arabera Ariana Ximena Perez Abregu 2 months ago
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Honelako gehiago
Al mismo tiempo, atañe a la formación del sentido crítico e inteligente, frente a los procesos comunicativos y sus mensajes para descubrir los valores culturales propios.
Esta nueva disciplina define un campo de acción que se mueve entre los límites de los tradicionales campos de la educación y de la comunicación, y se presenta como una alternativa de renovación de las prácticas sociales, en la búsqueda de ampliar las condiciones de expresión de todos los segmentos humanos, especialmente de la infancia y la juventud.
Los debates, aun pendientes, permitirán avanzar desde la concepción instrumental vigente hacia otra que promueva el ingreso de la trama de la comunicación y la educación a la agenda educativa. Esto ayudará a docentes y estudiantes, no solo a utilizar las pantallas, sino a producir y comprender, con perspectivas críticas, los entornos novedosos en los que se inserta la escuela sin muros, extensa, escuela mundo, de la que somos parte.
El cuerpo humano supo ser el primer soporte en almacenar, emitir y producir información. La memoria se albergaba en él. Recién con la invención de la escritura, -entre quinientos y mil años AC-, se desencadena un proceso de profunda transformación, por el cual, el cuerpo humano deja de cumplir esa funciones. Los mensajes pueden expresarse, a partir de entonces, en la pared de una cueva, en un pergamino o en un papiro. Otro ejemplo es el que se desata más adelante, con la invención de la imprenta, el soporte vuelve a poner en evidencia que las sociedades basculan hasta encontrar su eje, como observa Serrés. En el siglo XXI, la humanidad digital, se encuentra ante nuevos soportes que portan la memoria de manera ubicua, a estos acceden aprendedores que se caracterizan por estar localizados y deslocalizados a la vez, por ser nómades, capaces de acceder simultáneamente a conversaciones que se dan al mismo tiempo en diferentes partes afirma Lévy*
Estas concepciones ponen en tensión el reconocimiento de categorías de pertenencia, identidades culturales, que sin ser nuevas, hoy exigen su inclusión y se manifiestan, por ejemplo, en las configuraciones familiares - familias ensambladas, ampliadas, monoparentales, homoparentales, entre otras-, en cambios profundos en las relaciones entre los géneros, en la expresión más explícita de las orientaciones sexuales y de identidad de género, y en los nuevos modos de producción.
Nuevos lenguajes, nuevos soportes, nuevas profesiones y oficios se están gestando al calor de las TIC. Dice Serres que las redes no han acortado las distancias, sino que han impulsado a los seres humanos hacia un nuevo espacio, una nueva dimensión. Y explica que, ante estos terremotos que impactan en lo profundo de la comunicación humana, las sociedades basculan y se sitúan de nuevos modos. Mientras esta revolución (nos) sucede, la escuela busca mantenerse a flote en un mar de apenas un pocos centímetros de profundidad. Dando manotazos de ahogado, intenta sin éxito, replicar estrategias que quedaron huecas.
Muchos son los estudios que muestran que la escuela, tal como la conocemos, responde a una concepción de la modernidad que se remonta al siglo XIX; pero que las transformaciones económicas, sociales, culturales y, particularmente, la llegada de las pantallas, ponen en crisis.
Metáfora de la modernidad del progreso, promotora del liberalismo, el nacionalismo y el cientificismo (Pineau, 1996).
Ya no responde a las demandas que se le hacen, porque esa escuela de orden y disciplinamiento se ha resquebrajado, ya que el tiempo que la concibió como partenaire para la formación de los estados nacionales ha desaparecido. (Peirone, 2010)
En ella se encontraban adultos y jóvenes; los primeros llegaban para transmitir el saber del que eran albaceas y los segundos, para recibirlo.
“desde la apariencia física de su cuerpo y su entorno, limpia y ordenada, hasta la propiedad de su lenguaje, la positividad discreta de su actitud y su mirada y la mesura y compostura de sus gestos y movimientos” (Echeverría, 2010).
Las instituciones de la modernidad responden a un esquema de rutinas que caracteriza a los hogares burgueses, a una ingeniería social que necesita sincronizar los horarios de trabajo de los adultos con los de escolarización de los niños (Lewkowicz, 2006).