizador se piensa en términos de "ejecutantes de funciones". Veamos cuál es la diferencia.
La mente y el cuerpo, en tanto estructuras, se presentan como organizaciones estables: la mente programa y el cuerpo realiza. Esta es la descripción de una bipolaridad unidireccional con roles fijos, en la que cada protagonista cumple siempre el mismo rol y la dirección circula siempre en el mismo sentido: desde la mente hacia el cuerpo.
Cuando se piensan los conflictos de este nivel con las categorías mente-cuerpo se corre el riesgo de atribuirle a cada instancia existencia independiente y de explicar por lo tanto sus conflictos como los conflictos entre entidades separadas, es decir de un modo equivalente al tercer nivel de identidad que acabamos de describir: Lo masculino por un lado y lo femenino por otro. Acá la descripción del conflicto sería: "La mente quiere controlar y dominar al cuerpo para que actúe de acuerdo a lo que le índica y el cuerpo trata de doblegar a la mente para poder expresarse sin sus restricciones ni sus límites. Cada uno lucha por su vida". Cuando se reflexiona así se está pensando a la relación entre instancias internas como si fueran, cada una, individuos separados. Las psicoterapias que operan aún con estas categorías quedan muy afectadas en su posibilidad de resolver el conflicto porque este modelo de pensamiento aleja a cada instancia de aquello mismo que es lo que necesita reconocer para poder resolverlo: que tanto ella como su actual antagonista son partes de la misma unidad.
Recapitulando lo que hemos presentado hasta ahora, podemos decir que existen varios niveles de percepción de la identidad (en este caso es la sexual pero como veremos luego se extiende también al resto de los aspectos).
En el primer nivel, varones y mujeres son considerados completamente diferentes, dotados cada uno de una energía específica y distinta. El varón, con energía masculina y la mujer con femenina. Se los percibe como a dos esferas que fueran, cada una, de un distinto color.
En el segundo nivel, se reconoce que tanto varones como mujeres estamos dotados de las mismas energías; masculina y femenina, y que la diferencia entre ambos resulta de la distinta proporción en la que está presente cada una. En este nivel se pasa de lo absolutamente diferente a lo diferente por predominio de uno de los componentes comunes. Continuando con la metáfora de las esferas: se descubre que el color distinto de cada una se debe a la diferente proporción en la que están presentes en ellas, los mismos colores básicos.
En el tercer nivel se considera que el aspecto masculino y femenino tienen identidad substancial y son, cada uno, como una esfera de distinto color. Tal aspecto es masculino y tal otro es femenino, en sí y por sí, independientemente de la relación en la que se encuentren. La lista de características masculinas y femeninas presentada en la página 233 corresponde a este nivel: La iniciativa es masculina, la tensión es masculina, la receptividad es femenina, la relajación es femenina, etc.
Por último el cuarto nivel se alcanza cuando se ingresa en cada una de estas características y se comprueba que si bien aparecen como substancias y, por lo tanto se habla de la iniciativa, la fuerza, la relajación, etc. en otro plano cada una es el resultado de una relación. La fuerza quiere decir, en realidad, más fuerte que..., la tensión; más tenso que..., la dureza: más duro que... y de igual forma con el resto de los atributos. De modo que un aspecto con una tensión, digamos, valor 10, en relación con otro de una tensión 5, actuará como el polo tenso de la relación, Y el mismo aspecto, en relación con otro de una tensión de magnitud 15 funcionará como el polo relajado del vínculo. Es decir, el mismo aspecto, según la relación en la que esté, será "tenso" o "relajado".
En este nivel se pasa de la identidad substancial, en sí y por si, a la identidad relacional, en donde nada tiene ser propio sino que es en función de la relación en la que se encuentra. El mismo aspecto que funciona como masculino al estar relacionado con otro más femenino, se comportará como femenino al interactuar con otro más masculino.
En este nivel se pasa entonces de "lo masculino" y "lo femenino" al "más masculino que" y "más femenino que".
Si estableciéramos un paralelismo con los descubrimientos del universo subatómico podríamos decir que en este nivel ya no se registra ninguna partícula, ninguna "cosa" que sea en sí misma masculina o femenina sino que lo que se observa son relaciones cambiantes que van dando lugar a identidades también transitorias y cambiantes. Volviendo una vez más a D. Bohm:"... La realidad fundamental no es una partícula elemental sino una relación...".
La conciencia que recorre esta serie de percepciones realiza un verdadero viaje, El viaje de la conciencia. Cuando vuelve de él y está nuevamente en el universo macroscópico y percibe otra vez a la misma mujer enfrente como alguien completamente distinto, si bien reconoce la legitimidad de ese plano, al igual que el héroe que retorna de su viaje, comprende también que ya ni ella ni él son los mismos...
Ahora hemos presentado este viaje en relación a la polaridad masculino-femenino, pero como veremos, este itinerario trasciende cualquier polaridad particular y en las próximas páginas mostraremos otras rutas de la misma travesía: nacimiento-muerte, lleno-vacío, grande-pequeño, conservación-renovación, etc. De ellas nos centraremos en la relación programador-realizador.
Es posible indagar y conocer el estado de la pareja interior de cada uno. El desarrollo de este diseño clínico fue presentado hace varios años bajo el título "La pareja interior". Aquí incluiremos una breve reseña actualizada de aquella propuesta. Para facilitar su comprensión utilizaremos fragmentos del trabajo de Paula, mujer de 35 años, jefa de ventas en una casa de moda, quien consultó por serios conflictos con su pareja, con quien estaba al borde de la separación.
Luego de la preparación, se le propuso a Paula:
Terapeuta a Paula: "Fíjate como te sentís a vos misma cuando estás en una actitud activa, de iniciativa, de búsqueda, actuando sobre los otros... trata de evocar las memorias que tenés en relación a ese estado... que sensación tenés de vos misma cuando está funcionando de ese modo... ¿como si fueras quien... que está haciendo qué...?"
Paula: "Me imagino a mi misma en mi negocio, dando órdenes a los empleados; estoy con el cuerpo tenso, con gestos apurados, con una cara dura, seria, con rasgos afilados, como vigilando todo..."
Para conocer a su aspecto femenino se le formuló una propuesta similar.
Terapeuta a Paula: "Y., ¿cómo te sentís cuando estás en una actitud pasiva, receptiva, sensible, en contacto con el presente, en actitud de espera..? ¿Qué sensación tenés de vos misma cuando estás de ese modo...? ¿...Como si fueras quién que está haciendo qué...? "
Paula: "Me surge la imagen de una nena de diez años, parada, con una ropa vieja, con cara de susto y también de enojo, con los brazos cruzados sobre el pecho, un poco a la defensiva y desafiante a la vez... refunfuñando y medio resentida.. ".
Cuando caracterizó a los dos personajes se la invitó que tomara el lugar del masculino, que desde allí mirara al femenino y le dijera que sentía al verlo.
Aspecto masculino: "No entiendo que haces acá, con esa ropa, ¡estás ridícula! me querés arruinar? mira si te ven mis empleados... (tratando de esconderla) ¡siempre trayéndome problemas. Te encerraría en un baúl para que no aparezcas más. ¡ "
Aspecto femenino: "¡Estoy harta de que no me veas y no me lleves el apunte, por lo que van a decir tus amigos... o tus empleados... o porque tenés que trabajar. ¡Siempre terminas postergándome y dejándome de lado, pero no te voy a dejar...!. Cuanto menos te lo esperes ahí voy a aparecer y te voy a tirar abajo lo que estés haciendo..."
Como se puede observar el aspecto masculino de Paula es tenso, ansioso, controlador y abandonante. El femenino es infantil, está abandonado por el masculino y se siente lastimado y resentido.
Estas características de los personajes indican que cada vez que Paula asuma en su vida una actitud masculina lo hará de ese modo básico. Naturalmente que tendrá variaciones según la situación pero ese será, en términos generales su tono de fondo. Lo mismo ocurrirá con su aspecto femenino.
Veamos ahora cómo se relacionan entre sí: El masculino tiene la meta de que el negocio funcione bien y cuando percibe que el estado de la nena no armoniza con dicho propósito quiere esconderla y suprimirla. Actúa como aquel director técnico que quería marchar 30 km. por día y se quedaba sólo con los deportistas que podían lograrlo, es decir ha privilegiado la meta por sobre el realizador. El cree, además, que la nena es alguien completamente ajeno y que lo que a ella le pase no lo afectará. Sí ella sufre, será el sufrimiento de ella, no de él.
Lo que él no sabe aún es que en el momento de esconder a la nena en tanto obstáculo, en ese mismo instante está estableciendo la pauta de "suprimir el obstáculo para alcanzar el logro" y que en el momento siguiente, en otro plano, él mismo será el obstáculo para otro logro. Puede ser un logro de otro aspecto de Paula o de alguien del mundo externo: su propia jefa, un cliente, su marido, etc. y que en ese momento se sentirá tratado del mismo modo en el que trató a la nena cuando fue obstáculo. De hecho cuando Paula describía su relación con su marido, contaba: "El no me tiene en cuenta, si estoy para lo que me necesita, bien; si no, no existo...". Por supuesto que los sucesos concretos de cada plano son muy distintos pero lo que tienen en común son las pautas básicas de relación.
El aspecto masculino es, desde un nivel de observación, una identidad estable que permanece igual a sí misma: seguirá dando órdenes o controlando, etc., pero en otro nivel -más sutil, más microscópico- él es el momento masculino de un devenir. Es una sístole que se transformará en diástole.
Cuando se viaja en avión a cierta altura sobre la costa se puede observar claramente la rompiente de la ola. Aparece como una franja blanca que permanece siempre en el mismo lugar, como si estuviera quieta. Pero en realidad las olas se mueven y una rompe a continuación de la otra... entonces ¿porqué se la ve quieta? Lo que ocurre es que no se está observando una ola particular sino que lo que se ve es el espacio de la rompiente y prácticamente siempre hay en ese lugar una ola estallando en espuma. De modo que las olas particulares van pasando: cada una primero es una onda creciente, luego rompe y finalmente retorna al mar, pero siempre hay una ola -distinta-rompiendo, y eso es lo que vemos: la permanencia de la rompiente. Lo mismo ocurre con cada aspecto, masculino o femenino. Si rastreamos por ejemplo al aspecto masculino que quería esconder a la nena y exploramos cuál es su momento siguiente veremos que, en efecto, será aspecto femenino de otro masculino, del mismo modo que la sístole se hace diástole o que la ola que estalló retorna al mar. Y ese aspecto, ahora femenino, se sentirá tratado como antes (cuando era masculino) trató al femenino con quien se relacionó. Pero si lo miramos de lejos, como a las olas rompiendo, siempre habrá alguien expresando un rol masculino. Entonces podemos creer que es siempre el mismo, que es igual a sí mismo y permanente, pero como dijimos antes, si lo observamos microscópicamente comprobaremos que el rol masculino es como un traje que se lo van vistiendo sucesivos protagonistas.
La percepción que tengamos depende entonces de dónde y cómo enfoquemos nuestra mirada. Si es en el traje y lo hacemos con una óptica de tipo macroscópica, encontraremos un personaje estable y relativamente permanente. Sí es en el movimiento de cada protagonista y lo hacemos con mirada microscópica, podremos reconocer su latido, su secuencia. Podremos ver como se hace femenino y como experimenta en sí lo que antes produjo.
Estos son dos niveles de percepción de la identidad. No es que uno sea más verdadero que el otro. Es como observar una gota de agua a simple vista y verla también con un microscópico. Las dos visiones son igualmente legítimas y verdaderas. A continuación ampliaremos este punto.
Estamos habituados a entender al varón y a la mujer como dos identidades sexuales absolutamente separadas e independientes. El varón es concebido como alguien dotado de energía masculina y la mujer como alguien dotado de energía femenina, es decir los percibimos exclusivamente de acuerdo a la imagen de "esferas independientes y separadas, en el espacio."
Cuando el varón maltrata a la mujer, solemos pensar que él abusó y se aprovechó de ella y que la mujer resultó la víctima dañada. En el plano macroscópico y a primera vista, esto, por supuesto, que es así, pero simultáneamente y en otros niveles más profundos están ocurriendo otros fenómenos de equivalente realidad y significación. Para poder comprender lo que ocurre en esos niveles es necesario reconocer que varón no es sinónimo de masculino y mujer no es sinónimo de femenino. Tanto el varón como la mujer están constituidos por las dos energías básicas: masculina y femenina. La diferencia entre ambos es una cuestión de grado o predominio. El varón es masculino-femenino con predominio masculino y la mujer es masculino-femenino con predominio femenino, es decir ambos sexos albergan las dos energías.
Este hecho ya fue reconocido desde muy antiguo por el taoísmo en su descripción de la relación Yin-Yang y uno de los precursores en Occidente de la misma concepción fue Jung quien lo formuló en términos de "animus" y "ánima". El primero representa la energía masculina y el segundo la femenina y él introdujo la idea de que ambos componentes están presentes e interactúan entre sí, tanto en varones como en mujeres.
Muchas corrientes del campo de la biología afirman también que todo individuo contiene las estructuras anatómicas e histológicas de los dos sexos, uno de los cuales se desarrolla en plenitud y el otro involuciona. El ejemplo más evidente de este proceso son [as tetillas del varón, las cuales representan una parte del sistema mamario no desarrollado. Lo mismo ocurre con los otros caracteres sexuales, primarios y secundarios, de cada sexo.
Los atributos de las energías masculina y femenina son los mismos que describimos anteriormente para la energía yin y yang. Las presentaremos ahora en forma ampliada y en un cuadro comparativo para reconocerlas mejor:
ENERGÍA MASCULINA • ENERGÍA FEMENINA
Iniciativa –búsqueda * Capacidad de espera
Emisión –penetración * Receptividad
Tensión * Relajación
Fuerza física * Flexibilidad
Dureza * Delicadeza-ternura
Acción * Sensibilidad-contemplación
Pensamiento * Sentimiento
Anticipación del futuro * Percepción del presente
Renovación * Conservación y cuidado de lo existente
Percepción de "lo que hago" * Percepción de la substancia de "la que estoy hecho"
Percepción de la individualidad * Percepción del conjunto del cual formo parte-capacidad de entrega
Pensamiento lógico racional * Intuición
Análisis * Síntesis
Discriminación de las partes * Percepción del conjunto sentido estético
Tiempo * Espacio
Concepto * Forma
Dirección del movimiento
Eje antero posterior * Eje lateral
Forma de rasgos físicos
Líneas rectas -Ángulos -Puntas * Líneas curvas -redondeadas
Arquetipo celular
Espermatozoide • Óvulo
Metáfora plástica Flecha tensa • Esfera esponjosa
Cada conjunto de características constituye una organización funcional específica. La masculina es la que se pone en juego cuando se realiza una actividad que requiere, para ser realizada, una o varias de las funciones descriptas en la columna de la izquierda. Sí tengo que escalar una montaña, explorar el espacio, salir al mundo exterior y actuar sobre otros, etc. necesitaré apelar al equipo energético masculino. Otro tanto ocurre con su opuesto: si necesito realizar una actividad que requiera delicadeza, relajación, ternura, receptividad, capacidad de cuidado, flexibilidad, o cualquiera del resto de las características descriptas en la columna de la derecha, necesitaré apelar a mi equipamiento de energía femenina.
Cada ser humano necesita, para vivir, de ambas calidades de recursos.
Los varones, en una gran mayoría, hemos sido educados y formados según la creencia que dice que cuanto más energía masculina más y mejor varón se es. A partir de tal creencia cualquier rasgo en un varón que estuviera vinculado a las funciones femeninas: sensibilidad, delicadeza, capacidad de cuidado, ternura, etc. era interpretado como un déficit, como una falla en su condición de varón. De ahí los típicos calificativos de "mariquita", "maricón" con que se suele burlar a los niños que expresan algún rasgo femenino. Tales términos quieren decir precisamente eso: "varón fallado".
El otro temor asociado a los rasgos femeninos es la homosexualidad. Ambas reacciones surgen de la misma confusión: considerar varón como sinónimo de masculino y mujer como sinónimo de femenino. Ante esa creencia la emergencia de un rasgo femenino en un varón no fue tomado como eso, un rasgo femenino de un varón sino como un "afeminamiento" del varón, es decir, una falla, un déficit en su condición de tal.
Esta creencia ha producido verdaderos estragos en el desarrollo psicológico de los varones (y también de las mujeres, cuyo análisis presentaremos más adelante).
A esta idea se ha asociado otra, igualmente errónea, que ha sumado su acción devastadora sobre la posibilidad de un desarrollo armónico y equilibrado: es la que cree que la energía masculina es mejor, más interesante, más vital que la energía femenina.
Cuando se le pregunta a alguien: ¿Qué cree usted que es mejor, más interesante o más vital: la iniciativa, la búsqueda, la acción, la renovación o la receptividad, la espera, la contemplación, la conservación?, la respuesta más frecuente es que lo primero es mucho más interesante que lo segundo, y a los rasgos femeninos mencionados se los considera más bien como un déficit de la vitalidad.
Esta concepción afortunadamente no es universal sino que está vinculada específicamente a la cultura occidental. La tradición y el pensamiento de oriente, por ejemplo han considerado a la energía femenina de un modo completamente diferente. Han reconocido en ella una significación y una jerarquía que la cultura occidental aún no ha logrado encontrar.
Si la energía femenina es poco valorada por nuestra sociedad y se cree además que su presencia señala un déficit en la condición de varón, entonces quedan dadas todas las condiciones para que el varón intente desconectarse completamente de tal calidad de energía. Esa necesidad lo lleva a tratar de dominar cualquier reacción o sentimiento femenino para que no se manifieste. Esta actitud quedó convertida luego en señal de potencia masculina: "Los varones se aguantan el dolor y no lloran..." Dicho en otras palabras: "Cuanto más se domina a la energía femenina, más varón se es".
Estas cuatro creencias:
1- que varón es sinónimo de masculino y mujer es sinónimo de femenino,
2- que la presencia de un rasgo femenino en el varón es una falla en su condición de tal.
3- que la energía masculina es mejor que la femenina.
4- que dominando a la energía femenina se exalta la condición de varón, han producido efectos devastadores en la relación masculino-femenino, tanto en varones como en mujeres. La relación varón-mujer es el campo en el que dichos efectos se ven con mayor inmediatez pero es importante saber que los daños producidos trascienden ampliamente dicho espacio.
De hecho existe una alta población de varones con su energía femenina muy dañada. Dañada por no legitimizada socialmente, por no reconocida interiormente, por no expresada, ejercitada y disfrutada. Este daño se manifiesta en la incapacidad de realizar experiencias que requieran energía femenina y en la sobre actuación compensatoria de la energía masculina. Por lo tanto el resultado frecuente es: sobrecarga de la actividad, de la lucha, de la competencia, del esfuerzo, de la tensión, de la constante búsqueda de logros, de la ausencia de relajación, sosiego y disfrute, etc. Es decir; "stress". Como todos sabemos, el "stress" es un estado global de desequilibrio y agotamiento que cuando no se resuelve evoluciona hacia enfermedades de gravedad creciente.
Puede resultar útil agregar a esta lista de padecimientos la experiencia que es la representación paradigmática de la potencia masculina: el orgasmo. Se suele creer que cuanto más masculino el varón, más potente su orgasmo. Y no es así. Intentaremos explicarlo:
Durante el orgasmo se producen contracciones espasmódicas de la musculatura lisa pelviana -que suelen extenderse a otras regiones del cuerpo- y toda la actitud psicológica global de entrega y fusión vinculada a la emisión del semen. Podríamos pensar que lo que se ha puesto en juego en dicha experiencia es la pura energía masculina en su momento genital culminante, pero profundamente no es así. Todo el aparato sexual masculino en su función emisora está sostenido por su fase receptiva que es precisamente la que le permite recibir la afluencia de estímulos que le llegan de los centros superiores y de otras partes del cuerpo. El pene en erección que penetra en la vagina lo puede hacer en la medida que él también es capaz de ser receptivo a la penetración de los estímulos que a él le llegan. Las contracciones espasmódicas, componente energético fundamental de la potencia orgásmica, son el resultado de la capacidad de contracción y tensión de la musculatura -derivada de la energía masculina- y también de la capacidad de relajación de la misma musculatura, la cual depende de la disponibilidad de energía femenina. La potencia energética del espasmo depende por igual de la capacidad de contracción y de relajación de la musculatura. Habitualmente damos por sentado de que la relajación ocurre sola, en todos por igual y que no es una función variable. Y no es así. Ella es -como dijimos antes- el resultado de una capacidad: la relajación y tal capacidad depende de la disponibilidad de energía femenina. Una intensa contracción que no tiene a la relajación como punto de partida ni como estado de retorno es tan insatisfactoria y fallida como una sístole sin diástole.
Por último, la vivencia de entrega, disolución del yo y fusión con la compañera en una unidad que los trasciende -tal vez el sentido más profundo de la experiencia orgásmica-sólo pueden experimentarse en plenitud en la medida que se cuenta con la capacidad de vivir tales estados y ellos son la manifestación del componente femenino que puede reconocerse parte de un conjunto más vasto y entregarse a él.
El varón apoyado exclusivamente en su energía masculina, tratando de exaltarla en el autocontrol, el dominio y la posesión no tiene la posibilidad de acceder, por más que la busque en toda forma de exceso, a la plenitud y el éxtasis de esa experiencia.
De todo esto se desprende que el orgasmo del varón es, en su base misma, el resultado del encuentro interior entre las energías masculina y femenina expresado masculinamente a través del varón y que lo que el orgasmo revela es, en última instancia, la calidad de tal encuentro.
Cuanto más armoniosa la relación masculino-femenino interna, más intensa, más íntegra y profunda la vivencia orgásmica.
Otra de las consecuencias del daño de la energía femenina del varón es que produce en él la tendencia a maltratar a la mujer. Es decir, tiende a reproducir en ella el mismo estado en el que se encuentra su propio aspecto femenino. Además le hace a la mujer lo que le han enseñado que le hiciera a su propio aspecto femenino: procurar dominarlo, impedirle su vida propia y tratar de que quede a su servicio para afirmar su condición de varón.
Es muy importante comprender que el problema esencial no es entre varones y mujeres sino entre energía masculina y femenina. Que la energía femenina ha sido maltratada, tanto en varones como en mujeres, y que cada uno está padeciendo las consecuencias de dicho maltrato desde su particular identidad sexual. Las conflictos en la relación varón-mujer son, simplemente, las consecuencias más visibles de aquel maltrato original.
Veamos entonces el modo en el que la mujer ha sido afectada en este proceso.
También la presencia de un rasgo masculino fue interpretado como una distorsión o déficit en su condición de mujer. De ahí el término "marimacho" o "varonera" con el que se ha burlado a las nenas con rasgos masculinos destacados.
En tanto la mujer es su representante natural, sobre ella ha recaído más la desvalorización social de la energía femenina, y ha padecido entonces en mayor grado las discriminaciones -económicas, legales, psicológicas, etc.-en relación a esa calidad de energía.
Tal desvalorización ha tenido su propia compensación: En este período se está produciendo el movimiento de reincorporación de ambas energías en cada persona, cualquiera sea su sexo. A la mujer le toca incorporar y asumir la energía masculina. Como ésta conserva ese halo de jerarquización, se le hace más fácil incorporarla y se puede ver en la rapidez con la que la mujer ha adoptado funciones masculinas a su identidad sexual. Al varón, en cambio, le está resultando más difícil el movimiento de incorporar la energía femenina. Le resulta más difícil porque implica para él incorporar algo desjerarquizado y que amenaza su condición de varón. Este obstáculo sin resolver le está perturbando seriamente su posibilidad de adecuarse al nuevo momento que le toca vivir.
Muchas veces el movimiento feminista luchó para reivindicar el derecho de la mujer a disponer de su energía masculina, es decir actuar en el mundo externo, asumir cargos directivos de primer nivel y obtener equivalente reconocimiento económico, etc. y eso es, sin lugar a duda, muy justo y necesario. Tal vez, a los efectos de nombrar con mayor precisión la energía específica que se intenta reivindicar, el nombre más adecuado para tal tipo de movimiento sería: "el masculinismo de la mujer", que, como dijimos antes, es necesario, beneficioso y justo, pero al nombrarlo así se haría evidente también qué es lo que aún falta: Un movimiento feminista cuya tarea sea reivindicar a la energía femenina tanto en varones como en mujeres. Devolverle el rango y la alta significación que tiene, para la experiencia de vivir íntegramente y en plenitud, la relajación, la receptividad, la sensibilidad, la entrega, la contemplación, la flexibilidad, la delicadeza, la capacidad de conservar y cuidar lo que existe, la interioridad, el reconocimiento de la dependencia, la intuición, etc.
Esta es la asignatura pendiente que tenemos en Occidente. Hasta tanto no se desarrolle un reconocimiento y una jerarquización equivalente de ambas calidades de energía, seguiremos padeciendo -varones y mujeres por igual-las consecuencias de tal desequilibrio: inquietud, falta de sosiego, insomnio, dificultad para sentirse parte de un conjunto, dificultad para percibir y disfrutar el presente... todas las formas de la aceleración y el belicismo: agitación, anhelo desmedido de poder, vivir lanzado a un futuro que nunca se hace presente, adicción a estimulantes, stress, vivir la vida como una constante lucha con la zozobra y el inevitable agotamiento que produce... y la tendencia a recurrir a la guerra como forma de dirimir desacuerdos, con el dolor y las miserias que todos conocemos.
Esta no es una batalla entre varones y mujeres, como muchas veces suele creerse, sino un desencuentro entre calidades de energía, que experimentamos y padecemos por igual. No es una guerra entre varones y mujeres sino un problema común.
Nuestro corazón late aproximadamente setenta veces por minuto. Sí estableciéramos un diálogo imaginario con él acerca de su identidad y le preguntáramos quien es él, si sístole o diástole, seguramente nos respondería que es ambos estados: sístole y diástole en continua sucesión.
Imaginemos ahora un corazón que latiera una vez cada cien años. Que su sístole durara exactamente cincuenta años y a continuación comenzara la diástole que también se extendiera por otros cincuenta años más. Imaginemos que a ese corazón, cuando ya han transcurrido veinte años de sístole se le hiciera la misma pregunta. Lo más probable es que dijera: "Yo soy sístole. Esa es mi condición fundamental. Yo me contraigo, hago fuerza, emito hacia adelante y produzco el avance de la sangre".
Si a otro corazón, que en ese mismo momento estuviera recorriendo su fase diastólica y también llevara veinte años en ella, se le preguntara lo mismo, muy probablemente respondería: 'Yo soy diástole. Esa es mi condición fundamental. Yo me relajo, me distiendo, me abro y recibo la sangre que pugna por entrar en mi".
Esas serían tal vez las respuestas, porque cuando una fase se prolonga durante mucho tiempo y no existe el testimonio vivencial de su opuesto, la conciencia tiende a identificarse con dicha fase y la percibe como su identidad misma. Cuando, en cambio, la transformación de una fase en otra sucede a mayor velocidad, se puede comprobar vivencialmente su condición de fase y la conciencia no confunde su identidad con ella.
El proceso de crecimiento y expansión de la conciencia consiste precisamente en lograr desidentificarse de fases de una duración cada vez más extendidas en el tiempo. Una frase del budismo tibetano describe este hecho con gran sencillez y belleza: "Un hombre que es capaz de pensar en términos de cientos y cientos de años es un gran hombre".
Si logro reconocer vivencialmente como un momento de mi devenir algo que se está prolongando durante varios años y no identifico mi identidad con ello, estoy poniendo en juego una conciencia que puede organizar y percibir ciclos de gran vastedad, y esa es una forma de conciencia expandida.
Así como el desidentificar la identidad de cada fase es el camino del crecimiento de la conciencia, el proceso por el cual la identidad se afinca en un momento es una de las causas principales de la confusión, el antagonismo y el sufrimiento. "...Fui campeón de tenis varias temporadas, ahora tengo 40 años, me he retirado de la competencia y no se quien soy ni que sentido tiene mí vida..." "...Después de varios años de matrimonio me acabo de separar... y estoy perdido y no sé quien soy..." Estos son dos de los numerosísimos ejemplos en los que la persona, al afincar la identidad en un aspecto de sí mismo, cuando ese aspecto deja de ser, se produce enorme sufrimiento y la identidad misma parece derrumbarse. Para decirlo con palabras
de Stephan Levine: "En un mundo de cambios constantes en el que ningún pensamiento perdura más allá de un momento, donde los estados de ánimo fluyen a menudo en oposición, donde nada comienza sin terminar y todo lo que amamos será arrasado por el tiempo, sufrimos por que nos aferramos con tenacidad y queremos perpetuar cada uno de esos sucesos temporales..."
Continuando ahora con la fantasía del corazón que late cada cien años, imaginemos que durante el transcurso de su sístole, es decir antes de que esa fase cese, tiene la oportunidad de observar a otro corazón que está transitando su diástole.
Si él ha afincado su identidad en su fase sistólica verá al diastólico como alguien que está negando "la esencia misma de ser corazón" y por lo tanto es una catástrofe y una amenaza. Si tuviera la oportunidad de hablarle, tal vez le diría: 'Yo hago fuerza, soy activo, empujo; en cambio tú, ¿qué haces? abandonas tu tarea principal que es contraerte y te quedas ahí distendido, abierto, flojo, a merced de lo que ocurra, dejándote llenar por la sangre que entra. Eres la negación misma de todo lo que es valioso y lo mejor será deshacerme de ti..."
El corazón en diástole, al escuchar lo que se ha dicho de sí, quizás replicara: "¡Tú dices que eres el verdadero corazón...! Qué necio!, crees que todo depende de ti, de lo que tú hagas y no te das cuenta de las otras fuerzas que existen. Como no sabes recibir no puedes percibir lo que ocurre a tu alrededor. Yo reconozco lo que me llena y también me amoldo para darle cabida. Me entrego y confío. Se que no estoy solo. Al relajarme escucho el murmullo de toda esta enorme vastedad de la que soy parte y soy uno con esa totalidad. Tú sólo te percibes a ti mismo y a tu soledad. Estás perdido. Yo soy la esencia del verdadero corazón. Si intentas destruirme, yo te destruiré antes a ti."
Y esta discusión podría seguir largamente con renovados argumentos, producidos con absoluta convicción, mientras uno y otro se van destruyendo progresivamente. Cada uno se sentirá defendiendo la más noble de las causas y percibirá al otro como el mayor de los demonios. Sus conclusiones tendrían toda la certeza y la convicción pues son el producto -sin que ellos lo sepan-de la percepción de un solo aspecto de su realidad.
Si este corazón pudiera acelerar su ritmo de tal manera que alcanzara una velocidad de setenta pulsos por minuto descubriría con toda claridad que sístole y diástole son dos fases del mismo movimiento, que uno depende del otro y lo posibilita. Que un corazón que fuera sólo y siempre sístole o diástole no podría funcionar. Que si el llenado es escaso, la emisión inevitablemente también lo será. Que quien fue sístole luego es diástole para volver a ser sístole y luego diástole una vez más, y así sucesivamente. Que no hay tal cosa como un ser sistólico o un ser diastólico, que cada uno de ellos son momentos de un ciclo mayor, y que su cualidad más significativa es ser sistólico-diastólico.
Las distorsiones, confusiones y peleas de este corazón imaginario son las que, de hecho, nos están ocurriendo cotidianamente en otros planos de nuestra existencia: El organismo en sus diferentes niveles está animado por una cualidad pulsátil y rítmica semejante a la de sístole-diástole, No en el estricto sentido de emitir y rellenarse de sangre, pero si en el sentido más amplio de tensión-relajación, actividad-reposo, funcionamiento máximo y mínimo. Esta modalidad pulsátil nos conduce a recorrer, en el nivel psicológico, estados opuestos: alegría-tristeza, fuerza-debilidad, lleno-vacío, seguridad-inseguridad, entusiasmo-desaliento, etc. En la medida que dichos estados evolucionan a un ritmo de "latido lento", nuestra conciencia habitual no suele reconocerlos como momentos opuestos y complementarios de un devenir y tiende a identificarse con uno de esos momentos, se aferra a él, se desespera cuando lo pierde y trata de combatir al estado opuesto a quien termina considerando como su mayor enemigo.
Uno de los niveles mas significativos en el que esta distorsión se presenta es en la relación entre los aspecto masculino y femenino de cada ser. Aquello que hemos denominado "la pareja interior".
La teoría einsteniana en física no elimina completamente la concepción newtoniana, sino que la acota. Cada uno de los sistemas tiene un ámbito de aplicación; el newtoniano mecanicista funciona con eficacia en el universo de los objetos de masa y velocidad intermedia, es decir, la mayoría de los objetos con los que nos conectamos diariamente, que podemos vera simple vista y que existen en el espacio de la tierra. El modelo cuántico relativista permite explicar en cambio con mayor justeza qué sucede en las franjas extremas; masas muy grandes (astronómicas) o muy pequeñas (atómicas) y en sistemas de alta velocidad.
Así como en física se ha podido delimitar el ámbito de aplicación de cada ley, también será de gran utilidad en psicología poder definir cuál es el nivel de conciencia desde donde se percibe al individuo como una unidad separada, con ser propio, y cual es aquel otro nivel desde el cual se lo percibe como el nudo de una red.
Recordemos una vez más que según se conciba a la unidad última será la manera de explicar e intentar resolver el conflicto psicológico. Si el individuo es visto exclusivamente como una unidad separada, con "ser propio", se llegará a la conclusión que su tarea fundamental es sobrevivir en la lucha que cada parte libra con las otras y lograr vencer para asegurarse el dominio y una buena posición. Como pintó brillantemente Goytisolo en uno de sus poemas:
"...La vida es lucha despiadada,
nadie te ayuda así no más,
y si tú solo no adelantas
te irán dejando atrás, atrás ...!
...¡Anda muchacho, dale duro!,
la tierra toda, el sol y el mar,
es para aquellos que han sabido
sentarse sobre los demás..."
Cuando se percibe, en cambio, al individuo como el nudo de una red, se reconoce que él mismo está atravesado y constituido por todo aquello que existe y percibe afuera. Entonces se disuelve la tajante separación entre mundo externo y mundo interno y cobra nuevo significado aquel antiguo aforismo hermético: "... Como es adentro es afuera..." o la frase de Krishnamurti; "... Cada individuo es el mundo...".
Si toda la trama del mundo está reproducida, en otra escala, en cada individuo y es lo que lo constituye, entonces la batalla deja de ser la cualidad esencial de la vida y cesa la idea de vencer y derrotar como camino de resolución de los problemas del vivir.
A lo largo del capítulo volveremos una y otra vez sobre esta concepción holotrópica de la identidad y mostraremos los diversos accesos que conducen a ella.
A continuación exploraremos la relación que existe entre cada uno de estos niveles de conciencia y la función velocidad.
El budismo también presentó ideas semejantes a las taoístas. Para designar a la realidad verdadera, el budismo mahayana utiliza el término "sunyata" que quiere decir "vacío". Alude con ello a la ausencia de "ser propio" de cada parte. La formulación central de esta línea de pensamiento es que "Nada existe en sí y por si, nada tiene ser propio". El acceder vivencialmente a esta percepción es, para el practicante de la escuela mahayana, "la extraordinaria experiencia de reconocer la verdadera realidad".
Como podemos observar existe una gran correspondencia en este punto entre el pensamiento taoísta y budista y las descripciones de la realidad última que hemos transcripto de D. Bohm.
Una de las afirmaciones centrales del taoísmo es que la realidad manifestada está constituida por la interacción de dos energías parciales, opuestas y complementarías. A estas energías las denominó Yin y Yang. Las características básicas de la energía yin son: la receptividad, la flexibilidad, la devoción, la conservación, la percepción del conjunto, etc. Las características correlativas de la energía yang son: la emisión, la fuerza, la tensión, la renovación, la percepción de la individualidad, etc. (lo ampliaremos más adelante).
La idea Taoísta acerca de la constitución de la realidad ha sido representada en un símbolo con el cual nos hemos ido familiarizando progresivamente en occidente en las últimas décadas. Dicho símbolo consiste en un círculo con una línea curva que delimita los sectores yin y yang. A esta delimitación se agrega otra, que tiene gran importancia conceptual:
Dentro de cada sector existe un pequeño círculo que representa a la presencia germinal de la energía opuesta. Esto quiere decir, desde el punto de vista temporal, que el polo yin se transformará en yang y viceversa. Desde la perspectiva espacial, examinando el aquí y ahora, significa que no existe ningún elemento que sea puro yin o puro yang, que cada uno de ellos alberga, en si mismo, la presencia del otro, es decir que cada polo no es algo absoluto en si mismo sino un predominio.
Si penetráramos con una lente de aumento en el pequeño círculo yang (o yin) encontraríamos que ese pequeño círculo tampoco es puro yang pues dentro de sí mismo alberga otro círculo más pequeño aún, de calidad yin. Y así sucesivamente. Esta secuencia no tendría fin porque la estructura yin-yang no es un agregado de partes, cada una con existencia propia, separada e independiente, sino la forma intrínseca última en que está constituida la unidad. Por lo tanto por más que sea dividida una y otra vez siempre se reencontrará la misma estructura. A este dibujo, que es una verdadera síntesis de la concepción Taoísta, se lo denominó Tai Chi, que quiere decir, precisamente, "El supremo último". El término mismo nombra con exacta precisión lo que describe; la organización última de la unidad.
Esta concepción produce una verdadera revolución en la manera de explicar y resolver el conflicto psicológico en la medida que afirma que la unidad última no es un "ladrillo" homogéneo, no es una "cosa" de un sólo color, sino múltiples y cambiantes interacciones entre opuestos. Por ahora nombramos esta idea. La desarrollaremos en extensión cuando exploremos "la pareja interior", es decir el modo en que está presente en cada uno la relación entre las energías yin y yang, o para decirlo en términos occidentales, entre la energía masculina y femenina.
La ciencia moderna está dando un énfasis creciente a este nuevo modelo de pensamiento el cual había sido intuido con extraordinaria precisión por las antiguas tradiciones místicas de oriente. De ellas presentaremos una breve reseña del modo en el que taoísmo y el budismo desarrollaron su concepción de la realidad última.
De estas dos concepciones se desprenden dos actitudes, dos modelos mentales básicos. Al primero se lo denomina modelo newtoniano o mecanicista y expresa el reinado de la individualidad. Cada parte es independiente, tiene ser propio y es el ladrillo elemental de la realidad. Por lo tanto es lo que se buscará conocer en cada situación y hacia donde se dirigirá la mente como interrogante y meta central: ¿Quién es la "unidad elemental separada" que es la causa última de todo lo que ocurre en esta situación?
La imagen plástica que resulta de esta visión es la de un conjunto de esferas o bolas de billar que habitan un espacio. Cada esfera tiene existencia independiente, es en sí y por sí y se relaciona con otros de la misma condición.
El segundo modelo propone como realidad última la existencia de una red de sucesos interconectados que subyace y trasciende a cada individualidad. La pregunta básica de esta forma de pensamiento es: ¿Cuál es la trama que subyace y crea las condiciones de posibilidad de tal o cual comportamiento?.
La imagen plástica de este modelo es precisamente la de una red. La red alberga zonas en las que la trama se cruza y forma nudos. Tales nudos representan la organización individual y son el equivalente de las esferas de la primer imagen, pero aquí revelan su profunda condición: cada esfera, aparentemente separada, es el resultado del entrecruzar del hilado común que las constituye.
Grof ha propuesto para estas dos perspectivas el término hilotrópico y holotrópico. Describe al nivel hilotrópico como aquel plano de la conciencia desde donde el individuo se percibe en su condición de unidad separada, y holotrópico a aquel otro en el que se registra como el nudo de una red que lo constituye y trasciende.
Una de las propuestas centrales de la psicología transpersonal es precisamente el reconocimiento de la dimensión holotrópica de la conciencia humana y la exploración de las vivencias que surgen desde dicho plano. Esta rama de la psicología afirma que en realidad ambos niveles de conciencia existen y que la plenitud se alcanza en el reconocimiento y la disponibilidad de cada uno de ellos.
Cuando sólo se vive en la dimensión hilotrópica, se organiza la existencia a partir de sus valores y prioridades, en general de tipo egocéntrico: triunfar para sobrevivir y defender mi familia, mi casa, mis hijos, mi empresa, mi país, mi raza, mi religión, etc. Sí bien se puede llevar una vida exitosa en esas áreas, es frecuente que quien la vive albergue un núcleo profundo de insatisfacción surgido de la falta de un sentido existencial más abarcador y trascendente.
El nuevo modelo quántico-relativita, además de la física, se ha ido extendiendo a otros ámbitos. Como dice Capra, esta nueva manera de pensar es la que subyace en tres de los grandes movimientos de las últimas décadas: la ecología, la espiritualidad y el feminismo. Los tres tienen en común, cada uno en su ámbito, el reconocimiento de la significación de la trama que enlaza a las partes del conjunto. La ecología lo recoge para el ámbito de la naturaleza formulando la importancia del ecosistema como factor posibilitador del desarrollo de cada una de sus especies. A tal punto la ecología representa este modelo de pensamiento que se lo suele denominar con ese nombre: modelo ecológico. Antes de ingresar en la descripción de la espiritualidad es conveniente precisar su significado: espiritualidad expresa algo similar a "religiosidad" en el sentido de estar más allá de cualquier forma o práctica organizada de religión. Se refiere, tal como el origen del mismo vocablo "religión" lo indica, a la actitud y acción de "religar", es decir reunir lo aparentemente disperso en un conjunto abarcador. Esa reunión es posible en la medida en que se registra la presencia de una trama que unifica y da sentido a cada una de sus partes. Por último, el feminismo. Más allá de las diferentes formas (algunas más afortunadas que otras) a través de las cuales se lo expresa, el feminismo en sí implica el intento de rejerarquizar la energía femenina, y la energía femenina es, precisamente, la que está asociada a la percepción de la red que trasciende cualquier individualidad. Completando lo anterior podemos decir que la sintonía con la individualidad es un movimiento de calidad masculina mientras que la conexión con la red que enlaza y conecta a las diferentes individualidades es una percepción de calidad femenina. Desarrollaremos estas ideas con más amplitud cuando presentemos el tema de "la pareja interior".
Durante los últimos tres siglos la ciencia occidental ha estado fuertemente influida por el paradigma newtoniano-cartesiano. F. Capra y S. Grof, entre otros, han realizado un minucioso estudio, tanto de ese modelo como del nuevo paradigma emergente. Continuando con la misma línea de análisis, en este capítulo presentaremos una breve reseña de cada paradigma y nos centraremos especialmente en su influencia sobre la psicología.
Según el pensamiento newtoniano el universo está constituido por partículas sólidas, separadas, pequeñas e indestructibles que constituyen sus "ladrillos" más elementales.
Otra característica esencial del universo newtoniano es el espacio tridimensional considerado absoluto, constante y en estado de reposo, También el tiempo es considerado como absoluto e independiente del mundo material y se manifiesta como un flujo uniforme que fluye desde el pasado, a través del presente y hacia el futuro.
La imagen que resulta de este universo es la de una gigantesca maquinaria de relojería compuesta por múltiples piezas separadas, dotadas, cada una, de existencia propia e independiente.
Las ciencias, en general, aceptaron este encuadre como la descripción correcta de la realidad y modelaron sus propias teorías de acuerdo a ello.
En medicina, este modelo condujo a la idea de que un organismo puede ser considerado como una máquina construida por partes separadas. Como consecuencia, la enfermedad es vista frecuentemente como una entidad externa que invade al cuerpo y lo ataca en un punto determinado. El rol de los médicos es, por lo tanto, tratar la parte afectada, cada una de las cuales es estudiada por especialistas diferentes. Si bien en muchos casos este modelo es útil, su aplicación ha sido sobre enfatizada y ha desembocado en una marcada dificultad para comprender la relación de la enfermedad con el organismo global y con la persona, y en muchas ocasiones se termina atendiendo más al órgano enfermo que a la persona que lo padece.
La psicología no escapó a la influencia de este modelo y ello la llevó a estudiar la problemática psicológica humana casi exclusivamente desde la perspectiva de lo que le sucede a un individuo separado en relación a otros individuos de la misma condición. Cuando exploró lo que sucede dentro de cada individuo concibió a cada parte que lo constituye con la misma calidad de instancia separada e independiente con que percibió a cada individuo.
Cada individuo fue visto como una entidad con ser propio, "arrojado al mundo". El modelo del complejo de Edipo describe precisamente el conflicto esencial entre individuos separados: la lucha entre el padre y el hijo por la posesión de la madre, es decir la batalla entre rivales por la obtención de lo deseado.
En la medida que cada individuo se considera a sí mismo exclusivamente como un ser separado y desconectado de los demás, surge inevitablemente la idea de la vida como una batalla, La batalla por sobrevivir, con la consecuente necesidad de vencer, dominar, acumular y poseer, y sus propias angustias; el miedo, la inseguridad, la exclusión, la envidia, los celos, etc.
Ken Wilber dice que cada vez que se establece una frontera de separación se crean las condiciones para el conflicto y el considerar a cada individuo exclusivamente como un ser esencialmente separado y aislado es la mayor y más extendida de las fronteras.
Como exprésame anteriormente la física fue uno de los soportes teóricos más fuertes de este modelo de pensamiento, pero los últimos descubrimientos producidos en ella modificaron substancialmente sus bases mismas. En efecto, las investigaciones del universo subatómico demostraron que las partículas más pequeñas no son objetos sólidos, aislados independientes sino que aparecen como una complicada trama de relaciones entre las partes de un todo unificado. Las partículas subatómicas no son "cosas" sino conexiones entre "cosas", que son, a su vez conexiones entre otras "cosas" y así sucesivamente. Formulado con las palabras de David Bohm, notable físico inglés contemporáneo: "Uno llega a un nuevo concepto de "inquebrantable totalidad" que niega la idea clásica del mundo como algo constituido por partes existentes en forma separada e independiente... Hemos invertido el concepto clásico de que "las partes elementales" independientes del mundo sean la realidad fundamental y que los diversos sistemas sean las formas y las ordenaciones continentes de esas partes. Más bien afirmamos que la inseparable relación cuántica de todo el Universo es la realidad fundamental, y que las partes que funcionan relativamente independientes son simplemente formas contingentes dentro de todo ese conjunto..."
En el despliegue guiado a Marta, en un momento dado se convoca al testigo interior. La propuesta que se le hace es: "Sentate cómoda con la columna erguida, bien apoyada sobre tus ísquiones, disponete a relajarte y a respirar profundo... y trata de tomar contacto con lo más crecido, lo más desarrollado de vos misma para ser, desde allí, como un testigo observador que registra todo lo que está ocurriendo aquí entre estos personajes..."
Se convoca al rol de testigo interior para que la persona pueda percibir a sus diversos aspectos interiores como partes de un sistema de interacciones en el que todos se influyen recíprocamente, Cada personaje interior: el cambiador, el aspecto a cambiar, etc. percibe lo que está ocurriendo desde su individualidad particular, con sus necesidades, deseos, temores etc. Cada uno es un protagonista participante, como un jugador que está en la cancha jugando su partido. Uno de los riesgos frecuentes de esa condición es no poder ponerse en el lugar del otro ni comprender sus razones. Las frases que suelen manifestar tal actitud son: "la culpa es de él (o ella), él es el que no sirve, él es el malo, el egoísta, el desconsiderado, etc. yo hago las cosas bien pero con él es inútil...". Es decir, la posición en la que quien describe los hechos no se reconoce como una variable significativa en lo que está ocurriendo y reprocha y enjuicia al otro. Cuando se despliega un desacuerdo interior y no se resuelve, generalmente es por este mecanismo que fija y crispa a cada uno en su posición.
En esos casos es de especial utilidad convocar al testigo porque en la medida que se lo invita a percibir al conjunto le es más fácil no quedar identificado con algún personaje particular. Al tomar contacto con el conjunto queda en buenas condiciones para ver qué lugar ocupa cada uno en él, qué grado de participación tiene en lo que está ocurriendo y como consecuencia, le es posible trascender la visión de batalla que tienen los antagonistas y comenzar a percibir lo que ocurre en términos de un problema común. Dicho reconocimiento es condición indispensable para empezar a resolver el antagonismo interior, cualquiera sean sus causas o sus argumentos. Continuando con la metáfora deportiva, convocar al testigo es como instalar un observador en la tribuna para que vea el partido y a cada jugador como un integrante más del juego que protagonizan.
Como dijimos antes quien mira el conjunto es quien puede darle a cada parte su lugar. Por esta razón es que "conciencia de parte" y "conciencia de conjunto" son, en realidad, dos facetas del mismo fenómeno.
Si bien en el curso de un antagonismo cristalizado resulta casi imprescindible convocar al testigo, también es útil hacerlo aunque el desacuerdo esté en vías de resolución porque la visión del conjunto que él aporta agrega nuevos datos y otros matices a la comprensión de lo que ocurre.
Desde la perspectiva del funcionamiento cerebral, la capacidad de percibir conjuntos está asociada a la actividad del hemisferio derecho. A esta función globalizante se la convoca, en parte, a través de las consignas verbales que proponen tomar contacto con ese tipo de percepción, y en parte a través de las consignas que invitan a adoptar cierta postura corporal: el estar sentado con un buen apoyo en la base, con la columna erguida y relajada y respirando pausada y profundamente brinda un sustento fisiológico de centramiento y armonización corporal que facilita la conexión con la calidad de conciencia que está en sintonía con ese estado físico.
Cuando se observa una situación sin estar identificado con ninguno de sus personajes y se percibe lo que sucede entre ellos en términos de un problema común se generan las condiciones más adecuadas para poder descubrir la parte de razón y de error que alberga cada protagonista del desacuerdo. Este descubrimiento es el otro factor fundamental para poder resolver el conflicto.
Un antiguo relato jasídico describe con gracia y ternura esta capacidad:
Dos hermanos litigan por la posesión de una casa y van a consultar al rabí de su pueblo. Habla primero el mayor de los hermanos y explica los motivos por los que cree que la casa es suya. Al terminar, el rabí le dice: "¡tienes razón!" y dirigiéndose al menor, le pide: "ahora habla tú". El también explica con énfasis las causas por las que cree que esa casa le pertenece. Cuando concluye, el rabí le dice: "¡tienes razón!". Su mujer, que estaba tejiendo en la misma habitación, al escucharlo exclama: "¡...pero rabí, los dos están litigando por la misma casa y cada uno dice que le pertenece... ¡los dos no pueden tener razón!". El rabí gira la cabeza hacia ella, la mira y le dice: "¡tú también tienes razón...!".
La conciencia que está disponible, receptiva, abierta para descubrir la parte de razón que hay en cada manifestación es la que está en mejores condiciones para descubrir la parte de error que también existe.
La conciencia que resuelve los antagonismos es aquella que puede trascender el nivel de la batalla y reconocer el problema común que los protagonistas enfrentan y cuya resolución los beneficiará a todos por igual. La conciencia que, una vez instalada en ese espacio, puede reconocer además la parte de razón y error que cada uno alberga.
El testigo observador es fundamentalmente una función: la capacidad de ver el conjunto y el lugar que cada parte ocupa en él. El personaje testigo observador es, simplemente, una forma de activar y manifestar a esa función.
Con la maduración cada protagonista incorpora dicha capacidad, es decir es protagonista y testigo simultáneamente: puede protagonizar algo y sentirse simultáneamente una parte de un conjunto, por lo tanto puede reconocer al otro y sus razones, Cuando el protagonista tiene un "testigo incorporado" ya ha salido de la fase egocéntrica. Piaget había observado que si se le preguntaba a un niño antes de los cuatro años: ¿por qué se pone el sol?, frecuentemente respondía: "para que yo duerma". Recién en un estadio posterior el niño reconoce que los sucesos ocurren de acuerdo a un sistema de leyes que trascienden su individualidad. El mismo proceso de maduración también ocurre, aunque a otras edades, en el universo emocional.
Habitualmente llamamos comprensión intelectual al tipo de conocimiento que no transforma la realidad que dice conocer. Es la típica frase: "Sé todo acerca de mis miedos y por qué los tengo, pero el miedo lo sigo sintiendo igual". Es decir, el conocimiento va por un lado y quien padece el miedo va por otro.
Producir comprensión intelectual, sin embargo, no es un problema siempre que sea un primer momento y que le suceda, como segundo paso, la adecuada propagación a los protagonistas del problema.
Tal vez podamos comprender mejor estos hechos a través de dos antiguas leyendas: "Un grupo de hombres está avanzando por un territorio desconocido, que es además, escarpado y peligroso. Ante las dificultades que se presentan, sus miembros deciden, de común acuerdo, seleccionar a tres de los más aptos por su agilidad y resistencia para que realicen el relevamiento del terreno. El equipo elegido se pone en marcha y, luego de varias horas de ardua expedición, completa el relevamiento que se le ha encomendado. Luego de descansar unos momentos, los expedicionarios se disponen a celebrar el haber llegado. Destapan una botella de coñac que llevaban consigo para calentarse durante la travesía y comienzan a brindar... Aparecen los recuerdos de los momentos difíciles del viaje y reviven una vez más la alegría de haberlos superado. También surgen los momentos gratos, que a su vez se enlazan con los recuerdos de otras expediciones... y los festejos continúan mientras la embriaguez comienza...
Y allí están todavía, brindando y evocando, mientras la retaguardia espera su retorno,.."
El conocimiento intelectual estéril es como la vanguardia de la expedición que no retorna.
En el nivel psicológico la vanguardia está constituida por los sistemas que captan y procesan la información del modo más ágil y es, en realidad, una manera instrumental de iniciar un aprendizaje. El problema surge cuando la vanguardia se olvida o no sabe como volver, pues su misión queda cabalmente cumplida recién cuando todos los miembros de la retaguardia han captado la información y, como consecuencia de ello, se han instrumentado para "el viaje".
Cuando digo que sé todo acerca de mis miedos pero los sigo teniendo igual, es porque mi conocimiento no ha retornado al aspecto que siente el miedo para informarle lo que sabe. Pero el mero retorno tampoco es suficiente, también es importante el qué y el cómo informar. La segunda leyenda ilustra acerca de este punto.
"Hubo otra expedición de relevamiento, también compuesta por hombres muy entrenados, que sí volvieron después de completar el recorrido. Este grupo era tan experto en resolver los obstáculos del terreno, que aún cuestas escarpadas y profundas hondonadas no fueron incluidas en el mapa como zonas de riesgo. Al retornar entregaron su informe a la retaguardia y luego el grupo completo inició la travesía en base a dicho mapa. Resulta casi innecesario agregar que muchos hombres de la retaguardia sucumbieron en las cuestas y hondonadas que no habían sido reconocidas como zonas de riesgo y tampoco pudieron alcanzar su destino..."
Además de retornar e informar, es necesario que los miembros del grupo de la vanguardia sepan que los hombres de la retaguardia que quedaron esperando son distintos y que por lo tanto pueden experimentar como problemáticas, situaciones que ellos, por su destreza, no las han vivido como tal. Además, porque son distintos, es necesario transmitirles la información del modo en el que ellos la puedan entender y digerir. Esto parece obvio, y tal vez lo sea, pero en la experiencia clínica se ve con mucha frecuencia que, por ejemplo, cuando el aspecto más fuerte quiere fortalecer al más débil, lo hace del modo en el que él mismo aprendería y no de la manera en la que el aspecto débil puede aprender.
Muchas experiencias de aprendizaje procuran diseñarse de un modo tal que le permitan al alumno una participación lo más íntegra posible, para que no se produzca la división entre vanguardia y retaguardia y el consecuente riesgo del conocimiento intelectual parcial y desconectado. "Terapias vivenciales expresivas" es el nombre genérico que engloba a aquellas disciplinas que han enfatizado la necesidad de promover experiencias que detonen, en quien las realiza, la máxima intensidad e integridad emocional. El budismo zen también se ha destacado en el diseño de técnicas que intentan promover la respuesta completa y única. Apela para ello a la acción sorpresiva que desestructure y confunda, evitando de ese modo toda posibilidad de respuesta habitual dividida. Este último recurso es, sin duda, muy útil, pero tiene sus riesgos e inconvenientes. No resulta sencillo calibrar con precisión el equilibrio necesario entre estos dos componentes: desorganización y enseñanza. Cuando el maestro no cuenta con suficiente experiencia y capacidad suele sobre enfatizar el primero y el alumno termina, después de tales prácticas, más confundido y perplejo que enriquecido. En lo que concierne a las terapias expresivas, el objetivo de detonar las respuestas emocionales con la mayor intensidad e integridad posible es también de gran valor asistencial, pero por más que se intente evitarlo, siempre existirá una retaguardia que no participa de la experiencia mientras ocurre y a la que habrá que informarle después. No existe la experiencia única que transforma de una vez y para siempre. Aunque la vivencia haya sido de la máxima intensidad e integridad, lo cual es de por si muy valioso, no podrá evitar la existencia de las memorias del antiguo modelo y su propia inercia, que hará que vuelvan a activarse en el curso del tiempo, una y otra vez. No es exagerado afirmar que en todo vínculo habrá, en mayor o menor medida, una vanguardia y una retaguardia. Una vanguardia que inicia el contacto con lo nuevo, que lo explora e incorpora, porque está más dotada para esa tarea y una retaguardia, tal vez menos dotada para esa función, que no participa inicialmente de la experiencia y permanece rezagada y a la espera. Cuando se comprende esto y la vanguardia reconoce que su tarea es, además de captar lo nuevo, transmitirlo a la retaguardia del modo en el que ella lo pueda comprender e incorporar, entonces esta división deja de ser un problema. Pasa a ser una manera instrumental y eficaz de organizar el contacto con lo nuevo y queda resuelto el riesgo del conocimiento intelectual estéril.
Resumiendo, dado que prácticamente siempre habrá una vanguardia y una retaguardia, resulta más adecuado destinar energías para resolver el problema de la comunicación entre ambas que tratar de evitar su formación. Cuando alguien comprende algo, sí sabe además como transmitirlo a los sectores próximos y enseñarles a su vez las leyes de la propagación, logra asegurar la difusión del mensaje a todo el sistema, por vasto que éste sea. Por lo tanto comprender íntegramente algo es también saber explicarlo a quienes no lo han comprendido aun.
La tarea de resolver un conflicto tiene ciertos pasos sucesivos;
1- lograr descubrir y convocar a los protagonistas más significativos del conflicto que se explora.
2- lograr el despliegue del conflicto de un modo tal que en su despliegue mismo los antagonistas tengan la oportunidad de descubrir el error que lo genera y puedan transformarlo. Si este "insight" no se produce:
3- Convocar a otro aspecto que no esté identificado con ninguno de los antagonistas y que tenga una visión más expandida del problema. Si él tampoco logra resolverlo:
4- Que un observador exterior entrenado pueda producir esa comprensión y transmitirla.
En las sesiones que se incluyeron en "El camino de la auto asistencia psicológica" el rol de testigo ocupaba un lugar más importante en la resolución de los desacuerdos que el que tiene ahora, tal como se observa en el trabajo de Marta. La secuencia de aquellos trabajos era: desplegar el desacuerdo entre el aspecto a cambiar y el cambiador y, si entre ellos no lo resolvían, convocar al testigo para que observara lo que estaba ocurriendo. Si él tampoco lograba desentrañarlo, iniciar entonces un diálogo con el coordinador para que él le transmitiera la comprensión que había alcanzado.
La inclusión en los últimos años del rol de asistente interior ha modificado en parte la función del testigo. Cuando la persona puede encarnar adecuadamente al asistente interior el desacuerdo se comienza a resolver allí mismo y el tema pasa a ser que el cambiador original pueda aprender del asistente lo nuevo que aporta y modificar sus actitudes anteriores. Actualmente en el rol de testigo predomina por lo tanto la función de aportar una visión de conjunto y de matices enriquecedores a la comprensión del proceso y ha disminuido su rol de agente principal en la resolución del desacuerdo. En ese sentido podemos afirmar que se ha enriquecido el diseño de la experiencia pues brinda más oportunidades de resolución del desacuerdo a través de su mismo despliegue y con menor participación del testigo o el observador exterior, es decir ha aumentado su potencia auto asistencial. Continuando con esta línea de observaciones el objetivo de un diseño clínico es precisamente proponer y guiar una serie de pasos para que en su realización misma se produzca la comprensión y la resolución buscada. Si bien no existe el diseño perfecto, esa es la dirección de las investigaciones en el campo de la auto asistencia.
Lo que acabamos de describir son pasos sucesivos, por lo tanto sí la inclusión del asistente interior no resuelve el desacuerdo será necesario apelar a los recursos siguientes, hasta que se resuelva.
Como se puede observar en esta descripción y a lo largo del libro, la clave de toda la tarea es desplegar el desacuerdo con un grado razonable de integridad e intensidad y lograr que sea comprendido y resuelto, ya sea por sus protagonistas mismos -aspecto a cambiar o cambiador-o por otra instancia con una visión más expandida -asistente, testigo u observador externo-que luego lo transmita a los protagonistas del desacuerdo. La transmisión es precisamente una de las tareas más delicadas de la labor asistencial: ¿cómo hacer para que la comprensión que se produzca sea genuinamente transformadora y no quede reducida a una mera comprensión intelectual? Es lo que trataremos de desarrollar a continuación.
El aspecto a cambiar puede ser descripto tanto desde el punto de vista de su estructura como de su función. Cada una de estas aproximaciones revela facetas específicas y por lo tanto presentaremos a ambas.
Desde el punto de vista de su estructura, el aspecto a cambiar es un estado interior, una manera de ser o de estar, en contraposición al cambiador, que es un modo de "actuar sobre".
Ejemplos de "estados interiores" son: (un aspecto) inmaduro, triste, confuso, inseguro, deprimido, dependiente, temeroso, retraído... etc. También lo son sus opuestos: (un aspecto) maduro, alegre, claro, seguro, eufórico, independiente, audaz, expansivo... etc. Lo que ocurre es que los que se describen en primer término son los que se presentan más habitualmente como aspectos a cambiar; sus opuestos, que también son estados interiores, no suelen despertar rechazo.
Por su parte, algunos de los aspectos que definen "modos de actuar sobre" son: exigente, controlador, desvalorizado reprochador, dominante, descalificador, implacable, despótico, sometedor, respetuoso, paciente, comprensivo... etc.
Un cambiador, es decir "un modo de actuar sobre", actúa sobre un estado interior para intentar cambiarlo. Ese estado es su aspecto a cambiar.
Como se puede observar en los ejemplos, en el "estado interior" se describe predominantemente la manera de estar o de sentirse (triste, inseguro, confuso...), mientras que en "el modo de actuar sobre" se nombra específicamente la forma de actuar sobre el otro (exigente, controlador, dominante...).
Dentro de esta visión, en el trabajo de Marta, por ejemplo, hemos asistido al diálogo entre un aspecto a cambiar retraído y temeroso (representado por la adolescente acurrucada en un rincón) y un cambiador impaciente y despótico. A lo largo de todo el diálogo cada uno de dichos roles permaneció asociado al mismo personaje. La adolescente era el aspecto a cambiar y quien quería zamarrearla y sacarla a la calle era el cambiador.
Junto con esta descripción de la estructura de cada aspecto y de la relación global que establecen, podemos agregar otra que aparentemente niega a la anterior, pero que en lo más profundo la complementa: no siempre el aspecto a cambiar es quien recibe la influencia, y no siempre es el cambiador quien la emite. Cuando, por ejemplo el aspecto retraído le comunica su necesidad al cambiador: "Necesito que me acompañes, que me respaldes, que confíes en mi... etc.", en ese momento es el aspecto retraído quien le está proponiendo a su cambiador que cambie, y por lo tanto está adoptando el rol de cambiador. Quien antes fue aspecto a cambiar ahora es cambiador y quien antes funcionó como cambiador ahora está en el lugar del aspecto a cambiar.
Esta descripción responde a una perspectiva estrictamente funcional. Al examinar microscópicamente la dinámica de la interacción se puede comprobar que los personajes que la constituyen, durante el transcurso de la relación, efectivamente, van intercambiando sus roles.
Sintetizando las dos perspectivas (estructural y funcional) podemos decir que existe un vínculo en el que un aspecto (el cambiador impaciente) está intentando cambiar a otro aspecto (la adolescente temerosa), y que al observar en detalle el curso de tal relación se puede comprobar que ambos se están modificando recíprocamente. Por lo tanto cada uno funciona, alternativamente, como aspecto a cambiar y cambiador del otro término de la relación. Este es precisamente parte del aprendizaje que realiza el cambiador: él quiere cambiar a su "aspecto a cambiar" y en el transcurso del diálogo va descubriendo que para poder hacerlo es necesario que él mismo cambie. A partir de ese momento, él se reconoce a si mismo como otro "aspecto a cambiar".
También el aspecto a cambiar hace su aprendizaje. Volvamos al ejemplo de Marta: la adolescente acurrucada se sentía una víctima pasiva de su cambiador. En el curso de la interacción descubre también que el poder reconocer cuál es el trato interior que necesita recibir y el comunicárselo a su cambiador con la mayor claridad posible es el recurso más importante que tiene para poder adecuarlo a sus propias necesidades. Es decir, descubre que él también es un cambiador y que necesita ejercer eficazmente tal función para poder ayudar a su cambiador a que lo ayude a él.
Ambos descubren que "aspecto a cambiar" y "cambiador" no son, como creían al comienzo, personajes separados y cristalizados en su rol, que luchan por imponer su punto de vista, sino dos funciones alternantes y sucesivas que cada protagonista experimenta. Y que cada uno cumple, según el momento de la interacción, el rol de aspecto a cambiar y de cambiador.
Hemos dicho que buena parte de la tarea curativa consiste en producir una reprogramación asistencial para la transformación del aspecto rechazado, pero es de gran importancia observar quien diseña tal reprogramación. Si el aspecto a cambiar no participa en el diseño y éste es modelado por otra instancia interna, la tarea asistencial no ha sido completa. Por más bien intencionada que eventualmente pudiera ser la actitud de quien lo diseñó, existe siempre un riesgo altamente significativo: que lo que el programador diseñó sea la expresión de sus deseos o creencias y no coincida con lo que el aspecto a cambiar necesita, y tal necesidad, es bueno recordarlo una vez más, quien mejor la conoce es el propio aspecto a cambiar.
¿Qué aspecto interior es el que dice?: "Yo quiero cambiar lo que tengo de inseguro, triste, dependiente,... etc."
Como se desprende de la formulación misma, es el cambiador. Tomemos el ejemplo del aspecto inseguro. El deseo -frustrado- de sentirse seguro registra el estado que existe en cambio, lo percibe desde su proyecto que no se está cumpliendo, y desde esa posición lo describe. La posición misma en la que se encuentra le hace distorsionar frecuentemente su percepción del aspecto inseguro y suele verlo peor de lo que está. Por este motivo la auto-percepción que el aspecto inseguro realiza a continuación resulta un factor de corrección importante para la evaluación de sus características.
En una gran mayoría de los casos el cambiador y el aspecto a cambiar elegido coinciden en el deseo de producir una transformación. Las diferencias suelen encontrarse en algunos matices de la meta. De todos modos, si bien es muy infrecuente, no es descartable que el aspecto a cambiar elegido se sienta bien como es y no desee modificarse. Por esta razón es que es necesario consultar siempre al aspecto a cambiar si él también desea transformarse en la dirección de la meta propuesta por el cambiador.
Yo quiero cambiar un aspecto psicológico cuando lo rechazo, cuando no estoy satisfecho con él. Cambiarlo es una tarea compleja que requiere conocer las leyes de la transformación del aspecto en cuestión. Cuando dicha transformación no se logra, el rechazo se expresa amputando la percepción o la expresión del aspecto rechazado. Por estas razones el aspecto a cambiar casi nunca puede auto percibirse con claridad pues está asociado a él el rechazo, la anestesia, la vergüenza, la descalificación, etc. Es muy distinto hablar, por ejemplo, del aspecto temeroso, que lograr que el mismo aspecto temeroso se auto exprese. Esta diferencia ya ha sido desarrollada al introducir al cambiador en "El desacuerdo interior de Marta". De todos modos resumiremos sus aspectos más significativos: Cuando se habla del aspecto temeroso, quien habla de él es el cambiador, es decir, la reacción (de rechazo, malestar, descalificación, etc.) que se siente hacia él, más la creencia que se tiene acerca de por qué es como es, etc. Tales agregados impiden que el aspecto temeroso se auto exprese, se auto conozca, descubra sus necesidades y pueda poner en marcha los mecanismos de auto asistencia.
Buena parte del sentido de esta tarea es, precisamente, crear las condiciones para posibilitar que el aspecto rechazado pueda auto percibirse y expresarse. En esta obra se presenta un camino para lograrlo. Repitiéndolo una vez más, sus pasos son:
a) preparación para la tarea,
b) caracterización precisa del aspecto,
c) su transformación en imagen plástica,
d) su proyección al espacio exterior próximo (imaginarlo enfrente),
e) el reconocimiento vivencial de la reacción de rechazo hacia él. Y por último
f) tomar su lugar, adoptar su postura corporal y ser ese aspecto.
Este es, a mi juicio, el camino que permite acceder con mayor claridad e integridad al aspecto rechazado que se desea cambiar. Dentro de ese camino existen múltiples variaciones: dibujarlo en papel o modelarlo en arcilla, expresarlo corporalmente a través del movimiento o la danza, o escribir su diálogo con el cambiador como si fuera una obra de teatro... El elemento común de todas estas técnicas es lograr discriminar al aspecto rechazado del resto de los aspectos y darle una forma estable. El contar con dicha forma facilita, primero, conocer la reacción que el aspecto rechazado despierta, y permite luego ingresar adentro del personaje mismo, auto-percibirse y expresarse desde su propio interior, en primera persona.
Es cierto que convertirse en el aspecto a cambiar y ser él, no es algo fácil y agradable, más bien produce cierto dolor. Es el dolor de sentirse un aspecto disfuncional o poco desarrollado, y además rechazado. De modo que cierta cuota de dolor, en este tramo del trabajo, es inevitable.
Algunas prácticas asistenciales, tratando de evitar este dolor, procuran producir los cambios sin pasar por la vivencia de ser el aspecto a cambiar. En mi experiencia he visto que cuando se evita esta vivencia, la potencia transformadora del trabajo queda muy empobrecida.
De todos modos es bueno saber que la vivencia de dolor disminuye muchísimo cuando el aspecto a cambiar descubre qué necesita recibir de su cambiador para poder transformarse pues en ese momento su estado deja de ser un puro pozo sin salida para convertirse en lo que también es: el irreemplazable punto de partida de cualquier proceso de cambio.
Asociada a esta vivencia de dolor se produce también una fuerte sensación de integridad. La integridad que proporciona el reconocer y asumir aún los aspectos más rechazados.
...Y la integridad y la esperanza, junto con la comprensión del sentido, son los genuinos bálsamos del dolor.
Todos hemos experimentado alguna vez, muchas veces, o de un modo estable, el rechazo a una característica psicológica propia. Lo que uno siente en ese momento es la sensación de estar rechazando pero si se instalara adentro de la característica rechazada, lo que experimentaría es la sensación opuesta: ser rechazado. De modo que cada vez que uno rechaza un rasgo de si mismo, lo que uno siente predominantemente es el componente activo del rechazo pero en realidad se están produciendo simultáneamente las dos sensaciones, El aspecto rechazado, aunque no se lo perciba tan claramente, siente dolor por el maltrato del rechazo. Si bien el maltrato no es inherente al rechazo, habitualmente el rechazo maltrata.
El dolor que ocasiona el maltrato del rechazo en los aspectos rechazados -tanto propios como ajenos-es el dolor de fondo que experimentamos los seres humanos. Es la atmósfera de dolor que respiramos todos los días.
El aspecto maltratado y dolorido, sueña. Sueña con un rechazo que no maltrate y sueña con ser reconocido y asistido en sus necesidades. Aunque él mismo a veces no lo perciba, ese es su sueño.
El asistente interior es la realización de ese sueño.
Llevarlo a cabo no es la consecuencia del mero desearlo. Es necesario a demás realizar ciertas tareas. En este capítulo analizaremos en detalle cada uno de los pasos que se recorren para construirlo y convocarlo. A los efectos de facilitar su comprensión utilizaremos un ejemplo. Para presentar otras facetas distintas a las que vimos en Marta mostraremos la experiencia de Teresa, (30 años) quien consultó por un estado depresivo.
Tareas a realizar
1) Crear las condiciones generales, internas y externas, acordes con una tarea de auto indagación y descubrimiento . (Preparación)
2) Descubrir con la mayor claridad posible cuál o cuáles son los aspectos psicológicos que uno rechaza de sí mismo y quiere cambiar. (Descubrir el aspecto a cambiar)
3) Descubrir de qué modo uno rechaza e intenta cambiar al aspecto rechazado. (Descubrir el trato que el cambiador brinda)
4) Ser el aspecto rechazado (o aspecto a cambiar) y desde su propio interior descubrir:
a) si él también quiere transformarse en la meta que el cambiador le propone.
b) en caso de ser así, si el trato interior que recibe habitualmente lo ayuda a transformarse en la dirección deseada.
c) sí no lo ayuda, descubrir con la mayor claridad posible cuál es el trato interior que necesitaría recibir en cambio, para poder, efectivamente, evolucionar hacía la meta deseada.
Todos estos pasos son necesarios para poder realizar el siguiente, que es el que, finalmente, comienza a poner de manifiesto al rol de asistente interior:
5) Convertirse en el ser que trata al aspecto a cambiar del modo en el que él ha expresado que necesita ser tratado y desde ese lugar tomar contacto con la resonancia interior que produce el actuar dicho rol.
1) La preparación tiene una importancia casi obvia en el proceso de crear las condiciones. Ha sido comentada en el capítulo IV y remitimos al lector a esas páginas.
2) Descubrir el aspecto a cambiar. Dado que es el mismo aspecto rechazado quien producirá al asistente interior es de fundamental importancia lograr percibirlo de un modo discriminado y preciso. En Teresa era un aspecto triste, chiquito y desampara do y lo representó como una nena de 8 años, con un vestidito gris, sentada sola, con la cara triste y la mirada perdida, en una plaza.
3) Descubrir como es el cambiador. Conocer el modo en el que se está rechazando e intentando cambiar al aspecto rechazado es hacer explícita la actitud que el cambiador está utilizando con él. Es conocer el eventual error que será necesario transformar. En Teresa, el cambiador le decía a la nena triste: "No se qué hacer con vos, me das miedo. Siento deseos de no verte, de esconderte, que no aparezcas y olvidarme de vos porque cuando apareces ocupas toda la escena y desaparece todo lo que aprendí y crecí..."
4) Ser el aspecto a cambiar. Las tareas previas posibilitan ingresar en el aspecto a cambiar y ser él. Es necesario ser el aspecto a cambiar para poder descubrir:
a) Si él también quiere transformarse en la dirección que el cambiador le propone. Tal des cubrimiento es la base que le permitirá los próximos movimientos pues a partir del reconocimiento de su propia meta es que el aspecto rechazado podrá saber si el trato que recibe le ayuda a acercarse a ella o no y en el caso de que no, qué es lo que necesita recibir, en cambio, para poder hacer lo. El cambiador de Teresa quería que la nena triste fuera más vital y más alegre, y la nena triste también quería ser así, de modo que las metas coincidían.
b) Qué siente ante el trato que el cambiador le dispensa: Que el aspecto a cambiar perciba con claridad el modo que el cambiador tiene de querer cambiarlo, y que además reconozca su propia reacción ante dicho trato es de gran importancia.
No sólo le permite conocer mejor las condiciones interiores en las que existe sino que también le da pistas ciertas acerca de por qué está como está.
Por otra parte, el saber lo que le hace daño es, aunque parezca extraño, una gran ayuda para des cubrir qué es lo que necesitaría recibir, en cambio.
Cuando el aspecto rechazado ha sido maltratado durante mucho tiempo va perdiendo la capacidad de saber qué necesita. Por esta razón es que el recurso de partir del contraste con el trato actual es útil siempre e imprescindible en numerosas ocasiones.
Cuando se le preguntó a la nena triste que sentía cuando el cambiador quería esconderla y no verla, dijo: "Me siento más sola todavía, más triste, más desesperanzada..."
c) Qué necesita recibir en cambio: Luego se le preguntó: "Si esto que el cambiador te hace te daña, ¿qué es lo que imaginas que necesitarías recibir, en cambio, para sentirte en condiciones de marchar en la dirección deseada?" Este es el contraste al cual nos referimos en el punto anterior. Una manera de ayudarla a descubrir qué necesita es partiendo del reconocimiento de lo que le hace daño.
El tramo del descubrimiento de sus propias necesidades puede ser, en algunas personas, más prolongado y dificultoso, pues, como expresamos antes, cuando el aspecto a cambiar ha sido maltratado durante mucho tiempo, la capacidad de registrar lo que necesita se deteriora y ya no puede percibirlo con tanta claridad y rapidez. De todos modos esta capacidad se recupera y cuanto más tiempo logra permanecer en estado de auto observación, más claras y profundas suelen resultar las necesidades que descubre. El hecho mismo de registrarlas ya es de gran valor pues el estado habitual del aspecto a cambiar es de gran minusvalía y desesperanza. Explicaremos por qué: En primer término ya es, en general, un aspecto carente o disfuncional (triste, infantil, dependiente, inseguro, confuso, impulsivo... etc.) por eso mismo es que se lo rechaza y se lo quiere cambiar. En segundo término, si el cambiador no ha podido transformarlo hasta ese momento es porque no sabe que hacer con él para lograrlo. Cuando el cambiador, sobre todo si es inmaduro, no sabe qué hacer con el aspecto a cambiar, tiende a pensar que lo que ocurre es que ese aspecto a cambiar no tiene arreglo. Y el propio aspecto a cambiar, al ver que efectivamente no cambia, comienza a sentir que la creencia del cambiador es verdadera, que él efectivamente no sirve. Por último, los programas de cambio que utiliza el cambiador inmaduro, al no ser adecuados y no modificarse a partir de las respuestas del aspecto a cambiar, conducen inevitablemente a dañar más aún al aspecto que lo está recibiendo. Cuando el cambiador de Teresa le decía a la nena triste: "Me das miedo... no quiero verte... quiero olvidarme de vos..." le estaba diciendo indirectamente: "Vos no tenés arreglo". Luego en efecto, no la miraba y se olvidaba de ella, con lo cual realmente agravaba más su condición. La nena triste como cualquier otro aspecto rechazado, que recibe este tipo de trato, termina sintiendo que no tiene solución. Por estas razones el aspecto a cambiar se siente, en la gran mayoría de los casos, desahuciado y sin arreglo. Puede variar la intensidad de su convicción, pero siempre, en mayor o menor grado, tal creencia existe.
Cuando la nena triste reconoce que ella también quiere transformarse en alegre ya da un primer paso importante porque al hacerlo recupera su propio deseo de transformación. Cuando el aspecto a cambiar se siente sin arreglo durante un tiempo prolongado va anestesiando y perdiendo sus propios deseos como una forma de disminuir su sufrimiento. Por supuesto que al perder sus deseos de cambiar también se daña su vitalidad y se agrava, como consecuencia de ello, su estado psicológico. De su sueño de ser bien tratado y asistido sólo le quedan escasos vestigios.
En este contexto, descubrir qué trato interior necesita recibir para poder transformarse en lo que ya reconoció que desea, es comenzar a registrar algo no habitual, algo que hace tiempo no percibía. La nena triste estaba sola, perdida, mientras el resto de Teresa hacía esfuerzos para no mirarla, tratando de olvidarse de ella. Es relativamente sencillo imaginar su estado. Desolación, estupor, confusión y gran desesperanza. Desde allí, comenzar a descubrir qué necesita, produce un cambio interior de extraordinaria importancia. La nena triste le dijo entre otras cosas a su cambiador: "Necesito que me veas, que no te vayas, que me protejas..." Mientras descubre que esto es parte de lo que necesita, también descubre que "...entonces, ¡es posible...! hay un camino para estar mejor...". Descubre que es posible transformarse, no porque se lo digan sino porque ella misma lo está descubriendo y sintiendo, con toda la fuerza que tiene la evidencia del propio sentimiento. Es como alguien que está encerrado en una gruta. En el momento que ve la salida descubre que salir es posible, aunque aún no haya salido.
Cuando el aspecto rechazado logra descubrir qué trato interior necesita, se despierta y vitaliza.
Por estas razones, y las que veremos a continuación, es conveniente que las necesidades que el aspecto a cambiar descubra sean bien concretas y específicas. La nena triste le decía a su cambiador: "necesito que me veas, que no te vayas, que me protejas..." , pero existen muchas formas de mirar, de quedarse y de proteger, y es necesario que el aspecto a cambiar descubra cual es la forma particular que necesita.
La pregunta que se le hizo para ayudarla a descubrirlo fue: "que te vea... ¿de qué modo? ¿de qué manera necesitas que se quede con vos? que te proteja... ¿de qué forma?". La nena respondió: "que me vea quiere decir que no me esconda, que me pregunte como estoy, que me escuche, que se de cuenta que soy chiquita... Que se quede conmigo sin miedo, tranquila... Que me proteja con el cuerpo, que me abrace mucho y me saque de acá, que me lleve a un lugar seguro ..."
Es importante que las necesidades que el aspecto a cambiar descubra sean lo más definidas y concretas posibles porque son ellas mismas las que van plasmando la silueta del asistente interior que las ha de satisfacer. Cuanto más completa la caracterización más factible será la tarea de comenzar a encarnarlo.
Otro hecho interesante es que mientras el aspecto a cambiar percibe el trato interior que necesita recibir ya comienza a ponerse en sintonía con esa calidad de situación, lo cual lo va preparando también para su próxima experiencia.
Resumiendo la secuencia: el cambiador quería transformar a la nena triste en alegre y trataba de lograrlo escondiéndola y olvidándose de ella. Tal actitud no conducía a la transformación deseada pero el cambiador la seguía implementando igual, en parte porque no registraba las respuestas de la nena ante su actitud y en parte porque no disponía de otro programa más adecuado. Se le propone entonces a la nena que ella misma diseñe el programa que sí lograría transformarla. Esto es lo que se hace cuando se la ayuda a que descubra cuales son sus necesidades y de qué modo necesita ser tratada interiormente.
En el momento que ella dice: "Necesito que me mires, que me preguntes como estoy... que te quedes conmigo sin miedo, que me escuches... que me protejas, que me abraces..." está diseñando el trato interior que le permitirá ser más fuerte y alegre. Ha iniciado la propuesta de una reprogramación asistencial. Una vez que la descubrió es necesario poner a prueba cuál es la adhesión interior que logra despertar.
5) Convocar al asistente interior.
Cuando ha completado la descripción del trato interior que necesita recibir se le propone al aspecto rechazado que se cambie de lugar y que se convierta en ese ser que lo trata del modo en el que él necesita ser tratado. Desde ese lugar, dirigiéndose a la nena triste, le dijo: "Yo voy a ayudarte a que me puedas contar lo que te pasa, quiero aprender a quedarme... te invito a que confíes, a que me dejes probar... (realiza el gesto de abrazarla)... vamos a casa... me gusta la idea de hacer esta tarea juntas..."
Mientras la nena triste nombraba el trato interior que necesitaba recibir, lo que resultaba de su descripción, por más completa que fuera, era un ramillete de características. Cuando luego se encarna al ser que es así, tales características dejan de ser un ramillete y pasan a configurar una estructura, es decir se organiza una identidad particular, un "yo". Al comienzo es un yo vacío, no hay nadie con vida propia que lo exprese y sostenga. Es solo un actor que reproduce un libreto que se le ha dictado y que por lo tanto actúa un personaje. Y eso es lo que se le ha propuesto: que se convierta en ese ser y actúe así, no que sienta así. Por lo tanto lo que dice Teresa desde ese rol son, al comienzo, sólo palabras y gestos.
Lo que comienza a ponerse a prueba a partir de ese momento es el grado de adhesión interior que tal nueva actitud despertará en Teresa.
El cambiador habitual quería que la nena triste fuera alegre e implementaba un programa para lograrlo. Al no estar en contacto directo y estable con la nena triste, su programa quedaba alejado de las necesidades de ella y por lo tanto no le servía. Entonces se le pide a la nena misma que ella diseñe su propio programa asistencial. Lo hace y luego lo actúa. Es como si el aspecto triste le dijera al cambiador: "Si querés transformarme en alegre y vital, hace esto que ahora estoy haciendo yo (desde el rol de asistente)". El nuevo programa que se presenta, aunque al comienzo sean sólo palabras, es como una campana de llamada que resuena interiormente invitando al "deseo de cambiar a la nena triste" a adherir a esa manera de implementarse. Podríamos compararlo también con la acción de un precursor que ha descubierto una manera nueva de hacer algo y que la muestra a sus compañeros para que ellos la vean y se sientan atraídos a adoptar la nueva actitud. Por ejemplo, un maestro que ha creado una forma nueva, más sencilla y eficaz, de enseñar a leer y escribir. Si sus compañeros no están rígidamente fijados a la manera antigua de hacerlo, estarán en condiciones, en el caso de comprobar la eficacia del nuevo método, de adherir a él y comenzar a practicarlo. En el mundo interno sucede algo semejante. Si el deseo de cambiar a la nena triste no ha quedado excesivamente fundido y cristalizado con la estrategia que estaba utilizando (esconder a la nena para que no arruine lo logrado), queda disponible para adoptar el nuevo programa y entonces aquellas palabras del comienzo, hasta ahora vacías, comienzan a llenarse de adherentes interiores.
Cuando esto ocurre, en el rol de asistente interior ya no hay un actor que reproduce un libreto sino una presencia viva. Si le pusiéramos palabras a ese cambio sería: "Yo le digo y le hago esto a la nena, no porque imite o me lo dicten, sino porque lo siento así."
Lo que acabamos de describir son los sucesivos pasos de una secuencia. En algunas oportunidades ocurren tan rápido que no se perciben concientemente. En esos casos, cuando la persona ingresa en el rol, desde el comienzo mismo se relaciona con el aspecto a cambiar con una fuerte participación emocional real. Cuando el proceso demora más tiempo es cuando la transición se hace más visible. No sólo la persona siente profundamente el cambio sino que es muy claro también para quien guía la experiencia, en el caso de que sea guiada. Es un cambio cualitativo notable, una sensación de presencia llena, emocionada, en la que la persona va descubriendo y simultáneamente reconociendo que los sentimientos y actitudes que está expresando también son propios. Lo que era meramente una silueta soñada se llena de contenido. A partir de ese momento el rol de asistente interior cobra vida propia, incluso aparecen nuevas respuestas que trascienden y amplían a aquellas que habían sido prefiguradas. Es muy frecuente, además, que el asistente interior se reconozca a sí mismo con una identidad específica y experimente una sensación de familiaridad con esa manera de ser. Teresa, cuando transitaba por ese momento, dijo: "Me siento como una india fuerte, serena, bien sentada en la tierra, que puede acunar y proteger a esta nena triste y desamparada... a esta sensación que tengo ahora de ser así, la conozco, la conozco como de toda la vida..."
Lo que le sucede a la persona cuando se activa y experimenta la función de asistente interior no resulta sencillo de ser explicado a través de las palabras. Pertenece al tipo de experiencias a las que para poder conocerlas en su real dimensión es necesario vivirlas. Existe una diferencia abismal entre transcribir las palabras que pronuncia el asistente interior ("...voy a ayudarte a que me puedas contar lo que te pasa... te invito a que confíes, a que me dejes probar... etc.") y todo aquello que le sucede cuando lo vive, con sus vísceras y su corazón. Cuando se encuentra sintiendo, de verdad, que está ayudando, casi por primera vez, a ese aspecto, habitualmente tan rechazado. Es una vivencia de reconciliación y encuentro muy profunda. En estas páginas sólo podemos delinear la vivencia, quien desee explorarla cuenta con la grabación con las consignas de indagación.
Hecha la salvedad, intentaremos ampliar la descripción: Al sentirse siendo el asistente interior uno tiene la oportunidad de comprobar que efectivamente cuenta con aquellas características por las que siempre padeció al imaginar que no existían en sí mismo y que sólo podía soñar con recibirlas de alguien del mundo exterior, y que por otra parte casi nunca llegaba. Uno descubre la maravillosa realidad de que tiene la capacidad potencial de producir su propio remedio. El descubrir vivencial-mente este hecho es de una extraordinaria significación.
El asistente interior, casi por definición, no termina en si mismo pues está indisolublemente asociado al aspecto asistido. El asistente interior será de verdad tal en la medida que realmente asista y eso quien mejor lo sabe es el aspecto que ha recibido su asistencia. Por lo tanto es necesario darle a dicho aspecto la oportunidad de observar cómo se siente ante el trato recibido.
La experiencia clínica muestra que cuando el aspecto a cambiar logró percibir sus necesidades de un modo claro y el rol de asistente encontró adhesión interior mientras se iba expresando, la respuesta del aspecto asistido es de profunda conmoción. Es la conmoción que produce un
reencuentro largamente soñado, el cual ya se creía que nunca habría de ocurrir. Junto con esta respuesta emocional de fondo, el aspecto asistido siente el alivio y el bienestar que produce el comenzar a recibir -por fin- lo necesitado. Como beber después de una larga sed, o recibir amparo luego de un prolongado miedo...
En otras ocasiones la silueta de asistente interior que diseñó el aspecto a cambiar, al ser actuada, detona una muy escasa -o ninguna-resonancia interior. El aspecto a cambiar registra ese suceso y lo experimenta como insatisfacción y desconfianza. Las frases más frecuentes que expresa en esas ocasiones son: "No te creo, todo lo que decís es falso... no lo sentís de verdad..." o "eso lo decís ahora, pero dentro de un rato te vas a ir o me vas a volver a maltratar como lo has hecho siempre...".
En otras ocasiones la adhesión interior pudo haber sido razonable pero el aspecto a cambiar no está en condiciones de recibirla. Esto ocurre cuando el aspecto a cambiar ha tomado por cierta la descalificación habitual del cambiador y siente que él es efectivamente como el cambiador lo percibía. La forma en que suele manifestarse es: "Siento que yo no soy digna, que no merezco que me trates con comprensión o afecto, etc...." La manera de resolver esa confusión es precisamente ayudándole a discriminar que lo que el cambiador piensa de él no es necesariamente lo que él es y que comience a reconocer la coexistencia de distintos puntos de vista acerca de su identidad.
Vamos a examinar ahora qué sucede en las situaciones de escasa adhesión interior. Lo que allí ocurre es que el deseo de producir un cambio y la manera de implementarse han quedado fundidos en una unidad, por lo tanto no están disponibles para adherir al nuevo programa: "A esta chica retraída hay que sacudirla y obligarla a salir porque es muy cómoda..." "Yo se muy bien como tratarla..." "Esto es lo que yo he aprendido y es como se debe actuar..." "Ella se engaña con lo que está pidiendo..."
Estas suelen ser las frases más frecuentes que expresa el cambiador cuando ha cristalizado su actitud y ha ideologizado su maltrato. Son lo que podríamos llamar las dificultades en la desprogramación de la actitud antigua.
Cuando se presenta una situación así es necesario realizar una tarea doble: por un lado repetir la experiencia de construcción y diálogo del asistente con el aspecto a cambiar, hasta donde se produzca cada vez, para habituar a la persona a ese tipo de vínculo interno. La repetición tiene un valor muy importante en estos casos porque facilita el reconocimiento de un hecho obvio y fundamental: que ambos aspectos son partes de la misma unidad. En la medida que lo van percibiendo se van creando las condiciones para que se restablezca entre ellos la relación que les corresponde en tanto partes de la misma unidad, es decir la colaboración solidaria.
Por otro lado es necesario descubrir cuál es la creencia que sostiene la cristalización de un programa inadecuado y discriminar deseo de cambio de estrategia utiliza da. Cuando se diferencian estos componentes, el cambio de programa deja de ser vivido como una derrota o un fracaso y pasa a ser considerado como realmente es: un aprendizaje enriquecedor, inherente al vivir mismo y que no ha de cesar mientras la vida exista.
¿Qué es lo que permite que la reprogramación asistencial propuesta por el aspecto a cambiar logre la adhesión interior suficiente como para que la persona adopte la nueva actitud? Puesto en términos del ejemplo: ¿Qué es lo que posibilita que el programa diseñado por la nena triste sea incorporado por el cambiador habitual de Teresa y se convierta en el modo nuevo de relacionarse con ella?
En páginas anteriores nos referimos a un aspecto: que las estrategias previas no estuvieran excesivamente cristalizadas. Ahondaremos en este punto y agregaremos los otros factores en juego.
Siempre existe algún grado de cristalización o de inercia asociado a un método utilizado habitualmente. Si durante años he arado la tierra de cierta manera, aunque el método nuevo sea más eficaz, su utilización implica la disolución de gestos habituales y una adecuación que suele ser laboriosa. La pregunta que surge entonces, es: ¿Cuales son las fuerzas que disuelven la cristalización de la antigua estrategia? Si bien suelen presentarse en conjunto, las describiremos en forma separada para percibirlas mejor.
1- Que se perciba con claridad que el nuevo programa es más adecuado que el anterior. Por esta razón es importante que la nena triste tenga la oportunidad de observar como se siente después de haber sido tratada con la nueva actitud asistencial.
Si se siente efectivamente mejor, ese testimonio, esa comprobación es muy importante para estimular la disolución de lo cristalizado. Es, simplemente, la potencia de la eficacia.
2- Que se perciba con claridad el dolor que ocasiona la utilización del programa anterior (porque no logra enseñar, curar o resolver el problema que aborda), sentirse conmovido por ese dolor y tener como prioridad principal el resolverlo.
Por esta causa es que es importante que el rol de asistente interior se experimente inmediatamente después de sentir el estado del aspecto a cambiar con su deseo de transformarse y su dolor por no lograrlo. La memoria de ese dolor y el deseo de curarlo es un poderoso solvente de las antiguas formas cristalizadas.
3- Que la identidad del cambiador no esté fusiona da con el programa antiguo. El grado mayor de cristalización se produce cuando la propia identidad queda identificada con una determinada forma.
"...yo siempre he arado la tierra así, esto es lo que se hacer, esto es lo que soy..." o "...Siempre he enseñado a leer y escribir de esta manera, yo ya soy así..." o desde la perspectiva del cambiador: "...Lo que yo se hacer es zamarrear y gritar para que cambie. Si dejo de hacer eso, dejo de ser, desaparezco,... es el fracaso total de todo lo que he sido hasta ahora... es como morir. Me produce mucha angustia..." 4-Que no se haya creado ninguna ideología alrededor del programa habitual. En muchas oportunidades lo que es un medio para lograr un resultado se convierte en algo en sí mismo, a ser conservado y motivo de adoración. Una historia sufí cuenta que una tribu indígena consideraba al fuego -al cual conservaban en un altar-como un regalo milagroso de los dioses. Un día llega un misionero y quiere demostrarles que están cometiendo un gran error. Saca su encendedor y les muestra que él puede producir fuego las veces que necesite y que eso no es atributo exclusivo de ningún Dios. Los jefes de la tribu se miran entre sí, coinciden en que esa persona es la encarnación del demonio y deciden quemarlo en el mismo fuego que él ha pretendido mancillar.
Este relato ilustra fundamentalmente el error del misionero que no contempló a quien iba a recibir su mensaje: si necesitaban recibir esa información, o no, y en caso de que sí, cuales eran las condiciones requeridas para poder incorporarla. Pero también muestra, paralelamente, la fuerza que puede alcanzar la adoración de un instrumento cuando está sostenido por un sistema de creencias compartido. Del mismo modo, el cambiador que ha utilizado durante mucho tiempo una determinada actitud para con su aspecto a cambiar puede haber construido alrededor de ella ciertas conclusiones. Por ejemplo un cambiador exigente y criticador le responde a su aspecto a cambiar, que le pide comprensión y afecto: "¿Quien te crees que sos vos? ¡ya sos grande para ir pidiendo abrazos y consuelo...!, ¡...Mi deber es reclamarte que hagas las cosas sin ninguna falla y tu deber es hacerlas... y así debe ser...! Eso es lo que me han enseñado mis mayores y voy a mantener esa tradición..!."
Cuando este tipo de ideologización de un comportamiento está instalado, endurece más aún su cristalización y es necesario revisarla a fondo para posibilitar cualquier transformación.
5- Que el nuevo programa no descalifique al anterior. Es muy importante que el nuevo programa enriquezca al anterior. Esto quiere decir que no lo niegue completamente. Que le de sentido: que defina el contexto en el cual es útil. Por ejemplo: Que el programa anterior sea "esconder a la nena para que no arruine lo ya crecido... etc." tiene sentido y es bueno descubrirlo. Se actúa así cuando se cree que la nena es alguien sin ninguna posibilidad de crecimiento, que es un problema permanente y sin arreglo. Cuando se llega a esa conclusión, efectivamente, lo más adecuado es aislarla para que no arruine lo que se va logrando.
El programa anterior está en mejores condiciones de adherir al nuevo cuando no lo siente su enemigo que lo va a descalificar o destruir sino que lo percibe como un nuevo aporte que lo va actualizar y enriquecer.
Durante mi infancia no existía la mayonesa comercial, de modo que habitualmente se la batía en forma casera. Si se cortaba, la fórmula familiar era separar una pequeña porción y agregarle gotas de limón. Luego se comenzaba a batir sólo esa pequeña porción hasta que -si uno era paciente, experto y afortunado-lograba recuperar la consistencia natural de la mayonesa. Una vez que esa pequeña parte había sido arreglada, la delicada tarea consistía en ir incorporando cada vez más porciones de mayonesa cortada en la proporción justa como para permitirle que pudiera adherir a la nueva consistencia sin que la mayonesa arreglada quedara sobrepasada y se volviera a cortar.
El recurso del asistente interior se parece mucho a aquella antigua fórmula casera: concentrarse en una pequeña parte, producir allí la solución y luego propagarla.
Para comprender mejor el modo en el que actúa esta serie de pasos es necesario detenerse y observar en detalle qué le sucede a una persona que explora sus relaciones interiores encarnando sucesivamente a cada uno de sus aspectos. Vamos a hacerlo ingresando en un tramo de esta secuencia: cuando el aspecto a cambiar comienza a reconocerse a sí mismo y a descubrir el trato interior que necesita recibir.
Convertirse en el aspecto a cambiar, ser él, ya es de por sí una experiencia fuerte. El aspecto que cada uno quiere cambiar de si mismo es lo que uno más rechaza y por lo tanto lo que más le duele, de modo que estar siendo ese rasgo psicológico es importante. Cuando, por ejemplo Teresa se convierte en su aspecto triste y desamparado, está toda ella viviendo y sintiendo ese aspecto de si, esa habitación de "la casa que ella es". Siendo la niña triste descubre luego el dolor añadido que le produce el maltrato interior que habitualmente recibe de parte del cambiador y qué es lo que necesitaría recibir, en cambio. Estos descubrimientos son muy simples pero es bueno recordar una vez más que durante la vida diaria, en la percepción habitual que tiene de si misma, Teresa no lo percibe, sólo registra un vago rumor de esos estados y el sufrimiento que dejan como residuo, pero nada más. El claro reconocimiento de lo que está sucediendo adentro le da precisión y razón de ser a su sufrimiento habitual. Es como si dijera: "¡Ah!...era por esto!". Luego, cuando el aspecto triste puede conocer y nombrar cuales son sus necesidades, comienza a disipar su confusión y a recuperar la brújula, y esto es como dijimos anteriormente, profundamente vitalizador. Le permite darse cuenta además -en la gran mayoría de los casos ocurre así- que el trato interior que necesita recibir no es nada extravagante ni imposible; y que además, el que lo reciba o no, no depende de alguien exterior a ella, sino de ella misma. Estos simples descubrimientos son tan importantes como sería en el plano físico, el recuperar la capacidad de sentir hambre y descubrir además que hay comida disponible.
Cada uno de estos hallazgos van incrementando, por acumulación, la participación y la intensidad emocional de quien está realizando la experiencia.
Luego se desplaza, imagina que la nena desamparada ha quedado donde estaba antes, y desde su nuevo lugar toma contacto con ella observándola con su mirada interior. En esa mirada está muy presente el recuerdo que conserva de lo que sintió mientras estaba allí. Esto es así porque por más que tome distintos roles, adopte diferentes posturas corporales y experimente otras emociones y puntos de vista, hay algo que es tan indudable y real como eso: es la misma persona quien experimenta a cada uno de los aspectos y por lo tanto esa persona, en este caso Teresa, está registrando y siendo afectada por lo que le sucede a cada uno y por las relaciones que establecen entre ellos.
Cuando el aspecto triste se ha cambiado de lugar y comienza a actuar al asistente interior, si bien ya cambió de posición y de rol, su sentimiento anterior ha dejado estelas en el nuevo rol. Por esta razón es que no es lo mismo actuar el rol de asistente interior de un modo aislado que hacerlo inmediatamente después de haber sido y vivido el aspecto a cambiar. Esto último es de fundamental importancia porque se actúa impregnado por la memoria del dolor y la necesidad del aspecto a cambiar. Veamos en detalle este instante: La nena triste había descubierto sus necesidades de trato interior y se le propone que se convierta en el ser que la trata como ella necesita. Cada necesidad dibuja implícitamente a quien la puede satisfacer: "Tengo hambre, tengo miedo, tengo frío" implica alguna representación simultánea de comida, protección y abrigo; y del mismo modo con el resto de las necesidades. Cuando la nena ha descubierto qué necesita y por lo tanto ha dibujado simultáneamente a quién y cómo la puede satisfacer se le propone que viaje hasta la otra punta de su necesidad y que se convierta en quien la satisface. Lo que la nena ha descripto es simplemente una manera de ser tratada. Podemos decir también, una actitud, un programa. Se desplaza y comienza a actuar dicho programa. Pero por ahora es sólo eso, un programa. Un programa que está buscando un intérprete que lo ejecute de verdad.
Este programa es un acto de creación producido por la nena triste. Ella comenzó registrando sus necesidades de trato interior, fue sumando detalles, fue enriqueciendo el ramillete de características, y en ese proceso se fue plasmando la figura del ser que era así. Este es el modo en el que la necesidad, poniendo de manifiesto su potencialidad creativa, construye, momento a momento, el remedio a su medida. Puede parecer milagroso o ilusorio pero es, de hecho, lo que ocurre en el organismo, a cada instante, en los dinámicos procesos de autorregulación. En algunas oportunidades es necesario producir glucosa, en otras ocasiones corticoides y tirotrofina, luego glóbulos rojos y plaquetas... Quien pone en marcha tal formidable producción es, precisamente el estado de carencia del organismo del componente necesitado, y este mismo proceso ocurre con miles y miles de substancias, millones de veces, momento a momento.
En el plano biológico estos sucesos ocurren automáticamente. En el nivel psicológico, especialmente en sucesos de cierta complejidad, aún no. Por esta razón es especialmente importante conocer qué factores propician y cuales obstaculizan el proceso de auto asistencia psicológica. Es lo que veremos a continuación
Los cinco puntos que hemos presentado en este capítulo describen los pasos para su construcción y convocatoria. Añadiremos dos rasgos más, que si bien no son, estrictamente, pasos de la tarea, definen la cualidad de su secuencia: la gradualidad y la acumulación. Esto quiere decir que a la función de asistente interior, sobre todo al comienzo, no se puede acceder de cualquier manera o de un modo inmediato y que es necesario recorrer una serie de etapas que van, cada una, posibilitando la siguiente y potenciando, por acumulación, sus efectos.
• La preparación es necesaria para poder descubrir con más hondura y precisión cual es el aspecto rechazado.
• Descubrir el aspecto rechazado es necesario para poder conocer luego de qué modo se lo rechaza y se intenta cambiarlo.
• Poner de manifiesto al cambiador es necesario para descubrir la reacción que tal trato le produce al aspecto rechazado.
• Cuando el aspecto rechazado ha vivenciado cual es el trato interior que le hace daño está en inmejorables condiciones de conocer qué es lo que necesita recibir en cambio.
• Una vez que ha descubierto, cuál es, el trato interior que necesita recibir, recién entonces, puede intentar convertirse en quien brinda dicho trato.
• Estar actuando, en este contexto, al personaje que brinda el trato necesitado, es una de las llaves más delicadas y precisas que produce, activa y convoca a la función de asistente interior.
¿Quién es ese ser que habla así?, ¿de donde sale?, ¿de qué está hecho?, ¿donde estaba antes de manifestarse?
El asistente interior está hecho de las memorias de las relaciones de amor, cuidado y respeto que cada uno alberga y que han sido vividas en algún momento de su historia, tanto personal como transpersonal, es decir que han sido vividas por sí mismo o que han sido traídas como parte de su estructura constitucional.
Podríamos llamarlo el depósito de amor que cada persona alberga en si. A este espacio de amor es al que se procura llegar para manifestarlo activamente a través de la figura del asistente interior. Cuanto más fuertes las memorias personales y transpersonales de vínculos de amor, más facilitado es su acceso y más sostenida su presencia, pero todos, en mayor o menor medida contamos con la capacidad potencial de producirlo y convocarlo. La función de asistente interior es algo que, en efecto, simultáneamente se construye y convoca. Podemos compararla en ese sentido con cualquier otra capacidad potencial: hablar, leer o tocar el piano.... lograremos realizarlas sólo en la medida que recorramos el camino de su ejercitación y aprendizaje. La diferencia es que la ejercitación para realizar cualquiera de las actividades de los ejemplos ya nos es conocida. Sabemos bastante bien que hay que hacer para aprender a leer o tocar el piano, pero no nos es tan claro aún el camino que construye y convoca el rol de asistente interior. Esta obra es, precisamente, un intento de contribuir a su mejor conocimiento y comprensión.
Sufrir es nacer, envejecer, enfermarse,
estar con lo que se odia, no estar con lo que se ama,
desear, anhelar y no conseguir...
Buddha.
Las corrientes psicológicas humanistas han propiciado la actitud de "aceptar" aquello que uno rechaza de sí mismo. Si yo rechazo a mi aspecto envidioso se me alentará de diversas formas a que lo acepte a los efectos de poder transformarlo. En tal sugerencia existe, a mi juicio, una intención correcta y una insuficiente precisión del término que se utiliza y por lo tanto de la actitud que se propone. Trataremos de ampliar esta idea: "Aceptar",(del latín accipere: recibir) quiere decir admitir, aprobar. Se me ofrece por ejemplo un cargo que deseo ocupar, y lo acepto.
En ésta, como en toda otra aceptación, están presentes dos componentes que conviene diferenciar: a) el reconocimiento del hecho, en el sentido de darme por enterado de que se me ha ofrecido el cargo, y b) la aceptación propiamente dicha del cargo ofrecido. Tal como lo expresa su definición, el punto b) quiere decir que apruebo, que estoy de acuerdo con el ofrecimiento. El término aceptación contiene, entonces, dos aspectos diferenciables: el reconocimiento y la aceptación propiamente dicha. Habitualmente se utiliza el término aceptación como sinónimo de reconocimiento y no lo es. A las personas que experimentan reacciones de rechazo se les suele decir: "Acepta que tenés miedo", "acepta que estás enfermo" o "acepta que sentís envidia...", etc. En realidad lo que estas personas necesitan hacer es reconocer que tienen miedo, o que están enfermas o que sienten envidia...
No es necesario ni adecuado ni correcto aceptar el miedo, la enfermedad o la envidia en el sentido de la aprobación o el acuerdo interior, para poder transformarlos. Cuando, como consecuencia de esta insuficiente discriminación se le propone a la persona su aceptación, más que acercarlo a una solución, en realidad se le está creando un problema más. El problema de tratar de aceptar lo que rechaza, lo cual es una contradicción en sí misma y una violencia psicológica innecesaria y perjudicial. Lo que la persona necesita, en relación a cualquiera de estos estados, no es aceptarlos sino reconocerlos, rechazarlos con respeto y sabiduría y en ese contexto, transformarlos. El rechazo en sí mismo no es un problema, por el contrario es absolutamente imprescindible en todo proceso de transformación y autorregulación, es decir, es un mecanismo vital y saludable. El problema, el gran problema es cómo se rechaza. Al no haberse discriminado suficientemente estos dos aspectos: el rechazo en sí, de la forma en que se realiza, se le atribuyó a la acción de rechazar las trastornos, los serios trastornos que producen algunas formas de rechazar.
El problema del rechazo no se resuelve dejando de rechazar ("en lugar de rechazar al miedo, acepta que lo tenés") sino, precisamente, aprendiendo a rechazar. Es posible aprender a rechazar sin destruir y tal actitud de reconocimiento y respetuoso rechazo es precisamente uno de los rasgos específicos del cambiador asistencial.
El cambiador inmaduro y el castigo La mera expresión del rechazo suele confundirse con estrategia adecuada para producir un cambio. El ejemplo más notorio, generalizado y dañino de esta confusión es la utilización del castigo como recurso didáctico.
El niño saca una mala nota en la escuela y se lo castiga con una paliza o privándolo de aquello que le gusta. María Luisa llega frecuentemente tarde a sus citas con Roberto y él la castiga tratándola fríamente y haciéndole lo mismo la próxima vez... etc.
Detrás de cada uno de estos castigos suele estar la creencia de que... así aprenderá.
En el plano social, la construcción de normas y los castigos para quien no las cumple tiene un sentido distinto al que se presenta en el plano psicológico. En el universo de las relaciones emocionales el castigo expresa el enojo que uno siente por la frustración de una expectativa que no se cumple, a la cual uno se siente con derecho. Por ejemplo los padres se sienten con derecho a esperar que el niño saque una buena nota, Roberto, a que su amiga llegue puntual...etc.
Lo que el niño, en realidad, aprende al ser castigado es que los padres se enojan cuando él saca una mala nota pero no aprende a sacarse una buena nota, es decir no aprende a desarrollar las condiciones para estudiar y rendir con eficiencia y como consecuencia, sacarse buenas notas. La amiga castigada también aprende que su amigo se enoja cuando llega tarde pero no aprende a llegar temprano, es decir no aprende a resolver los problemas que le hacen llegar tarde. Es cierto que en los casos más leves puede ser suficiente: Para que sus padres no lo castiguen el niño estudia, para que Roberto no se enoje, María Luisa llega temprano, etc. Pero hay que recordar que ese recurso funciona sólo en los casos más leves y que igualmente el mecanismo de transformación es muy parcial y precario. Modificarse por temor al castigo (aunque sea un castigo menor) siempre deja confusión y resentimiento. Confusión porque la persona está recibiendo un castigo y se le dice que se le está enseñando. Como ese castigo (al igual que cualquier otro) la enoja, la persona castigada termina sintiendo: me quieren enseñar y yo me enojo: debo ser muy malo. También deja resentimiento por que es un enojo que al no estar claro si es legítimo o no, difícilmente se lo puede expresar. Por lo tanto queda enfriado, estancado y cronificado como resentimiento. Frecuentemente el niño termina odiando a esa materia y a todo lo vinculado al motivo de ese castigo.
Por estas razones es muy importante que quien castiga, y no pueda evitarlo todavía, reconozca al menos lo que está haciendo y pueda decir : "Te castigo porque estoy enojado, no para que aprendas. Cuando se me pase el enojo y esté en condiciones de enseñarte conversaremos acerca de tu manera de aprender".
Al igual que con el cambiador asistencial, es posible describir al cambiador inmaduro tomando en cuenta las características de la relación que establece con su aspecto a cambiar. Estas son:
1- No le reconoce al aspecto a cambiar el derecho a ser como es, si no coincide con sus expectativas.
2- Cree que la meta que él tiene para el aspecto a cambiar es la correcta y que eso es incuestionable.
3- Cree que los modos que utiliza son los adecuados y que si el aspecto a cambiar no se transforma a partir de ellos, es por discapacidad del aspecto a cambiar.
4- Afinca su identidad en el modo a través del cual se expresa. ("Yo soy exigente, y si dejo de hacer eso, dejo de ser...").
Lo presentaremos poniendo en palabras la actitud con la que se relaciona con el aspecto al cual quiere cambiar. Tal actitud es, básicamente la misma para cualquier aspecto. A modo de ejemplo imaginario utilizaremos el aspecto a cambiar de Marta:
Cambiador asistencial a aspecto a cambiar: "Vos no me gustas, cada vez que apareces siento desagrado y te rechazo. Me gustaría que en lugar de ser tímida fueras decidida. Reconozco que si sos así, aunque no me gustes, tus razones tendrás. Quiero decir que, dado quien sos y lo que has recibido, ésta es tu mejor respuesta posible. Se que si yo tuviera tu misma constitución, y hubiera recibido el mismo trato que vos, reaccionaría en la misma forma, aunque no me gustes. De todos modos, quiero que seas más decidida, y por lo tanto, lo primero que quiero saber es si vos también querés serlo. Si es así, te quiero preguntar de qué modo necesitarías que te hable y te trate cada vez que aparezcas para que te sientas ayudada a transformarte en ese ser seguro que ambas queremos que seas. Sé también que tus necesidades son cambiantes y que lo que hoy necesites de mí tal vez será distinto a lo que fue ayer y a lo que será mañana. Además he comprendido que las dos vamos a equivocarnos muchas veces: vos creerás que necesitas algo de mi, y cuando lo recibas tal vez descubras que era algo diferente y yo, por mi parte, intentaré tratarte como me lo hayas pedido y frecuentemente me equivocaré. De ambos errores, las dos necesitamos aprender, y dado que cada momento es siempre nuevo, es bueno saber que nuestro aprendizaje, que es también nuestra tarea y nuestra aventura conjunta, no cesará mientras la vida exista."
Este largo párrafo imaginario intenta poner en palabras una actitud. Puede desplegarse con la extensión de las palabras en el curso de los diálogos interiores y también, cuando el cambiador la ha comprendido e incorporado, puede ser simplemente un instante: una disposición interior, una mirada o un gesto.
El modo de sentir y expresar su rechazo y la forma de intentar transformar al aspecto rechazado constituyen las guías a tener en cuenta para evaluar el estado evolutivo del cambiador. La actitud del cambiador asistencial puede desglosarse en cuatro características:
1- Le reconoce al aspecto a cambiar su derecho a ser como es, aunque no esté de acuerdo con él.
2- Reconoce que la meta que él tiene para el aspecto a cambiar puede no coincidir con la que el aspecto a cambiar tenga para sí mismo, y que en ese caso es necesario, en un diálogo entre "socios de igual rango", producir una meta común.
3- Reconoce que el camino más adecuado para saber lo que el aspecto a cambiar necesita recibir de él (el cambiador) para evolucionar hacia la meta, es preguntárselo, es decir ha comprendido que la mayor riqueza que ambos poseen no es el saber acumula do y aislado en cada uno sino la mutua capacidad de aprender en el intercambio con el otro.
4- Le brinda al aspecto a cambiar, en la medida de sus posibilidades, lo que él necesita y se dispone a transitar un aprendizaje conjunto, que sabe que no ha de cesar.
En tanto aprendiz, el cambiador puede estar ubicado en diferentes fases de su aprendizaje: desde la mayor ignorancia e inmadurez hasta aquella en la que ya ha dejado de ser un agente productor de conflicto y sufrimiento y se ha convertido en un colaborador conciente al servicio de la plenitud del desarrollo. Dicha etapa se corresponde con su madurez.
Comenzaremos examinando ésta última etapa. En la medida que se perciba con claridad las características de la madurez se comprenderán mejor, por contraste, los rasgos propios de las etapas más tempranas.En tanto aprendiz, el cambiador puede estar ubicado en diferentes fases de su aprendizaje: desde la mayor ignorancia e inmadurez hasta aquella en la que ya ha dejado de ser un agente productor de conflicto y sufrimiento y se ha convertido en un colaborador conciente al servicio de la plenitud del desarrollo. Dicha etapa se corresponde con su madurez.
Comenzaremos examinando ésta última etapa. En la medida que se perciba con claridad las características de la madurez se comprenderán mejor, por contraste, los rasgos propios de las etapas más tempranas.
Desear producir un cambio y diseñar un camino para lograrlo son atributos de la individualidad auto conciente. Para comprender el origen y las vicisitudes de esta forma de individualidad utilizaremos la metáfora del vehículo vital y la botonera: un vehículo vital, junto con muchos otros, realiza su viaje programado por la central que tele-comanda a todas las naves. Cada vehículo alberga un tripulante, pero el rol de dicho tripulante es completamente pasivo, es decir, sólo acompaña lo que sucede sin actuar sobre ello. A partir de un momento dado, cada tripulante observa delante de si una consola de comando con un volante y numerosos botones. Además, él mismo, hasta ahora pasivo tripulante, experimenta el impulso a accionar dichos botones. El momento en el que aparece la consola de comando y el deseo de accionarla, representa el nacimiento del yo. Son atributos centrales del "yo" la capacidad de sentirse diferenciado del resto del conjunto, de desear experimentar (poseer, lograr o alcanzar) algo y de arbitrar los medios para cumplirlo. Tanto aquello que se desea lograr como los medios que se diseñen pueden ser, desde una piedra para romper un coco hasta las funciones más complejas de simbolización, pensamiento y lenguaje. La función yoica, si bien está presente en algunas de las especies más evolucionadas de la vida animal, sólo se ejerce en ellas en una forma muy rudimentaria. Es en el ser humano en donde alcanza su mayor desarrollo.
Las diferentes culturas y tradiciones religiosas han plasmado en mitos y leyendas su concepción acerca de como se produjo este formidable salto en la evolución filo-genética. La tradición judeo-cristiana lo hizo a través del mito de "La expulsión del paraíso".2 Si bien no conocemos aún con precisión cuales fueron las causas y las circunstancias en las que se produjo tal mutación, sí podemos intentar describir que le ocurre al individuo una vez desarrollada la capacidad de autoconciencia.
1 Este mito fue analizado en detalle en "El Camino de la Auto asistencia Psicológica" (Edit. Planeta, 1985)
Lo haremos a través de la metáfora que estamos describiendo. El tripulante y su vehículo han dejado de ser meros efectores pasivos de las instrucciones emanadas de la central y comienzan a poder imprimir cambios en el itinerario desde el interior del propio vehículo. Antes existía un sólo centro organizador: la central de comando, y ahora hay dos. Se ha agregado otro en el interior mismo de cada organización individual. El tripulante ha descubierto que cuenta con la capacidad de girar en varias direcciones, de acelerar o frenar, de detenerse o arrancar cuando lo desee. Esta es su nueva capacidad. El problema que tiene, uno de los grandes problemas que tiene es que no sabe como se hace. No sabe cual es el botón que frena ni como hay que apretarlo para que actúe suavemente, ni cuanto tiempo puede hacerlo para que no se dañe el sistema. Esto mismo le ocurre con cada uno de los comandos de su botonera. De modo que lo que tiene por delante es un largo período de exploración y aprendizaje; de ensayo, acierto y error, en el que irá conociendo las posibilidades y los límites de su comando de acciones, su nueva capacidad.
El que acabamos de describir no es el único problema que se le presenta a nuestro tripulante a partir de la incorporación de las nuevas funciones. Veamos cuales son los otros: Cuando los vehículos eran sólo efectores de instrucciones, su condición era la de ser componentes no diferenciados de un conjunto unitario, por lo tanto cada nave era una con el resto y con la central de telecomando. Si se le hubiera preguntado a una nave cualquiera: "¿Quien es Ud.?", ella seguramente habría respondido: "Cómo, quién soy ?! Soy. Y si intentara describir algunas características de su identidad, nombraría con absoluta certeza, rasgos, que desde la perspectiva de la conciencia individual separada, pertenecen claramente a los otros vehículos del conjunto, o a la central de comando '.
En el momento en el que el "yo" nace, surge la capacidad de auto percepción y reconocimiento de si mismo como un ser diferenciado del resto, es decir como una individualidad auto conciente y limitada. Antes era uno con la totalidad y ahora es una minúscula parte auto conciente, diferente y separada. La tradición Talmúdica dice que el hombre debe llevar dos papeles escritos, uno en cada bolsillo. Al sacar el primero leerá: "Soy el Rey de la creación". Y en el segundo encontrará: "Soy un grano de arena en el desierto". El primero alude a su capacidad de autoconciencia, el segundo a su condición de minúscula parte. Agrega a continuación que en el reconocimiento de la verdad parcial de cada uno, el ser humano hallará los extremos de su doble condición y en su síntesis cambiante, plasmará el lugar que le corresponde en el mundo. Pero esta síntesis dinámica no ocurre desde el comienzo, sino que es un fenómeno tardío del desarrollo. Veamos entonces qué ocurre en los estadios tempranos de la evolución de la conciencia.
Cuando cada ser humano comienza a sentirse un individuo diferente y separado del resto, la sensación de pequeñez, de ser "un grano de arena en el desierto", es
3 Rudolf Steiner describe en "El poder oculto de la sangre" (Edit. Kier) que los hombres primitivos recordaban las experiencias vividas por sus antepasados y los sucesos de su propia vida individual como si formaran parte de la misma identidad, sin ninguna posibilidad de distinguirlos como sucesos pertenecientes a diferentes personas.
abrumadora. A partir de esa vivencia surge, con fuerza igualmente extraordinaria, la necesidad de volver a experimentar la unión con la totalidad. Si lo pusiéramos en términos del mito de la Expulsión del Paraíso: a partir del momento en que Adán y Eva se reconocen individualidades separadas y quedan, por lo tanto, expulsados del Edén, se instala en ellos la necesidad de recuperar el Paraíso perdido. La gran mayoría de las conductas y actitudes humanas desde aquel momento mítico hasta la fecha pueden explicarse como la manifestación de ese movimiento vital básico hacia la recuperación de la vivencia de totalidad. Ken Wilber ha denominado a dicha dirección última y a los comportamientos que genera: El Proyecto Atman.
¿Y cómo se recupera el Paraíso perdido, cómo se restablece la vivencia de unión con la totalidad? Volviendo a sentirse y reconocerse una parte de ella. En este nuevo momento de la espiral evolutiva ya no será, como antes de la expulsión, en términos de ser una parte no conciente del conjunto, sino a través de la vivencia de ser una parte integrante y conciente del conjunto universal.
El desarrollo del nivel de conciencia que permite reconocerse vivencialmente como una parte de la totalidad es un fenómeno ulterior en la evolución, es decir no se manifiesta de un modo inmediato. ¿Y qué es lo que le ocurre a la conciencia separada que quiere recuperar la vivencia de totalidad y no sabe aún que dicho estado lo alcanzará a través de la conciencia de parte? Aquello que le sucede tiene que ver con la dimensión trágica de la existencia humana: la conciencia trata de alcanzar la totalidad intentando serlo. Para comprender mejor este movimiento apelemos a otra metáfora, ahora de naturaleza geopolítica: Imaginemos una parte de un gran territorio que "se siente", junto con todas las otras partes, uno con él. A partir del momento en que en dicho territorio surge la formación de naciones, queda convertida en una nación entre otras. La nueva nación registrará, en forma simultánea, su reciente autonomía y la desconexión del gran territorio del cual se sentía parte. Si esta nación, abrumada por su pequeñez relativa, quiere alcanzar la dimensión del territorio original tratando de serlo, apelará inevitablemente a la auto expansión. auto expansión es el movimiento a través del cual intentará que sus leyes rijan en territorios cada vez más vastos. Dicho movimiento implica, inevitablemente, relaciones de lucha para dirimir quien impone al otro sus puntos de vista, sus decisiones o sus leyes, es decir, la lucha por el poder. Estos sucesos de la metáfora ocurren también en la dimensión humana: cuando un individuo desea alcanzar la plenitud de la totalidad a través de la auto expansión, desemboca inevitablemente en aquello que se denomina la expansión del ego: el deseo de omnipotencia, la competencia, la posesividad (con los consiguientes celos, miedos e inseguridades) y la interminable lucha por el poder. Es decir, el infierno humano. La trama de este infierno humano está constituida por cada uno de los "yoes" que intenta recuperar la vivencia de totalidad perdida, a través de la auto expansión. Esta es la hipótesis que la Psicología Transpersonal propone para explicar el conflicto psicológico básico del ser humano.
Recapitulando lo expresado hasta ahora, los problemas que experimenta y las tareas que debe realizar el naciente "yo" humano, son:
A) Descubrir qué es lo que puede modificar.
B) Qué es lo que no puede modificar.
C) Cómo lograr modificar eficazmente aquello que sí puede.
D) Cómo adecuarse a lo que no puede modificar
E) Cómo recuperar la sensación de totalidad perdida.
Existe una antigua plegaria que describe con sencillez y belleza la actitud del hombre frente a esa colosal tarea: "...Dios, dadme valor para cambiar aquello que puedo, dadme serenidad para aceptar aquello que no puedo cambiar y dadme la sabiduría necesaria para poder diferenciarlo."
Puedo construir una casa, un avión, una computadora y tantos otros objetos, puedo transformar la tristeza, pero ¿puedo aumentar la velocidad de rotación de la tierra alrededor del sol? ¿ Puedo cambiar de lugar a las estrellas, modificar la profundidad de los mares o el ritmo de sus mareas? ¿Puedo viajar al pasado o al futuro? ¿Puedo curar el cáncer o el sida? Como todos sabemos, algunas de estas tareas antes no se podían realizar y luego se han logrado, otras resultan por ahora imposibles y tal vez en un futuro próximo se alcancen, otras tal vez nunca. Estos ejemplos intentan mostrar que el yo no sólo necesita descubrir el ámbito y los límites de sus capacidades sino que dichos límites son continuamente cambiantes de modo que su tarea en relación a este punto no termina nunca. Puesto en términos de la metáfora, ¿cuál es la relación entre cada vehículo y la central? De todo aquello que la central (la naturaleza, el universo, Dios, o como se lo quiera llamar) ha construido y establecido, ¿qué es lo que puede modificar cada tripulante?
El punto siguiente es como modificar efectivamente aquello que sí puede. Es posible construir una casa, pero ¿cómo hacerla?. Es posible transformar un estado psicológico (tristeza, inseguridad, miedos, etc.), pero ¿cómo hacerlo? Estas son las tareas básicas del cambiador. Las está ensayando cada vez que intenta transformar un estado interior en otro. En algunas oportunidades lo hace adecuadamente, en muchas otras no. Y lo intenta, seamos concientes o no de ello, cada vez que está en desacuerdo con alguna característica psicológica de sí mismo y quiere cambiarla. Y como lo expresamos al comienzo del desarrollo de este punto, la causa de su ineficiencia es su condición de aprendiz de una nueva función.
El sufrimiento psicológico, en su inmensa mayoría, es el resultado de un desacuerdo interior que no se resuelve. En esta frase están presentes dos afirmaciones: la existencia de un desacuerdo y su no resolución. Comenzaremos analizando el primer punto: la existencia del desacuerdo.
Los protagonistas últimos del desacuerdo interior son los mismos en todos los seres humanos: "lo que soy- lo que deseo ser". Naturalmente que será distinto en cada individuo el contenido particular de "lo que soy" y de "lo que deseo ser", pero el desacuerdo siempre es entre dichas fuerzas (soy triste y quiero ser alegre, soy inseguro y quiero ser seguro, soy temeroso y quiero ser audaz, etc.). El que exista un desacuerdo no es aún causa suficiente para que se produzca sufrimiento, es necesario que, además, no se resuelva. El desacuerdo interior es una experiencia humana universal, inevitable y necesaria. En la medida que recorremos un ciclo vital, el desacuerdo interior es inherente a dicho movimiento. Porque en él hay transformaciones, hoy puedo no sentir ni pensar lo mismo que ayer, por lo tanto quedaré en desacuerdo con lo que ayer sentí y pensé. Este desacuerdo puede ser el punto de partida de una nueva síntesis, en cuyo caso no sólo no es causa de sufrimiento sino que actúa como motor de nuevos desarrollos. El desacuerdo interior sí es causa de sufrimiento psicológico cuando permanece sin resolverse. "Sufro porque me siento "A", quiero sentirme "B", y todo lo que he hecho hasta ahora para lograrlo no me ha conducido en esa dirección". Cuando esa persona pide ayuda lo hace para que se lo ayude a alcanzar lo que él solo no ha podido.
¿ Y por qué no se resuelve el desacuerdo interior? No se resuelve porque lo que se le hace interiormente al aspecto "A" (por ejemplo: dependiente) para transformarlo en "B" (independiente) no es lo que "A" necesita recibir para poder transformarse en la dirección deseada. Lo que se le hace a "A" es rechazarlo e intentar cambiarlo a través de algún procedimiento. Si bien estas dos actitudes son diferenciables, ambas se influyen recíprocamente: Cuanto más impotente me siento para transformar mi dependencia más furioso es mi rechazo cada vez que se manifiesta y cuanto mayor es la furia que mi dependencia me produce más se perturba mi posibilidad de comprenderla y descubrir la actitud que la transforma.
En este círculo que constituyen el rechazo y el programa de cambio hemos elegido a este último como puerta de entrada porque es el de más fácil acceso y el más eficaz. La experiencia clínica muestra que cuanto más instrumentado me siento para transformar al aspecto que rechazo (temeroso, dependiente o como fuera) más tolerable y benigna la frustración y el enojo que me produce cada vez que aparece. Por lo tanto enriqueciendo la capacidad de transformar al aspecto rechazado, es decir instrumentando al cambiador, se disminuye también la destructividad del rechazo impotente.
Avancemos entonces un paso más y exploremos con mayor detalle nuestra puerta de entrada.
Cuando el realizador no realiza las instrucciones propuestas por el programador para alcanzar la meta, se crea el estado de desacuerdo interior. "Yo deseo ser seguro y suelto como para poder acercarme y conversar con una muchacha atractiva y en cambio me siento tímido y retraído". Pueden cambiar los contenidos de cada ítem pero la estructura siempre es la misma: "quiero sentirme "A" y en cambio me siento "B". Esta es, en última instancia, la trama básica del desacuerdo interior.
Retornando ahora a la pregunta acerca de qué es lo que ocurre cuando los programas no se realizan, veamos qué es lo que sucede entre ellos: el deseo de seducir a la muchacha ha quedado frustrado y, por lo tanto, rechaza al aspecto tímido que no realizó lo que esperaba de él. Además del rechazo al aspecto tímido se produce el intento de transformarlo en seguro y suelto. Este intento implica alguna creencia acerca de por qué el aspecto tímido es como es y cual será, por lo tanto, la estrategia, el programa más adecuado a seguir para transformarlo en seguro y audaz. Esta relación es de gran importancia porque del modo en el que se exprese el rechazo y del tipo de programa que se implemente para cambiarlo dependerá que el cambio deseado efectivamente se produzca o que se instale el desacuerdo interior crónico con su propio sufrimiento.
El programador puede tratar de producir un cambio sobre un aspecto psicológico, pero también puede intentar conservarlo o expresarlo, si está de acuerdo con él. Cuando el programador está orientado hacia la producción de un cambio, está adoptando la faceta de cambiador. Cuando intenta conservarlo, adopta la modalidad de "conservador". Estos términos intentan mostrar las diferentes funciones específicas del rol general de programador. Lo que es importante recordar es que sea cual fuera la actividad que se desempeñe -conservar o cambiar-siempre existe un programador, conciente e inconciente, que la coordina y hace posible. En este libro hemos puesto más énfasis sobre "el modo cambiador" de la función de programación porque es el que adquiere mayor relevancia clínica. Intentaremos explicar por qué.
La relación programador-realizador no siempre fluye armoniosamente. Cuando las actividades son más complejas y de mayor significado emocional puede no existir acuerdo entre ellas. Veámoslo a través de un ejemplo: El programador, ante el deseo de conocer a una mujer muy atractiva, le comunica al realizador: " Acércate a ella con soltura, serenidad y simpatía y comienza una conversación casual e ingeniosa para seducirla..." El realizador, luego de escuchar estas instrucciones, avanza hacia ella para cumplir lo que se le dijo pero se pone cada vez más tenso, en el camino tropieza con una silla y cuando la tiene enfrente, en lugar de hablarle, se queda en blanco, se ruboriza... da media vuelta y se va.
¿Y qué ocurre después, cuando el programador vuelve a encontrarse con el realizador que no ha cumplido sus instrucciones? ¿Cómo es la relación entre ellos en ese instante crucial del reencuentro después que aquello que se había deseado y proyectado, no se realizó?
Todos albergamos múltiples memorias de situaciones en las que no estuvimos a la altura de nuestro deseo: "...Quise dar una buena clase y me olvidé la mitad de lo que quería decir..."
"...Quise producirle una buena impresión al nuevo jefe y estuve torpe como nunca..."
De lo que suceda en ese reencuentro depende que se abra el camino de la solución del problema que enfrentan o que se instale un nuevo sufrimiento.
El programador y el realizador pueden pertenecer ambos al sistema neurovegetativo inconciente. En ese nivel el programador regula tanto los procesos de la digestión como la secreción de insulina, la producción de endorfinas o cualquier otra substancia necesaria para el organismo. El equipo realizador se encarga de llevar a cabo la producción de dichas substancias y todo el proceso, en condiciones normales, transcurre silenciosamente, es decir sin la participación directa de la conciencia y la voluntad. Forma parte de las muy numerosas actividades vinculadas a la autorregulación biológica.
El programador y el realizador pueden pertenecer también al sistema conciente e inconciente en forma simultánea. A esta última categoría pertenecen la gran mayoría de nuestras acciones cotidianas. El acto mismo de haber abierto este libro responde a una programación específica, conciente e inconciente. Sería casi imposible nombrar la enorme cantidad de componentes y sub-acciones que necesitan coordinarse para poder realizar una simple acción como es abrir la tapa de un libro, o levantarse de la silla y caminar. Estas coordinaciones son llevadas a cabo por distintos núcleos del sistema nervioso central.
Para comprender la relación entre el programador y el realizador es necesario incluir el tercer componente del sistema: el deseo. El es quien aporta la energía y la dirección de la actividad. El programador programa, el realizador realiza y es el deseo el que pone en marcha al programador y al realizador. Ambos actúan para alcanzar el propósito particular del deseo que los motiva. El deseo desea alcanzar, experimentar, poseer algo. El programador es quien evalúa y diseña los pasos del camino para lograrlo y luego lo transmite al realizador para que lo convierta en actividades específicas.
Podríamos decir que no existe ningún deseo, por más simple que sea, que no esté enlazado a una programación para poder realizarse, pues como expresamos anteriormente, aún los gestos más elementales como girar la cabeza, desplazar un dedo o beber agua requieren de complejos sistemas de coordinación.
A lo largo de estas reflexiones mencionaremos repetidamente al programador y al realizador. Conviene aclarar que está implícita en tal denominación la presencia del deseo que aporta a cada uno la energía y la dirección de su actividad. Si bien el deseo aporta la dirección de fondo que surge del contenido de la meta, el programador, por su parte, agrega otra dirección: la del itinerario del camino que ha diseñado para alcanzarla. El deseo dice adonde quiere ir, el programador traza la ruta a recorrer y el realizador es el encargado de recorrerla.
Cuando exploramos el campo constituido por estos tres protagonistas -el deseo, el programador y el realizador-podemos encontrar allí el microcosmos, la matriz, la semilla de todas las pautas básicas de interacción. En dicho espacio están presentes todos los acuerdos y desacuerdos, encuentros y desencuentros que experimentamos los seres humanos. Por lo tanto, comprender y resolver los problemas que existen entre ellos es resolver la raíz de todo conflicto. Esta es la idea central del libro.
Existe un conjunto de metáforas que representan a esta bipolaridad funcional: el arquitecto y el obrero, el director y el actor, el director técnico y el jugador, el jinete y el caballo, etc. En cada una de estas duplas se puede observar claramente que el primer término tiene la función de diseñar, coordinar y dirigir la actividad y el segundo término es el encargado de realizarla. También se puede comprobar la interdependencia de ambas: el arquitecto, por ejemplo, puede confeccionar el plano más detallado y explícito que uno pueda concebir para una casa, pero si no está el obrero que la realice ese plano quedará sólo como tal, es decir una mera representación de aquella realidad. El obrero, por su parte, podrá contar con todos los materiales para la construcción, pero si no dispone de la información necesaria para coordinar y realizar las tareas, los materiales quedarán sólo como piezas sueltas.
Cada profesión en las metáforas representa la forma "institucionalizada" de cumplir estas funciones, pero la distribución operacional que expresan no queda circunscripta a ellas si no que se cumplen también en cada momento de cualquier comunicación interpersonal: cada vez que emito, informo, invito, ordeno o propongo algo, etc. estoy en el rol de programador y cada vez que me responden y recibo otra información o sugerencia estoy en el rol de realizador recibiendo un nuevo programa o propuesta a realizar. En última instancia, en todo momento de una comunicación entre dos o más personas, están presentes -de un modo rotativo y cambiante- la función de programador y realizador. Esto ocurre no sólo entre dos o más personas, si no también dentro de cada individuo. No sólo soy, en un diálogo interpersonal, el director que diseña una propuesta, y luego el actor que realiza la nueva sugerencia recibida, sino que dentro de mí mismo coexisten simultáneamente las dos funciones. Veamos entonces cuales son las diferentes formas de interacción que establecen.
Todas las actividades de los seres vivos, desde la acción más simple de un organismo unicelular hasta el comportamiento humano más complejo, son el resultado de la interacción de dos funciones básicas: la programación y la realización. Aún la acciones más elementales como pestañear o masticar requieren un complejo sistema de programación y coordinación de las múltiples partes que participan en ellas.
Además de la programación es necesaria la presencia de un equipo biológico encargado de ejecutar las acciones programadas: contraer, relajar, abrir, etc. Esa es la realización. Podríamos decir que programación y realización son los socios básicos de la actividad biopsicológica en cualquier nivel de su manifestación.
Meta, estado ideal, propósito, objetivo, etc. son los diversos nombres que intentan caracterizar, en el nivel psicológico, el mismo fenómeno: la representación mental de un estado deseado. Es como el plano de una casa antes de su construcción: algo que no se ha realizado aún en el nivel material y que representa el objetivo que se desea alcanzar.
La meta puede estar referida a objetos del mundo externo: deseo comprar un automóvil, una casa o una joya, etc. y también a estados interiores: deseo sentir alegría, bienestar, seguridad, plenitud, etc.
El control mental y la visualización creativa, continuando los trabajos realizados por las antiguas tradiciones metafísicas, han retomado la utilización de la meta con propósitos asistenciales. La propuesta es representarse lo deseado con la mayor claridad posible, y hacerlo regular y frecuentemente. La idea es que dicha representación, vivida con intensidad e imaginando que es posible y real, contribuirá a que efectivamente se produzca el suceso deseado. Imaginemos que tengo problemas con una compañera de trabajo y deseo llevarme bien con ella. La propuesta es que en un estado de relajación y calma mental imagine escenas con ella en las que tengo una relación abierta, sincera y armoniosa.
Uno de los principios en los que se apoya esta línea de trabajo es que "la forma sigue a la idea". En efecto, practicar tenis, por ejemplo, ha sido precedido por el pensamiento: "quiero practicar tenis". "Quiero cambiar de trabajo" es la idea que precede y produce el hecho de cambiar de trabajo, y así con el resto de los sucesos. El plano precede a la casa, y cada acontecimiento tiene su propio "plano" que lo antecede y posibilita. A partir de todo esto, la tesis que se propone es que si se representa con nitidez y claridad "el plano", se detonan los procesos que facilitan la realización en el nivel físico del suceso representado por él.
Quisiera formular algunas reflexiones acerca de estas ideas y su utilización en la clínica. Coincido con la observación de que toda realización está precedida por el pensamiento que la ha .generado. Esto nos remite precisamente a las funciones básicas presentadas en esta obra: la programación y la realización. El deseo, por ejemplo, de cambiar de trabajo, motoriza el diseño del programa que es quien precede, selecciona y organiza las acciones que es necesario realizar para poder efectivamente cambiar de trabajo.
Desear algo y proponérselo como meta es necesario para poder realizarlo, pero no es suficiente. Algunas personas afirman que "querer es poder". Para quienes sostienen esta idea, si uno desea intensamente algo, lo va a lograr. Por lo tanto, desde esa perspectiva, una manera de ayudar a alguien a lograr algo es ayudándolo a que lo desee con la mayor intensidad posible. Esta idea es parcialmente cierta. Querer no es poder. Querer y poder son dos espacios interiores distintos, dos funciones diferenciadas que tienen, cada una, sus leyes propias. El querer es la energía que pone en marcha algo, el poder es la capacidad de organizar esa energía de manera adecuada para realizar las acciones que acerquen a la meta. El querer puede ser comparado con la nafta y el poder con el motor y el resto de la estructura que se necesita para transformar la energía del combustible en movimiento mecánico. Si bien la energía del combustible es necesaria, no es suficiente para producir movimiento. Es evidente que no es posible viajar sentado sobre un tanque de nafta.
En aquellas personas que ya han alcanzado una relación de cooperación armónica entre el programador y el realizador, la clara y persistente formulación de la meta basta para detonar en cascada la movilización de los recursos necesarios para realizar lo deseado. Es en esas personas en quienes las técnicas de afirmaciones y visualización resultan más eficaces. Lamentablemente no son las más frecuentes. En la mayoría de las personas la representación de la meta no logra activar al realizador de un modo adecuado como para producir el estado que se desea. Yo me siento dependiente, quiero ser autónomo y entonces me represento una imagen de mi moviéndome con seguridad e independencia. La conexión frecuente y regular con esa imagen, efectivamente la potencia y vitaliza, pero ese cambio no desemboca automáticamente en la adecuada estimulación a mi realizador interior para que esté en condiciones de transformarse en la dirección de la autonomía. Como vimos en Marta, el deseo de ser segura y decidida trataba de lograrlo zamarreando y llevando por la fuerza al aspecto temeroso a una reunión social para que se despertara y actuara con decisión. Ella, por lo tanto, por más que se visualizara activa y expansiva, lo que esa imagen habría de detonar para movilizar los recursos del aspecto temeroso sería zamarrearlo y forzarlo. Y esa actitud, como también vimos, le producía más temor y retracción. El ejemplo de Marta no es una excepción pues esta forma de error, u otras similares, signan con mucha frecuencia la relación entre el programador y el realizador.
La visualización de la meta es, entonces, un recurso suficiente para producirla en aquellas personas que ya han desarrollado un cambiador que aprendió a ayudar a su aspecto a cambiar para que la logre. En esos casos la conexión con la meta activa dicha ayuda. Lo que se desprende de estas observaciones es que la visualización de la meta resulta útil en la medida en que ese paso activará otro: la asistencia y la movilización de los recursos del realizador. De modo que el suceso significativo, esencial, que posibilitará el cambio buscado, es la asistencia al realizador. La visualización de la meta es una manera indirecta de producirlo. Volvamos al ejemplo del comienzo: tengo una relación difícil con mi compañera de trabajo y deseo llevarme bien con ella. Me visualizo entonces en una relación abierta y sincera. Pero alguien tendrá que realizar efectivamente esa relación abierta y sincera. Eso quiere decir que probablemente será necesario que pueda expresarle mis desacuerdos con claridad y respeto cuando los sienta, que pueda pedirle con libertad lo que necesito de ella, que pueda también ayudarla cuando ella lo necesita, que pueda disfrutar los buenos encuentros... etc. Llevarse bien con ella no es algo abstracto y mágico, es estar en condiciones de resolver -entre otras- esas situaciones y también poder compartir el disfrute de los logros...
Cuando se comprende esto se reconoce que si quiero tener esa relación quien necesita ayuda es "el realizador" que la tiene que producir y por lo tanto el foco de la atención se centra sobre ese aspecto. Se centra sobre él para descubrir qué es lo específico que necesita recibir interiormente para sentirse verdaderamente ayudado y luego disponerse a brindárselo. Cuando la relación asistencial se ha realizado efectivamente, visualizar la escena en la que sucede sin duda la fortalece y consolida, pero es necesario reconocer que lo importante es la construcción de la relación asistencial y que su visualización ulterior la complementa.
Hemos visto en la sesión de Marta un modo de auto-asistir al aspecto temeroso. La situación en la que dicha asistencia está ocurriendo, con todos sus matices específicos, es la escena más relevante que se puede visualizar por que es de la que se desprenden todos los cambios. Por ese motivo se le propone a Marta que imagine como se sentiría al cabo de un mes si recibiera ese trato cada vez que lo necesitara. Visualizar en ese momento el estado en el que se encontraría es de un efecto muy poderoso porque no es una mera expresión de deseos sino la amplificación a través del tiempo de un logro ya conquistado.
Visualizar la prospectiva de su evolución la familiariza con ese destino y le fortalece la confianza de que la recuperación es posible.
Por último, el estímulo energético que esa visualización aporta ya encuentra mecanismos psicológicos aptos para recibirlo. Volviendo a la metáfora del automóvil, la inyección de nafta que significa visualizar la imagen de su recuperación encuentra un motor afinado que puede transformar esa nafta en movimiento.
Cuando la actitud interior es del tipo "me siento débil y quiero ser fuerte" se hace necesario llevar a cabo una tarea ulterior para disolver su cualidad conflictiva. Esta tarea es:
• Reconocer que "ser fuerte" es el punto de llegada y no el camino.
• Registrar en que estado se encuentra el aspecto débil, que es donde se llevará a cabo la transformación hacia el "ser fuerte".
• Ingresar dentro del aspecto débil, ser él y desde ahí descubrir que es lo que necesita recibir para poder evolucionar hacia ese estado. Ese descubrimiento es el que permite comenzar a registrar las estaciones intermedias que existen en el camino hacia el estado "ser fuerte".
De esta forma se logra que el estado actual recupere su genuino rol protagónico en el diseño de su camino de transformación. Cuando se logra poner en marcha este proceso, la energía del sufrimiento se convierte en pasión de aprendizaje.
No es dañino entonces formular la meta en términos de estados si luego se realizan las tareas que acabamos de nombrar. Estas tareas son, por otra parte, un apretado resumen de lo que se realizó en el trabajo de Marta.
Cuando uno se familiariza con estas tareas y las lleva a cabo regularmente entonces ya es indistinto formularla en términos de "ser fuerte" o "fortalecerme" pues el deseo ya ha alcanzado una sabiduría suficiente como para poder seguir siendo el importante motor del desarrollo que es y haber disminuido al mínimo su condición de generador de sufrimiento psicológico.
Quiero proponerle al lector una experiencia personal para que pueda descubrir vivencialmente cómo es su forma de producir metas. Se van a incluir a continuación una serie de frases. Cada una de ellas alude a un estado diferente. Elija las tres que más lo representen y continúelas brevemente. Trate de hacerlo antes de continuar con la lectura del texto.
Me siento débil y quiero
Me siento cerrado y quiero
Me siento triste y quiero
Me siento confuso y quiero
Me siento retraído y quiero
Me siento inmaduro y quiero
Me siento dependiente y quiero
Me siento infantil y quiero
Me siento insensible y quiero
Me siento rígido y quiero
En términos generales podemos decir que existen dos grandes grupos de respuestas. Para explicarlo utilizaremos como ejemplo las primeras tres frases:
El primer grupo (a) es: Me siento débil y quiero ser fuerte. Me siento cerrado y quiero ser abierto. Me siento triste y quiero ser alegre.
El segundo grupo (b) es: Me siento débil y quiero fortalecerme. Me siento cerrado y quiero abrirme. Me siento triste y quiero alegrarme.
A los efectos de continuar con la indagación personal le propongo al lector que observe a qué grupo pertenecen las metas que eligió y qué resonancia interior le produce pasar su meta de un grupo al otro.
Grupo (a)
Formularse una meta en términos de "quiero ser fuerte, o ser abierto o ser alegre, etc." implica nombrar el estado que es el punto de llegada: me siento "1" y quiero sentirme "10". Cuando el foco de mi atención queda ubicado en el destino final, sólo podré sentir que he alcanzado mi meta cuando haya llegado efectivamente a "10". Los estadios intermedios no quedan reconocidos como posibilidades legítimas en sí mismas. Son percibidos meramente como "no 10". Esta manera de formular metas es la que más ostensiblemente genera la brecha entre "lo que soy" y "lo que deseo ser". Más adelante examinaremos la tarea interior que es necesario realizar para cerrar esta brecha de tensión y sufrimiento, por ahora digamos que las personas que formulan sus metas en términos de "quiero sentirme 10", sin ninguna elaboración ulterior, son las que -habitualmente denominamos perfeccionistas. La persona perfeccionista es aquella que, como su nombre lo indica, busca y sólo disfruta "lo perfecto". Está frecuentemente tensa, preocupada, no percibe ni goza su experiencia presente con sus vicisitudes y logros parciales, pues todo queda convertido, para él, en una mera preparación del estado "10" anhelado.
Otra característica de este tipo de metas es que deja a la persona muy expuesta a reacciones depresivas importantes cuando no logra exactamente lo que se ha propuesto pues al no registrar los pasos intermedios, si no alcanzó el estado "10", todo lo que percibe entonces es el puro fracaso de su intento.
Las personas que funcionan habitualmente de esta manera suelen mostrar en su rostro claras asimetrías, especialmente en los ojos: uno aparece más abierto y tenso y el otro más cerrado y retraído. En esa mirada se refleja el estado desigual en que se encuentran sus dos mitades: una en sobreesfuerzo y la otra en repliegue. Además del mecanismo psicológico que acabamos de describir existen actividades que exponen más a dicha división: son los trabajos ante mucho público y que exigen un rendimiento constante más allá del estado real de cada día. Por esta razón es frecuente verlo en quienes trabajan regularmente en televisión, el cual es el ámbito por excelencia en el que rige la ley de "el show debe continuar", es decir la meta se debe cumplir, más allá del estado de quien la realiza.
Grupo ( b )
Cuando se formula la meta en términos de: me siento débil y quiero fortalecerme, el concepto "fortalecerme" ya está indicando varias connotaciones:
• El eje de la acción no es el estado deseado sino el estado actual,(en este caso, el aspecto débil). Esto quiere decir que se reconoce su existencia y su condición de ser el irreemplazable punto de partida para cualquier transformación. Por lo tanto no se adecua el realizador a la meta como en el caso anterior sino a la inversa: la meta queda al servicio del realizador. Recordando siempre que estas alternativas no son absolutas sino que describen predominios de una en relación a la otra.
• Además de reconocer al aspecto débil como punto de partida, la meta fortalecerme no es en si misma un esta do sino una dirección. Esto quiere decir que está presente en ella la idea de pasos intermedios. Que entre el estado "1" y el "10" están el "2", el "3", el "4", el "8" etc.
• Estas dos características previas conducen a la tercera: si reconozco al aspecto débil como punto de partida y registro también los pasos intermedios, entonces las acciones que surgirán para fortalecerme serán acordes al estado actual y las posibilidades del aspecto débil, por lo tanto serán acciones graduales y eficaces.
Para confeccionar la lista de frases se eligieron -por razones obvias-los estados que sí tienen la palabra que nombra su proceso de transformación, pero no todos los estados psicológicos cuentan con ella. Veamos algunos pocos ejemplos: arrogante, inseguro, exigente, intolerante, etc.
Esta limitación probablemente sea el correlato lingüístico de la modalidad de la conciencia que percibe, piensa y se organiza más en términos de estados finales que en términos de procesos en curso. Una vez que el vacío lingüístico existe, ya no sólo es el correlato sino que además contribuye a mantener esa forma de pensamiento.
¿Cómo saber si la meta que tengo para mi, es propia o ajena?
Yo deseo ser médico, sentirme seguro y eficaz en lo que hago y ser útil en mi trabajo. ¿Cómo se que esta meta es propia y no la que tuvieron, por ejemplo, mis padres para mi?. Incluso puedo tener muy claro que no he tenido presiones manifiestas para elegir mi carrera y que he sido yo quien la eligió, pero, ¿cómo saber que ese yo que la eligió no lo hizo, en el fondo, para complacer a mis padres?. Para responder este interrogante es necesario volver a la relación programador-realizador. El programador es quien diseña la meta y los caminos para alcanzarla. El realizador, como su nombre lo indica, es quien se encarga de la ejecución. El programador está más expuesto a las influencias externas y puede creer que es propio un proyecto que, en realidad, ha sido impuesto más o menos sutilmente por alguna figura significativa de su entorno. Esto puede ocurrir y de hecho sucede frecuentemente. ¿Y qué le ocurre al realizador mientras ejecuta el proyecto establecido? ¿Qué siente, por ejemplo, mientras estudia medicina? ¿Le gusta, se siente satisfecho, se siente representado en lo que está haciendo? Si siente que le gusta lo que hace y se siente satisfecho y representado en su quehacer mientras lo realiza, entonces esa meta es propia. Mis padres pueden haber influido más o menos sutilmente para que yo eligiera medicina y yo puedo estar muy confuso acerca del origen y las causas de tal elección pero lo que siente mi aspecto realizador al llevar a cabo dicho proyecto es la piedra de toque, el testimonio más fiel que revela la real pertenencia de la meta en juego.
Esta reflexión nos conduce a revisar qué es lo propio y qué es lo ajeno. Continuamente estamos recibiendo influencias del medio y las metas que albergamos no escapan a esa influencia. Aún aquella meta que pudiera parecer absolutamente independiente del medio y generada sólo por mi nos remite a la pregunta: ¿Y quien es ese yo que produjo tal meta? En última instancia ese yo también ha sido creado por engramas genéticos y fuerzas de diversa índole que no son yo. En tanto el yo es también un producto de causas que lo trascienden, la idea última de lo propio en términos absolutos queda completamente relativizada. Por lo tanto podemos decir que ninguna meta es absolutamente propia en el sentido de exclusiva gestación, pero si el realizador está de acuerdo con ella, se siente libre para cambiarla si es necesario, disfruta su ejecución y se siente representado por ella, entonces esa meta es propia. O para decirlo con más precisión, esa meta ha sido convertida en propia.
Lo que revela entonces si una meta es propia no es la indagación acerca de cómo y quienes la gestaron en el pasado, sino el grado de acuerdo interior actual en relación a dicha meta.
La meta y el camino Las metas son necesarias, como hemos visto, pues brindan un polo de organización para el comportamiento y simultáneamente son también una causa fundamental en la producción de sufrimiento psicológico humano. Cada vez que desee algo, es decir, cada vez que tenga una meta y no se cumpla, experimentaré frustración y sufrimiento.
"Yo deseo ser alegre". En esta formulación están claramente presentes los dos elementos: el deseo y la meta. El "yo deseo" implica una polarización, un sentirme atraído en cierta dirección. El "ser alegre" es la dirección particular por la que soy atraído, es la meta específica que deseo alcanzar. Desear algo y tener una meta son equivalentes pues el objeto de mi deseo es mi meta.
La segunda noble verdad que formuló el Buda en su doctrina se refiere a la causa del sufrimiento y en ella expresa que la causa es el deseo, el deseo de satisfacción sensorial, el ansia de existir o de no existir.
Podemos intentar dejar de desear o tratar de darle la mayor sabiduría posible al deseo y sus metas para disminuir al mínimo la cuota de dolor que generan. Desarrollar esta segunda alternativa es uno de los propósitos básicos de este libro.
Todos sabemos que existen metas posibles e imposibles, y sabemos también que tener metas imposibles es una fuente incesante de insatisfacción y sufrimiento. Por lo tanto es importante tratar de comprender algunas de las causas que las producen. Puedo programarme el día del siguiente modo: de 8 hs. a 13 hs. coordinar un grupo de estudio, de 13 hs. a 14 hs. almorzar, de 14 hs. a 19 hs. atender el consultorio, de 19 hs. a 21 dar una conferencia, de 21 hs. a 23 hs. ir al cine y luego ir a cenar y a bailar.
Puedo programarlo así porque todas las actividades me gustan e imagino que me van a hacer sentir bien, pero aunque parezca obvio decirlo, alguien en mí lo tendrá que llevar a cabo. Si quien programa la actividad no consulta a quien la tiene que realizar, entonces se crean las condiciones para el diseño de metas que, escritas en la agenda son interesantes pero que luego, en los hechos, no se pueden cumplir. Veamos otro ejemplo: estoy con un amigo paseando por el parque, disfrutando del aire puro y el paisaje... y entonces se nos ocurre repetir el paseo todas las mañanas y hacer aerobismo. Para mantener el horario de comienzo de nuestras actividades, decidimos empezar a las seis de la mañana. El entusiasmo que sentimos ante el proyecto hace que no consultemos a quien se va a tener que levantar a las cinco para estar allí a las seis. Damos por sentado que está de acuerdo. Esto ocurre así porque el programador de metas cree que él es el único centro válido de decisión y que el realizador es su servidor, sin vida propia, cuya función es estar siempre disponible para cumplir lo que se le pida. Esta creencia equivocada es una de las causas más frecuentes en la producción de metas que no se cumplen. El programador necesita un largo proceso de maduración para estar en condiciones de reconocer al realizador como su socio y ese es tal vez su aprendizaje más importante. Uno de los objetivos de esta obra es precisamente facilitar ese aprendizaje.
Cuando esa relación de igualdad es alcanzada las metas son producidas y ajustadas entre ambos. Como lógica consecuencia aumenta enormemente su factibilidad.
La experiencia clínica muestra que cuanto mayor es la frustración por los deseos no realizados y mayor la desesperanza de poder cumplirlos alguna vez, más idealizada es la meta. Un aspecto inseguro siente que no inspira respeto ni amor en los demás. Si esta vivencia se prolonga mucho tiempo y es muy intensa, tanto dolor necesita ser equilibrado por una experiencia satisfactoria de magnitud equivalente. La meta que se va plasmando entonces es, por ejemplo, ser muy famoso y amado por las mujeres más hermosas, como así también ser reconocido y consultado por los hombres más importantes. Esta calidad de meta a su vez termina incrementando el padecimiento porque aún los logros que podría alcanzar quedan minimizados por la magnitud de las expectativas. Así se cierra el círculo vicioso del sufrimiento.
En el momento en que comienza una transformación real en el aspecto inseguro, aunque sea pequeña, y se recupera una genuina esperanza, las metas se van haciendo también más adecuadas a las posibilidades inmediatas.
Resumiendo, la causa última de la producción de metas inalcanzables es la no consulta con el realizador. Las causas más frecuentes por las que no se lo consulta son o la desesperación del programador que busca en una meta maravillosa equilibrar tanto dolor acumulado o la ignorancia de su inmadurez que le hace creer que el realizador no es su socio sino su servidor.
Todos anhelamos poder realizar aquello que queremos. Es bueno no olvidarse que para poder hacer lo que queremos, también es necesario querer hacer lo que podemos. Y la manera de saber qué es lo que podemos es a través de la consulta continua con el realizador.
Si digo: "Este año quiero veranear en Enero en Punta del Este" estoy mucho más expuesto a que no se realice y a sufrir por ello que si digo: "Este año quiero veranear en una playa en la que pueda estar tranquilo y sin gente cuando lo desee y hacer vida social cuando tenga ganas. Quiero que tenga hermosos paisajes y que el agua no sea muy fría." En este último ejemplo la meta está formulada de un modo tal que admite ser satisfecha por varios lugares diferentes: todos los lugares que reúnan esos requisitos. Esta es una característica de la meta flexible: describe los rasgos generales del estado deseado sin quedar identificada con un objeto o "envase" particular. Por el contrario, la meta rígida se caracteriza por estar muy adherida a una situación específica, con pocas alternativas de cambio en los detalles. "Quiero estar tranquilo y seguro cuando me encuentre esta noche con mi ex esposa. Quiero saludarla con una sonrisa, y que mi voz esté continuamente aplomada cuando hablemos. Quiero no sentirme perturbado y mantenerme sonriente cuando me cuente acerca de su nueva relación, y quiero despedirme con un beso de amigos, como si nada hubiera pasado." Este tipo de meta es rígida en el sentido de estar adherida a gestos y situaciones muy específicas y predominantemente exteriores.
En el nivel temporal, las metas que son representadas a través de estados, alcanzan mayor flexibilidad cuando son formuladas en términos de direcciones. Una cosa es sentir: "Quiero ser seguro y autónomo" y otra muy distinta es: "Quiero ser lo más seguro y autónomo posible". Volveremos más adelante sobre este punto.
Existen metas de diferentes niveles: desde la más concreta, específica e inmediata como puede ser: "quiero hablar sin miedo y con seguridad cuando me encuentre esta noche con mi ex esposa", hasta la más amplia y general como, por ejemplo: "quiero sentirme bien y ser feliz".
Tal vez todos coincidamos en las metas últimas. Todos queremos, en el fondo, experimentar bienestar, felicidad y plenitud. La diferencia radica en los caminos a través de los cuales cada uno entiende que va a alcanzarlo.
Cuando alguien dice: "yo no se lo que quiero", es necesario descubrir cual es el nivel de meta que ignora pues siempre coexisten niveles de meta que resultan desconocidas, con otros planos, más acotados, en los que sí se las percibe con más claridad. Cada vez que se experimenta rechazo hacia alguna característica psicológica, en tal rechazo está implícita una meta. Ese es un buen punto de partida para hacerla explícita y manifiesta. Rechazo y meta se implican recíprocamente y muchas veces se llega a la percepción de la meta a través de la vivencia del rechazo. Si yo rechazo un aspecto mío que es ansioso, impaciente y tenso, está implícito, al menos en sus aspectos más generales, que mi meta es ser tranquilo, paciente y relajado. En una indagación ulterior se descubrirán los detalles específicos: qué quiere decir para mi ser tranquilo, paciente y relajado, pero en la mera formulación de un desacuerdo ya están presentes los rasgos básicos de mi meta. Resumiendo, si yo siento que no se lo que quiero, pero que sé lo que no quiero, en ese saber ya está presente el germen de mi meta.
Cuanto más clara y definida sea mi meta mejor podré encauzar las acciones que me acerquen a ella: "Quien no sabe lo que quiere nunca tendrá vientos favorables".
La meta hacia la cual tiendo cumple la función de organizar mi acción. Si se, por ejemplo, que el mes próximo iniciaré un viaje por dos semanas, es necesario que decida qué tareas adelantaré y cuales serán suspendidas. Mis acciones quedarán organizadas a partir de ese proyecto. Lo mismo sucede en el universo interior: Si mi meta es ser más seguro y autónomo, ese propósito activará en mi una serie de actitudes, concientes e inconcientes, que intentarán acercarme al estado que deseo. En ambos ejemplos la conducta presente se organiza a partir de un propósito futuro: "Porque quiero tal resultado es que actúo de tal modo". Esta es la forma de organización del comportamiento intencional.
El objetivo futuro organiza el comportamiento presente pero también es cierto que la percepción del presente organiza las conductas con relativa independencia del futuro. En ese caso actúo a partir de lo que voy sintiendo momento a momento, sin la presencia significativa de metas ulteriores. Esta modalidad es la que está presente en el juego, el reposo, la expresión emocional directa, el "dejarse fluir"...
Estas dos formas de organización son necesarias y es conveniente disponer de ambas. Cuando existe excesivo predominio de una sobre otra se producen desequilibrios específicos. La organización de la acción a partir de una meta es necesaria para tareas estables y de envergadura: Que se levante la cosecha o que se dicten las clases no puede depender del estado de ánimo de ese día de quien las realice, pero si una persona sólo cuenta con la posibilidad de organizarse a partir de su meta, queda excesivamente expuesta y dependiente del resultado de su acción. Además se queda con poco presente. Es aquella persona que está constantemente preocupada por el futuro, calculando toda conducta presente en función de una meta y por lo tanto con muy escasa posibilidad de percibir el momento en curso. Suele sentir que no puede disfrutar lo que hace y que el tiempo y su presente se le escapa continuamente entre las manos. Muchos cuadros depresivos detonados por una frustración no prevista se producen en personas que han basado toda su acción en la búsqueda de un determinado logro. "Si todo lo que hice lo hice para ganar ese premio...y no lo gané, entonces todo se derrumba y no me queda nada".
En el otro extremo, si sólo se cuenta con la organización a partir del estado de ánimo del presente, el curso de la acción es cambiante e imprevisible. Esta característica, que puede ser útil para el juego, la diversión e incluso durante algunas fases de la actividad creativa, no resulta adecuada cuando se quiere realizar una tarea compleja, duradera y que necesite la coordinación de muchos participantes.
El contenido de la meta responde a tres orígenes principales:
a- Algo que se alberga como potencialidad:
Es lo que denominamos vocación. Deseamos alcanzar aquel estado que tenemos en potencia. Deseo ser deportista, médico o pintor quiere decir deseo manifestar de un modo predominante y estable estas características que albergo en forma potencial. Si la semilla de pino pudiera hablar, tal vez diría: "Cuando sea grande quiero ser pino", es decir querría manifestar en el mundo material lo que ya está presente en ella como organización interior. En este aspecto la meta es hacer explícito lo implícito, desenvolver lo envuelto, hacer real lo potencial.
b- Algo que se ha percibido en el mundo externo:
"Vi a tal pintor en su taller, pintando. Me produjo un impacto tan fuerte que supe inmediatamente que eso era lo que quería para mí." Así se expresaba un joven pintor cuando le pregunté acerca de sus comienzos. Si cada uno rastrea el modo en el que comenzó a develar su vocación podrá observar que frecuentemente existe algún suceso exterior que funcionó como detonador. Esto es así porque la vertiente interna y externa funcionan asociadas. Un estímulo del mundo externo es significativo cuando actúa sobre un terreno predispuesto. La proporción varía pero siempre ambas están presentes.
c- Algo que, en parte, se es o se ha sido:
Las metas de estados interiores, en general no son completamente imaginarias. Aunque la persona pueda no registrarlo concientemente, el texto completo que subyace en el "quiero ser seguro" suele ser, por ejemplo: "quiero tener en todas las áreas de mi vida la seguridad que siento en mi profesión", o en el "quiero ser alegre" : "quiero ser alegre como lo fui en tal momento o época de mi vida", etc. En este aspecto las metas tratan de extender y ampliar algo que en parte ya soy o volver a ser como en algún momento he sido.
El objetivo de la primera parte es guiar la experiencia del despliegue y resolución del propio desacuerdo interior a través de la utilización de la grabación.
En esta segunda parte presentaremos un análisis detallado de cada protagonista del desacuerdo: la meta, el cambiador, el aspecto a cambiar, el asistente interior y el testigo. Está dirigida a aquellas personas que ya han realizado la experiencia personal y desean profundizar en las características de cada personaje y sus interacciones.
En la medida en que se vayan repitiendo los despliegues surgen nuevos interrogantes en relación a las diversas modalidades de cada aspecto. Esta parte del texto intenta dar respuesta a las incógnitas (teóricas y prácticas) más frecuentes que se van presentando. Por esta razón recomendamos su lectura como texto de consulta en relación a los temas que se abren durante las experiencias. Esto quiere decir que no es necesario leer los capítulos de corrido y en el orden en el que están escritos, y que resulta más provechoso aproximarse a cada uno de ellos a partir de las necesidades específicas de cada momento.
Comenzaremos esta segunda parte con una reflexión general acerca de los interrogantes y malentendidos más frecuentes asociados a la experiencia auto asistencial.
El primero de ellos es que la auto asistencia no surge "versus" la asistencia que proviene de otra persona del mundo exterior.
Existe la creencia de que la auto asistencia es una forma más de ilusión y autoengaño a la cual la persona apela para no reconocer su necesidad de recibir ayuda de alguien del mundo externo, profesional o no.
Si bien la propuesta auto asistencial es un recurso de fundamental importancia en el proceso de producción de armonía y salud, nunca es el único. Auto asistirse es, como vimos en los capítulos previos, desarrollar para consigo mismo una actitud de cooperación específica y eficaz en la resolución de los desacuerdos interiores que se experimentan. Cuando tal actitud es suficiente para encauzar su resolución, ...¡bienvenido sea!, pero si no es suficiente, un aspecto fundamental de la capacidad auto asistencial es, precisamente, percibir la necesidad específica con claridad y arbitrar los medios para tomar contacto con quien la pueda satisfacer, ya sea un médico, un amigo, un terapeuta... o quien sea. Quien no reconoce su propia necesidad o no posibilita la conexión con quien la puede satisfacer no se está auto asistiendo, sino auto-destruyendo.
El asistente interior no sólo cumple la función de brindar, él mismo, lo que el aspecto asistido necesita, sino también la de ubicar y seleccionar a las personas y situaciones más adecuadas que cuentan con aquello requerido.
Es necesario establecer claramente la diferencia entre autosuficiencia y auto asistencia. Autosuficiencia pone el énfasis en el "ser suficiente para si mismo". La auto asistencia, en cambio, no se plantea el tema en términos de "ser suficiente", o no, o de lograr prescindir del otro, o no. Su centro de atención es aprender a resolver los problemas. Una vez establecido el vínculo auto asistencial, la calidad de ese vínculo trasciende el universo intrapersonal y se propaga al espacio interpersonal en un movimiento de expansión en círculos concéntricos similar al que produce un guijarro cuando es arrojado al agua. En esa trama asistencial que se establece, el problema en cuestión se va resolviendo en todos los "círculos" que participan de la misma cualidad de relación, con predominio de alguno sobre otro por una cuestión de pertinencia u operatividad. Si el ámbito intrapersonal es suficiente, mejor, pero como dijimos antes ese no es el tema central. La auto asistencia no intenta prescindir del otro sino que cambia la cualidad de su relación con él.
Cuando el niño es pequeño necesita ser alimentado por su madre; cuando crece, poco a poco aprende a comer por si mismo. Eso no significa que prescinda del alimento, sino que ha desarrollado la capacidad de procurárselo por si mismo. En el nivel psicológico sucede otro tanto: Desarrollar la capacidad de expresar con claridad las necesidades y de arbitrar los medios para satisfacerlas, de aprender de los errores, de disfrutar los logros, de resolver desacuerdos, de tomar decisiones, etc. no significa prescindir de los otros, significa hacerse cargo de las funciones que potencialmente un adulto puede realizar y relacionarse con los otros en aquello que es específico y propio de la relación interpersonal
La segunda discriminación que es necesario realizar es entre la propuesta auto asistencial como modelo de producción de salud y las múltiples prácticas que han surgido en los últimos años como formas concretas de implementarla. Algunas de estas prácticas son, en efecto, muy precarias e insuficientes. A lo largo de esta obra mostramos en detalle en qué consisten tales limitaciones. En este tramo las nombraremos a título de reseña: la primera de ellas es el excesivo apoyo en la autosugestión y el voluntarismo como recursos de cambio. En algunos casos -los más leves-la afirmación de un estado deseado o su visualización puede convertirse en un factor importante para su producción, pero cuando hay conflictos de mayor significación este recurso es francamente insuficiente. Tomemos un ejemplo: Una consigna puede ser mirarse al espejo y decirle a la imagen reflejada: "te amo". En algunos casos el escuchar repetidamente esa frase puede activar una actitud amorosa, presente como potencialidad y no desarrollada, pero en muchas otras situaciones el despertar el vínculo de amor hacia los aspectos rechazados requiere todo un proceso de despliegue y genuina resolución de los malentendidos previos que lo han impedido o distorsionado. De modo que es importante que quien utiliza ese recurso y no se sienta beneficiado por él sepa que eso ocurre, no por una discapacidad personal sino por una limitación intrínseca del instrumento que está utilizando.
La otra limitación significativa consiste en la tendencia a organizar la realidad psicológica en términos de positivo y negativo y tratar de controlar, dominar, descalificar o expulsar lo así llamado negativo. El actuar así implica no sólo una concepción maniquea de la realidad sino también tratar a los comportamientos psicológicos como si fueran, cada uno, unidades separadas, aisladas e intercambiables como las piezas de una máquina. El ejemplo más típico es la frase que ya describimos en el trabajo de Marta: "¡Qué mala onda... Cambia el cassette...!" la cual supone la creencia de que las actitudes psicológicas se pueden quitar y poner mecánicamente como una cinta de grabación.
Estos son algunos pocos ejemplos de las limitaciones de ciertas prácticas auto asistenciales pero es necesario discriminarlas de la significación de la propuesta auto asistencial en sí. Lo que caracteriza a dicha propuesta es la actitud de intentar producir bienestar capacitando a la persona para que sea ella misma quien pueda resolver los problemas que enfrenta, ya sean físicos o psicológicos, es decir el mismo principio que describimos en el tema de la vacuna. Y ese principio, vale recordarlo una vez más, es una de los recursos más evolucionados que ha desarrollado el ser humano como camino para producir salud.
El tercer punto que es necesario aclarar está relacionado con la creencia que afirma que la persona no puede auto asistirse dado que ella misma es quien se auto enfermó. Desde esa visión, cuando intente auto asistirse lo que logrará será meramente continuar auto enfermándose más. El modelo teórico que sostiene a la propuesta auto asistencial afirma que la persona puede auto asistirse precisamente porque es ella misma quien se auto enfermó. Si no tuviera la capacidad de auto enfermarse tampoco tendría la capacidad de auto asistirse, es decir ambas capacidades vienen juntas. No es una o la otra sino una porque la otra. La capacidad de auto asistirse es el resultado que se produce como consecuencia de la comprensión y la transformación de las actitudes que auto enferman. Formulado desde la perspectiva del rol de cambiador: el cambiador ignorante e inadecuado auto enferma. Cuando él aprende y evoluciona se convierte en una fuente de energía asistencial. Y esa es la tarea.
Otra objeción asociada estrechamente a la anterior es que el individuo no es completamente transparente para sí mismo, y por lo tanto no sabe concientemente todo lo que le pasa. En virtud de ello no puede reconocer lo que le está ocurriendo y mal podría entonces auto asistirse.
La experiencia clínica muestra sin embargo que para poder auto asistirse no es necesario saberlo todo acerca de sí mismo sino precisamente saber que no se sabe y disponerse a aprender. La experiencia auto asistencial se realiza y consolida en ese contexto de incertidumbres, tentativas, aciertos y errores que se renuevan una y otra vez. Como se puede observar el énfasis se desplaza desde "...la solución la tiene alguien que sabe y se la suministra a quien no sabe..." a "...la solución la van encontrando y creando dos que saben que no saben y están dispuestos a aprender..."
La última objeción que incluiremos es la continuación de la anterior y se refiere al autoengaño. La nombramos nuevamente aquí porque la idea del autoengaño ha sido una de las barreras conceptuales más poderosas que han frenado durante largo tiempo la indagación psicológica en la dirección auto asistencial. Ya hemos desarrollado en extensión este tema en "Guía para utilizar la grabación" y remitimos al lector a dicho capítulo.
Existen múltiples términos que aluden al proceso de la autorregulación psicológica: Autocuración, auto asistencia, autoayuda, auto apoyo, auto sostén, auto soporte, etc. Algunos de ellos son simplemente sinónimos, otros enfatizan aspectos particulares del mismo proceso. Realizaremos una breve reseña de cada uno para precisar mejor el sentido con el que suelen utilizarse.
Autocuración: como la misma palabra lo indica, nombra el momento final del proceso, es decir, describe el momento en el que se alcanza la curación y se recupera la salud.
Auto asistencia se refiere más al proceso de asistir. Este término proviene del latín "ad" y "sistere" y quiere decir: "detenerse junto a". Está asociado al acto de acompañar, cuidar, socorrer, es decir describe la acción de asistir en sí misma con cierta independencia del resultado.
Resumiendo e integrando ambos significados podemos decir que asistir alude predominantemente al camino y curar a la meta.
Autoayuda destaca predominantemente la calidad del problema abordado y se refiere a aquellos niveles más simples y de menor gravedad.
auto apoyo, auto sostén, auto soporte, son traducciones más literales del término inglés: "selfsupport" y se refieren a la actitud de colaboración para consigo mismo en términos generales sin incluir en forma detallada la manera específica de llevar a cabo dicha tarea. Es algo así como un respaldo interior básico. Cuando al respaldo interior se le agrega el conocimiento de las leyes generales que rigen tal capacidad y la delicada artesanía que requiere cada situación particular ingresamos en lo que hemos denominado actitud auto asistencial.
Como se puede observar en esta breve caracterización, todos los términos utilizados aluden, con algunas diferencias entre ellos, al mismo suceso: la acción de acompañar, propiciar y colaborar en forma conciente con el proceso de autorregulación natural.
Si Usted ha leído el libro hasta acá, ya conoce conceptualmente de qué se trata la propuesta: desplegar a los protagonistas del desacuerdo interior y en el transcurso de su diálogo construir y convocar al rol de asistente. Si este camino le resulta interesante y desea explorarlo en usted mismo la primer recomendación que le haría es que lo haga conducido por un especialista experimentado. Esa es sin duda la primer opción. Pero ocurre que no todas las personas pueden hacerlo, por razones de distancia, de tiempo, de dinero, etc. Para esas personas que no pueden acceder a una asistencia personal es que está diseñada la grabación con consignas. Comience escuchándola como una guía para reflexionar intelectual-mente acerca de su propio desacuerdo interior, y si lo que descubre le resulta útil, gradualmente vaya incrementan do su participación personal en la experiencia creándose las condiciones más adecuadas para hacerla.
Es necesario discriminar entre la autorregulación como modelo teórico para explorar la problemática psicológica y la utilización de una grabación como un camino de aplicación. Es un hecho casi obvio que una grabación es un recurso muy imperfecto y que no puede reemplazar a una persona, pero también es cierto que brinda la posibilidad de recibir consignas de un modo ordenado que ayudan a encauzar una indagación interior. De modo que si usted ha decidido utilizarlo, una forma adecuada de aprovecharlo es, además de reconocer sus límites, tratar de tomar todo lo que la grabación sí tiene para ayudarlo a desplegar e intentar resolver su desacuerdo interior.
Lo que la grabación aporta es que puede llegar a muchas personas que -por la razón que sea-no pueden acceder a centros asistenciales, y que quien la utiliza puede disponer de ella todas las veces que lo necesite, todo el tiempo que lo requiera, en el lugar en el que se encuentre, sin costo económico alguno, hasta que aprenda el camino y pueda hacerlo sin necesidad de dicho recurso.
Guía para la descripción de los resultados de la experiencia personal
1- ¿Cuál es el aspecto psicológico con el que está en desacuerdo y quiere cambiar?
2- ¿Cómo es su imagen? (Responda incluyendo edad, sexo, vestimenta, postura corporal, expresión facial y entorno)
3- ¿Cuál es la meta?
4- ¿Cómo es su imagen? (Responda incluyendo edad, sexo, vestimenta, postura corporal, expresión facial y entorno)
5- ¿Qué sintió el cambiador frente al aspecto a cambiar?
Cambiador: "Lo que siento al verte es..."
6- ¿Qué tuvo ganas de hacerle?
Cambiador: "Si esto que siento se hiciera acción, lo que te haría es..."
7- ¿Qué sintió el aspecto a cambiar al oírlo y qué le respondió?
Asp. a cambiar: "Lo que siento al oírte es..."
8- ¿Qué es lo que el aspecto a cambiar necesita recibir del cambiador para estar en condiciones de evolucionar hacia la meta?
Asp. a cambiar: "Lo que necesito recibir de vos (camb.) es..."
9- ¿De qué modo el asistente interior trató al aspecto a cambiar?
Asistente interior: "Lo que quiero decirte es..."
10- ¿Cómo se sintió el aspecto a cambiar al ser tratado así?
Asp. a cambiar: "Lo que siento al oírte es..."
11- ¿Cómo se imaginó a si mismo el aspecto a cambiar al cabo de un mes si recibiera ese trato cada vez que lo necesitara?
Asp. a cambiar: "Imagino que estaría..."
12- ¿De qué modo podría ser convocado nuevamente el asistente interior?
Asist. interior: "Un modo de llamarme es..."
13- ¿Qué sintió el cambiador al percibir la relación existente entre el aspecto a cambiar y el asistente interior Cambiador: "Lo que siento al verlos es..."
14- ¿Qué diferencia encuentra el cambiador entre su modo de tratar al aspecto a cambiar y el que el asistente interior le brinda?
Cambiador: "La diferencia que encuentro es..."
15- ¿Desea el cambiador aprender a tratar al aspecto a cambiar como lo hace el asistente interior? En caso de ser así, ¿qué necesitaría recibir del asistente interior para poder hacerlo?
Cambiador a asist. interior: "Lo que necesito recibir de vos es..."
16- ¿Qué le respondió el asistente interior al oírlo?
Asist. interior a cambiador: "Lo que siento al escucharte es..."
17- ¿Qué reflexiones produjo el testigo acerca de lo ocurrido?
18- ¿Localizó a cada personaje en algún lugar particular de su cuerpo?
19- ¿Identificó alguna relación interpersonal similar a la que tenían al comienzo el asp. a cambiar y el cambiador?
20- ¿Qué registra haber aprendido y qué incógnitas permanecen?
¿UTILIZAR LA GRABACIÓN ES UNA FORMA DE PSICOTERAPIA?
Realizar trabajos con la grabación no es una psicoterapia ni pretende sustituirla.
Las consignas son una guía para facilitar el aprendizaje de la capacidad de desplegar un desacuerdo interior y luego resolverlo.
¿A QUIENES VA DIRIGIDA ESTA EXPERIENCIA?
Está dirigida a personas que se sienten insatisfechas consigo mismas, que están en desacuerdo con alguna característica psicológica propia y la quieren cambiar, es decir, que experimentan un estado de desacuerdo interior sin resolver.
Quienes están en mayor afinidad con esta propuesta son las personas familiarizadas con la percepción del espacio intrapersonal y la experiencia de los diálogos interiores. Es el tipo de persona reconocida habitualmente como sensible y que suele estar atenta a qué le pasa a ella consigo misma.
La contrapartida de estas personas son aquellas que registran con mayor precisión los acontecimientos interpersonales. No registran conflictos con ellos mismos, sino con los otros. Jorge, de 38 años, decía en la consulta: 'Yo no estoy insatisfecho conmigo, yo tuve muchos problemas con mi ex mujer, y ahora que he comenzado otra relación tengo miedo de volver a sufrir. Además estoy preocupado por el fallo del juez por la tenencia de los niños y también me siento más tenso por estar viviendo con mis padres, cosa que tengo que hacer por cuestiones económicas,...y necesito hablar con alguien de estas cosas y que me acompañe en este tramo difícil..." Jorge es un claro ejemplo de alguien cuyo espacio de conflicto es el interpersonal.
En algunas ocasiones los desacuerdos interiores no se registran porque no son relevantes o directamente porque no existen, pero en otras oportunidades sí existen y son relevantes y lo que ocurre es, simplemente, que el espacio interior no es el que se percibe con mayor facilidad y precisión. En estas personas, si bien no está contraindicado hacer el trabajo, ellas mismas no se sienten inclinadas a realizarlo pues, en cierto sentido, violenta su tendencia y facilidad natural hacia el espacio interpersonal.
Los mismos conflictos se manifiestan en ambos espacios. Es conveniente elegir como ámbito de descubrimiento y transformación aquel cuya percepción esté más desarrollada y hacia el cual uno sienta mayor afinidad.
NO PUEDO CONVERTIRME EN EL ASISTENTE INTERIOR
"Empiezo a hablarle al aspecto a cambiar desde el rol de asistente interior... y enseguida me aparece, otra vez, la rabia que me produce su manera de ser y vuelvo a enojarme con él ..."
Esta experiencia es frecuente. Indica que el rol de asistente no tiene aún un espacio diferenciado y disponible y que se impone como única reacción interior posible la actitud del cambiador habitual. En el ejemplo que presentamos, la reacción es el enojo pero puede ser cualquier otra (impaciencia, exigencia, descalificación, impotencia, etc.). Existen básicamente dos caminos a través de los cuales este problema se va resolviendo: El primero, casi obvio, es la progresiva comprensión que el cambiador va realizando en relación con los errores que comete en su modo de tratar al aspecto a cambiar y a la transformación ulterior de esa actitud. El segundo, sobre el cual nos centraremos aquí, es un recurso de tipo técnico. Si a usted le ocurre que no puede mantener la actitud de asistente interior porque no siente tratar al aspecto a cambiar de esa forma, la propuesta es que por unos momentos deje de lado el hecho de si lo siente o no, que simplemente se proponga hacer la experiencia de convertirse en el ser que trata el aspecto a cambiar del modo en el que él ha expresado que necesita ser tratado. Que lo haga con la actitud de observar y descubrir cómo es un ser así, independientemente de si lo siente o no. Puede tomarlo como una experiencia teatral en la que debe representar a un personaje con ciertas características. El quedar independizado del hecho de si lo siente o no, frecuentemente permite ingresar en el rol de asistente interior que mira y reconoce las necesidades del aspecto a cambiar. Al comienzo es como un ejercicio. La acción misma de estar en ese rol se convierte en una excelente oportunidad para descubrir una vez más, ahora desde ese lugar, el estado profundo y las necesidades del aspecto a cambiar. Además le permitirá descubrir cómo se siente mientras ensaya tratarlo de la manera que él necesita. En muchas oportunidades lo que se observa es que -entre otros factores-existe una falta de hábito en tratar de ese modo a un aspecto interior (y también a personas del mundo externo) y es necesario familiarizarse con tales actitudes. Uno no sabe qué le ocurrirá sintiendo y actuando de ese modo y rápidamente retoma entonces la actitud del cambiador habitual. Es muy interesante observar que mientras se actúa al asistente interior van emergiendo las vivencias que impedían su manifestación. La actitud de cuidado, consideración y cariño está asociada a un estado de sensible vulnerabilidad. Y así es. Cuando existen memorias de haber sido maltratado al expresar tales actitudes, la vivencia y el gesto del delicado amor quedan bloqueados. En esas situaciones suele aparecer el temor a mostrarse permeable y sensible o a ser dominado, doblegado, manipulado o invadido por el aspecto a cambiar.
En otras experiencias lo que se encuentra es la creencia de que "...de todos modos será inútil y el aspecto a cambiar no cambiará...", o que "no se lo merece", etc. En cualquiera de estos casos -u otros que pudieran presentarse-la posibilidad de experimentarse a si mismo en el rol de asistente interior, y el observar la respuesta del aspecto a cambiar al recibir tal trato, tanto en el presente como en una prospectiva de ese vínculo, introduce cambios significativos pues permite vivenciar una modalidad nueva de reacción interior. Los efectos de tal vivencia son variables en cada individuo, desde el simple reconocimiento intelectual de la existencia de otras actitudes posibles en relación con el aspecto a cambiar hasta la transformación radical de dicho trato y la incorporación profunda de la capacidad auto asistencial.
El ensayar expresarse desde el rol de asistente interior produce resonancias interiores que activan las memorias que cada uno alberga de la actitud amorosa, comprensiva y asistencial. Tratarse mal no es ni mejor ni más fácil ni más seguro ni más beneficioso. En realidad no tiene ninguna ventaja profunda y duradera. Está sostenido en la ignorancia y en los malos entendidos acumulados en el tiempo que generan miedo, odio y resentimiento. El asistente interior utiliza la misma energía básica del cambiador: querer transformar al aspecto a cambiar. La diferencia es que implementa tal energía a través de la forma en la que el aspecto a cambiar necesita recibirla. Y tal transformación no implica renunciar ni perder nada significativo.
Cada uno explorará este proceso de comprensión y transformación según su disponibilidad para este tipo de aprendizaje. La propuesta es que sea cual fuere el ritmo, las posibilidades y los límites de cada uno, es un camino que vale la pena intentar recorrerlo.
¿NO ME AUTO ENGAÑARÉ?
La posibilidad del autoengaño ha sido una de las barreras más fuertes que han limitado, durante muchos años, la indagación psicológica en la dirección de la auto asistencia. Ingresaremos en esta idea para tratar de comprender la parte de verdad y de error que contiene. Imaginemos que Juan y Pedro tienen un conflicto por una herencia. Si Juan va a presentar el problema ante el juez, es muy probable que la descripción de los hechos que presente sea parcial, que sólo incluya su propio punto de vista, y que el juez tenga que estar muy atento para descubrir lo que Juan no percibe o no quiere reconocer. Es altamente probable también que cuando Pedro concurra también le suceda lo mismo, es decir, si existe un conflicto entre dos y uno sólo se expresa, quien lo hace está muy expuesto, aunque no lo desee, a auto engañarse. Lo mismo ocurre en un conflicto intrapersonal entre dos fuerzas interiores. Si una sola se manifiesta es muy probable que registre sólo una parte y por lo tanto se auto engañe.
Cuando yo como persona le describo a otro -o a mi mismo- un conflicto que experimento, puedo quedar identificado con uno de los términos del desacuerdo y presentar -o presentarme- una visión parcial del mismo. Desde este punto de vista el autoengaño es un importante problema a tener en cuenta para intentar resolverlo.
Volvamos ahora al conflicto entre Pedro y Juan: Si ambos concurren juntos al juez y los dos tienen la posibilidad de expresarse, el riesgo de autoengaño en la situación cesa, porque lo que Juan no perciba o no quiera reconocer lo señalará Pedro y viceversa. Nadie mejor que Pedro para detectar lo parcial en la presentación de Juan y nadie mejor que Juan para darse cuenta lo que sobra o falta en lo que Pedro dice. Al darle la palabra a los dos, entre ellos se completan y equilibran. También ocurre otro tanto en un conflicto intrapersonal: si no se puede asegurar que ambos protagonistas del desacuerdo se expresen y existe el riesgo de que uno solo lo haga, entonces es indispensable la presencia de un observador entrenado para detectar los posibles autoengaños. Si se puede lograr técnicamente un diseño de experiencia que asegure que arabos protagonistas interiores se expresarán en iguales condiciones, del mismo modo que Juan y Pedro ante el juez, entonces el autoengaño deja de ser un problema. El problema pasa a ser la resolución del conflicto que se despliega entre ambos, pero ese es otro punto.
Transformar en personajes a los aspectos psicológicos en conflicto y posibilitar que la misma persona se convierta en cada uno de ellos y desde su interior dialogue con el otro, es un recurso técnico de extraordinario valor. No sólo por la capacidad de "insight" que aporta a la experiencia, -incomparablemente mayor a la que se obtiene a través de una descripción verbal del mismo suceso- sino también por la contundente eficacia con que asegura que cada protagonista del desacuerdo se exprese y de a conocer su reacción y su punto de vista.
En el trabajo de Marta se pudo ver con claridad un ejemplo de estos hechos: el cambiador le decía: "...ya sos grande para tener miedo... basta de esconderte... salí y hace las cosas que tenés que hacer...!" y el aspecto temeroso, en la medida que contaba con su propia configuración diferenciada, pudo auto percibirse y responderle: "...Yo no me siento grande como vos decís... vos apareces para gritarme y me pongo peor...", es decir expresó su propio punto de vista no coincidente con la visión del cambiador y de ese modo fue completando un panorama más amplio del estado de cada uno y de la relación que establecían.
Esto mismo puede ocurrir en el sentido inverso, es decir que el cambiador corrija una visión parcial que el aspecto temeroso presenta de sí mismo.
Por estas razones es que es posible desplegar un desacuerdo interior sin riesgo mayor de autoengaño pues el rol de observador externo que lo detecta es cumplido por cada término del vínculo que se explora. Esto no quiere decir que no puedan equivocarse ambos o compartir una creencia equivocada, pero en la medida que continúen desplegando y resolviendo sus desacuerdos van generando las mejores condiciones posibles para registrar y corregir los errores -por otra parte inevitables-que se cometen en el curso de toda experiencia de descubrimiento.
En relación con este tema existe otro punto que es conveniente aclarar: En el cambiador suelen coexistir diversas reacciones hacia el aspecto a cambiar. Algunas más asistenciales, otras más inmaduras e inadecuadas. Aún en el caso en el que la reacción que predomine sea la asistencial y apareciera incluso como la única, es conveniente estar atento para descubrir las otras reacciones: aquellas más inadecuadas. Pueden aparecer en un segundo plano o con una presencia menor. En esos casos es conveniente reconocer y registrar el componente asistencial del vínculo y también poner el centro de la atención en la parte conflictiva de la relación cambiador-aspecto a cambiar, para poder desplegarla. La razón de ser de esta propuesta es casi obvia: esa es la relación, que aunque sea menor en presencia, más necesita ser comprendida y transformada, El trabajo más útil es aquel que comienza con una relación conflictiva y que en el desarrollo de la interacción se va transformando. Es más enriquecedora esa experiencia que aquella en la que se despliega sólo una relación armónica.
Por estas causas, si luego de hacer dos o tres despliegues se reitera sólo una interacción armónica y la persona siente que hay algo más, resulta útil rastrear el conflicto en el plano de la memoria, es decir ¿cuál es la memoria de respuesta inadecuada o maltrato que el cambiador alberga en relación con el aspecto a cambiar?. Esa memoria está en todos y aunque ya no tenga mucha vigencia en el presente, el poder desplegarla ayuda a conocer la razón de ser de ese error y consolida su resolución.
MIENTRAS ESTOY EN UN PERSONAJE HABLANDO CON EL OTRO ME SURGEN MUCHOS RECUERDOS DE MI HISTORIA
Cuando se descubre o se comienza a transformar una forma básica de interacción entre el aspecto a cambiar y el cambiador, frecuentemente surgen recuerdos de las situaciones del pasado en las que dicha forma se fue gestando e incorporando. En el trabajo de Marta, ella recordó escenas en las que su mamá le daba órdenes y le exigía que realizara actividades sin capacitarla para hacerlas (tal como su cambiador hacía ahora con su aspecto a cambiar). En otras oportunidades lo que se presenta es una sucesión de recuerdos signados por la calidad de relación que se está explorando, ya sea el autoritarismo, la exigencia, el control, el abandono, etc. La actitud que se sugiere frente a dichos recuerdos es la de no rechazarlos, recibirlos tal como vienen, poner la pausa para darse el tiempo necesario para percibirlos y observar sus relaciones con la experiencia actual, pero no continuarlos más allá. Dichos recuerdos son como las calles laterales que se abren mientras se transita por la avenida central. Es enriquecedor recorrerlos, pero a los efectos del mejor aprovechamiento de este trabajo, conviene, una vez completado el reconocimiento de las escenas, volver al despliegue de los personajes actuales.
CUANDO ME DI CUENTA QUIENES ERAN LOS PROTAGONISTAS DEL DESACUERDO Y QUE LES PASABA, TUVE GANAS DE DAR POR TERMINADO EL TRABAJO
Realizar todas las etapas del trabajo, sobre todo al comienzo, resulta útil porque introduce un modelo razonablemente completo de descubrimiento y aprendizaje. Es oportuno recordar aquí que la secuencia de pasos que el trabajo propone para la resolución del desacuerdo interior es la misma que se recorre espontáneamente en el transcurso de la vida cotidiana. La diferencia es que en la vida diaria todo el proceso sucede a muy alta velocidad y se puede cumplir -cuando es de sencilla resolución- en escasos segundos o minutos. La artesanía de la propuesta consiste en lograr amplificar a los protagonistas del desacuerdo y lentificar luego su interacción para poder hacer evidente los errores y posibilitar el aprendizaje necesario. De modo que al comienzo conviene recorrer todas las etapas hasta que se consolide la comprensión de las tareas que implica resolver un desacuerdo interior. Cuando esto ha ocurrido, la exploración se va haciendo cada vez más rápido porque los descubrimientos ocurren a mayor velocidad, la secuencia de pasos se internaliza como forma de pensamiento y poco a poco la grabación deja de ser necesaria como recurso habitual para resolver un desacuerdo interior.
ESTOY EN UN PERSONAJE HABLÁNDOLE AL OTRO Y ÉL ME CONTESTA ANTES DE CAMBIARME DE LUGAR
El aspecto a cambiar es un aspecto impotente y envidioso. Su imagen, una anciana pordiosera, encorvada, con mirada saltona y amargada. El cambiador le dice: "Me das asco, no quiero verte más, quisiera que desaparezcas...." y antes de terminar y cambiarse de lugar, la anciana comienza a contestarle....
Esta superposición es relativamente frecuente. En la medida que estos personajes interiores no están habituados a expresarse de un modo directo, cuando tienen la oportunidad de hacerlo se abalanzan sobre el otro desordenadamente. Es lo mismo que ocurre cuando dos amigos se encuentran después de muchos años sin verse. Es tanto lo que quieren decirse que terminan hablando los dos al mismo tiempo.
Si la irrupción es fuerte, lo aconsejable es dejarla venir sin suprimirla, pero tampoco continuarla. Volver en cuanto sea posible al rol de cambiador, cuyo lugar se está ocupando, sabiendo que todo lo que la anciana tenga para decir podrá ser expresado desde su lugar y en su momento. Cuando ya se han producido una serie de cambios de roles, cada personaje va comprobando que efectivamente puede expresar todo lo que siente y eso le ayuda a esperar su ocasión para hacerlo.
Cuando se toma, por ejemplo, la identidad de la anciana es muy útil tratar de ser ella del modo más discriminado, puro e intenso posible. Lo mismo vale para cualquier otro rol interior. Esta tarea no es fácil pues los personajes suelen entremezclarse y cuando eso ocurre el descubrimiento se perturba en gran manera. Uno de los caminos que mejor aseguran la discriminación de los personajes es su corporización y ubicación en espacios diferentes. Esta es la razón por la cual es muy conveniente tratar de expresar, en la medida de lo posible, sólo al personaje cuyo lugar se está ocupando.
ME SIENTO RIDÍCULO HABLÁNDOLE A UNA IMAGEN
A algunas personas les ha ocurrido eso, aún en trabajos guiados personalmente. Un hecho interesante de esta vivencia es que suele cesar cuando se ha logrado iniciar el diálogo. Es una típica dificultad del comienzo y está vinculada, en general, a una falta de hábito. Cuando uno se familiariza con la experiencia de ingresar en una parte de uno mismo, auto percibirse y desde allí dialogar con la otra parte con la que está comunicado, esa forma "teatral" de interacción es vivida con progresiva naturalidad y reconocida en toda la riqueza que aporta.
¿ES MEJOR HACERLO SOLO O ACOMPAÑADO?¿ES MEJOR HACERLO SOLO O ACOMPAÑADO?
Algunas personas prefieren hacer su experiencia solas, otros se sienten mejor si un terapeuta o un amigo de confianza las acompaña y escucha sus diálogos que ellos realizan en voz alta, otras prefieren escuchar la grabación entre dos o más personas y hacer la indagación juntas y luego intercambiar sus descubrimientos. También es posible realizar cada una de estas modalidades en diferentes momentos. Como hemos dicho en repetidas oportunidades lo importante es que la tarea se realice en el contexto más adecuado y confortable para cada persona.
¿EN QUE MOMENTO CONVIENE HACER LA EXPLORACIÓN ?
La indicación por excelencia es cuando experimente un estado de padecimiento como consecuencia de un desacuerdo interior sin resolver. El desacuerdo interior sin resolver puede manifestarse como una sensación de malestar, ansiedad, insatisfacción global consigo mismo o puede referirse a alguna característica psicológica particular: "me desagrada mí inseguridad, mí dependencia, mi tristeza, mi violencia, mí confusión, mi impotencia, intolerancia, mi rigidez...etc.". Cabe aquí, por s¡ todo la lista de aspectos psicológicos que uní reconocer y desear cambiar.
En otros casos el padecimiento aparece producido por una situación exterior. Alguien de mi entorno reaccionó de cierta manera y a mi me hace sufrir: "Mi mujer se ha separado de mi...", "He perdido mi empleo...", "Di un examen y me aplazaron...", "Mi mejor amigo me ha decepcionado... etc. La pregunta es: ¿en estos casos existe o no un desacuerdo interior?. Cuando el suceso externo es fuerte suele apagar la percepción de la eventual participación personal en el sufrimiento actual. Una manera de no poder observar el grado de participación personal en tales situaciones es formulándose la pregunta: ¿Hay alguna característica mía que puede haber contribuido a que ocurriera este suceso que me duele?. Ante esta pregunta puede responder, por ejemplo: Mi mujer se separó de mí y me siento muy mal porque la sigo queriendo, pero repaso lo vivido y estoy de acuerdo con lo que hice mientras estábamos juntos... o "Me han aplazado en el examen y estoy muy triste, pero dado el tiempo que tuve para preparar esta materia, estudié lo más que pude. Evidentemente no fue suficiente y tendré que darla de nuevo, pero estoy satisfecho con lo que yo hice..." En este tipo de respuestas se observa que hay dolor, pero no hay desacuerdo interior.
Puede ocurrir también que ante la misma pregunta se responda: "Me hubiera gustado haber sido distinto con ella, más interesado en lo que le pasaba, diciéndole más a menudo todo lo que la quería y disfrutando más los buenos momentos que teníamos..." o, en relación al examen: "Me hubiera gustado haber estudiado más, ser más disciplinado y no haberme sentido tan bloqueado frente al profesor porque muchos temas los sabía y se me hizo una laguna..." En respuestas de este tipo es cuando puede descubrir, a través de sucesos externos, aspectos psicológicos propios con los que está en desacuerdo y quiere cambiar. En el primer caso sería un aspecto desconectado, que no expresa los sentimientos y que tiene dificultad para disfrutar los momentos agradables. En el segundo sería un aspecto disperso, indisciplinado, y que se inhibe cuando tiene que mostrar lo que sabe ante una figura de autoridad.
Además de evaluar el grado de participación personal en el suceso exterior doloroso, existe otra posibilidad de observación y descubrimiento en relación a él: Ante el suceso que ya ocurrió (la separación de mi mujer, la pérdida del empleo, el aplazo en el examen, etc.), ¿estoy satisfecho con el modo en el que estoy reaccionando, o me gustaría poder reaccionar de otro modo?. Puede descubrir por ejemplo que si bien está de acuerdo con la actitud que tuvo con su mujer mientras estaban juntos, no está de acuerdo con el modo de reaccionar frente a la separación y que le gustaría poder no sentirse tan derrumbado, ni agobiado ante la soledad y estar un poco más abierto a las nuevas posibilidades que se le presentan de conocer gente distinta, etc. En tal caso ese sería su aspecto a cambiar: un aspecto que se siente perdido ante la separación y se cierra a las situaciones de nuevos contactos.
Resumiendo lo dicho hasta ahora, para descubrir el desacuerdo interior que puede coexistir con un suceso exterior doloroso, y que puede quedar apagado por él existen dos interrogantes que es interesante formularse y responder: 1- ¿Existe algo en mi que puede haber contribuido a que este suceso ocurriera?. 2- Dado que ocurrió: ¿estoy satisfecho con el modo en el que estoy reaccionando ante él o quiero poder tener otra reacción?
Nos hemos detenido en esta caracterización porque la experiencia clínica muestra que muchas situaciones de frustraciones y pérdidas multiplican su cualidad dolorosa por la carga de conflicto interior que las acompañan. Cuando se resuelven los desacuerdos interiores asociados a episodios externos dolorosos se crean las mejores condiciones posibles para poder enfrentar, asimilar y trascender el inevitable dolor que ese suceso produce.
TENGO MIEDO A DESCONTROLARME
Algunas personas albergan antagonismos interiores importantes. En ellas el cambiador ha producido a lo largo del tiempo respuestas destructivas para el aspecto a cambiar y éste ha reaccionado con enojo retaliativo, todo lo cual culmina en un círculo vicioso de odio y antagonismo creciente entre ellos. Esta relación interior produce, además de innumerables trastornos en la vida cotidiana, la sensación de miedo al descontrol. Esto quiere decir que existe temor a que los antagonistas tomen contacto entre sí, el odio se intensifique y crezca momento a momento sin que pueda ser detenido.
Estas personas son las que más necesitan acercarse muy gradualmente a su antagonismo interior, por lo que es específicamente necesario que comiencen su tarea como una indagación intelectual acerca de dicho antagonismo. Al repetir la experiencia varías veces hay algunos descubrimientos que se van produciendo: a) que el aspecto a cambiar y el cambiador son dos partes de la misma unidad, miembros del mismo equipo; por lo tanto, si bien actúan como enemigos y quieren destruirse recíprocamente, su antagonismo no tiene sustento profundo y es el producto de malentendidos que se han ido acumulando entre ellos; b) que existe la posibilidad de encontrar una respuesta que exprese el rechazo del cambiador y contemple simultáneamente las necesidades del aspecto a cambiar; esa es precisamente la sabiduría de la actitud asistencial.
Estos descubrimientos, aunque predominantemente intelectuales, van estableciendo, poco a poco, nuevas bases para la relación entre el aspecto a cambiar y el cambiador. Si bien la pelea y el resentimiento pueden mantenerse, ya existe al menos un aspecto interno que no se identifica con ella, es decir que puede observar la batalla como el residuo inercial de antiguos malentendidos. Esa parte ya ha comprendido que, ante esa guerra, la solución no es vencer en ella sino disolverla. Sólo cuando esta comprensión se ha establecido y consolidado es que se pueden abordar niveles más profundos de indagación.
Además de esto, las personas con temor al descontrol ganarán en entrega y confianza si son acompañadas por un profesional idóneo que les permita sentir que serán contenidas en todo aquello que pudiera surgir en el transcurso de la exploración interior.
NO PUEDO PRODUCIR IMÁGENES
Para este trabajo no es necesario producir imágenes del aspecto a cambiar o la meta, es suficiente con imaginar o pensar como sería el personaje humano que los representa. No es necesario esperar que surja la imagen espontáneamente ni que aparezca con la nitidez con la que se ve a un objeto externo. El camino más adecuado para aquellas personas que por su modalidad perceptual no producen imágenes es imaginar mentalmente que son como un dibujante que debe volcar en un papel el dibujo del ser humano que exprese las características elegidas o bien realizar materialmente el dibujo sobre el papel. El camino elegido no es relevante, lo que sí importa es tener un referente gráfico que facilite luego ingresar adentro de ese personaje. Si la persona puede encarnar al aspecto elegido sin pasar por la construcción del dibujo, entonces no necesita de él y puede hacer la tarea prescindiendo de ese paso.
ME DISTRAIGO MUCHO Y ME DESCONECTO DE LAS CONSIGNAS
Cuando la mente está habituada a funcionar muy aceleradamente y de un modo saltarín, es decir, pasando rápidamente de un tema a otro, puede encontrar dificultades iniciales en el trabajo con la grabación. Las consignas le proponen una dirección a la atención, y además una cierta velocidad lenta. Adecuarse a ella requiere cierta plasticidad y afinidad con el diseño. Es frecuente que tal tipo de dificultad, al repetir la experiencia y familiarizarse con ella, vaya disminuyendo progresivamente. Si no ocurriera así es conveniente aclarar que no poder seguir las consignas no significa alteración psicológica. Significa simplemente no afinidad con la propuesta de trabajo con una grabación. En este caso es conveniente que la experiencia sea guiada por un asistente entrenado.
APARECEN MUCHOS ASPECTOS A CAMBIAR Y NO SE CUAL ELEGIR
Cuando uno se familiariza y entrena en el auto-conocimiento comienza a observar que existen varios rasgos psicológicos que son, en realidad, facetas de la misma estructura. Por ejemplo si se está explorando un aspecto dependiente, a él suele asociarse la inseguridad, la sensación de pequeñez y desamparo, el resentimiento, la vacilación, el temor y la debilidad... Si el tema, en cambio, es un aspecto celoso, sus facetas asociadas suelen ser la posesividad, el control, la desconfianza, la tensión y la angustia, la inseguridad y la desvalorización... Sí es un aspecto irritable, suelen confluir en él la impulsividad, la insatisfacción, el perfeccionismo, el autoritarismo, la violencia... En el trabajo de Marta, a su timidez se asociaba el temor, la retracción, la inmadurez, la hipersensibilidad y la desvalorización....
Estos simples ejemplos intentan ilustrar las relaciones que existen entre las características psicológicas, y que muchas veces la multiplicidad caótica es sólo aparente pues cuando se la mira en detalle se puede observar la unidad que subyace en ella. En general suele haber una característica predominante y múltiples rasgos asociados. El realizar este agrupamiento ya es un factor que comienza a ordenar e integrar el propio interior.
Una manera de descubrir cuales son los predominantes es permaneciendo en contacto con los diversos aspectos que aparecen y observar qué les sucede: cuál decrece, cuál se mantiene o cuál va creciendo en significación e importancia. En general, la continuidad en el contacto va produciendo su propia decantación y se van ordenando las prioridades. Si, de todos modos no ocurriera, tampoco es demasiado importante. Lo que se sugiere en ese caso es elegir la constelación más sencilla o más cercana y comenzar por ella. Lo que se aprenda en relación y a partir de dichos aspectos se extiende también a los otros, aunque no se los haya explorado explícitamente. En la medida que se realice una serie, los aspectos que no se trabajaron la primera vez suelen aparecer como prioritarios en la segunda experiencia.
Todo lo que ha sido dicho para el aspecto a cambiar vale también para la meta, que es su opuesto complementario.
NO APARECE NINGÚN ASPECTO A CAMBIAR.
Cuando esta indagación es realizada por alguien que no experimenta ningún desacuerdo interior significativo, y la realiza simplemente para explorar, puede ocurrirle que no encuentre ningún rasgo psicológico personal con el cual se sienta en desacuerdo. Esto no significa nada más que una confirmación de su vivencia previa. De todos modos es bueno recordar que el equilibrio y el bienestar más profundo surgen, no de la ausencia -prolongada- de desacuerdo interior, sino de la capacidad de resolverlos mientras se van produciendo. Quien ya ha aprendido a resolverlos mientras se producen, en el transcurso mismo de su vida diaria, no necesita apelar a este recurso de amplificación que estamos presentando.
En otras ocasiones, la persona, en su vida cotidiana se siente insatisfecha consigo misma y al realizar la indagación no encuentra nada a cambiar. En este caso es probable que sea una inhibición funcional, producto del temor o la desconfianza. Puede ser útil repetir la experiencia algunas veces más para observar si la familiarización facilita la emergencia de algún aspecto psicológico rechazado.
ME QUEDO DORMIDO
Cuando la persona está mucho tiempo en estado de tensión, al comenzar a relajarse, es frecuente que se conecte masivamente con el cansancio acumulado por la tensión misma, y se quede dormido. Este tipo de persona suele no estar familiarizada con el estado de "relajación despierta". O está despierto y tenso o, si se relaja, se duerme. En la medida en que va repitiendo la experiencia de estar relajado y despierto, va incorporando progresivamente la posibilidad de permanecer en ese nuevo estado. De todos modos sí se queda dormido unos minutos durante la preparación, el instante del despertar es un muy buen momento para comenzar la indagación pues está más descansado y sensible.
En otras ocasiones, el quedarse dormido ocurre mientras se caracteriza al aspecto a cambiar o en circunstancias asociadas a este personaje. El dormirse es una manera de dejar de sentir. Cuando hay mucho desánimo o desaliento en relación a la posibilidad de transformar el estado del aspecto a cambiar es cuando surge esta reacción. Durante el dormir, de todos modos, se produce un descanso y una recuperación. Por ese motivo, al igual que en el caso anterior, el momento del despertar es una muy buena ocasión para continuar con la experiencia.
Para aprovechar este trabajo en todas sus posibilidades -ya sea que lo haga como una reflexión intelectual o encarnando a cada personaje-es necesario poder mantenerse en contacto con lo que va sucediendo a lo largo de toda la experiencia. Por este motivo se recomienda llevarla a cabo en un lugar y durante un tiempo en el que se asegure que no será interrumpido mientras lo realiza. Sí Vd. se encuentra además encarnando a cada aspecto, es conveniente que disponga de un espacio suficiente como para desplazarse e ir adoptando los diferentes roles que la experiencia propone sin ser obstruido por objetos que puedan distraerlo de lo que está viviendo. Se explicita esta indicación porque es beneficioso realizar la dramatización con los ojos cerrados. Su razón de ser es casi obvia: para poder ingresar en el universo interior y desplegar las relaciones que existen entre sus partes con la mayor claridad posible, es necesario suspender lo más completamente que se pueda la conexión con el mundo externo. Incluso es de gran utilidad usar un pañuelo anudado atrás a modo de venda o un antifaz de dormir para asegurarse que aunque abra los ojos, el aislamiento sensorial permanecerá. Este simple recurso del antifaz, al aumentar la oscuridad y asegurar su mantenimiento sin que uno deba fatigar la musculatura de los párpados para lograrlo, es de extraordinario valor. En la medida que transcurre el tiempo y uno va viviendo las diferentes vicisitudes emocionales de cada personaje, éstos van alcanzando un grado de presencia y contundencia perceptual que al comenzar la experiencia resulta inimaginable. Al concluir la exploración y quitarse el antifaz, el contraste que se manifiesta permite reconocer hasta que punto ha sido posible ingresar progresivamente y habitar el propio universo interior en un verdadero viaje de descubrimiento. Cuando el trabajo ha alcanzado este grado de hondura c intensidad resulta aconsejable permanecer en contacto con lo que se ha vivido y aprendido el mayor tiempo que cada uno pueda, pues es en esos momentos, como se expresó anteriormente, cuando los descubrimientos realizados se organizan y consolidan.
Puede ocurrir que lo que cualquier protagonista quiera decirle al otro supere ampliamente el espacio de tiempo promedio que se le otorga en la grabación para hacerlo. Al ser éste un recurso diseñado para muchos, es imposible que pueda contemplar los tiempos y los ritmos peculiares de cada uno. Cuando usted sienta que, estando en algún personaje, desea continuar en él y las consignas lo están invitando a cambiar de rol, directamente ponga a su emisor en pausa y continúe donde está, todo el tiempo que necesite. Cuando ha finalizado, active nuevamente la grabación y continúe con las consignas. Estas maniobras conviene que sean realizadas tantas veces como sea necesario, de modo que es recomendable tener el emisor cerca para poder operarlo fácilmente sin desconectarse de lo que está vivenciando.
Al comienzo se brindan consignas para tratar de caracterizar al aspecto a cambiar, como así también a la imagen que lo representa. Luego se realiza lo mismo con la meta y su imagen. A continuación se convoca a la función de cambiador para poder descubrir cual es la emoción que expresa su rechazo al aspecto a cambiar y de qué modo trata de cambiarlo. Luego se guía la interacción entre el aspecto a cambiar y el cambiador con la inclusión posterior del rol de asistente interior. Cuando cada protagonista ha tenido la oportunidad de expresarse, se propone adoptar el rol de testigo interior para poder tener una visión de conjunto del desacuerdo que se está desplegando. Es importante recordar que cuando se convoca a cada personaje se le otorga su propio lugar en el espacio. Si Vd. está explorando su desacuerdo interior de un modo predominantemente mental, escuche las consignas que guían el desplazamiento de lugar pero no realice esa fase de la tarea.
Cuando las etapas del despliegue se han completado, se guía el retorno a la vivencia de unidad y se invita a que desde ese estado observe la localizador! corporal de cada personaje y la relación que existe entre la relación intrapersonal que se ha desplegado y las relaciones que habitualmente establece con las otras personas del mundo externo. A continuación se lo invita a que repase todo lo vivido como para comenzar a organizarlo y digerirlo y luego de unos minutos de apertura a las asociaciones que se presenten espontáneamente, se da por terminada la exploración.
Como se puede observar, es la misma serie de tareas que se describieron en el trabajo guiado a Marta.
Personificar aspectos interiores
Como expresamos anteriormente, convertir un aspecto psicológico interior en un personaje, ingresar luego en él, captar su estado profundo y expresarlo en un diálogo con otro aspecto interior -convertido también en un personaje-no es una experiencia habitual. A algunas personas les resulta, sobre todo al principio, un poco extraño realizar ese diálogo en voz alta; luego, en la medida que se van familiarizando lo hacen con creciente naturalidad. En esta familiarización participan dos factores: el primero es que, en realidad, todos tenemos diálogos interiores: la única diferencia es que en el modo habitual de hacerlo, el aspecto que habla no imagina al que lo escucha, afuera y enfrente de sí, pero, repitámoslo una vez más, todos conocemos la experiencia del diálogo interior. El segundo factor es el reconocimiento que se va produciendo por parte de quien lo hace de la gran potencia que tiene este recurso para realizar descubrimientos interiores con una hondura, una claridad y una calidad de certeza poco habituales.
Si hace el trabajo solo, puede optar entre dialogar en voz alta, en voz casi inaudible pero moviendo los labios como para tener un mayor apoyo material de lo que va diciendo, o hacerlo exclusivamente con el pensamiento. No hay una manera que sea en si misma mejor que la otra. Lo que sí es importante es que cada uno vaya descubriendo la manera más sencilla y eficaz de expresarse.
Si lo hace junto con otros entonces obviamente es necesario que los diálogos sean, o en voz muy baja o directamente con el pensamiento para no perturbar a los compañeros.
En las consignas de la grabación se insiste varias veces en que se adopte la postura corporal y la expresión gestual del personaje en el que se ingresa. Esto es así porque la postura y el gesto son los caminos de acceso más importantes con que se cuenta para comenzar a entrar en ese rico y complejo universo que es el aspecto psicológico que se está encarnando. De modo que aunque al principio le pueda parecer ridículo e innecesario reproducir las posturas y las expresiones de los personajes, es bueno que recuerde el sentido y la razón de ser de dichas propuestas.
Actitud sugerida
Este trabajo es, en esencia, un aprendizaje: caracterizar al aspecto a cambiar, convertirlo en un personaje, actuar desde adentro de él, realizar un diálogo con el cambiador, desplazarse de lugar, experimentar otra identidad y responder desde allí, etc. son todas, actividades no habituales que se van aprendiendo mientras se ejercitan. Por lo tanto, la actitud que se sugiere a quien tenga interés en explorar este camino, es la de recorrerlo gradualmente, llegando cada vez hasta donde se pueda, sin forzar las propias posibilidades de cada momento.
El grado de participación es similar al número de personas que acuden a una convocatoria. Si bien eso es importante, más importante aún es que a los que vayan les resulte útil. Cuando los que han asistido se han sentido beneficiados, el crecimiento de la concurrencia tiene su propio decurso natural. Con la participación interior sucede otro tanto. Cuando se explora una experiencia nueva, primero acude la vanguardia y a partir de su experiencia y evaluación de lo vivido, se van incluyendo o no, el resto de los participantes interiores.
Visto desde esta perspectiva y en el contexto del trabajo con una grabación, en el que se puede hacer el trabajo tantas veces como la necesidad lo requiera, el tema del grado de participación es relativamente secundario. Si un descubrimiento es correcto y útil para resolver un desacuerdo interior, aunque la participación emocional sea mínima, igual lo reconocerá.
Se sugiere también realizar estas prácticas con la misma actitud con la que se tomaría una clase acerca de un tema que le interesara mucho: con disposición a aprender. Estar dispuesto a aprender quiere decir saber que se van a encontrar errores y dificultades, que eso no constituye una tragedia ni un fracaso personal sino que es parte del incesante movimiento de transformaciones que es la vida misma, y que siempre es posible aprender a resolver un problema que hasta ese momento había aparecido como una incógnita insoluble.
Organización del aprendizaje
Si hace la experiencia como una indagación intelectual, la indicación es que escuche cada pregunta, que ponga su emisor en pausa cuando necesite más tiempo y que permanezca en contacto con sus reacciones interiores hasta que logre organizar su respuesta. Una vez que se siente razonablemente satisfecho con ella, escríbala tomando como guía la hoja con consignas que figura al final de este capítulo. Luego active nuevamente su emisor hasta escuchar la próxima pregunta y repita la misma secuencia: tratar de encontrar la respuesta, detener el emisor si es necesario y luego escribirla.
Cuando concluya la indagación es importante que lea la serie completa de sus respuestas para tener una visión de conjunto de toda la secuencia. Es importante también que le destine todo el tiempo necesario a esta fase de la tarea, y que se disponga hacia ella con una actitud abierta y dispuesto a aprender de todo lo que va a ir encontrando en sus personajes interiores y en la relación que establecen entre ellos. Es como detenerse y observar el argumento de la "obra de teatro" que uno es en ese momento.
El conservar el testimonio escrito de cada indagación permite además apreciar los cambios que se van produciendo en el aprendizaje de la capacidad auto asistencial.
La grabación dura aproximadamente una hora. Comienza con una serie de consignas que intentan crear las mejores condiciones posibles para la realización de una indagación interior: es la preparación para el trabajo y consta de tres fases: relajación, sensibilización y centración.
El haber recorrido estas etapas, cada uno hasta donde pueda y a través del camino que le resulte más familiar, contribuye significativamente a crear las condiciones para una experiencia más íntegra y profunda. A tal punto es así que conviene utilizarla como un recurso sistemático antes de cualquier indagación interior.
La tarea de preparación dura aproximadamente diez minutos y luego comienza la indagación propiamente dicha. Presentaremos una apretada síntesis de los pasos que se recorren en su transcurso. Creemos útil hacerlo de este modo para que la "coreografía" de la experiencia esté muy clara y no presente duda alguna ni incertidumbre, de modo que quien realice la indagación pueda entregar toda la atención al descubrimiento de los contenidos específicos de cada tramo del trabajo.
La grabación suministra las consignas para ayudar a desplegar e intentar resolver el propio desacuerdo interior. El despliegue del desacuerdo se puede realizar de diferentes maneras: como una tarea exclusivamente intelectual o con grados variables de mayor participación personal. La propuesta es que el lector interesado comience haciéndolo como una exploración intelectual.
El primer paso es que aprenda a reconocer y a familiarizarse con los protagonistas de su desacuerdo: el aspecto a cambiar, la meta, el cambiador, el asistente interior y el testigo. La tarea es, en esta primera etapa, similar a leer un cuestionario y responder sus preguntas. La diferencia es que para facilitar la introspección, en lugar de leerlas las va a escuchar en forma ordenada.
Luego de realizar varios despliegues de esta manera, de haber explorado mentalmente algunos desacuerdos y de haber comenzado a resolverlos en ese plano, si siente que la tarea le ha resultado útil, puede avanzar a grados mayores de participación en la experiencia.
¿Y qué significa que le resulte útil?:
a) Que le haya ayudado a conocer mejor a los protagonistas de su desacuerdo interior.
b) Que haya podido percibir con más claridad los errores que el cambiador comete, y
c) Que haya comenzado a descubrir cuáles son las actitudes del cambiador que ayudan genuinamente a transformar al aspecto a cambiar.
Cuando eso ha ocurrido, puede comenzar a aumentar su participación personal en la experiencia y un modo de hacerlo es encarnando a cada personaje en lugar de pensarlo o imaginarlo. Aún encarnando a los personajes, el grado de participación personal seguirá siendo variable y no debe ser forzada en ninguna circunstancia.
La gradualidad es un factor fundamental en esta tarea. Aprender a resolver los desacuerdos interiores es un proceso. Cuando se trabaja con la grabación se debe comenzar siempre por el nivel intelectual y sólo cuando se ha aprendido a resolver los desacuerdos en ese plano se puede pasar al próximo.
Sí bien esta es la secuencia recomendada, las consignas de la grabación guían el proceso de dramatización del desacuerdo. Esto es así por razones prácticas pues de esta forma puede ser utilizado por todos, cualquiera sea la etapa en que se encuentre: Quien esté en la primera fase intelectual de su aprendizaje, sólo tomará en cuenta las preguntas y dejará de lado el resto de las consignas; quien ya se encuentra en condiciones de encarnar a cada personaje necesitará, obviamente, realizar todos los pasos que las consignas proponen.
Vamos a formular ahora algunas reflexiones acerca del enlace que existe entre los personajes que se desplegaron y los sucesos de la persona en su vida cotidiana. Por ejemplo, la adolescente pálida, tensa y acurrucada, ¿existe en la realidad diaria de Marta?
La adolescente es la representación de la vivencia de temor, inseguridad y retracción que Marta ha ido experimentado a lo largo del tiempo en una serie de situaciones. El dibujo particular de esta dolescente es la síntesis de la calidad e intensidad de ese temor. Si la vivencia de miedo hubiera sido más intensa y desorganizadora, también se hubiera manifestado en la imagen, Otra persona, por ejemplo, dibujó, para representar su sensación de temor, a un niño Somalí de 8 años, muy desnutrido, con mirada aterrada y su cuerpo temblando. Esa representación muestra claramente la magnitud e intensidad de su miedo, marcadamente mayor que el que describió Marta.
Lo que se manifestó luego en el vínculo adolescente-cambiadora no son los sucesos puntuales de su vida diaria sino la relación que existe en Marta entre un estado básico -el miedo-y las actitudes a través de las cuales ella misma lo intenta cambiar.
Para explicar mejor la calidad de los personajes que se han convocado vamos a utilizar la imagen de un árbol, con su tronco, ramas mayores, ramas menores y follaje. La rama mayor no está presente como tal en cada una de las hojas, pero sí lo está en el sentido de que cualquier cambio que se produzca en ella va a afectar a todo el sector del follaje que es su continuación. Lo mismo ocurre con la adolescente acurrucada. Ella no existe como tal en la vida cotidiana de Marta, pero sí está presente como esencia, como cualidad básica en cada gesto de temor e inseguridad que ella experimente. Otro tanto sucede con el cambiador. Tal vez ella nunca haya experimentado textualmente ese diálogo interior entre ambas, ni se haya sacado de un brazo a la calle, pero sí podemos decir que él es una "rama mayor" de su estructura, el modo básico que subyace en cada uno de sus intentos de transformar su estado de temor y retracción.
Por estas razones es que resulta conveniente que luego de desplegar sus personajes, Marta establezca las relaciones que existen entre lo que acaba de vivir y su modo de funcionar cotidianamente, es decir que observe la conexión entre las ramas mayores de su estructura y el follaje cotidiano". Al hacerlo podrá comprobar que buena parte de sus múltiples comportamientos diarios -aparentemente desconectados- están determinados por los mismos mecanismos básicos y que por lo tanto su transformación modificará también el "follaje" de conductas en las que se manifiesta.
En la vida diaria, Marta actuará sobre otros y otros actuarán sobre ella. Si el trato interior habitual que su temeroso conoce es el de sentirse exigido a producir un cambio sin recibir la instrumentación necesaria, eso es también lo que imaginará que los otros harán con ella. No sólo lo imaginará sino que además -y esto es lo realmente grave- no cuenta con recursos para producir otra manera de ser tratada.
Los seres humanos, en nuestras relaciones, emitimos y recibimos influencias continuamente. Los que ejercen influencias sobre nosotros lo hacen de muy diversas maneras según su propio repertorio de recursos. Si el aspecto a cambiar y el cambiador propios han logrado relacionarse entre sí de un modo armonioso y fértil, ese será finalmente el modelo y el filtro referencial a las múltiples acciones que provengan del mundo exterior. Volvamos a la metáfora bacteriológica: Nosotros albergamos, en condiciones habituales, gran variedad de gérmenes. Algunos de ellos son inocuos, la mayoría no. Estos últimos no nos enferman porque disponemos del sistema inmunológico que logra reconocerlos y neutralizarlos. Cuando no se cuenta con esta capacidad se pierde la facultad de resolver los problemas infecciosos e inevitablemente la enfermedad se presentará. Del mismo modo, todos convivimos con una muy numerosa variedad de cambiadores que intentan transformar algo de nosotros. Algunos lo hacen de un modo respetuoso y asistencial, otros no. Si en mí mismo la relación cambiador-aspecto a cambiar es armónica y madura, un cambiador maltratador externo me podrá afectar temporariamente pero no me dañará de un modo significativo. Tomaré lo que sea útil de lo que me diga o haga, pero no quedaré involucrado en el vínculo de maltrato. Si, por el contrario, la relación interior cambiador-aspecto a cambiar no está resuelta y funciona, como en el caso de Marta, en términos de exigente -exigido o sometedor-sometido, dicha modalidad se va a reproducir afuera y quedará enganchada con quien funciona del mismo modo o lo activará en quien lo alberga en estado potencial. Los seres humanos tenemos, en mayor o menor arado, casi todas las formas de interacción, algunas en estado activo, otras en forma latente. Cada persona según su propio funcionamiento tiende a activar en el otro algunas de esas modalidades. Si Marta se relaciona desde su aspecto sometido, activará en el otro, de una forma no conciente, a su aspecto sometedor. Por supuesto que también puede ocurrir que el otro tenga resuelto el tema del sometimiento y no funcione como sometedor, pero eso ya depende del estado del otro. Ese otro puede, en efecto, proponer un vínculo entre iguales y respetuoso. Sí Marta cuenta con la posibilidad de responder y participar en ese tipo de relación entonces se establecerá ese tipo de encuentro, si no, se producirá el alejamiento pues no hay entre ellos una trama que los conecte.
Describimos esta serie de pasos para mostrar cómo es la trama interior que hace que cada uno vaya plasmando a su alrededor el universo que es afín con sus modos básicos de ser. "Dime con quien andas y te diré quien eres" reza el dicho popular. A la luz de lo descrito podemos reformularlo con más precisión y convertirlo en: "Dime como te relacionas y te diré quien eres".
La propuesta que se le hace a Marta de explorar las relaciones interpersonales en las que reencuentra la modalidad que acaba de desplegar en ella misma, apunta a ayudarla a establecer dichos enlaces.
Cuando se comprende que lo que llamamos mundo interno y mundo externo son, en realidad, dos niveles de manifestación del mismo conjunto de pautas de interacción, la conciencia enriquece notablemente su capacidad de comprender la razón de ser de las relaciones que establece en el mundo externo y queda equipada también con nuevos recursos para transformar aquellas que resultan insatisfactorias.
Por esta razón es útil que quien ha explorado una pauta básica de interacción interior y está en la fase de transición, disponga además de un tiempo para tomar contacto con las memorias que surjan sin buscar nada en especial. Los acontecimientos del pasado que suelen emerger en ese momento están vinculados a lo que se desplegó y permite comprender en ellos un nuevo sentido hasta ese momento inexistente. De este manera, se ponen a prueba los hallazgos realizados, se permite su propagación a otros sucesos y espacios interiores y se posibilita la reconstrucción de la propia historia.
Esta tarea se propuso del siguiente modo:
Terapeuta: "Quédate ahora un instante en silencio, en contacto con todo lo vivido hoy, como repasándolo..: qué fue aquello que más te llamó la atención... y también quédate abierta a todos los recuerdos que te surjan, asociaciones que aparezcan, sin buscar nada en especial, sólo atenta a lo que se te presenta... Tomate todo el tiempo necesario para ello... y cuando sientas que ya es suficiente, si querés, me lo comunicas."
Marta: (Luego de un largo silencio) "No, no hace falta que te cuente. Fueron muchas escenas y chispazos de mi vida en las que me sentí descalificada de distintas maneras. Yo me pude dar cuenta por mi misma de las relaciones. Está bien para mi así."
Terapeuta: "Entonces, lentamente, anda quitándote la venda... disponete a ir volviendo acá... y damos por concluido este trabajo."
El proponerle que se quede en silencio repasando lo vivido tiene además otro sentido que intentaremos explicar: Marta está experimentando el estado de transición. Para entender mejor en qué consiste ese estado imaginemos que observamos un árbol y concentramos nuestra atención en una de sus hojas. Comenzamos luego a ampliar la lente de aumento hasta que su tamaño aparece ante nosotros con una dimensión equivalente a la del árbol. En esta hoja amplificada iniciamos la observación del vínculo que establecen sus distintas partes entre sí, con la misma precisión de detalles con que percibimos al árbol entero y su relación con los otros. Como si observáramos el bosque en el interior de la hoja, el macrocosmos en el microcosmos.
Luego de explorar este universo durante un tiempo, imaginemos que iniciamos el camino de retorno. Disminuimos el aumento de la lente hasta que recuperamos la visión habitual. En los primeros instantes la memoria de lo percibido en la hoja se superpone con lo que registramos nuevamente en los árboles y el bosque. Este instante de transición entre los dos modos de percepción es de gran riqueza porque es durante su transcurso cuando se percibe con mayor claridad los enlaces entre los dos universos. Percibir los enlaces quiere decir descubrir lo común y lo común son las pautas de interacción entre los componentes de cada unidad.
Cuando esto se ha descubierto es posible comenzar a reconocer lo que es idéntico en la hoja, el árbol y el bosque.... en la gota de agua y el océano.
En ese momento de transición se encuentra la persona cuando está retornando a la percepción habitual de sí misma. Se experimenta simultáneamente desde dos niveles de conciencia diferentes. Desde el habitual vuelve a reconocerse como un individuo que está en contacto con otros individuos en el universo en el que existe. A partir de la memoria reciente de lo vivido, ya sabe que él también es, en sí mismo, otro universo.
Ha experimentado su espacio interior y a los protagonistas que lo habitan. Cada uno de ellos: la adolescente temerosa, el cambiador exigente, el asistente interior, el testigo, se percibe a si mismo como una identidad diferenciada del resto y puede producir respuestas desde su propio interior. Cada uno tiende a relacionarse como si el otro aspecto fuera alguien ajeno y exterior con el cual tuviera poco que ver. Por eso es que el cambiador imagina -con mucha frecuencia-que la solución es destruir al aspecto a cambiar. El cambiador de Mario le decía al aspecto triste: "Te voy a destruir para recuperar la alegría,... la solución es hacerte desaparecer..." Y no es que lo dijera por maldad esencial o por destructividad básica de su naturaleza, de ninguna manera. Lo veía como alguien exterior, ajeno, distinto, con quien no reconocía ni percibía nada en común; no sabía como transformarlo en vital y además albergaba la creencia de que existía tal cosa como el puro mal cuya intención esencial era destruir la felicidad e imaginaba además que el aspecto triste era la encarnación de esa forma de energía. Su impulso a destruirlo era por lo tanto la consecuencia casi inevitable.
En el momento de transición también se puede comenzar a reconocer que la relación de ajenidad que un aspecto interior tiene con los otros es equivalente a la que uno como individuo experimenta en relación a los otros.
El aspecto interior que veía al otro como extraño e imaginaba que el conflicto entre ambos se resolvería destruyéndolo estaba absolutamente convencido de lo correcto y adecuado de su propósito. Era otro nivel de conciencia, más vasto, que podía percibir el conjunto al cual ambos pertenecían, el que reconocía el grave error de esa creencia. Para hacerlo más claro aún, es como si observáramos a la mano derecha y a la mano izquierda peleándose entre si porque no se ponen de acuerdo para coordinar la actividad que desempeñan juntas y contempláramos cómo la derecha toma un cuchillo para amputar a la izquierda y de ese modo terminar de una vez por todas con ese problema que tanto la perturba. A su vez la izquierda, que sospecha tal intención planea "ganarle de mano" y amputarla antes. Ambas, desde la percepción que tienen, están convencidas que están haciendo lo mejor y simultáneamente la conciencia que puede percibir el conjunto estaría aterrorizada. Es interesante acercarse a esta vivencia. Imagine, por ejemplo, que tuviera un sueño en el que ocurre ese suceso y en el cual se anunciara que la amputación se va a llevar a cabo en el transcurso del día. ¿Cómo se levantaría a la mañana? ¿Cómo se sentiría al saber que sus dos manos están embarcadas en ese proyecto? Trate de destinar algunos minutos para conocer cual sería su particular reacción. Sean cuales fueran los matices específicos, lo más probable es que se sintiera desesperado e intentara encontrar la manera de hacerle saber a cada mano que son dos partes integrantes de la misma unidad y que si una amputa a la otra, aunque en el instante de hacerlo se sintiera victoriosa, luego se haría evidente que todos han perdido: la mano amputada porque su vida cesó, la amputadora porque se quedó sin su única compañera de tareas y el conjunto por que perdió a una de sus dos manos.
¿Y no existirá otro nivel de conciencia más vasto que pueda percibir que cada uno como individuo es también una mano de un conjunto mayor y que contemple con el mismo horror nuestras batallas humanas cotidianas?
El progresivo reconocimiento que realiza la conciencia individual que le permite darse cuenta que además de ser un individuo entre otros es también, en si mismo, un conjunto, es una expansión de la conciencia. Realizar este pasaje de nivel de percepción, ida y vuelta, una y otra vez, hasta familiarizarse con ambos y los nexos que los conectan, es uno de los caminos que mejor propician y facilitan dicho proceso de expansión.
Al comenzar este capítulo hablamos de "los diálogos interiores". Hablamos de su existencia continua -aunque no la percibamos completamente de un modo conciente-y de la extraordinaria importancia que tienen en la construcción del estado de armonía o desarmonía de la persona que está constituida por esos diálogos interiores.
Lo que acabamos de presentar es el despliegue de uno de dichos diálogos cuando lo que se debate es un desacuerdo interior.
Como se habrá podido comprobar, el hecho de que la persona se convierta en cada aspecto le da un alto grado de claridad e intensidad emocional a la experiencia, exactamente igual a la que podría tener cualquier diálogo interpersonal cuando se está planteando un desacuerdo y las maneras de resolverlo.
Por esta razón es que enfatizamos tanto la importancia de convertirse en cada parte mientras se despliega un diálogo interior.
Es posible intentar explicarle a alguien qué es lo que se siente al nadar, pero esa persona lo sabrá íntegramente cuando esté en el agua, nadando. Lo mismo ocurre con esta manera de acercarse a un propio aspecto psicológico: la comprensión se completa al vivir la experiencia.
Por esta razón hemos decidido incluir una grabación con consignas para que quien lo desee pueda ser guiado en la convocatoria de los personajes de su desacuerdo interior y en el aprendizaje de un camino para resolverlo.
El capítulo siguiente está destinado a explicar en qué consiste dicha grabación y a suministrar toda la información necesaria para poder utilizarla.
El diálogo con el testigo acerca de la característica enjuiciadora del cambiador original de Marta trasciende ampliamente a ese particular cambiador. Es una de las modalidades erróneas de comportamiento más generalizada. La gran mayoría de los seres humanos funcionamos así. Si algo me gusta, siento y digo que es agradable. Si me frustra es malo. Sí me divierte es divertido. Sí me aburre es aburrido. Si lo que recibo es suficiente para mi, entonces sos generoso. Si en cambio es escaso: sos mezquino...
Estamos tan habituados a percibir y describir la realidad de este modo que creemos que eso es lo adecuado. Sin embargo cuando funcionamos así lo que estamos haciendo es convertir una característica de mi reacción personal hacia una persona en un rasgo propio de esa persona. Esta actitud equivocada es una de las principales causas que transforman los desacuerdos entre las personas en peleas. Produce peleas porque lo que es en esencia desacuerdo lo convierte en acusación y reproche.
Una pareja inicia una relación, están un tiempo juntos, no lo pasan tan bien como deseaban y deciden separarse: él le dice a ella: "me separo de vos porque sos egoísta, invasora, autoritaria y sexualmente muy demandante e insaciable". Ella replica: "lo que pasa es que vos sos mezquino, impotente, sometido y todo te desorganiza".
Cada uno afirma con absoluta convicción y certeza lo que el otro es, en términos de defectos reprochables y están realmente convencidos de que es así. En ese clima de acusación y contraacusación, inevitablemente se detonan nuevos reproches recíprocos, cargados cada vez con más rabia por lo que cada uno acaba de escuchar. El circuito infernal de ataque y contraataque continúa hasta que generalmente se separan con una enorme carga de dolor, desilusión y resentimiento, arrepentidos de haberse conocido y deseando no verse nunca más. Cuando son peleas que no producen separación física van dejando igualmente heridas difíciles de cicatrizar con un resentimiento que mata progresivamente lo que va quedando de la relación.
Si se observa con detenimiento se puede ver que cada uno de estos reproches son excesos de funciones legítimas: en términos generales podemos decir que ser egoísta es el exceso en el intento de satisfacer las necesidades propias, ser autoritaria e invasora expresa el exceso en el modo de afirmar el propio punto de vista y el propio espacio. Y por último ser sexualmente muy demandante se refiere al exceso de la magnitud de la necesidad de encuentros sexuales.
Algo semejante ocurre con los reproches que la mujer de nuestra pareja le expresaba a él, y en el fondo, con el contenido de cualquier otro reproche; siempre son excesos de funciones legítimas.
Tomemos otro ejemplo: yo soy dominante. Trato de imponer mi punto de vista al otro. Si ese otro me expresa su desacuerdo con la misma fuerza con que yo intento transmitirle la mía, existen altas posibilidades de que se produzca un diálogo y yo deje de ser dominante. Esto quiere decir que yo soy dominante con algunas personas y no lo soy con otras. Lo mismo ocurre con cualquier otro rasgo psicológico. "Ser sexualmente muy demandante": si la mujer que está conmigo tiene un nivel de necesidad de encuentro sexual similar al mío será adecuadamente demandante y si es mayor que mí nivel de necesidad seré sexualmente escaso. Lo que se intenta mostrar con estos ejemplos es que lo que existen son vínculos particulares con diferente grado de afinidad o complementariedad. Cuando este hecho no es reconocido, la ausencia de afinidad es atribuida a un defecto del otro miembro del vínculo. Por lo tanto el enjuiciar convierte a dos necesidades legítimas, que no se complementan adecuadamente, en defecto reprochable de una de ellas. Generalmente la del otro, aunque también en algunas ocasiones es dirigido sobre sí mismo.
Cuando ya ha comprendido esto, el varón de nuestro ejemplo, al separarse de aquella mujer, puede sentir y decirle: "me separo de vos por que me sobrepasa la manera que tenés de satisfacer tus necesidades, me siento invadido por tu forma de acercarte a mí aunque esa no sea tu intención, y las expectativas de encuentros sexuales que tenés son mayores que las que yo siento en este momento".
Ella, a su vez, si puede comprender de esta manera no enjuiciadora porque se separa de él, también puede sentir y expresar: "me separo de vos porque soy expansiva y necesito, cuando me paso, que me pongan límites bien, así lo puedo corregir. En vos no encuentro eso y entonces me siento mal, por vos y por mí. Además mis necesidades de encuentros sexuales son efectivamente mayores que las que vos vivís en este momento".
En estos ejemplos, ambos describen características legítimas, tanto en el otro como en si mismo y reconocen el desencuentro que existe entre ellas. Por supuesto que el reconocimiento de un desencuentro produce una cierta cuota de dolor, pero es un dolor sin culpables. Es parte del dolor de la vida, que cuando se lo experimenta sin perder el afecto básico por el otro se convierte en una emoción más -por cierto dolorosa- pero sin ningún sentido destructivo.
Volviendo ahora nuevamente a la sesión, el diálogo con el testigo continuó hasta que fuimos completando la elaboración de los temas que se habían desplegado. Cuando esto finalizó le dije:
Terapeuta a testigo: "Fíjate si de todo esto que hemos hablado, hay algo que vos hayas comprendido acerca de lo que les está ocurriendo, que te parece que les sería útil a ellos conocer. Si es así, enfócalo a cada uno con tu mirada interior, y decíselo".
Testigo a terapeuta: "No, no es necesario... creo que ellos ya lo han comprendido bien... no es necesario que agregue nada más..."
En el caso de Marta no fue necesario el diálogo entre el testigo y los protagonistas por que el desacuerdo se fue resolviendo a partir del asistente interior, pero hay otras situaciones en las que los miembros del desacuerdo quedan crispados en sus posiciones y en ese caso si el testigo alcanza una comprensión del malentendido que los antagoniza es de gran utilidad que se lo comunique a cada uno.
Si sólo el testigo lo capta, su comprensión es intelectual. Si logra transmitirlo de un modo tal que los protagonistas del desacuerdo también lo comprendan, entonces su conocimiento es integral y transformador. Algo similar habíamos visto al examinar la relación entre el asistente y el cambiador. En el campo psicológico la comprensión intelectual se presenta, en general, como un problema. ¿Cómo hacer para que un conocimiento psicológico tenga la posibilidad de transformar real y efectivamente aquello que conoce? ¿Qué es lo que diferencia al conocimiento que tiene esa capacidad, de aquel otro que no la tiene? La importancia de este punto hace que lo examinemos con detenimiento en el capítulo "El testigo interior"
Retomando la secuencia de la sesión, cuando la testigo me dijo que no necesitaba hablar con los protagonistas del desacuerdo, le propuse:
Terapeuta: "Lo que te sugiero entonces es que te acuerdes donde estabas al comenzar la experiencia y que vuelvas a ser Marta entera, la que está constituida por todos estos personajes. Que vuelvas a sentir estos aspectos dentro tuyo... y que observes si los percibís a cada uno de ellos predominantemente en algún lugar de tu cuerpo..."
Marta: "A la adolescente la siento claramente en la panza y en los muslos.... al cambiador en la cabeza y ala asistente en el pecho, en la zona del corazón. La testigo se me mezcla con la asistente, pero la percibo más en la cabeza, en la zona de la nuca..."
Cada uno de los personajes desplegados está asociado a zonas físicas determinadas, por lo tanto es útil descubrir, en cada persona, cuáles son. Más allá de las variaciones individuales, existe cierta correspondencia general: el cambiador, vinculado a la programación de conductas, suele ser percibido con mayor frecuencia en la región de la cara y la cabeza. El aspecto a cambiar, que es una faceta de la función realizadora, es registrado habitualmente en la región corporal asociada a la realización: bajo vientre, muslos y piernas. Al asistente interior se lo percibe con mayor frecuencia en la parte central del pecho y al testigo, en el entrecejo o en la región posterior de la cabeza. Estas son las correspondencias corporales naturales y más habituales {y son precisamente las que encontró Marta), pero existen además una serie de variaciones individuales que siempre resulta enriquecedor conocer, sobre todo cuando quien realiza la indagación tiene algún padecimiento en alguna parte de su cuerpo. De ese modo puede lograr descubrir a qué personaje y función interior está asociada la zona de su padecimiento. Marta, en la conversación posterior, relató: "Cuando percibí a la adolescente en el bajo vientre y sentí su retracción se me hizo completamente claro de donde venía la constipación que tengo desde hace tanto tiempo..."
Aunque no exista ningún trastorno orgánico, igual es de gran utilidad establecer la correspondencia entre las funciones psicológicas que se desplegaron y las zonas del propio cuerpo. Sobre todo porque el descubrimiento es vivencial y tiene la contundencia de lo que se percibe directamente. Es bueno recordar que es muy distinto el enlace que se descubre por percepción corporal directa a aquel otro que proviene exclusivamente de una información suministrada por un observador exterior.
A continuación le propuse otra indagación: que observara si existía alguna relación interpersonal que tuviera similares características a las que habían establecido entre sí -sobre todo al comienzo-el aspecto a cambiar y el cambiador.
Marta: "Sí, se me iban cruzando mientras hacía el trabajo. Se me apareció mi relación con mi mamá y con mi ex-marido.... Mi mamá nunca me escuchaba, me decía que las cosas había que hacerlas, y punto. Y siempre me decía que yo era una vaga... Con mi ex-marido era un poco distinto pero, en el fondo, era lo mismo. Al final con él siempre sentía que me faltaba algo, que no era lo suficientemente linda o interesante, o... ¡qué sé yo!
También siento algo parecido con el jefe con quien estoy trabajando ahora... Tengo una sensación casi constante de estar en falta, de no hacer lo suficiente... Y también lo que te contaba al principio que me pasa cuando voy a iniciar una relación, en especial con un hombre..., que me agarra esa cosa de "es muy difícil, mejor me quedo y no voy..."
Terapeuta: "¿Y hay alguna relación en donde vos seas como el cambiador?"
Marta: "La primera que me viene es con mi hija. Ella tiene diez años y la semana pasada tenía un examen en la escuela y no quería ir... yo le dije que si no iba, la iba a llevar de un brazo hasta su asiento, y le iba a poner yo la lapicera en la mano..."
Terapeuta: "¿Ubicas alguna otra relación, además de ésta?"
Marta: "Tan fuerte como ésta, no. Son momentos, con algunas amigas... especialmente con una."
Terapeuta: "Bueno, creo que has podido ver bastante claramente, cómo, en la medida en que vos estás constituida por esta matriz interior: un aspecto temeroso y un cambiador exigente y enjuiciador, inevitablemente esa relación la reproducís afuera. O te sentís insegura y temerosa y percibís al otro exigente y descalificador o estás en la polaridad inversa, como con tu hija: insatisfecha, reclamando que ocurra algo que por otra parte nunca sucede por que no sabes como propiciarlo. Y en tu hija probablemente queda el rol de exigida e insegura. Si estás atenta vas a poder observar muchas variaciones de esto mismo en diferentes momentos y relaciones, pero, en el fondo, la matriz es siempre la misma. En la medida que vaya profundizándose la transformación que hoy se ha producido dentro tuyo, verás que otro tanto comienza a ocurrir afuera. En ese sentido, quiero proponerte que observes qué reacción se produce en vos cada vez que te descubrís temerosa o insegura. Probablemente, al comienzo haya cierta inercia y aparezca eso de: "¡Sos una inútil!, una idiota!..." o también el obligarte a hacer lo que te asusta sin instrumentarte. Pero cuando ya se ha comprendido ese error, al volver a aparecer la actitud descalificadora y exigente, uno ya puede observarla sin adherir a ella. Puede observarla reconociendo que así como un vehículo que va a alta velocidad no puede frenar de golpe, un comportamiento repetido durante mucho tiempo también tiene su propia inercia y no puede cesar instantáneamente".
Cuando el asistente interior y el cambiador original completaron -por ese momento- su diálogo, se convoca a una nueva función interior; la de testigo observador.
Terapeuta: "Te voy a proponer ahora que ocupes un nuevo lugar, que te sientes cómodamente, bien apoyada en tus isquiones, con la columna erguida... y hace un par de respiraciones profundas como para ir desconectándote de los personajes anteriores... trata de tomar contacto con lo más crecido, con lo más desarrollado de vos misma..., y desde allí, como una testigo, observa que impresión tenés acerca de todo lo que ha ocurrido aquí entre estos tres personajes... Te propongo también que luego dialoguemos vos y yo, como dos testigos, precisamente, acerca de lo que está sucediendo entre ellos".
Se convoca a esta función para que Marta pueda experimentarse contemplando el conjunto y reconocer vivencialmente que tanto la adolescente temerosa como el cambiador original y el asistente interior son partes de la misma unidad, miembros del mismo equipo. Esto puede parecer obvio, pero en un altísimo porcentaje de casos, cuando la persona está adentro de cada personaje, se relaciona y le habla al otro como si fuera alguien ajeno, que no tuviera nada que ver consigo. Un hombre (Mario) consultó porque quería cambiar a su aspecto triste y abatido. Lo representó como un anciano agobiado, con la mirada perdida, sentado solo en la mesa de un bar. Al verlo desde el rol del cambiador le dijo: "Te voy a matar de una vez por todas para que me dejes tranquilo y pueda volver a estar alegre y disfrutar de la vida, que porque estás vos no puedo... Sí, la solución es que desaparezcas..,"
Es evidente que si el cambiador destruye al anciano también se destruye a si mismo porque ambos son partes de la misma unidad, pero esa percepción no se tiene de un modo natural e inmediato. Cada aspecto alcanza el reconocimiento de ser una parte del conjunto que cada persona es, como consecuencia de un proceso de crecimiento y maduración. Tener conciencia de ser una parte es un rasgo propio de la madurez y es también una base necesaria para que las peleas interiores se disuelvan y puedan comenzar a establecerse diálogos de cooperación recíproca. El rol de testigo observador que mira al conjunto y a cada uno de los personajes que lo forman contribuye de un modo directo y vivencial a desarrollar dicha conciencia.
El testigo es convocado también para que desde ese rol Marta intente organizar una explicación de lo que sucede, y a su vez escuche los aportes que el terapeuta pudiera hacer acerca de la razón de ser de los desencuentros y antagonismos entre los aspectos que se manifestaron. De esta manera se procura que la experiencia sea, no sólo de naturaleza vivencial sino que permita producir además una comprensión coherente de los errores que se han desplegado, como así también de las soluciones que se están presentando.
En el curso del diálogo conversamos acerca de las características de cada personaje y de sus relaciones con los otros. Parte del contenido de dicho diálogo ha sido incluí-do en las páginas precedentes como comentarios acerca de la sesión. De esas reflexiones rescataré algunas, ya sea por su significación o por que no fueron comentadas previamente:
Terapeuta a testigo: "Quisiera comentarte la impresión que tengo acerca de lo que vi. Parece que hace tiempo que la cambiadora está intentando cambiar a la adolescente temerosa y transformarla en la mujer adulta y decidida; al no lograrlo se ha frustrado, se ha enojado y desesperado. Por eso dice que está harta y la odia. Además, se pudo ver con bastante claridad porqué no lo ha logrado: porque no sabe como ayudarla. Al comienzo de este diálogo le dijo: "Te agarraría de un brazo y te sacaría a la calle para que te despiertes". La cambiadora cree que llevándola por la fuerza a la situación que la adolescente más teme, así la va a capacitar; y lo que ocurre es todo lo contrario: la adolescente se asusta y retrae más, pues ahora tiene dos peligros: los que ella teme del mundo externo, más los que provienen de su propia cambiadora, que quiere resolver su miedo forzándola a que haga lo que le da miedo. Esta actitud no es un invento personal de esta cambiadora. Está en el mundo. Muchas personas creen que el miedo a hacer algo se supera instando por todos los medios a hacer ese algo temido. Esa es, simplemente una manera más de las formas ignorantes y precarias de resolver el problema del miedo. El hacer algo (ir a una reunión, conocer gente nueva, etc.) es el resultado de un estado interior que lo posibilita. Cuando se ha aprendido a crear el estado que posibilita la acción, ya no se destinan más energías para empujar o forzar a ella.
Cuando, en este caso, la cambiadora comprueba que obligarla no funciona, entonces dice: "lo que pasa es que vos sos una inútil, una inservible". Es decir, ella aún no puede reflexionar acerca de los errores del procedimiento que utiliza, y tampoco puede observar qué relación existirá entre la reacción de la adolescente y lo que ella le está haciendo. Como hasta ahora no lo ha podido hacer, los problemas que ocurren en esa relación los atribuye exclusivamente a la adolescente. Es como si yo regara una planta con alcohol y, al ver que se secó, dijera: "esta planta no sirve..."
Otro punto que quiero comentarte es lo que podríamos llamar: la modalidad enjuiciadora del cambiador original. Al comienzo le decía a la adolescente: "sos una inútil, una inservible...! Ya sos grande para tener miedo...!".
La cambiadora confunde lo que ella siente hacia la adolescente con lo que la adolescente es. Ella cree que ambas cosas son lo mismo. Si pudiera discriminarlas tal vez le diría: "Tengo muchas expectativas sobre vos, quiero que seas abierta y que estés con la gente sin problemas. Hice muchas cosas para que seas así y no han dado resultado. Creí que con el tiempo se te iba a pasar el miedo y tampoco fue así. Yo estoy muy frustrada y enojada con vos. También estoy desalentada y siento que nunca vamos a alcanzar lo que deseamos...".
El expresarse así indicaría que la cambiadora reconoce que ella no puede saber ni decir lo que la adolescente es en sí misma. Lo que sí puede expresar es lo que ella quiere que la adolescente sea, todo lo que ha hecho para lograrlo y como se siente ante los resultados obtenidos. En cambio ella dice: "sos inútil, inservible. Sos grande para tener miedo". Es decir, ella no se reconoce a sí misma como una variable significativa de lo que le está ocurriendo a la adolescente, y todos los problemas que existen en la relación los atribuye a ella. Estas conclusiones, además de ser equivocadas, le hacen mucho daño a la adolescente pues las toma por ciertas y ya ella misma se siente inútil e inservible; por eso decía: "Me parece que si, que soy una inservible... por eso no quiero salir ni estar con la gente".
Cuando pudo descubrir cual era el trato que necesitaba y pudo brindárselo a través de la asistente interior, se vio claramente cómo comenzaba a cambiar: se sintió más tranquila, más segura, con ganas de salir y explorar. Esto prueba que no es que la adolescente sea inútil sino que reacciona así cuando la tratan de cierta manera. La planta se seca no porque no sirva sino porque la han regado con alcohol"
Algunas corrientes psicológicas dicen en relación a las actitudes antiguas y perturbadoras: "Ese es un cassette viejo y negativo, hay que cambiar el cassette". Vamos a reflexionar sobre esa creencia utilizando este tramo de la sesión, Aquí el cassette viejo es el cambiador original con su modalidad de dar órdenes, exigir y obligar. La propuesta por lo tanto sería: "hay que cambiarlo y se acabó el problema". Supongamos que la persona lo hace e incorpora un "nuevo cassette". La pregunta que surge a continuación es: ¿Y qué pasa con el cassette que se sacó?. ¿Adonde va?. ¿Existe la posibilidad de tirar una pauta de comportamiento como se arroja un cassette al cesto de la basura? La respuesta es No. Las características psicológicas no son expulsables. Sí intentáramos hacerlo con el cambiador original que exige autoritariamente, lo que conseguiríamos sería sumergirlo en niveles más profundos y suprimir la percepción de su funcionamiento. De modo que, intentando hacer cesar su actividad, lo que en realidad lograríamos sería la cesación de su percepción.
El modelo de "cambiar el cassette" responde a una concepción mecanicista: una pieza de la máquina es vieja, no sirve más, entonces se la tira y se pone otra. Cuando se actúa de acuerdo a este modelo -y ocurre con gran frecuencia-lo que se produce en la persona es una división interior: un sector contiene un puro deshecho cuya única posibilidad es perturbar y cuyo destino final es ser tirado como basura y otro sector aparece como albergando la solución, lo nuevo, que debe aislar y aislarse de lo anterior para no contaminarse. La división se produce en términos de un sector "malo" y otro "bueno". Este tipo de categorías absolutas, inevitablemente conduce a la guerra. Si lo malo es esencialmente malo y por lo tanto está en su naturaleza misma ser así, entonces lo que corresponde hacer con ello es destruirlo, y cuanto más rápido mejor. Es la guerra que se declara en nombre del bien. Cuando la realidad psicológica interior queda organizada de este modo se convierte en el basamento, no sólo de las guerras sino también del autoritarismo, el racismo y todas las formas de violencia. Esta es sin duda una paradoja trágica: aquello que intentaba proponer una solución a través del "tirar un cassette y poner otro" desemboca en el hecho de ser la base ideológica de todas las formas de maltrato.
Cuando a una actitud antigua, equivocada y dañina se la convierte en pura basura tóxica, afirmando que es así y tratándola como si fuera así, luego, como consecuencia de dicho trato termina convirtiéndose en aquello que se decía de ella, y se comporta efectivamente de ese modo. Entonces se confirma y fortalece la creencia original. Al llegar a este punto se hace muy difícil desenredar la madeja y lograr devolverle a cada protagonista su identidad original. Intentaremos hacerlo ahora: el cambiador primitivo que exige y obliga despóticamente es, efectivamente, una forma inadecuada y perturbadora de producir un cambio en la adolescente temerosa y por cierto, produce mucho daño, pero dicho daño es la consecuencia, no su intención original. Lo que él desea en principio es producir un cambio en la adolescente temerosa. Dicha tarea es de una complejidad que supera sus posibilidades, y su ignorancia e inmadurez producen actitudes inadecuadas (como lo son el autoritarismo y la exigencia). Al comportamiento de este cambiador se lo puede explicar desde la perspectiva de la existencia en él de fuerzas destructivas básicas o desde el ángulo de la ignorancia existencial. Se puede ver en él a un sádico o a un aprendiz ignorante. La importancia de esta caracterización radica en que según sea el modelo que se tenga será el camino terapéutico que se utilice.
Cuando se afirma que su condición última es la de un aprendiz se rescata además otro componente fundamental de su naturaleza: su capacidad de aprender. El cassette antiguo no es resultado de la destructividad sino de la ignorancia, por lo tanto no es para ser tirado sino para ser enriquecido con nuevos aportes. Cuando quien alcanzó actitudes más abarcadoras y adecuadas se dispone a enseñarle en una atmósfera de respeto y de un modo adecuado para él, el cambiador original aprende y se transforma. Y así comenzó a ocurrir en la sesión.
Cuando se comprende firmemente que la función de lo nuevo es enseñarle a lo anterior, el fluir del tiempo deja de ser motivo de incesante conflicto entre el presente y el pasado.
Krishnamurti decía que la memoria genera conflicto psicológico en tanto perpetúa en el hoy una forma del ayer. A esa observación habría que agregarle que la memoria genera conflicto cuando permanece cristalizada, pero si logra ser una memoria que aprende, es decir que reconoce su origen y simultáneamente incorpora y se enriquece con lo nuevo, entonces contiene en sí al devenir del tiempo de un modo armónico y no conflictivo.
Examinemos ahora lo que dice y hace este asistente interior. El contenido de sus palabras es muy simple y uno podría pensar: ¿Con eso sólo se va a curar la muchacha miedosa?, ¿Tanto alboroto para esto?. La primer respuesta a estas preguntas es que a la actitud y a las palabras del asistente interior es necesario contrastarlas con las que expresaba el cambiador original. Sí se compara el: "Te odio, sos una inservible. Te zamarrearía y te sacaría a la calle para que te despiertes de una buena vez..!" con el:" Quédate tranquila que yo estoy con vos y te acompaño... vamos a hacer hasta adonde vos puedas, no te voy a forzar... y si algo te sale mal no tengas miedo de contármelo que no te voy a castigar....", entonces se logra percibir con más precisión el significado y la fuerza de lo que dice y hace el asistente interior.
El otro elemento a tener en cuenta es que solemos creer que lo que cura los problemas psíquicos debe ser algo muy sofisticado. Algo así como el equivalente psicológico de los equipos cada vez más complejos que forman parte de la tecnología médica moderna. Aquellos recursos de alta sofisticación que pueden ser necesarios en algunas áreas pasan a convertirse en modelos mentales y entonces se comienza a asociar complejidad con eficacia. A partir de dicha creencia, sí el contenido asistencial que se presenta resulta simple y sencillo, entonces se supone que ha de ser equivalente su inoperancia. En este caso se agrega, además, otro factor: nuestros propios aspectos temerosos probablemente han escuchado más de una vez frases como las que ha pronunciado el asistente interior y no han cambiado substancialmente por eso, de modo que la sospecha acerca de su valor curativo parece tener un sustento cierto y valedero. Para poder comprender mejor este punto es necesario examinar con mayor precisión la relación que existe entre el remedio y el vehículo que ha de transportarlo hasta el exacto lugar en el que se lo necesita. No basta con tener el remedio y suministrarlo. Es imprescindible conocer además cual es el vehículo y las condiciones adecuadas que aseguren que llegará al órgano o al aspecto psicológico que lo necesita. Por más que el remedio sea el adecuado para mi herida, si lo aplico sobre la venda que la cubre no logrará curarla. En la gran mayoría de los casos el aspecto psicológico que está herido y padece, se retira de la superficie y se recubre de múltiples capas protectoras. Por lo tanto mucho de lo que se le diga y haga, aunque su contenido sea adecuado, resulta tan distante de él como la crema para mi herida que he aplicado sobre la venda. En el caso que estamos examinando, el aspecto miedoso y retraído está sin vendas protectoras, completamente al descubierto y en contacto directo e inmediato con el asistente interior. En ese estado privilegiado para la experiencia asistencial, el contacto que se produce entre ambos es pleno, es decir, aquello que es emitido es recibido con la misma magnitud e intensidad.
Cuando la función del asistente interior se ha establecido, su acción se va haciendo cada vez más automática e inconciente y opera en forma continua. Tan continua y automática como la autorregulación biológica. Un dicho popular afirma: "la gota horada la piedra", Del mismo modo el establecimiento de la función auto asistencial es otra "gota" que actuando con persistencia sobre los aspectos rechazados, repara sus heridas y tos reencauza hacia la plenitud de su desarrollo.
Recapitulando, lo que le da potencia curativa al asistente interior es que -más allá de que lo que haga sea simple o complejo, escaso o abundante-él es la encarnación misma de quien satisface las necesidades del aspecto a cambiar. Por lo tanto es "a la medida" del aspecto a cambiar e interactúa con él en contacto directo y, además, de modo continuo. Por último, la causa, tal vez más profunda de su fuerza curativa radica en el hondo impacto que produce descubrir, con la insustituible contundencia que la vivencia proporciona, que el trato interior necesitado ya existe en si mismo y que cada uno puede ser realmente el asistente interior que necesita.
Cuando la adolescente temerosa ya ha producido a su asistente interior y ha tenido la oportunidad de verificar como se siente al ser tratada así, se le propone que imagine una prospectiva de un mes en ese marco asistencial interior. Esto se hace porque una vez que se ha descubierto el camino asistencial es bueno consolidar su percepción, y que la adolescente, habituada ya a sentirse inútil y desahuciada, pueda ahora, incorporar y conectarse con otras vivencias: en este caso, las de recuperación, aprendizaje y crecimiento. Este momento de la sesión se asemeja a la técnica de visualización creativa. Desarrollaremos sus semejanzas y diferencias en el cap.: "La meta".
Cuando este tramo del trabajo se ha cumplido, es el momento de volver a convocar al cambiador original para conocer su reacción ante esta nueva forma de ejercer el rol de cambiador. Volvamos entonces a la sesión:
Terapeuta (al cambiador): "Poco a poco anda ingresando en quien sos acá, y trata de tomar contacto con todo lo que la adolescente respondió. Te recuerdo que vos le dijiste que estabas harta, que ella era una inútil, y que la agarrarías de un brazo y la sacarías a la calle para que se despierte, etc. y ella te contestó que eso la asustaba más; que ella también quiere ser como la mujer segura que vos querés que ella sea, pero que para eso necesitaba que la trataras del modo en que te acaba de mostrar. Fíjate qué sentís ante todo esto."
Cambiador: "Me siento sorprendida, impactada, como debilitada en mi posición, como si me hubieran frenado ese impulso de agresión. Antes, mientras hablaban, pensé que en realidad yo me retiraría si se diera que ese personaje se va a ocupar de ella."
Terapeuta: "¿Qué diferencia percibís entre el modo de ella de tratarla y el tuyo?"
Cambiador: "Y... que ella tuvo en cuenta lo que a la chica le pasaba, lo que necesitaba... que la miró a ella... Ya mi se me borra eso...lo que yo se hacer es darle órdenes y exigirle. Así es como me han tratado mis padres a mi... y eso es lo que se hacer..."
Terapeuta: "¿Y a vos te gustaría aprender a tratarla a ella como la trató la asistente interior?"
Cambiador: "Si. Yo ya soy un poco durita y no se si podré, pero claro que me gustaría."
Terapeuta: "¿Y, dado que te gustaría, qué imaginas que necesitarías recibir vos de la asistente interior para poder aprender? Lo que descubras, decíselo a ella."
Cambiador: (luego de unos instantes en silencio) "Yo necesito que vos también me entiendas a mi., que cuando la esté exigiendo mucho me lo hagas saber de una buena manera. Que te acerques y me calmes para que yo no me desborde con mi impaciencia y mi enojo. Yo también necesito que me trates con afecto para poder sentir que valgo y que tengo algo para dar."
Asistente interior: "Si..yo te puedo tratar a vos así. También me doy cuenta que tu tendencia a la agresividad es muy fuerte y que tu moderación no va a ser inmediata. Yo quiero que estés y que participes, pero que te acerques con cuidado. Y cuando sientas que te vas a desbordar, llámame."
Terapeuta: "¿Y de qué modo podría llamarte ella?"
Asistente interior: "Tendrías que tener el hábito de retirarte por un momento de la situación y simplemente predisponerte a comunicarte conmigo. Yo voy a estar... Cada vez que te sientas desbordada, trata de parar y de recurrir a mí... porque yo estoy siempre con vos, aunque no te hayas dado cuenta..."
El cambiador original se sorprende e impacta al comprobar sus propios errores. Es como un maestro que no logra hacer progresar a su alumno y ve a otro maestro, que actúa con otra actitud y procedimientos, producir los resultados que él anheló durante tanto tiempo y no pudo alcanzar. Esta primera reacción es dolorosa pero necesaria pues es el comienzo de su propio aprendizaje.
¿Y cuales son las diferencias básicas entre ambos?: El cambiador original desea modificar a la adolescente y transformarla en la mujer segura, lo que ocurre es que no sabe cómo hacerlo. Utiliza recursos primitivos ("...te zamarrearía!... te sacaría a la calle para que te despiertes!... etc.) y cuando se frustra y enoja con ella, la descalifica. El elemento común que existe en estos recursos es que ninguno de ellos contempla las características y las necesidades específicas de la adolescente.
Si retomamos la imagen anterior, lo que le ocurre al maestro que contempla su fracaso es que si bien desea enseñar no conoce las características del alumno a quien se está dirigiendo. Lo que aporta el asistente interior es, precisamente, dicho conocimiento. Cuando se le pregunta al cambiador original cual es la diferencia entre él y el asistente interior, él mismo lo expresa con claridad: "El tuvo en cuenta lo que a la chica le pasaba y necesitaba, a mí se me borra eso..." Es importante que el cambiador original tenga la oportunidad de descubrir y describir desde sí mismo las diferencias entre ambos porque de ese modo la toma de conciencia es más contundente y puede delimitar mejor, además, las características de su error.
El que Marta haya producido a través de la adolescente, al asistente interior, es sin duda un hecho fundamental para su proceso de autocuración, pero es necesario reconocer que es sólo el primer paso de dicho camino. Si meramente llegáramos hasta allí, el asistente interior sería como una isla entre otras y su influencia podría terminar debilitándose. El segundo paso es, por lo tanto, tratar de crear las condiciones para que el asistente interior propague al cambiador original lo que él ha comprendido y desarrollado. Este segundo paso es tan importante como el primero.
En general los procesos de cambio recorren estas dos etapas: una primera, en la que un nuevo comportamiento es descubierto e incorporado por una vanguardia del conjunto y una segunda en la que el sector que aprendió lo nuevo necesita tomarse el trabajo de difundirlo para que pueda ser efectivamente captado por el grupo que aún no lo incorporó. El maestro que descubrió y utiliza un camino nuevo para que el alumno aprenda, necesita además encontrar la forma de enseñárselo al maestro antiguo para que él también lo pueda aprender. El antiguo maestro es aquí el cambiador original. El dice: "Lo que se hacer es obligarte, exigirte, darte órdenes. Así me han tratado mis padres a mi y eso es lo que yo conozco". Seguramente esos padres que trataron así a Marta a su vez recibieron el mismo trato de sus propios padres, y así sucesivamente hacia atrás en el tiempo. De este modo es como van manifestándose actitudes y creencias básicas a lo largo de generaciones, mientras van poniéndose a prueba su adecuación y eficacia. En última instancia es el mismo camino que recorre cualquier teoría científica: se toman sus propuestas, se las pone a prueba, se recogen los resultados favorables, mientras se van acumulando las contradicciones que señalan sus limitaciones... hasta que surge una nueva teoría que intenta dar respuesta a las incógnitas no resueltas por la anterior.
Aquí, el dolor y el sufrimiento acumulado a lo largo del tiempo por el maltrato recibido fue forjando el nuevo remedio que la podía curar: este es otro modo a través del cual la vida ha ido construyendo al asistente interior que fue activado y manifestado en la sesión.
Un hecho simple y casi obvio pero que merece ser visto en detalle es que el remedio aparece siempre después de la enfermedad. (Primero surge la tuberculosis, después, la estreptomicina.) La enfermedad y el remedio que la cura están inscriptos en el tiempo en una secuencia de sucesión. Cada uno de nosotros estamos, en los eventos que nos toca vivir, en alguna fase de dicha secuencia. En algunas situaciones nos vemos favorecidos por el remedio que otros produjeron pues cuando nacimos el remedio ya estaba. Es uno de los tantos regalos que heredamos de las generaciones que nos precedieron. En otros aspectos experimentamos el dolor y tenemos la fortuna de darle luego, la bienvenida al remedio que lo cura» y por último, también nos toca experimentar el sufrimiento sin alcanzar a conocer su remedio. Esto sucede cuando nuestra vida particular transcurre durante ese lapso en el que ya se ha manifestado el problema y aún no se completó la gestación de su remedio. Somos, en ese caso, una parte de todo aquello que contribuirá a producir la futura solución. Así como hemos recibido el regalo de la herencia de los logros, también participamos en la construcción de nuestro propio legado.
Los niños que nacieron, por ejemplo, en la década del 70 y puedan vacunarse, no conocerán seguramente la enfermedad poliomielitis. Muy probablemente en algún momento de los próximos diez años le darán la bienvenida a la vacuna del SIDA, y también muchos de ellos morirán sin haber podido disfrutar de sus beneficios.
En las múltiples problemáticas existenciales que nos toca vivir, podremos estar predominantemente en algunos de esos tres lugares, pero siempre estaremos en los tres. Es bueno recordarlo, no sólo para poder disfrutar el encuentro con el remedio, sino también para estar en mejores condiciones de comprender y aceptar aquella parte que todos tenemos de "viajeros que no alcanzan su destino..."
La existencia del desacuerdo interior y el intento de aprender a resolverlo implica reconocer algo más básico y sobre lo cual se apoya este aprendizaje: La existencia de diálogos interiores.
Solemos creer que los diálogos significativos sólo existen entre dos personas y no estamos tan familiarizados aún con otro ámbito de diálogo: el diálogo intrapersonal. Ese diálogo que se da entre dos partes de la misma persona.
Decimos "soy muy exigente conmigo", "me doy con un caño", "me torturo con auto reproches", etc. Esas frases aluden efectivamente a diversas formas de diálogo interior, pero en general son alusiones, aproximaciones a algo a lo cual nos acercamos sólo durante breves momentos y que creemos también que ocurren sólo durante breves momentos.
El propósito de esta obra es rescatar el ámbito intrapersonal de los diálogos y mostrar la enorme significación que poseen en la producción de sufrimiento y enfermedad, y también en su contraparte: el bienestar y la salud.
A modo de resumen presentaremos los ítems básicos de esta propuesta: • Los diálogos interiores existen.
• Ocurren de un modo continuo, seamos o no, concientes de ello.
• Aquello que percibimos como nuestra identidad -la persona que somos- es el resultado de la calidad de esos diálogos interiores.
• En dichos diálogos puede predominar el miedo, la desconfianza, el maltrato, la pelea, etc. o pueden transcurrir en una atmósfera emocional de comprensión, solidaridad, respaldo, asistencia, etc. Entre ambos extremos caben todos los matices intermedios.
• Cuando en los diálogos interiores predomina el mal trato en cualquiera de sus formas, el sufrimiento psicológico y la enfermedad son sus consecuencias inevitables. Tal es la importancia y la significación de dichos diálogos.
• Del mismo modo, cuando se instala la calidad de la comprensión, el respaldo y la asistencia, entonces el sufrimiento psicológico cesa y la integridad y la salud sur gen también como consecuencia natural.
• Es muy distinto acercarse a los diálogos interiores desde la perspectiva de la persona que soy, que describe a cada parte y lo que se dicen entre sí, a ponerse en el lugar de cada aspecto, encarnarlo, convertirse en él y desde ahí expresarse.
Puedo decir, por ejemplo, "Me siento muy inseguro y me da mucha rabia ser así" o puedo vivir, ser mí aspecto inseguro completamente durante unos momentos y luego encarnar a quien en mí siente rabia hacia él y ser completamente él mientras lo vivo. Lo que puedo descubrir de mi aspecto inseguro y mi aspecto rabioso mientras soy cada uno de ellos es abismalmente más rico y revelador que lo que puedo lograr si meramente hablo de ellos. Este es un camino de descubrimiento muy poderoso que merece ser explorado y utilizado.
• Cuando se ingresa en el espacio intrapersonal y se despliega un diálogo entre dos aspectos interiores, la forma que cada aspecto adopta puede parecer, al principio, algo extraño e irreal, como caminar por un paisaje desconocido. Luego, en la medida que uno se va familiarizando con ese nivel de realidad, va comprobando que los diferentes tipos de relación que establecen entre sí comparten las mismas pautas básicas de las relaciones interpersonales: existe, en efecto, miedo, enojo, culpa, competencia, indiferencia, etc....Y también afecto, comprensión, solidaridad, asistencia, etc.
• Lo que le da a estos diálogos interiores su relevante significación es que no sólo determinan el estado del con junto del cual son partes sino que además son las matrices de las actitudes y las conductas que luego reproducimos en la relación con los demás.
A continuación describiremos el despliegue de un diálogo intrapersonal. Ingresaremos en el universo interior de Marta.
Marta es una mujer de 30 años, divorciada, con una hija de 10, que trabaja en una empresa de computación. Consultó por un estado de inseguridad en sus relaciones, tanto laborales como personales, y por una profunda sensación de insatisfacción y desaliento. Tuvimos una entrevista en la que me relató, a grandes rasgos, sus problemas, y en la que a su vez le expliqué la tarea que realizaríamos. Tuvimos un nuevo encuentro y lo que se transcribe a continuación son los tramos principales de ese despliegue cuyo registro se obtuvo a través de un grabador.
La tarea se realizó con una venda cubriéndole los ojos para facilitar su conexión con su mundo interno y comenzó con una preparación en la que se le dirigió una relajación y centración para crear las mejores condiciones posibles para una experiencia de auto descubrimiento.
Para facilitar la comprensión del trabajo y hacer más sencilla su lectura intercalaremos comentarios acerca de lo que va ocurriendo en cada tramo de la sesión.
Cuando Marta -que estaba acostada-completó su experiencia de preparación, le pregunté:
Terapeuta: "Desde ese estado de mayor conexión interior en que estás ahora, fíjate cuáles son las características psicológicas tuyas hacia las cuales sentís mayor rechazo y más te gustaría poder cambiar... date tiempo hasta que la respuesta te surja y cuando haya aparecido me lo contás..."
Marta: "Lo que me gustaría cambiar de mi es un aspecto inseguro, miedoso, retraído, que siempre se queda atrás...y cada vez que tiene que conocer gente nueva por cualquier motivo, al final termina diciendo que no. Y así va perdiendo muchas oportunidades...y me quedo muy mal".
Terapeuta: "Si tuvieras que expresar este aspecto tuyo a través de un dibujo humano ¿cómo lo harías? ¿Qué edad tendría ese personaje..., qué sexo, qué postura corporal, qué expresión en su rostro...? Trata de hacerlo de manera tal que al ver el dibujo vos sientas que allí está cabalmente expresado el aspecto inseguro y miedoso que querés cambiar".
Marta: "La haría como una adolescente de 17 años delgada, tensa, sin vitalidad, con cara de susto, acurrucada, como escondiéndose en un rincón de la habitación".
Le propuse a Marta que hiciera un dibujo mental de su aspecto a cambiar porque de ese modo le da a ese aspecto mayor presencia y estabilidad y le permite delimitar mejor sus características. Además, en la medida en que luego se convertirá en ese aspecto, el dibujo le brinda un anclaje físico que le facilitará su ingreso en él.
Cuando lo realizó y se sintió satisfecha con su dibujo, le pregunté:
Terapeuta: "Dado que querés cambiar a este aspecto tuyo, ¿Cómo te gustaría que fuera en lugar de ser como es?
Marta: "Me gustaría que fuera más segura, más decidida, con más confianza en si misma y que pudiera hacer las cosas que le gustan. Que pudiera también estar con la gente sin tanto problema".
Terapeuta: "Y si tuvieras que expresar a este aspecto también a través de un dibujo humano, como hiciste con el otro, ¿cómo lo harías?".
Marta: "La dibujaría como una mujer adulta, sentada cómoda en un sillón, con una mirada serena y segura, que puede levantarse y salir al mundo cuando necesita estar con los otros, y que puede quedarse sola cuando quiere descansar".
De este modo ya ha quedado caracterizado el tema básico de su desacuerdo interior. Marta quiere ser una mujer segura, decidida y abierta y en cambio se siente insegura, miedosa y retraída.
Una vez que han sido reconocidos y descriptos su aspecto a cambiar y su meta, queda por descubrir de qué forma se relaciona Marta con su aspecto miedoso y qué le está haciendo interiormente para transformarlo en seguro y decidido. Para averiguarlo se procedió de la siguiente manera:
Terapeuta: "Ahora te propongo que te sientes e imagines que la adolescente insegura y miedosa está ubicada enfrente tuyo. Toma, poco a poco, contacto con esa imagen y fíjate qué sentís habitualmente hacia ella cada vez que aparece..., y también qué sentís ahora al verla... Lo que descubras decíselo como si iniciaras un diálogo con ella..,".
Marta (desde el rol de Cambiador): "¡Te odio! ¡Estoy harta de vos! ¡Sos una inútil, una inservible!. Que tuvieras miedo cuando eras chiquita está bien. ¡Pero ahora ya sos grande!. ¡Basta de esconderte!. ¡Salí y hace las cosas que tenés que hacer!".
Terapeuta: "Si esto que sentís se hiciera acción ¿qué es lo que te dan ganas de hacerle? Yo te pregunto, pero vos decíselo a ella".
Cambiador: " Te agarraría de un brazo, te zamarrearía y te sacaría a la calle para que te despiertes de una vez".
Ahora ya ha ingresado en la escena el tercer protagonista del conflicto: el aspecto de Marta que rechaza a la parte miedosa y quiere transformarla en decidida. Este es el aspecto a quien hemos denominado cambiador. En este momento del diálogo el cambiador le expresa al aspecto inseguro todo su rechazo: "¡te odio. Estoy harta de vos. Sos una inútil y una inservible!", y además se puede ver como intenta transformarla en decidida: "Te zamarrearía y te sacaría a la calle para que te despiertes de una vez!".
El cambiador está enojado y ese enojo tiñe los recursos que utiliza para transformar al aspecto temeroso. En el zamarrearla hay mucho de descarga de enojo pero el cambiador cree que el "sacudón" es una manera adecuada de cambiarla, es decir ha confundido descarga de enojo con recurso transformador. Desarrollaremos con más detalle esta confusión en el capítulo destinado al cambiador pues es muy generalizada y produce mucho daño en quien la padece.
Para que esa confusión se sostenga es necesario que exista además en Marta la creencia de que el miedo efectivamente se transforma zamarreando al aspecto temeroso y obligándolo a hacer lo que teme. Esta creencia, por otra parte, también es muy generalizada y veremos ahora, a través de Marta, qué efectos produce.
Cuando el cambiador terminó de expresarse le propuse que se desplazara lentamente y se instalara en el lugar de la adolescente miedosa. Convertirse en el aspecto rechazado, en general no resulta fácil. Por esa razón es útil ayudar a hacerlo y una manera de lograrlo es recordándole las características del dibujo del aspecto en el que va a ingresar.
Terapeuta: "Anda adoptando la posición acurrucada, tomando contacto de a poco con la edad que tenés acá, con la tensión de tu cuerpo, con tu cara asustada, tu palidez, con este rincón de la habitación en el que te estás escondiendo...".
De esta manera se le van recordando sus características, se la va acompañando y respaldando en su posibilidad de convertirse en ese ser. Esto se hace más necesario aún cuando el aspecto a cambiar -como en este caso-ha sido muy descalificado por el cambiador.
Luego se la invita a que ingrese a un nivel más interior, a que tome contacto con el estado de ánimo profundo que tiene siendo quien es ahí, y recién desde ese estado, y dándose todo el tiempo necesario, que observe qué siente al escuchar lo que el cambiador le acaba de decir.
Todo este cuidado y artesanía de procedimientos intenta facilitar que Marta pueda convertirse lo más íntegra y completamente posible en su aspecto a cambiar: en este caso, la adolescente insegura. En la vida cotidiana el aspecto a cambiar -tanto el de Marta como el de cualquiera de nosotros tiene, en general, muy pocas posibilidades de expresarse tal como es, y de hacerlo "él mismo". Lo que ocurre habitualmente es que hablamos de él, expresamos las opiniones que tenemos acerca de él, pero muy pocas veces el propio aspecto rechazado puede manifestarse por si mismo. Hasta tal punto esto es así que el convertir al aspecto a cambiar y al cambiador en personajes y ubicarlos a cada uno en espacios diferenciados es precisamente una manera de posibilitarle al aspecto a cambiar que se perciba y exprese por si mismo sin la interferencia inmediata habitual de la reacción y opinión que se tiene de él.
Un símil del universo interpersonal que se puede utilizar para comprender mejor este hecho es la situación en la que los padres llevan a su hijo al pediatra porque no está bien. El pediatra le pregunta al niño qué le pasa, y el padre y la madre, que creen que saben lo que al niño le sucede, comienzan a responder por él, como si fueran él. Cuando esto ocurre entre los padres y el hijo, la situación resulta bastante evidente porque los límites físicos entre estas tres personas son muy claros, pero cuando sucede dentro de la misma persona entre distintas funciones interiores, ya no se percibe con tanta claridad. Yo puedo creer que quien se está expresando es mí aspecto temeroso pero cuando lo observo con más atención, frecuentemente compruebo que quien lo está haciendo es la reacción y la opinión que tengo acerca de él.
La superposición entre aspectos no diferenciados son fuente de gran confusión y desorden interior. El sólo hecho de discriminar los dos aspectos: a) lo que quiero cambiar de mi, por un lado, y b) quien y como quiere cambiarlo, por otro, y permitirle luego a cada uno que se exprese en forma discriminada y sucesiva, comienza a introducir, como primer efecto, un factor de orden psicológico de extraordinaria importancia para poder experimentar el conflicto con claridad e intentar luego su resolución.
En un altísimo porcentaje de casos, el cambiador dice, después de escuchar al aspecto a cambiar, que es la primera vez que lo oye, y que no sabía que le sucedía eso que el aspecto a cambiar acaba de expresar.
No estamos habituados aún a aproximarnos a la problemática psicológica desde la perspectiva de la relación entre diferentes funciones de la misma persona, pero para ofrecer una escena equivalente del universo interpersonal, es como si el marido le dijera a su esposa, con la cual ha vivido treinta años: "¡No sabía que te gustaba la música, y que te molestaba cada vez que yo apagaba la radio...!"
Volviendo ahora a Marta, cuando su cuerpo adoptó la posición y la expresión del aspecto a cambiar, se la invitó a que observara qué sentía al escuchar lo que el cambiador le acababa de expresar. En ese momento su postura acurrucada se cerró más aún y dijo:
Marta (desde el rol de aspecto a cambiar): "Me parece que si, que soy una inservible, por eso no quiero salir ni estar con la gente..Me asusta que me odies... que me grites. Sólo quiero que me dejen tranquila, esconderme y desaparecer... (llora) Estoy muy asustada... Yo no me siento grande como vos decís...Vos siempre apareces para gritarme y ponerme peor. Y me obligas a que me muestre hacia afuera como si supiera, como si fuera grande...Y yo no puedo...así que me escondo acá y no salgo más".
La adolescente temerosa ha tenido la oportunidad de auto percibirse y expresarse, directamente y sin intermediarios. Eso le ha permitido reconocer, por percepción directa e inmediata, el efecto que produce en ella la actitud del cambiador.
Todos tenemos un cambiador y un aspecto a cambiar en continuo diálogo interior. La reacción del aspecto a cambiar ante lo que el cambiador le dice y hace es, como expresamos anteriormente, la que menos conocemos. Marta, al encarnarla directamente ha podido percibir con claridad cuál es su reacción; mayor susto, repliegue y desesperación.
Y así se desarrolla el círculo vicioso que la enferma: Marta quiere cambiar a su aspecto temeroso y, por su ignorancia, lo hace obligándola a que sea mas audaz. Esto asusta y retrae más al aspecto temeroso, lo cual le hace redoblar la violencia al cambiador, que, a su vez, produce más desesperación y desaliento en el aspecto a cambiar. Esta sucesión de interacciones destructivas ahonda progresivamente su estado de desacuerdo interior con la inevitable consecuencia de deterioro, sufrimiento y enfermedad.
Cuando se logró conocer el circuito que enferma, comienza una nueva fase: propiciar el desarrollo de las interacciones interiores que curan. Para eso se comienza intentando descubrir si ambos comparten la meta, o no. En el caso de que sí la compartan, la tarea se centra en el descubrimiento de nuevos caminos, más efectivos, para alcanzarla.
Veamos cómo continuó la sesión:
Terapeuta: "La cambiadora dijo hace unos momentos que a ella le gustaría que vos fueras como esa mujer segura que dibujó sentada en el sillón, que puede salir y estar con la gente, etc. ¿A vos también te gustaría ser así?"
Aspecto a Cambiar: "Sí, claro que me gustaría".
Terapeuta: "Dado que a vos también te gustaría, fíjate entonces qué imaginas que necesitarías recibir de ella, que quiere cambiarte, para poder estar en condiciones de evolucionar en esa dirección. Ya que te has dado cuenta que lo que te dijo te asusta más, ¿cómo tendría que tratarte para que te sintieras realmente ayudada por ella? Date tiempo para observar, a ver qué aparece... y lo que descubras, decíselo a ella".
Aspecto a Cambiar: (Luego de unos instantes de silencio) "Necesitaría tu compañía, tu mirada de aliento, que cuando hago algo que está bien, me lo digas. Y si algo no me sale, que no me grites diciéndome que soy una inútil... que me ayudes a poder hacerlo, que confíes en mí aunque tenga dificultades..., que no me fuerces a hacer algo, por más simple que te parezca, si ves que no puedo. Necesito que me consultes, que me respaldes... que me des tiempo...".
Terapeuta: "Y, habitualmente, ¿ella te trata así? ¿Te brinda eso?"
Aspecto a Cambiar: "No, muy raras veces, casi nunca. Lo que siempre hace es lo de recién: me grita, se enoja conmigo, me dice de todo y me exige... Me exige que haga cosas que yo no puedo hacer".
1. En algunos pasajes se dice Cambiador y en otros Cambiadora. Se utiliza el primero cuando se nombra la función, y el segundo cuando se describe a quien ejerce esa función (en este caso es una mujer).
La secuencia es muy diáfana y contundente. El aspecto temeroso de Marta quiere ser más seguro y necesita para ello ser tratada interiormente del modo en que lo acaba de expresar. El cambiador, a su vez, también quiere que ella sea más segura y lo que hace es gritarle y zamarrearla. Este tipo de desencuentro es muy simple y por simple puede parecer irrelevante pero sin embargo es el que está en la base de todo desacuerdo interior sin resolver.
Cuando se comprende esto se hace necesario encontrar la manera que le permita descubrir vivencialmente al cambiador cual es su error que conduce al desencuentro entre los dos. Una forma sencilla de hacerlo es que perciba lo que produce en la adolescente temerosa el trato que él le brinda. Y eso es lo que acaba de ocurrir.
La adolescente temerosa tuvo, además, la oportunidad de descubrir cual es el trato que necesita recibir en cambio para sentirse ayudada a transformarse en la dirección que ambas quieren: la mujer segura y desenvuelta. Es importante recordar que para poder descubrirlo fue necesario que Marta se convirtiera en la adolescente. Esto quiere decir que adoptara su postura corporal y su expresión facial, que vivenciara su estado de ánimo profundo, que lo expresara en primera persona y que lo viviera con la mayor integridad posible.
Transformar un estado interior en un personaje y luego convertirse en él es algo similar a la que se realiza durante la experiencia teatral, pero la diferencia es que aquí los personajes que se seleccionan para dramatizar son los propios aspectos interiores de uno mismo.
¿Y por qué utilizar esta manera, que requiere cierto despliegue espacial y una forma de expresión que, para quienes no somos actores, puede resultar extraña?
La índole de la situación es tal que la respuesta completa a la pregunta se la encontrará, precisamente, realizando la experiencia de convertirse en una parte y observando las nuevas posibilidades de descubrimiento y comprensión que se abren desde ese lugar, pero de todos modos es posible intentar describir, aunque sea parcialmente, la razón de ser de la utilización de este recurso.
Cuando hablo de cualquier estado interior, por ejemplo el miedo, ya hay dos protagonistas: mi miedo por un lado y quien habla de él, por otro. Esto implica una observación exterior al estado que se nombra. Es como intentar describir y comprender desde la Capital Federal un suceso que ocurre en un pequeño pueblo de la provincia de Jujuy. Por mejor disposición que tenga el observador capitalino, su percepción será muy distinta a la que experimentará, frente a los mismos sucesos, un habitante del lugar.
Lo mismo se observa en la práctica clínica cuando se comprueba la diferencia que existe entre la descripción que el cambiador hace del aspecto a cambiar, y la percepción que el aspecto a cambiar tiene de si mismo: en la sesión que estamos presentando, el cambiador le decía a la adolescente; "Sos grande para tener miedo!.,. Te zamarrearía y sacaría a la calle para que te despiertes...!". Y la adolescente a su vez respondía: " No soy tan grande como vos me ves"... "Lo que haces para despertarme me asusta y retrae más".
En el momento en que me convierto en mi aspecto temeroso, en que me instalo adentro de él, y siento y expreso que yo soy eso, se produce un fenómeno verdaderamente sorprendente: todo el campo de la percepción se reestructura de una forma nueva. Es como realizar en un instante el viaje desde la Capital Federal al centro mismo del pueblo de Jujuy.
Nos hemos detenido en describir con cierto detalle este mecanismo -incluso será ampliado en el capítulo dedicado al aspecto a cambiar-porque creemos que es un recurso de extraordinaria significación en todo proceso de descubrimiento y comprensión psicológica. Ese es justamente otro de los objetivos básicos de este diseño de indagación: crear las condiciones para que el aspecto rechazado, al cual se quiere cambiar, pueda hacer la experiencia de auto percibirse a sí mismo desde su propio interior, y desde ese foco de percepción pueda descubrir, no sólo como se siente ante lo que el cambiador le hace, sino también que necesita recibir de él para poder evolucionar hacia la meta deseada.
Volviendo ahora a la sesión, Marta ha podido, desde el rol de la adolescente, descubrir claramente cuál es el trato interior. Pero no siempre ocurre así. Cuando el maltrato del cambiador ha sido muy intenso y extendido en el tiempo, la auto percepción de la necesidad va dañándose y el aspecto a cambiar va perdiendo la capacidad de registrar lo que necesita. Esto indica sin duda un mayor daño pues quien padece este trastorno comienza a funcionar en la vida como un barco que ha perdido su brújula.
La capacidad de auto percepción de la propia necesidad se recupera a través de la ejercitación y de la confianza en que será asistida. Es muy frecuente que un aspecto a cambiar, que al comienzo no sabe qué necesita, luego, en la medida en que se le da tiempo para que permanezca en actitud de auto interrogación, va realizando sus primeros descubrimientos en relación a sus necesidades. Al principio pueden ser necesidades muy vagas o generales pero al permanecer en contacto con ellas van ganando claridad y precisión.
Cuando la adolescente descubrió sus propias necesidades y se observó que su registro era claro y profundo, se la invitó a que se convirtiera en ese ser que brindaba el tipo de trato interior que ella necesitaba. Tal vez este es uno de los momentos más delicados, más significativos y más poderosos de toda la experiencia. Es cuando el aspecto a cambiar, que descubrió lo que necesitaba recibir de su cambiador, escucha la propuesta de dar un salto cualitativo en el curso de sus descubrimientos y convertirse en quien brinda aquello que necesita. No es que la propuesta en si sea importante, lo que si lo es: es que se hayan podido crear las condiciones para que el aspecto a cambiar pueda efectivamente realizar lo que se le propone. Es como un momento mágico en el que va a hacer realidad su sueño. Se va a convertir en el ser que brinda lo que necesita y de ese modo va a producir lo que necesita.
Es como sí en el plano del funcionamiento químico asistiéramos al instante en el cual la tiroides de bajo funcionamiento comenzará a producir una muestra de tirotrofina para indicarle a la hipófisis como es la substancia requerida. Veamos como ocurrió en la sesión:
Terapeuta: "'Ya que has registrado lo que necesitas de ella ¿podrías, además de decírselo, actuarlo, para que ella lo perciba mejor? ¿Podrías convertirte en ese ser que te trata como vos necesitas y mostrarle a ella como es? Te voy a proponer que te desplaces hacia tu derecha y te conviertas en ese personaje".
Marta se desplaza hacia su derecha. Acomoda su cuerpo, respira profundo y se queda unos instantes en silencio. Gira luego su tronco hacia el lugar en donde estaba la adolescente temerosa.
Asistente interior: (Dirigiéndose a la adolescente) "Quédate tranquila que yo estoy con vos. Yo te acompaño... vamos a hacer hasta donde vos puedas. No te voy a forzar. Y si algo no te sale, no tengas miedo de contármelo porque no te voy a castigar... Vamos a mirar juntas el problema que tenés a ver si puedo ayudarte.... Por ejemplo ahora, ¿podrías sentarte un poco más cómoda? Estás tan tensa que te vas a agotar... Eso es... Así estas mejor ¿no?... Muy bien... ¿Qué te parece si conversamos de lo que te pasa? (Realiza el gesto de tomarla del hombro como abrazándola y le habla con voz cálida y afectuosa)... Además, a mi me gusta tu delicadeza y quiero que lo sepas. Sé que hay mucho dolor en vos... mucho. Pero vas a ver que las cosas van a mejorar, y que no hace falta que te apures...".
Luego de un silencio le propongo que vuelva a tomar el lugar de la adolescente, y una vez que está nuevamente allí le pregunto:
Terapeuta: "¿Como te sentís cuando te tratan así?"
Aspecto a cambiar: (habla con un tono de voz muy conmovido)"... Es la primera vez que me tratan así,...no estoy acostumbrada a eso... me hace mucho bien. Me siento mucho mejor, más tranquila y con menos miedo... siento como me voy aflojando... Me siento acompañada y eso me alienta."
Terapeuta a Adolescente: "Sí recibieras un trato como el de recién, cada vez que lo necesitaras ¿cómo imaginas que te sentirías al cabo de un mes? ¿Cómo imaginas que sería tu estado?... Date tiempo para responder..".
Adolescente: (luego de una larga pausa) "Me veo más alegre, más rozagante, más vital..., con más ganas de salir, y saliendo. Me veo también más rellenita, no tan flaca. Y me veo riéndome más".
El aspecto a cambiar, después de descubrir cual es el trato interior que necesita recibir para poder evolucionar en la dirección de la mujer segura, tiene la oportunidad de convertirse en el ser que brinda ese tipo de trato interior.
Si la adolescente temerosa hubiera estado explorando el modo en que necesitaba ser tratada por alguna persona del mundo externo, ya sea su madre, su padre, o su pareja, etc., entonces, el que ella se convirtiera luego en el ser que la trata de esa manera tendría un sentido completamente distinto, que es necesario aclarar. Si encarnara la actitud que desea encontrar, por ejemplo, en su madre, lo que estaría viviendo no dejaría de ser, en última instancia, una expresión de deseos y una satisfacción alucinatoria de sus necesidades en relación a su mamá. Pero esta situación es completamente diferente: lo que Marta está explorando es el trato interior que su aspecto temeroso está recibiendo y como necesitaría ser tratada en cambio. De modo que cuando logra convertirse en la asistente interior de la adolescente lo que está haciendo no es una realización alucinatoria de lo que desea sino la activación de una función potencial. Esta función no estaba siendo cumplida. En su lugar estaba un cambiador desesperado, violento y descalificador.
Para poder convocar el rol de asistente interior es muy importante que el aspecto a cambiar, en este caso la adolescente temerosa, registre sus necesidades con la mayor claridad y precisión posible. Es importante que lo haga así porque el conjunto de necesidades es quien aporta el diseño, el molde sobre el cual se plasmará luego la figura del asistente interior. Si el aspecto a cambiar dijera meramente: "necesito que me trates con cariño y comprensión...", estos datos son muy poco específicos y pueden no alcanzar para plasmar luego, sobre tal matriz, la función que se está convocando. Es necesario descubrir qué tipo de cariño necesita, suministrado de qué forma, a través de qué gestos y actitudes, como así también de qué manera necesita ser tratado para sentirse comprendido, etc. Por estas razones cuando se llega a este momento de la indagación es necesario que el aspecto a cambiar registre sus necesidades del modo más específico y concreto posible.
Al actuar luego el rol de asistente interior, al comienzo es simplemente eso: una actuación, un reunir en un personaje un ramillete de características necesitadas. En la medida en que la persona va expresando e ingresando en este rol, sus características y su modo de tratar al aspecto a cambiar van produciendo sus propias resonancias interiores. Se va activando la capacidad potencial de ser y tratar efectivamente de ese modo al aspecto necesitado.
Desarrollaremos con más extensión este tema en el capítulo dedicado al asistente interior, pero por ahora digamos que es como acceder al ámbito interno en donde se albergan las memorias -personales y transpersonales- de los vínculos amorosos experimentados a lo largo de toda la vida.
Al comienzo, entonces, es meramente una actuación, que va permitiendo activar progresivamente el reconocimiento de que tal actitud es también una capacidad propia real, aunque haya sido poco ejercida hasta ese momento. Cuando el enlace entre la actuación y la vivencia real se produce, ese instante es profundamente conmovedor. Es como recuperar un antiguo tesoro, tal vez el más preciado, al cual se creía perdido.
La autocuración es el proceso por el cual el organismo produce sus propios remedios y recupera el equilibrio perdido.
Existen dos grandes formas de autocuración: la biológica y la psicológica. Si bien ambas participan de los mismos mecanismos básicos, es útil examinarlas en forma separada.
Existe una actitud adecuada del cambiador para relacionarse con su aspecto a cambiar que posibilita su real transformación en la dirección deseada y el cambiador puede aprender dicha actitud. La propuesta central de esta obra consiste en caracterizar la actitud asistencial del cambiador y describir con la mayor precisión posible los pasos y las tareas que es necesario realizar para experimentar dicho aprendizaje.
En el marco de ese propósito presentaremos en el capítulo siguiente el despliegue guiado de un desacuerdo interior. En su transcurso podremos observar cómo es una actitud inadecuada del cambiador y los sucesivos pasos que recorre en su proceso de transformación.
Al llegar a este punto la pregunta que surge es; ¿Y por qué el cambiador no produce las respuestas adecuadas que resuelvan el desacuerdo interior?
Cuando examinamos la autorregulación biológica habíamos observado que era eficaz en la medida que se producían reacciones que lograban realmente transformar al estado rechazado. Si éste era la anoxia su respuesta era respirar, y de un modo equivalente con el resto de los estados. Los mecanismos de autorregulación con que cuenta el organismo son automáticos, no dependen de la voluntad individual. Son el producto del ensayo y el error que la naturaleza viene realizando desde sus orígenes mismos, hace aproximadamente cuatro mil millones de años. El alto grado de eficacia que ha alcanzado ese cambiador que coordina las acciones para producir los cambios buscados es probablemente la consecuencia de este larguísimo proceso de aprendizaje, pero más allá de cuales fueran las probables razones de esta eficiencia, el hecho cierto es que su capacidad resolutiva se basa en que la acción que el cambiador biológico produce coincide con la que el estado a cambiar necesita recibir para poder transformarse. Esto es precisamente lo que no ocurre en el nivel psicológico y es lo que desemboca en la no resolución del desacuerdo interior. Y no ocurre porque el cambiador del nivel psicológico no sabe cómo transformar un aspecto en otro. No lo sabe porque él es una faceta del "yo" y el "yo" es una instancia relativamente reciente en la evolución de la vida. Está vinculada al desarrollo del cerebro, el cual cuenta con una edad aproximada de tres millones de años. Puede parecer un muy largo período de tiempo pero si lo comparamos con los cuatro mil millones de años en los que la vida está realizando sus experiencias de autorregulación, podemos percibir, al menos en su dimensión numérica, la magnitud del contraste.
Una de las capacidades propias del "yo" es proponerse metas y arbitrar los medios para alcanzarlas. En relación al mundo externo es muy alto su desarrollo: puede enviar un hombre a la luna, producir televisores, computadoras y robots de alta sofisticación, pero en relación al mundo interno su nivel de desarrollo es muy escaso. La prueba más contundente de su precariedad la encontramos en la extraordinaria inadecuación de los recursos que el cambiador utiliza habitualmente para transformar los aspectos psicológicos -de sí mismo y de los otros-que rechaza y quiere cambiar.
El desacuerdo interior es una experiencia humana universal e inevitable, Esto quiere decir que todos los seres humanos durante el transcurso de nuestra vida transitamos por la experiencia de desacuerdo interior. Evolucionamos, recorremos un ciclo vital y es inherente a esa condición de seres cambiantes en el tiempo el experimentar en el hoy un sentimiento o un pensamiento distinto al de ayer. Cuando eso ocurre el sentimiento de hoy queda en desacuerdo con la memoria, con la inercia del sentimiento de ayer. Hasta ayer me gustaba vivir en casa de mis padres. En la medida que avanzo en mí adolescencia comienzo a querer vivir en mí propia casa y tal nuevo deseo entra en desacuerdo con mi necesidad anterior.
Además de las causas evolutivas existe también el desacuerdo que se genera a partir de aspectos carencia-dos o distorsionados: Como expresamos anteriormente, al observar mí funcionamiento a lo largo del tiempo puedo encontrar aspectos psicológicos propios que me desagraden y quiera cambiar. Puede ser, por ejerzo, un aspecto triste o inseguro, o miedoso o posesivo, o violento, etc. Cualquiera sea el contenido del aspecto ^e rechazo y cualquiera sea la causa por la que lo recazo, la trama del desacuerdo es siempre la misma: el desacuerdo entre lo que soy y lo que deseo ser. En términos esquemáticos sería:
a) Un aspecto mío es de cierta manera (temeroso, confuso, dependiente, indeciso, autoritario, etc.)
b) Estoy en desacuerdo con esa manera y deseo que sea de otra {audaz, claro, independiente, decidido, respetuoso, etc.)
c) Realizo acciones para producir la transformación interior deseada.
Para descubrir como es cada reacción de desacuerdo resulta muy útil proponerle a quien la explora que imagine que el aspecto rechazado está enfrente de él. (En esta descripción utilizaremos como ejemplo, a un aspecto triste). Una vez que lo imaginó se le propone que observe qué siente hacia él y que luego se lo diga. Lo primero que suele aparecer es el rechazo propiamente dicho. Esta reacción tiene que ver con la simple expresión de la frustración y el desagrado que produce la existencia del aspecto triste. Las formas más frecuentes en las que se manifiesta son: "¡Ya me tenés harto con tus bajones...!, "¡No quiero verte más, te mandaría bien lejos...!" "¡No te aguanto más, te mataría,..!", etc. Esto es simplemente, rechazo.
Junto con el rechazo se producen también otras reacciones que tienen que ver con el deseo de cambiar al aspecto triste en alegre. Estas reacciones serán distintas según sean las creencias -concientes e inconcientes-que cada uno tenga acerca de cual es el modo a través del cual se logrará cambiar al aspecto triste. Algunas de las creencias y actitudes erróneas más frecuentes son: "¡Me dan ganas de sacudirte para que te despiertes...!", "¡tenés que ponerte firme y olvidarte de la tristeza...!" "¡tengo que arrancarte de mí para poder vivir con alegría...!" etc.
Rechazo y deseo de cambio son como las dos caras de la misma moneda y se implican recíprocamente.
Si rechazo a mi aspecto triste, entonces lo quiero cambiar, y si quiero cambiarlo es porque lo rechazo.
Podríamos hablar entonces de una relación rechazador-rechazado o de su otra faceta: cambiador-aspecto a cambiar. Cualquiera de las dos descripciones remite a la otra y la incluye.
Hecha esta salvedad digamos que, de aquí en más, al segundo término del vínculo, más allá de su contenido -triste, inseguro, dependiente, etc.-lo llamaremos Aspecto a cambiar y al primero, también más allá de la forma en la que se exprese, lo llamaremos Cambiador.
Hemos comenzado a caracterizar este vínculo y hemos presentado a sus protagonistas porque de lo que el cambiador le haga al aspecto a cambiar depende el destino del desacuerdo. Cuando las actitudes que pone en juego son las adecuadas, la transformación del aspecto a cambiar se encamina y el desacuerdo se va resolviendo, pero, lamentablemente, no es la evolución más frecuente. La gran mayoría de las veces las acciones del cambiador no son las adecuadas y por lo tanto, la transformación no se produce. En ese caso el desacuerdo interior no sólo no se resuelve sino que se profundiza más aún. Esta es la estructura que subyace en la vivencia de sufrimiento psicológico. Si cada vez que uno sufre, explora con detenimiento su estado, podrá comprobar que en la gran mayoría de los casos lo que lo produce es un desacuerdo interior que no se resuelve: el desacuerdo entre "lo que soy" y "lo que deseo ser"
Los seres humanos recorremos una particular secuencia: primero protagonizamos una experiencia (pensamos, sentimos o hacemos algo) y luego reaccionamos ante lo que hemos protagonizado en términos de agrado o desagrado. A esta reacción la percibimos más claramente cuando al culminar un ciclo evaluamos lo realizado: es el típico balance de fin de año. Dicha evaluación también ocurre, aunque de modo no tan ostensible, momento a momento. Tuve una conversación con un amigo y luego de despedirme surge la reacción: "No me gusta como respondí a su invitación a cenar: le dije que sí cuando en realidad estoy cansado y quisiera acostarme temprano..., me gusta en cambio como le presenté mis ideas en relación a nuestro trabajo..." etc. La auto evaluación también ocurre durante la experiencia misma: mientras estoy hablando con él puedo observar que no soy suficientemente claro en lo que digo y entonces agrego más detalles o luego retiro otros porque considero que ya es suficiente, etc. Estas continuas micro evaluaciones son las que permiten ir corrigiendo el comportamiento sobre la marcha y finalmente la conversación tal como ocurre es el resultado de ese continuo proceso de evaluación y ajuste. Esta actitud no niega la espontaneidad pues ella es precisamente la consecuencia de este proceso llevado a cabo a alta velocidad y de un modo no conciente. Es equivalente a la trayectoria en línea recta del automóvil. Dicha línea es el resultado de continuas y muy rápidas correcciones que el conductor produce ante cada desviación. Son tan rápidos los ajustes que prácticamente no se notan en la huella de la trayectoria e incluso quien maneja puede no ser conciente de las maniobras que realiza sobre el volante, pero más allá de que sea conciente o no, esas maniobras son las que, en última instancia, mantienen la trayectoria del vehículo en línea recta.
Del mismo modo ocurre cuando el proceso de autorregulación psicológica se realiza fluidamente.
Pero no siempre sucede así...
Trataremos de explicar qué es lo que acontece entonces.
Agregar y excluir detalles en una conversación o modificaciones equivalentes, son cambios relativamente sencillos para la gran mayoría de las personas, pero existen otros cambios que uno se propone y que son de mayor complejidad. Esto quiere decir que para lograrlos se requiere poner en juego un conjunto de acciones más elaboradas y específicas.
Observo mi funcionamiento y reconozco características que se repiten, que me desagradan y quiero cambiar. Estoy en desacuerdo, por ejemplo, con mí aspecto dependiente y quiero ser más independiente, pero... ¿cómo hago para lograrlo?. Rechazo a mi aspecto inseguro y retraído y quiero ser más seguro y expansivo, pero... ¿qué tengo que hacer para ser efectivamente así?. Y esta misma incógnita, este mismo desconocimiento se extiende a la gran mayoría de los rasgos psicológicos que uno rechaza de sí mismo y quiere cambiar.
Esta breve reseña acerca de la autorregulación y las funciones del sistema inmunológico nos introduce en la razón de ser de los cambios que se han producido en los últimos años en la concepción de la salud. Estar sano ya no es concebido tanto como la ausencia de enfermedad sino más bien como la capacidad de curarse de las enfermedades potenciales que el organismo alberga, es decir la capacidad de resolver los problemas que enfrenta y de recuperar el equilibrio una y otra vez.
Los dos elementos: los agentes patógenos y el sistema que los neutraliza, constituyen un delicado equilibrio y de lo que se está hablando es de un cambio en el énfasis de uno en relación al otro, pero ambos son significativos. Es necesario estar atentos para no creer que si el sistema inmunológico está bien, ninguna enfermedad bacteriana podrá anidar. Por más íntegro que se encuentre, siempre su capacidad tendrá un límite: el límite humano. Si dicho límite es sobrepasado, por ejemplo, por una contaminación bacteriana masiva, el organismo inevitablemente enfermará, y es necesario reconocerlo para no caer en el error de atribuirle a una sola función, en este caso el sistema inmunológico, la capacidad de resolver todos los problemas.
De lo dicho se desprende que en la producción de enfermedad podemos considerar, en términos generales, dos variables significativas:
a) los agentes productores de la enfermedad
b) los sistemas del organismo encargados de neutralizarlos.
En la última década se está reconociendo cada vez más la importancia de este segundo término en el proceso de conservación de la salud, y se está explorando con interés creciente la intimidad del funcionamiento del sistema inmunológico como así también aquellos factores que actúan estimulándolo o inhibiéndolo.
El sistema inmunológico no sólo actúa frente a las enfermedades infecciosas, también está en el centro de las investigaciones de otra gran enfermedad de la época: el cáncer. Las células cancerosas presentan alteraciones en su estructura como consecuencia de severos trastornos en su proceso de reproducción. Pero todos producimos, en alguna medida, células alteradas en su estructura. Lo que ocurre es que cuando el sistema inmunológico funciona de un modo correcto las identifica rápidamente, las fagocita y metaboliza sus componentes. Cada vez se está dirigiendo más el foco de la investigación hacia el sistema inmunológico para descubrir qué es lo que perturba su capacidad de reconocer y neutralizar a las células cancerosas. En relación a esta incógnita es útil recordar la frecuente aparición de los primeros síntomas de cáncer después de algún episodio de pérdida o trauma psicológico significativo. Ya es un hecho generalmente reconocido que los estados depresivos producen una disminución general en la capacidad defensiva del sistema inmunológico.
Casi simultáneamente con este movimiento de rejerarquización, y en una misteriosa sincronía, ha aparecido una nueva enfermedad que ataca justamente al sistema inmunológico y deja al organismo sin recursos para neutralizar las infecciones: por esta razón se la denomina Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, y es la enfermedad que denominamos SIDA.
En el organismo existe un sistema que es capaz de reconocer a las substancias que no pertenecen a su mismo código genético. De este modo identifica a virus, bacterias, cuerpos extraños, proteínas heterólogas, etc., y realiza acciones para tratar de eliminarlas. A esta organización se la denomina sistema inmunológico.
Los seres humanos albergamos multitud de microorganismos diferentes. No nos enferman porque el sistema inmunológico arbitra los medios para neutralizar la acción de dichos gérmenes. Esta capacidad natural del sistema inmunológico es utilizada en la aplicación de las vacunas. El principio básico de ese formidable recurso es introducir en el organismo una sustancia de toxicidad mínima que active la producción de ciertos anticuerpos por parte del sistema inmunológico. Cuando esto ha ocurrido, al llegar el germen verdaderamente capaz de producir enfermedad, ya están preparados los anticuerpos capaces de neutralizarlos.
El principio de la vacuna como modelo de preservación de la salud es de extraordinaria significación. Observemos su mecanismo de funcionamiento: Producir un anticuerpo significa resolver el problema que el antígeno plantea, (Se llama antígeno a la substancia que activa la producción de un anticuerpo). Una bacteria, por ejemplo, actúa como un antígeno. Si su presencia en el organismo es masiva puede desbordar la capacidad de éste de producir los anticuerpos que las neutralicen y desembocará entonces en una enfermedad de gravedad variable. La vacuna es el método que le permite al organismo realizar el aprendizaje para resolver el problema que la bacteria le plantea, en condiciones de mayor seguridad. La seguridad que brinda una substancia que activa la producción de anticuerpos de un modo similar al que lo hace una bacteria pero con efectos tóxicos atenuados para el organismo. Un principio similar es el que opera en el medicamento homeopático: introducir vibracionalmente una enfermedad artificial de intensidad menor para activar el proceso curativo. Es como un maestro que le presenta a su alumno un problema nuevo para que explore nuevas respuestas hasta lograr resolverlo, en un marco de mínimos riesgos para el aprendiz. Esta es la esencia misma de la función del ensayo en el aprendizaje. La nueva tecnología está permitiendo extender este principio a áreas cada vez más complejas. Un claro ejemplo de esta modalidad operativa es el simulador aéreo: En su interior el aprendiz de piloto puede experimentar las situaciones y los peligros de un vuelo, ensayar y aprender las respuestas que los resuelven sin los riesgos del vuelo real. El simulador aéreo es, en última instancia, otra forma de vacuna. Buena parte de las tareas que se proponen en esta obra tienen que ver con ese principio; crear un diseño clínico para que la persona pueda experimentar un problema psicológico y ensayar las soluciones que lo resuelven, en un contexto de máxima seguridad.
La vida tal como la conocemos es posible porque el organismo puede, entre otras funciones, mantener estables las variables básicas de su funcionamiento. A esta capacidad se la denomina autorregulación u homeostasis. Quiere decir que sus componentes, ya sean gases, minerales, compuestos orgánicos, células sanguíneas, etc. están presentes en una concentración que se mantiene, dentro de ciertos márgenes, de una manera estable. Para que esto pueda ocurrir es necesario que se pongan en marcha mecanismos de extraordinaria delicadeza y complejidad que logran restablecer esos valores una y otra vez.
Utilicemos el ejemplo de la respiración: el organismo necesita consumir oxígeno para funcionar y como consecuencia de ello disminuye su concentración en sangre. El estado de anoxia (an: ausencia de, oxia: oxígeno) estimula el centro respiratorio, el cual pone en marcha los complejos mecanismos de la respiración. Ella permite el ingreso del oxígeno en la sangre y se recupera el estado perdido. El oxígeno vuelve a utilizarse en los procesos metabólicos y se repite el proceso de recuperación una y otra vez.
Hemos tomado el ejemplo de la respiración porque es algo que ocurre numerosas veces por minuto y todos podemos percibirlo de un modo sencillo, pero lo mismo sucede con las otras variables mencionadas. Cuando disminuye la concentración de nutrientes en el organismo, a través del mecanismo del hambre se procura recuperarlos. Si es líquido lo que falta aparece la sed, etc. Los tres casos que incluimos se refieren a la manera de tomar del medio ambiente los elementos necesitados, pero también ocurre en la producción por parte del organismo de las substancias que necesita para su funcionamiento. El mecanismo más conocido tal vez sea el que regula la actividad hormonal; cuando disminuye la concentración de una hormona en sangre (por ejemplo hormona tiroidea), su misma escasez activa a la hipófisis a producir una sustancia (tirotrofina) que estimula a su vez a la glándula tiroidea a aumentar su actividad. Lo mismo ocurre en el caso contrarío: el hiperfuncionamiento tiroideo hace disminuir la producción de tirotrofina y de ese modo se frena el exceso de actividad tiroidea. Esto quiere decir que tanto el exceso como la escasez generan las reacciones que permiten recuperar el equilibrio perdido. De ahí el término mismo: autorregulación.
La pregunta que surge es: ¿Por qué la anoxia estimula al centro respiratorio para producir una respiración?, ¿por qué la escasez de nutrientes estimula el hambre, la de líquidos la sed, y del mismo modo con la regulación hormonal y el resto de las variables del organismos?, ¿cuál es esa fuerza que se pone en marcha y posibilita la autorregulación? A dicha fuerza la denominamos habitualmente "fuerza vital". Sabemos que existe, que posibilita la vida, que es el regulador fundamental del organismo, y sabemos también que la intimidad de su funcionamiento se hunde en el misterio mismo de la vida. De todos modos es posible acercarse a algunos aspectos periféricos de ese mecanismo, y en ese plano la hipótesis más aceptada es que existe una memoria biológica de los niveles óptimos de funcionamiento del organismo y que es esa memoria la que se activa cada vez que los valores actuales no coinciden con aquellos. Esta es una idea muy simple y de extraordinaria significación: la memoria de un estado de plenitud que arbitra los medios adecuados para recobrarse cada vez que se pierde. En esta descripción están presentes dos componentes: la memoria del estado y los medios adecuados para recuperarlo. La autorregulación eficaz se apoya en esos pilares. Cuando exploremos la autorregulación psicológica tendremos la oportunidad de comprender cabalmente la gran importancia clínica de esta sencilla observación.
El término "autocuración biológica" puede parecer más la expresión de un deseo mágico que la descripción de sucesos reales, pero sin embargo ocurre, momento a momento, en cada ser vivo y es un factor fundamental en la preservación de su salud. La autocuración biológica se produce tanto a través de los mecanismos de autorregulación como a partir del funcionamiento del sistema inmunológico.
Frecuentemente nos sentimos insatisfechos con alguna característica psicológica propia y nos gustaría cambiarla.
Dicha insatisfacción tiene dos destinos; o conduce a la transformación real de aquello que nos desagrada y la insatisfacción cesa, o no logra producir la transformación deseada y entonces se instala como insatisfacción crónica, con todo el sufrimiento que trae aparejado.
Insatisfacción quiere decir rechazo, desacuerdo con algo. Me siento inseguro y temeroso, rechazo ese estado y quiero sentirme seguro y confiado. Si no alcanzo a sentirme así, sufro. Habitualmente solemos creer que el rechazo es la causa de ese sufrimiento. Creemos que si aceptáramos al aspecto inseguro, en ese marco psicológico se transformaría en seguro. Esta creencia es parcialmente cierta y contiene un gran desconocimiento de la energía del rechazo. Desconocimiento en el sentido que confunde y considera sinónimos a la energía del rechazo en sí con el rechazo destructivo. Equipara una calidad de energía {el rechazo) con una forma de implementar dicha energía (el modo destructivo).
El rechazo en sí no es generador de sufrimiento, por el contrario, bien implementado es una energía vital y necesaria. En el plano físico es uno de los pilares de la autorregulación (homeostasis) y en el nivel psíquico es la energía que motoriza la transformación y el crecimiento del aspecto rechazado.
El problema surge cuando el rechazo es inmaduro e ignorante. En ese caso efectivamente maltrata y destruye a lo rechazado.
También es cierto que el rechazo que más conocemos y ejercemos los seres humanos es el que se manifiesta en su forma inmadura y destructiva. Esta es sin duda una de las causas por la que hemos considerado al rechazo y al rechazo destructivo como una y la misma cosa.
Por esta razón es que es de gran importancia diferenciar el rechazo destructivo del rechazo asistencial y conocer el aprendizaje que necesita realizar dicha energía para poder pasar de una modalidad a la otra. La descripción sistemática de dicho aprendizaje es uno de los ejes centrales de esta obra.
La primera parte del libro está dedicada a facilitar la experiencia personal del aprendizaje de la capacidad auto asistencial: en el capítulo primero de la primer parte se explican los principios básicos de la autocuración sobre los que se apoya esta tarea. En el segundo capítulo se describe paso a paso el desarrollo de la capacidad auto asistencial a través de una experiencia dirigida a Marta, una mujer de treinta años. Hemos incluido la transcripción de su experiencia para familiarizar al lector con las diferentes alternativas que se recorren durante el aprendizaje. Y en el tercer y último capítulo de la primer parte se brindan las instrucciones necesarias para utilizar la grabación que acompaña a este libro. Dicha grabación contiene una serie de consignas para que el lector pueda realizar sobre sí mismo el aprendizaje que se propone en esta obra.
Para aquellos que, además, deseen profundizar en los problemas teóricos que se abren en relación a este trabajo está destinada la parte segunda del libro. Allí se analizan, al comienzo, los interrogantes y malentendidos más frecuentes en relación a la auto asistencia psicológica y luego se describe a cada uno de los protagonistas del desacuerdo interior y las relaciones que establecen entre si.
Por último, en la tercera parte se presenta la visión del conflicto psicológico que emerge desde la perspectiva de la Psicología Transpersonal.
Aún para aquellos en los que predomine un interés teórico, la experiencia personal del despliegue y la resolución del propio desacuerdo interior será un factor de gran ayuda para una mejor comprensión de las categorías teóricas que se proponen.
rechazo, desacuerdo con algo. Me siento inseguro y temeroso, rechazo ese estado y quiero sentirme seguro y confiado. Si no alcanzo a sentirme así, sufro.
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