da fernando enriquez mancano 3 anni
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Pareciera existir consenso de que el juego de interrelaciones y creencias modernistas pierde poco a poco su sentido de ordenamiento y validez.
En la concepción modernista, sociedad en la cual la razón se considera única e invariable (de la Garza y otros, 2008), se otorga gran dignidad a la racionalidad individual, la capacidad de observación cuidadosa y deliberación racional; pauta que guió el discurso durante el siglo XX (Gergen y Tojo, 1996)
Appignanessi y otros (1997), visualizan, para el final del juego postmoderno, el retorno del pensamiento de los filósofos de la “Gran Narrativa”, entre ellos, Kant, Hegel y Marx y la reaparición del Romanticismo, como aquello que tal vez pueda traernos el remedio que buscamos.
Para de la Garza (2008:10) a la crisis epistemológica del positivismo acaecida en la década de los setenta, se unen la crisis práctica devenida de la imposibilidad de predicción de grandes teorías sociales, el inicio de la crisis ecológica relacionada con la industrialización, la del estado interventor – benefactor y la extensión de la pobreza para convertirse en caldo de cultivo para “la desconfianza como estado de ánimo acerca de la idea de razón, de sujeto transformador y de progreso” en detrimento del imaginario de futuro, de proyecto o de organización, crisis que buscó su salida en el individualismo concebido como libertad frente a estructuras o concepciones totalizantes -consideradas opresoras- sin prever las consecuencias de la fragmentación que traía aparejada y con ello el inicio de su decadencia
competitividad de las organizaciones jerárquicas