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av María Fernanda Torres Zapata 2 år siden

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El Imperialismo (Págs. 10 a 49) . Capítulo 2. La Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa (Págs. 59 a 81) del libro “Historia del mundo contemporáneo (1870-2008) MARIA FERNANDA TORRES ZAPATA

El libro aborda el impacto del imperialismo en Europa y cómo influyó en la política y sociedad de varios países. En Alemania, Francia y Austria, la derecha radical combinó el nacionalismo con un fuerte antisemitismo.

El Imperialismo (Págs. 10 a 49) . Capítulo 2. La Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa (Págs. 59 a 81) del libro “Historia del mundo contemporáneo (1870-2008) MARIA FERNANDA TORRES ZAPATA

CAPÍTULO II LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LA REVOLUCIÓN RUSA

La revolución de 1905

El fin de la guerra con Japón y la restauración del orden le permitieron al zar recortar las atribuciones de la Duma y seguir aferrado a la defensa del antiguo régimen.
El zarismo sobrevivió combinando la represión con una serie de medidas destinadas a ganar tiempo y dividir a las fuerzas que habían coincidido en la impugnación del régimen.
El curso desfavorable de la guerra contra el Japón (1904-1905) y las penurias asociadas a ella desembocaron en la revolución de 1905.

La Gran Guerra

Con el desmoronamiento de los imperios centrales, los gobiernos provisionales pidieron el armisticio en 1918. Al año siguiente, los vencedores se reunían en Versalles para imponer los tratados de paz a los países que fueron considerados como culpables de la Gran Guerra.
El gobierno soviético abandonó la lucha y en marzo de 1918 firmó con Alemania la paz de Brest-Litovsk.
En 1917 se produjeron dos hechos claves: la Revolución rusa y la entrada de Estados Unidos en la guerra.
Entrada de Estados Unidos en la guerra.
la Revolución rusa
Los gobiernos no dudaron en abandonar los principios básicos de la ortodoxia económica liberal, sus decisiones recortaron la amplia libertad de los empresarios y la política tomó el puesto de mando.
La Gran Guerra fue un evento de carácter global. La tragedia no solo afectó a los combatientes, sino al conjunto de la población de los países envueltos en el conflicto.
Al mismo tiempo que los gobiernos convocaban a tomar las armas, multitudes patrióticas se reunían en Berlín, Viena, París y San Petersburgo para declarar su voluntad de defender su nación. Este fervor patriótico contribuyó a la prolongación de la guerra y dio cauce a hondos resentimientos cuando llegó el momento de acordar la paz.

El inicio de la Primera Guerra Mundial

Fue una guerra en aire, mar y tierra, con ejércitos inmersos en el barro de las tricheras, sin poder avanzar.
En el curso de la guerra ingresaron como aliados de la Triple Entente: Japón, Italia, Portugal, Rumania, Estados Unidos y Grecia, mientras que Bulgaria se incorporó a la Triple Alianza.
Austria-Hungría presentó un durísimo ultimátum a Serbia y, al recibir una respuesta que consideró “insuficiente", le declaró la guerra.
El 28 de junio de 1914, un joven estudiante serbio vinculado a la organización nacionalista clandestina “Mano Negra” asesinó en Sarajevo, la capital de Bosnia-Herzegovina, al heredero del trono austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando, y a su esposa, la duquesa Sofía.
En los cuatro años de la Primera Guerra Mundial, entre agosto de 1914 y noviembre de 1918, cayeron los tres imperios europeos:
Los Romanov en Rusia
Habsburgo en Austria
Hohezollern en Alemania y, fuera de Europa, el Imperio otomano.

La oleada revolucionaria

En Europa, la movilización social y política fue intensa hasta 1921 y la última acción se produjo en Alemania: la fracasada insurrección de los comunistas en 1923, pero no hubo una revolución que siguiera los pasos del Octubre rojo. La crisis social de posguerra, en lugar de fortalecer a la izquierda, posibilitó la emergencia del fascismo.
En este primer período, la esperanza que el capitalismo finalmente sucumbiría estuvo alentada por la ola de huelgas e insurrecciones que recorrió el continente europeo en los años 1917-1923.
La existencia de la Tercera Internacional se prolongó hasta 1943 cuando fue disuelta por Stalin para afianzar su alianza con las democracias de Estados Unidos y Gran Bretaña en la guerra contra la Alemania nazi.
Entre 1920 y 1921 se crearon importantes partidos comunistas en Alemania, Francia e Italia, y también hubo partidos comunistas de masas en Bulgaria y Checoslovaquia.
Una vez en el poder, los bolcheviques promovieron la unidad de las fuerzas socialistas que reconocían el carácter revolucionario de su accionar y las convocaron a abandonar la Segunda Internacional.

El ciclo revolucionario de 1917

En 1917 hubo dos revoluciones. La de febrero hizo suponer que Rusia, con retraso, seguiría el camino ya transitado en Europa occidental: la eliminación del absolutismo para posibilitar el cambio social y político hacia una democracia liberal.

La paz

El liberalismo fue severamente deslegitimado: la masacre en las trincheras suponía la antítesis de todo aquello que, con su fe en la razón, en el progreso y en la ciencia, había prometido.
La guerra destruyó el optimismo, la fe en la capacidad de la sociedad occidental para garantizar de forma ordenada la convivencia y la libertad civil.
El presidente estadounidense Woodrow Wilson ya había presentado ante el Congreso de su país una serie de puntos para alcanzar una paz vía la restauración de un orden económico liberal y con el recaudo de que en el trazado del nuevo mapa europeo se tuviese en cuenta la autodeterminación de los pueblos.

Del concierto europeo al sistema de alianzas

A lo largo de un proceso que comienza en el siglo XVII y se afianza con la derrota de Napoleón, cada uno de los principales Estados europeos reconoció la autonomía jurídica y la integridad territorial de los otros.
Las potencias centrales decidieron contribuir a la constitución de un orden internacional basado en el principio de la soberanía estatal y el equilibrio de poderes para regular sus mutuas relaciones.

El concierto europeo se basó en el respeto del statu quo, en el reconocimiento de la existencia de factores que limitaban el poder de cada Estado como consecuencia del poder de las otras grandes potencias. La idea se aplicó únicamente a Europa.

En el último cuarto del siglo XIX tuvo lugar una intensa carrera interestatal de armamentos, junto con la extensión y profundización de la expansión europea en el mundo de ultramar. El concierto europeo se resquebrajó.

- La Primera Guerra Mundial: la combinación de factores que hicieron posible su estallido. La marcha de la guerra en el frente militar y en las sociedades de los países que combatieron. Las paces y el nuevo mapa mundial al terminar el conflicto. - La Revolución Rusa: la caracterización del imperio zarista en términos sociales, culturales, económicos y políticos. El impacto de la Primera Guerra Mundial sobre impero zarista. La doble revolución desde febrero a octubre de 1917.

CAPÍTULO I EL IMPERIALISMO

La era del imperialismo yanqui

Hacia finales del siglo XIX, la presencia de EEUU se hizo cada vez más potente a partir de su creciente protagonismo en las disputas por los mercados de capital y las fuentes de materias primas.
La emergente potencia imperial del norte había procurado posicionarse desde principios del siglo XIX como “hermano mayor” de sus débiles vecinos, para resguardarlos de la posibilidad de recaer en las garras coloniales.

Invocaba el principio soberano de “América para los americanos”, pero establecía de hecho la incumbencia norteamericana en el ámbito continental.

EEUU impulsaba ahora, en la era del imperialismo, una traducción de su liderazgo continental por medio de la promoción de Conferencias que buscaban unir a todos los Estados Americanos.

La era del imperialismo en América Latina

La era del imperialismo constituyó el marco de la decisiva incorporación de América Latina a la economía mundial capitalista.
Por un lado, consolidó el perfil agro-minero exportador de su economía.

Por otro lado, esa orientación profundizó las diferencias regionales, en función de las diversas “vías nacionales” a través de las cuales se llevó a cabo.

Búsqueda de una identidad latinoamericana y nacional, recortada frente a los imperialismos que la amenazaban.

La otra cara de la “modernización” fue el incremento de la dependencia con respecto a la economía de los países centrales, y la acentuación de los contrastes, tanto entre las diferentes naciones, como entre las diversas regiones con dispares vínculos con la “economía europea”.

Las apetencias de las economías europeas, en este período de crecimiento de las economías industrializadas y de expansión sobre nuevos territorios, encontraron en América Latina un espacio propicio para la obtención de materias primas y un mercado en crecimiento para la colocación de productos de elaboración industrial.

consolidaron un modelo de crecimiento económico basado en la especialización productiva, en la explotación extensiva y en la dependencia de los mercados exteriores.

Fue fundamental, en ese sentido, el papel desempeñado por Inglaterra en la construcción del transporte ferroviario, así como en el desarrollo de los mecanismos financieros y crediticios, y por su condición de mercado consumidor de los bienes producidos en la región. También EEUU iría ganando terreno, y su presencia en el continente llegaría a ser predominante a través de la participación directa en la explotación de minerales y, fundamentalmente, en la agricultura tropical en Centroamérica y el Caribe.

En ellas floreció una incipiente burguesía, vinculada con las actividades comerciales, y muchas veces con los intereses de las potencias imperialistas.

Los pilares de la economía global

Entre 1896 y 1914, las economías nacionales se integraron al mercado mundial a través del libre comercio, la alta movilidad de los capitales y destacado movimiento de la fuerza de trabajo vía las migraciones, principalmente desde el Viejo Mundo hacia América.
A Gran Bretaña con su imperio le correspondió cerca de una tercera parte de todo el comercio internacional. El comercio no vinculado directamente con Gran Bretaña prosperó debido a que formaba parte de un sistema más amplio que reforzaba la orientación librecambista.

Se mantuvieron fuertes lazos con los intercambios mundiales vía la entrada de materias primas que no competían con la producción nacional e insumos intermedios de los que ésta carecía.

La inversión internacional aumentó aun más rápidamente. El flujo de dinero fue importante tanto para el rápido desarrollo de gran parte de los países que los recibían como para los que invertían en ellos. El capital británico estuvo a la cabeza de las inversiones internacionales.

. Los grandes capitales, por ejemplo, en lugar de abrir una nueva línea de ferrocarril en Gran Bretaña podían dirigirse hacia la periferia donde eran requeridos para abaratar el traslado de los alimentos y de las materias primas requeridos por el taller del mundo.

Los ferrocarriles atrajeron la mitad de las inversiones inglesas en el exterior y las ganancias procedentes de otros países en este rubro fueron casi dos veces superiores a las obtenidas en el Reino Unido.

Los principales receptores fueron países de rápido desarrollo industrial, reciente colonización europea y algunas colonias claves. En 1914, tres cuartas partes de la inversión exterior británica fueron hacia Estados Unidos, Australia, Argentina, Sudáfrica e India.

En la primera década del siglo XX los inmigrantes, la llegada de los extranjeros significó salarios más bajos.

En Australia y Estados Unidos, los sindicatos apoyaron las restricciones a la inmigración y los más afectados fueron los inmigrantes procedentes de Japón y China.

Gran Bretaña fue el centro organizador de esta economía cada vez más global

El papel hegemónico de la principal potencia colonial se basó en la influencia dominante de sus instituciones comerciales y financieras, como también la coherencia entre su política económica nacional y las condiciones requeridas por la integración económica mundial.

La primacía del mercado mundial fue posibilitada por los avances en las tecnologías del transporte y las comunicaciones: el ferrocarril, las turbinas de vapor (que incrementaron la velocidad de los nuevos buques), la telegrafía a escala mundial y el teléfono

La integración de las distintas economías nacionales se concretó a través de la especialización.

Cada región se dedicó a producir aquello para lo cual estaba mejor dotada: los países desarrollados, los bienes industriales; los que contaban con recursos naturales, alimentos y materias primas. El patrón oro aseguró que los intercambios comerciales y los movimientos de capital tuvieran un referente monetario seguro y estable.

Con la aceptación del patrón oro se renunciaba a la posibilidad de devaluar la moneda para mejorar la posición competitiva de los productos nacionales: los gobiernos no podían imprimir dinero ni reducir los tipos de interés para inyectar estímulos a la inversión y aliviar el desempleo en momentos de recesión. La evolución de la economía nacional quedaba atada a la preservación de la confiabilidad ganada por la moneda en el escenario internacional.

En el capitalismo de laissez-faire que fue positivo para el crecimiento económico global hubo algunos ganadores y muchos perdedores. Se beneficiaron figuras vinculadas con distintas actividades y localizadas en diferentes zonas del mundo: banqueros de Londres, fabricantes alemanes, ganaderos argentinos, productores de arroz indochinos.

El movimiento obrero se mostró ambiguo en el debate sobre proteccionismo y libre cambio

al. El conflicto social no podía controlarse solo a través de la represión y los gobiernos tuvieron que reconocer que el liberalismo ortodoxo obstaculizaba sus posibilidades de ganar apoyos en un electorado que incluía cada vez más a los miembros del mundo del trabajo. En la era del imperialismo, algunos gobiernos –mucho de ellos conservadores– exploraron las posibilidades de medidas relacionadas con el bienestar social.

El reparto de África

En el vertiginoso reparto de África a partir de los años 80 se entrelazaron la decisiva importancia del canal de Suez, la resignificación del papel de África del Sur en virtud de su condición de productora de diamantes y oro, y las presiones de nuevos intereses: los de Italia, Alemania y el rey belga Leopoldo II.
Las pretensiones de Leopoldo II sobre el Congo y el ingreso tardío de Alemania al reparto colonial llevaron a la convocatoria de la Conferencia de Berlín, que habría de aprobar los criterios para “legitimar” la apropiación del territorio africano.

Durante la Conferencia de Berlín, las principales metrópolis, Alemania, Francia, Inglaterra y Portugal, optaron por evitar la existencia de fronteras comunes entre sus nuevos dominios y reconocieron la potestad de Leopoldo II sobre vastos territorios de África central.

En 1875, excepto África del Sur, la presencia europea seguía siendo periférica: las naciones occidentales controlaban únicamente el 10% del continente. En 1914 solo existían dos Estados independientes: Liberia y Etiopía. Francia y Gran Bretaña fueron las principales beneficiadas por el reparto de África.

Al norte, en las tierras sobre las que había avanzado Rhodes se crearon tres colonias: Rhodesia del Sur (Zimbawe), Rhodesia del Norte (Zambia) y Niassalandia (Malawi).
Varias expediciones en los años ochenta permitieron a los franceses el control del conjunto del África occidental y ecuatorial.

El principal interés de Gran Bretaña y Francia se concentró en los territorios del norte de África.

La penetración europea fue motorizada por Francia con el desembarco en la costa argelina en 1830.

En cambio, los franceses y los ingleses no solo retuvieron sus posesiones en África occidental –Senegal y Costa de Marfil

La influencia francesa se extendió a Egipto, donde apoyó la construcción del canal de Suez, inaugurado en 1869.

Inmediatamente Gran Bretaña decidió controlar esta vía de comunicación, decisiva para preservar sus intereses imperiales en la India.

Francia, excluida de Egipto, avanzó decididamente sobre Túnez y con mayores dificultades sobre Marruecos, donde debió enfrentar la resistencia de Alemania en dos ocasiones, en 1905 y en 1911. Al mismo tiempo, intentó llegar a las fuentes del Nilo avanzando desde Senegal.

Finalmente Gran Bretaña y Francia pusieron fin a su rivalidad en África: la primera reconoció el predominio francés en la costa del Mediterráneo –excepto Egipto– y Francia aceptó que el Valle del Nilo quedara en manos de los ingleses. La delimitación de las soberanías en el ámbito colonial permitió avanzar en la formación de la Triple Entente.

Entre 1881 y 1912, todos los territorios de la costa mediterránea de África fueron ocupados por un país europeo. La última anexión fue la de las provincias otomanas de Cirenaica y Tripolitania (Libia), concretada por Italia en 1912 con la anuencia de Francia, que así se aseguró el control de Marruecos.

La Compañía Holandesa de la Indias Orientales decidió fundar una colonia. Los primeros colonos holandeses llegaron a Ciudad del Cabo en 1652.
Bóers o afrikáners: Emigración creó las bases de una sociedad de granjeros y ganaderos de carácter autónomo.

Después de la derrota de Napoleón, en el Congreso de Viena de 1815 la colonia pasó a manos de Gran Bretaña, que impuso la abolición de la esclavitud.

Los afrikáners emigraron hacia el norte para fundar las repúblicas autónomas de Orange y Transvaal, mientras que Gran Bretaña mantuvo su predominio en las colonias de Natal y El Cabo.

Los descubrimientos de yacimientos de diamantes en 1867 y de oro en la década de 1880 condujeron al enfrentamiento entre ingleses y bóers, que competían para aprovecharse de esas riquezas.

La creación de compañías mineras exitosas, como la British South Africa Company, con la actividad política y recurrió al uso de la fuerza para acabar con la autonomía de los bóers.

La guerra anglo-bóer estalló en 1899, y aunque al año los británicos ya habían demostrado su superioridad militar, los bóers continuaron resistiendo a través de la guerra de guerrillas. Después de la brutal represión de los militares británicos, estas poblaciones se rindieron en 1903.

Creación de la Unión Sudafricana en 1910, las dos repúblicas autónomas –Transvaal y Orange– y las dos colonias británicas –El Cabo y Natal– fueron englobadas en un mismo país bajo la supervisión británica, con una destacada autonomía para los afrikáners y con un régimen unitario, en contraste con el federal adoptado en Canadá y Australia.

Los miembros del Parlamento fueron elegidos básicamente por la minoría blanca. Los coloureds, o mestizos, contaron en principio con derechos políticos que se fueron restringiendo según avanzaba el poder de los afrikáners y se reducía el de los anglosajones.

El inglés y el holandés se establecieron como idiomas oficiales, el afrikáans no fue reconocido como idioma oficial hasta 19252.

La legislación segregacionista se extendió a partir de 1910:

a Native Labor Act: impuso a los trabajadores urbanos negros severas condiciones de sumisión

La Native Land Act destinó el 7% del territorio nacional a reservas para ubicar a los negros.

En 1912 se creó el Congreso Nacional Africano, con el objetivo de defender de forma no violenta los derechos civiles y los intereses de los negros africanos.

Enfasis en los cambios constitucionales a través de las peticiones y las movilizaciones pacíficas.

Los bóers pretendían la acabada independencia mientras que la mayoría africana, sometida por ambas comunidades europeas, careció de derechos.

La incorporación de África al mercado mundial y su dominación por las potencias europeas atravesó dos etapas.
En segundo lugar, el período de acelerada colonización a partir de la Conferencia de Berlín de 1885.
Penetración económica y territorial de Francia y Gran Bretaña en la primera mitad del siglo XIX.
La que comprende del siglo XV al XIX, en la cual prevaleció el comercio de esclavos;
El contacto y la penetración del islam a partir del año 1000, aproximadamente, tuvieron fuerte arraigo en la zona oriental y occidental de África.
La trama de relaciones sociopolítica era muy diversa: desde reinos con monarquías centralizadas altamente desarrollados hasta bandas simples con instituciones económicas rudimentarias.

Los europeos llegaron a las costas africanas en el siglo XV buscando el camino hacia las especias.

La esclavitud incremento con la llegada de los comerciantes árabes a la costa oriental africana.

Los portugueses comenzaron el tráfico transatlántico de hombres en la costa occidental de África a mediados del siglo XV. Inmediatamente se sumaron España, Francia, Holanda y Dinamarca.

Los ingleses, que llegaron más tarde, acabaron teniendo el liderazgo en el comercio negrero en relación con la explotación de azúcar en las Antillas y como proveedores de otros Estados.

Inicios de ideología racista que negó a los negros la condición de seres humanos.

La Compañía Holandesa de la Indias Orientales, en su afán de contar con una sólida parada para el aprovisionamiento de las flotas que iban hacia Asia, decidió fundar una colonia. Los primeros colonos holandeses llegaron a Ciudad del Cabo en 1652, para dedicarse a la producción agrícola y ganadera.

Antes de la llegada de los europeos, el continente africano estaba constituido por entidades diversas, algunas con un alto nivel de desarrollo.
No había fronteras definidas: el nomadismo, los intensos movimientos de población, la existencia de importantes rutas comerciales y la consiguiente mezcla entre grupos eran componentes importantes.

En general las fronteras políticas no coincidían con las étnicas.

Entre los imperios anteriores a la colonización resaltaban los de África Occidental:

Zimbabwe

Kanem-Bornou

Mali

Ghana

Los imperios coloniales en Asia

Medio Oriente formó parte del Imperio otomano hasta la derrota de este en la Primera Guerra Mundial. No obstante, desde mediados del siglo XIX, los europeos lograron significativos avances en la región.
En el primer caso, la intervención francesa fue impulsada por los conflictos religiosos y sociales entre los maronitas, una comunidad cristiana, y los drusos, una corriente musulmana.

Irak fue una zona de interés para los ingleses dada su ubicación en la ruta a la India, y para Alemania, a quien el sultán concedió los derechos de construcción y explotación del ferrocarril Berlín-Bagdad. A principios del siglo XX, estas dos potencias, junto con Holanda, avanzaron hacia la exploración y explotación de yacimientos petroleros.

Por último, los antiguos imperios ibéricos solo retuvieron porciones menores del territorio asiático: España, hasta 1898, Filipinas y Portugal; Timor Oriental hasta 1974.
Hasta el primer cuarto del siglo XIX, la posición de los europeos en China era similar a la que habían ocupado en India hasta el siglo XVIII. Tenían algunos puestos comerciales sobre la costa, pero carecían de influencia política o poder militar.

China

China, en cambio, se consideraba autosuficiente, rechazaba el intercambio con países extranjeros, al que percibía como contrario al prestigio nacional. Su apego a los valores de su propia civilización y su desprecio hacia los extranjeros significó que se dieran muy pocos casos de “colaboracionismo”.

La segunda diferencia fue que China contaba con una unidad política más consistente.

Si bien la dinastía manchú careció de los recursos y la cohesión que distinguió a los promotores de la modernización japonesa, no había llegado a hundirse como ocurrió con el Imperio mogol cuando los británicos avanzaron sobre la India.

La exitosa revolución Meiji y el agotamiento del Imperio manchú hicieron posible que Japón se expandiera en Asia oriental, desplazando la secular primacía de Beijing. Las exitosas guerras, primero contra China (1894-1895) y después el Imperio zarista (1904-1905), abrieron las puertas a la expansión de Japón en Asia oriental.

India

En la India, el comercio jugaba un destacado papel económico. Muchos de los gobernantes de las regiones costeras que promovían esta actividad no pusieron objeciones a la penetración comercial de los extranjeros y colaboraron en su afianzamiento.

El otro imperio en el sureste asiático fue el de los Países Bajos
A principios del siglo XVII, la monarquía holandesa dejó en manos de la Compañía General de las Indias Orientales el monopolio comercial y la explotación de los recursos naturales de Indonesia.

A fines de ese siglo se convirtió en una colonia estatal. Un rasgo distintivo de esta región fue su fuerte heterogeneidad: millares de islas, cientos de lenguas y diferentes religiones, aunque la musulmana fuera la predominante.

El régimen de explotación de los nativos fue uno de los más crueles. Los holandeses redujeron a la población a la condición de fuerza de trabajo de las plantaciones, sin reconocer ninguna obligación hacia ella.

El islam, que había llegado al archipiélago vía la actividad de los comerciantes árabes procedentes de la India, adquirió creciente gravitación como fuente de refugio y vía de afianzamiento de la identidad del pueblo sometido.

La educación llegó a las masas a través de las mezquitas, a las que arribaron maestros musulmanes procedentes de la Meca y la India.

El Imperio francés de Indochina
El Imperio francés de Indochina se parecía al de los británicos en la India, en el sentido que ambos se establecieron en el seno de una antigua y sofisticada cultura, a pesar de las divisiones políticas que facilitaron la empresa colonizadora.

Tanto Vietnam como Laos y Camboya, aunque eran independientes, pagaban tributo a China y le reconocían cierta forma de señorío feudal.

A partir de la guerra franco-prusiana Francia encaró la conquista sistemática del resto del territorio. Luego de duros combates con los annamitas y de vencer la resistencia china se impuso un acuerdo en 1885, por el que Annam y Tonkín (zonas del actual Vietnam) ingresaron en la órbita del Imperio francés.

El protectorado de Laos se consiguió de manera más pacífica cuando Tailandia cedió la provincia en 1893. Indochina, resultado de la anexión de los cinco territorios mencionados, quedó bajo la autoridad de un gobernador general dependiente de París.

El fin de las guerras napoleónicas en Europa reavivó los intereses comerciales de las metrópolis:
Los ingleses, que ya ocuparon Singapur en 1819 y tienen los ojos puestos en China, intentan instalarse en Vietnam.

Al mismo tiempo los franceses, definitivamente desalojados de la India, buscan más hacia oriente mercados para sus productos de ultramar y materias primas baratas.

Cuando se inicia la instalación francesa, Vietnam era un país unificado, cuya capital, Hué, se ligaba con las dos grandes ciudades, Hanoi en el norte y Saigón en el sur, a través de la “gran ruta de los mandarines”.

Había adquirido sólidas características nacionales; en lengua vietnamita se habían escrito importantes obras literarias, su escultura y arquitectura reconocían la influencia china, pero tenía características bien diferenciadas.

El Imperio zarista, por su parte, desde mediados del siglo XIX avanzaba sobre Asia Central y, en 1867, fundó el gobierno general del Turkestán, bajo administración militar.
Entre el Imperio ruso y el inglés quedaron encajonados Persia y Afganistán.

A mediados de los años 70, Londres pretendió hacer de Afganistán un Estado tributario, pero la violenta resistencia de los afganos –apoyada por Rusia– lo hizo imposible.

Desde el siglo XVI los europeos llegaron a Indochina: primero los portugueses, luego los holandeses, los ingleses y los franceses.

En 1819 Gran Bretaña ocupó Singapur, que se convirtió en un gran puerto de almacenaje de productos y en la más importante base naval británica en Asia.
Entre 1874 y 1909 los nueve principados de la península Malaya cayeron bajo el dominio inglés, bajo la forma de protectorados.

Singapur, junto con Penang y Malaca, integraron la colonia de los Establecimientos de los Estrechos.

Para su producción, los británicos recurrieron a la inmigración masiva de chinos e indios, mientras los malayos continuaban con sus cultivos de subsistencia.

A fines del siglo XIX
La primera fue cedida por los holandeses después de las guerras napoleónicas y se destacó por sus exportaciones de té y caucho.
En el sureste asiático, Londres se instaló en Ceilán (Sri Lanka), la península Malaya, la isla de Singapur y el norte de Borneo (hoy parte de Malasia y sultanato de Brunei).
Como contrapartida a la expansión de Rusia sobre Asia Central, Gran Bretaña rodeó a la India con una serie de Estados tapón:

Birmania (Myanmar).

La conquista de esta última fue muy costosa: hubo tres guerras.

Beluchistán (actualmente parte de Pakistán).

Los protectorados de Cachemira (actualmente dividido entre India y Pakistán).

Interés
El interés por preservar la dominación de la India fue el eje en torno al cual Gran Bretaña desplegó su estrategia imperial.

Afán de controlar las rutas que conducían hacia el sur de Asia.

El reforzamiento de su base en la India permitió a Gran Bretaña forzar las puertas de China reduciendo el poder de los grandes manchúes, y convertir el resto de Asia en una dependencia europea, al mismo tiempo que establecía su supremacía en la costa arábiga y adquiría el control del Canal de Suez.

Economía
La economía de la región fue completamente trastocada. La ruina de las artesanías textiles localizadas en las aldeas trajo aparejado el empobrecimiento generalizado de los campesinos.

Estos, además, se vieron severamente perjudicados por la reorganización de la agricultura, que fue orientada hacia los cultivos de exportación.

La administración colonial utilizó los ingresos de la colonia para el financiamiento de sus gastos militares.

En 1877
La reina Victoria fue proclamada emperatriz de las Indias. Aproximadamente la mitad del continente indio quedó bajo gobierno británico directo; el resto continuó siendo gobernado por más de 500 príncipes asesorados por consejeros británicos.

Los mayores fueron Haiderabad (centro) y Cachemira (noreste); los pequeños comprendían solo algunas aldeas. Muchos de estos príncipes musulmanes eran fabulosamente ricos.

Ejercían un poder absoluto y no existía la separación entre los ingresos del Estado y su patrimonio personal.

El subcontinente indostánico estaba demasiado dividido y era demasiado heterogéneo para unificarse bajo las directivas de una aristocracia disidente con cierta ayuda de los campesinos, como sucedió en Japón.

La Compañía de las Indias Orientales inglesa
A través de acuerdos con los mogoles, estableció sus primeras factorías en Madrás, Bombay y Calcuta y fue ganando primacía sobre el resto de los colonizadores.

A fines del siglo XVIII, derrotó a Francia, su principal rival. A mediados del siglo XIX, la mencionada Compañía ya se había convertido en la principal fuente de poder.

Su victoria fue posibilitada, en gran medida, por la decadencia del Imperio mogol y las rivalidades entre los poderes locales.

Las grandes revueltas de 1857-58 fueron el último intento de las viejas clases dirigentes por expulsar a los británicos y restaurar el Imperio mogol.

Una vez reprimido el levantamiento, la administración de la Compañía de las Indias Orientales quedó sustituida por el gobierno directo de la Corona británica.

En Asia, los países occidentales se encontraron con grandes imperios tradicionales con culturas arraigadas y la presencia de fuerzas decididas a resistir la dominación europea.
El avance de los centros metropolitanos dio lugar a tres situaciones diferentes:

Por último, la experiencia de Japón, que frente al desafío de Occidente llevó a cabo una profunda reorganización interna a través de la cual no solo preservó su independencia sino que logró erigirse en una potencia imperialista.

Imperios que mantuvieron su independencia formal, pero fueron obligados a reconocer zonas de influencia y a entregar parte de sus territorios al gobierno directo de las potencias: los casos de Persia y China.

Imperios y reinos derrotados militarmente convertidos en colonias, como los del subcontinente indio, de Indochina y de Indonesia.

El movimiento de expansión imperialista de fines del siglo XIX recayó básicamente sobre África.
Los hechos más novedosos de este período en el continente asiático fueron:
La presencia de Estados Unidos en el Pacífico después de la anexión de Hawai y la apropiación de Filipinas.
La anexión de Indochina al Imperio francés, la emergencia de Japón como potencia colonial
En Asia, las principales metrópolis ya habían delimitado sus posiciones antes del reparto colonial del último cuarto del siglo XIX.

El reparto imperialista

Sistemas aplicados por cada nación dominante:
La colonización no se había hecho para desarrollar económica y socialmente a las regiones dominadas sino para explotar las riquezas latentes en ellas en beneficio del capitalismo imperial.
Bélgica

Aplicó un estricto paternalismo sostenido por tres pilares: la administración colonial, la Iglesia católica y las empresas capitalistas.

Francia

Francia, más centralizadora, entregó a una administración europea la conducción total de los territorios.

Inglaterra

Puso en práctica el indirect rule (gobierno indirecto).

Para organizar sus nuevas posesiones, los europeos recurrieron a dos tipos de relación reconocidos oficialmente:
La Colonia

En el segundo, la presencia imperial se hacía sentir directamente.

El Protectorado

En el primer caso – que se aplicó en la región mediterránea y después en las ex colonias alemanas– las naciones “protectoras” ejercían teóricamente un mero control sobre autoridades tradicionales

En la mayoría de las colonias se acentuó la pobreza y sus poblaciones fueron víctimas de prácticas depredatorias. Portugal en África, Holanda en Asia y el rey Leopoldo II en el Congo fueron los más decididos explotadores.
Las experiencias en las que la incorporación al mercado mundial dio lugar a una importante renovación y modernización de la economía estuvieron localizadas en las áreas de colonización reciente que contaban con la ventaja de climas templados y tierras fértiles para la agricultura y la ganadería.

En Canadá, Uruguay, Argentina, Australia, Nueva Zelanda, Chile, el sur de Brasil las lucrativas exportaciones de granos, carnes y café alentaron la afluencia de inmigrantes y la expansión de grandes ciudades que estimularon la producción de bienes de consumo para la población local. Aquí hubo incentivos para promover una incipiente industrialización.

Crecimiento económico a través del incremento de las exportaciones.

Fines políticos y estratégicos para explicar la expansión europea.
Tanto las colonias formales e las informales se incorporaron al mercado mundial como economías dependientes, pero esta subordinación tuvo impactos sociales y económicos.

En cambio, en los países semi-soberanos, sus grupos dominantes pudieron instrumentar medidas teniendo en cuenta sus intereses y los de otras fuerzas internas con capacidad de presión.

Pero además, tanto en la esfera colonial como en la de las colonias informales, coexistieron desarrollos económicos desiguales en virtud de los distintos tipos de organizaciones productivas.

Tanto en Latinoamérica como en las Indias Orientales Holandesas, el cultivo del azúcar, por ejemplo, estuvo asociado a la presencia de oligarquías reaccionarias y masas empobrecidas.

En cambio, los cultivos basados en la labor de pequeños y medianos agricultores y en los que el trabajo forzado era improductivo –los casos del trigo, el café, el arroz, el cacao– ofrecieron un marco propicio para la constitución de sociedades más equilibradas y con un crecimiento económico de base más amplia.

Las nuevas industrias y los mercados de masas de los países industrializados absorbieron materias primas y alimentos de casi todo el mundo.
Las colonias, sin embargo, no fueron decisivas para asegurar el crecimiento de las economías metropolitanas.

Los lazos económicos que Gran Bretaña forjó con determinadas colonias –Egipto, Sudáfrica y muy especialmente la India– tuvieron una importancia central para conservar su predominio.

La India fue una pieza clave de la estrategia británica global: era la puerta de acceso para las exportaciones.

Los éxitos económicos británicos dependieron en gran medida de las importaciones y de las inversiones en los dominios blancos, Sudamérica y Estados Unidos.

En las últimas décadas del siglo XIX
En el marco de un capitalismo cada vez más global, se desató una intensa competencia por la apropiación de nuevos espacios y la subordinación de las poblaciones que los habitaban.

La expansión de un pequeño número de Estados desembocó en el reparto de África y el Pacífico, así como también en la consolidación del control sobre Asia.

El escenario latinoamericano no fue incluido en el reparto colonial, pero se acentuó su dependencia de la colocación de los bienes primarios en el mercado mundial.

El crecimiento económico de los países de esta región dependió del grado de integración en la economía global del último cuarto del siglo XIX.

La conquista y el reparto colonial lanzados en los años 80
Nueva fase del capitalismo, la de una economía que entrelazaba las distintas partes del mundo.

Abrir nuevos mercados y campos de inversión para evitar el estancamiento de la economía nacional.

Además, según su discurso, las culturas superiores tenían la misión de civilizar a las razas inferiores.

En el marco de la gran depresión (1873-1895)

En el caso de los socialistas, algunos dirigentes de la Segunda Internacional también adjudicaron a la expansión europea un significado civilizador. El debate fue especialmente álgido en el congreso de Stuttgart, en 1907.

Pero también hubo liberales que rechazaron la colonización como una empresa “civilizadora”.

Dirigentes liberales de la época –Joseph Chamberlain en Gran Bretaña y Jules Ferry en Francia.

Imperialismo para sostener una política expansionista apoyada por el Estado y basada en un fuerte potencial militar que garantizaría la superioridad de la propia nación.

Entre 1876 y 1914, una cuarta parte del planeta fue distribuida en forma de colonias entre media docena de Estados europeos: Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Países Bajos, Bélgica.
Los imperios del período preindustrial, España y Portugal, tuvieron una participación secundaria.

Estados Unidos y Japón, interesados en el zona del Pacífico, fueron los últimos en presentarse en escena.

Gran Bretaña: fue el único país que, en la primera mitad del siglo XIX, ya tenía un imperio colonial.

La derecha radical

Tanto en Alemania, como Francia y Austria, la nueva derecha radical combinó la exaltación del nacionalismo con un exacerbado antisemitismo.
En Italia, los nacionalistas defendieron la necesidad de apropiarse de nuevos territorios para dejar de ser una nación proletaria.

Francia fue pionera en la gestación de grupos de derecha radical tan antiliberales y anti- socialistas como capaces de ganar adhesiones entre los sectores populares.

Las ligas nacionalistas emergieron en Alemania en los años 80 como instrumento de presión a favor de una política imperialista en la que Bismarck no se había embarcado.

Los sindicatos católicos lograron mayor arraigo en las ciudades pequeñas y en el campo que en los grandes enclaves industriales urbanos donde tuvieron dificultades para competir con los socialistas.

En el plano interno, las ligas fueron decididamente antisocialistas y antisemitas, además propiciaron la eliminación de las culturas minoritarias como las de los polacos.

La Iglesia Católica rechazó decididamente al liberalismo a través de las opiniones vertidas por el papa Pío IX en el documento Syllabus y la encíclica Quanta Cura publicadas en 1864.

La nueva política

La nueva oleada de industrialización complejizó el escenario social y dio paso a nuevas batallas en el campo de las ideas.
En lugar de polarizar la sociedad, el avance del capitalismo propició la aparición de nuevos grupos, en gran medida debido a la diversificación de los sectores medios: los asalariados del sector servicios, la burocracia estatal y el personal directivo de las grandes empresas.

Hasta el último cuarto siglo XIX, las fuerzas conservadoras fueron el principal rival de los liberales.

Proyecto Liberal:

La creación de un sistema constitucional que regulara las funciones del gobierno.

Las instituciones que garantizaran la libertad individual.

El debilitamiento de las aristocracias terratenientes, junto con el fortalecimiento de la burguesía y la creciente gravitación de los sectores medios y de la clase obrera, gestaron el terreno propicio para el avance de la democracia.

Aparición de nuevos actores, los partidos políticos, y la aprobación de leyes sociales desde el Estado.

Ampliación del sufragio apareció asociada con el fraude electoral.

El cuestionamiento de la nueva derecha al liberalismo fue más radical que la del socialismo. Este último rechazaba el capitalismo, pero adhería a principios básicos de la revolución burguesa: la fe en la razón y en el progreso de la humanidad. La derecha radical en cambio, inauguró una política en un nuevo tono que rechazó la lógica de la argumentación y apeló a las masas en clave emocional para recoger sus quejas e incertidumbres frente a los hondos cambios sociales y el impacto de la crisis económica.

La política de la democracia apareció asociada con la creciente gravitación de los elementos lengua, raza, religión, tierra, pasado común que se proponían como propios de cada nacionalidad.

Con la ampliación del cuerpo electoral, los acuerdos entre los notables cedieron el paso a las decisiones de los partidos políticos.

No obstante, desde fines del siglo XIX hasta la Gran Guerra se produjo un avance significativo de la política democrática en la mayoría de los países europeos

La mínima intervención del Estado en la economía.

Defensa de los derechos humanos y civiles.

Hacia el capitalismo global

La revolución industrial tuvo lugar en Inglaterra a fines del siglo XVIII.
A mediados del siglo XIX se habían incorporado Alemania, Francia, Estados Unidos, Bélgica y a partir de los años 90 se sumaron los países escandinavos: Holanda, norte de Italia, Rusia y Japón. En el último cuarto del siglo XIX, la base geográfica del sector industrial se amplió, su organización sufrió modificaciones decisivas y al calor de ambos procesos, cambiaron las relaciones de fuerza entre los principales Estados europeos, al mismo tiempo que se afianzaban dos Estados extra- europeos: Estados Unidos y Japón

La industria británica perdió vigor y Alemania junto a Estados Unidos pasaron a ser los motores industriales del mundo.

Las experiencias de Rusia y Japón fueron especialmente espectaculares. Ambos iniciaron su rápida industrialización partiendo de economías agrarias atrasadas, casi feudales.

En el impulso hacia la industria, sus gobiernos desempeñaron un papel clave promoviendo la creación de la infraestructura, atrayendo inversiones y subordinando el consumo interno a las exigencias del desarrollo de la industria pesada.

La apital francés por ejemplo, tuvo un papel destacado en el crecimiento de la industria rusa.

A pesar que entre 1880 y 1914 la industrialización se extendió con diferentes ritmos y a través de procesos singulares, las distintas economías nacionales se insertaron cada vez más en la economía mundial.

El amplio sistema de comercio multilateral hizo posible el significativo crecimiento de la productividad de 1880 a 1914. Simultáneamente se profundizó la brecha entre los países industrializados y las vastas regiones del mundo sometidas a su dominación.

En la era del imperialismo, la economía atravesó dos etapas: la gran depresión (1873-1895) y la belle époque hasta la Gran Guerra. La crisis fue en gran medida la consecuencia no deseada del exitoso crecimiento económico de las décadas de 1850 y 1860, la primera edad dorada del capitalismo.

Los éxitos del capitalismo liberal a partir de mediados del siglo XIX desembocaron en la intensificación de la competencia, tanto entre industrias que crecieron más rápidamente que el mercado de consumo como entre los Estados nacionales, cuyo prestigio y poder quedaron fuertemente asociados a la suerte de la industria nacional. El crecimiento económico fue cada vez más de la mano con la lucha económica que servía para separar a los fuertes de los débiles y para favorecer a los nuevos países a expensas de los viejos.

La gran depresión no fue un colapso económico sino un declive continuo y gradual de los precios mundiales. En el marco de la deflación, derivada de una competencia que inducía a la baja de los precios, las ganancias disminuyeron. Las reducciones de precio no fueron uniformes. Los descensos más pronunciados se concretaron en los productos agrícolas y mineros suscitando protestas sociales en las regiones agrícolas y mineras.

Desde mediados de los años 90, los precios comenzaron a subir y con ellos los beneficios.

La crisis de los antiguos imperios

La expansión de Occidente trastocó radicalmente el escenario mundial. Toda África y gran parte de Asia pasaron a ser, en la mayoría de los casos, colonias europeas.
Tanto en Egipto en los años ochenta, como en la India con la creación del Congreso, coexistieron fuerzas heterogéneas.

Los tres imperios de mayor antigüedad, el persa, el chino y el otomano, con sus vastos territorios y añejas culturas, no cayeron bajo la dominación colonial, pero también fueron profundamente impactados por la expansión imperialista.

En el seno de los mismos se gestaron diferentes respuestas. Mientras unos sectores explotaron los sentimientos anti- extranjeros para restaurar el orden tradicional, otros impulsaron las reformas siguiendo la huella de Occidente, y algunos plantearon la modernización económica, pero evitando la occidentalización cultural.

las mezquitas se abrieron para dar asilo a quienes protestaban

El avance de las tropas zaristas en 1911 condujo a la clausura del nuevo órgano legislativo.

En el caso de China, las derrotas en las llamadas “Guerras del opio” de 1839 a 1842, y posteriormente de 1856 a 1860, significó el principio del fin del Imperio manchú.

nicialmente, el comercio británico con China fue deficitario. Los chinos apenas estaban interesados en la lana inglesa y algunos productos de metal. En cambio, la Compañía de las Indias Orientales incrementaba continuamente sus compras de té.

Frente a esta situación los británicos recurrieran a un producto: el opio que iba a darles importantes márgenes de beneficio, contrarrestando así el déficit con los chinos.

La Compañía de las Indias Orientales, que gozaba del monopolio de la manufactura del opio en la India, organizó el ingreso del opio en China. El opio se vendía en subasta pública y era posteriormente transportado a China por comerciantes privados británicos e indios autorizados

El tráfico de opio hacia China llegó a convertirse, durante un tiempo, en piedra angular del sistema colonial inglés. La producción en la India se convirtió en la segunda fuente de ingresos de la corona británica gracias a la explotación del monopolio que poseía la Compañía de las Indias Orientales.

El tratado de Nanking firmado en 1842 reconoció casi todas las exigencias de Gran Bretaña. Se abrieron nuevos puertos al comercio británico y los ingleses, en caso de ser acusados de algún delito, serían juzgados por sus propios tribunales consulares. Las atribuciones del gobierno chino en el plano comercial fueron limitadas y, además, la isla de Hong Kong pasó a manos de Londres por un lapso de 150 años, con la doble función de centro comercial y base naval.

Este resultado alentó la irrupción de otras potencias: Estados Unidos, Francia y Rusia forzaron a China a la firma de los llamados Tratados Desiguales. En 1860 China se vio obligada a abrir otros once puertos al comercio exterior, los extranjeros gozaron de inmunidad frente a la legislación china y se autorizó a los misioneros a propagar la religión cristiana.

Simultáneamente, el imperio estuvo a punto de ser aniquilado por movimientos revolucionarios; el más importante fue la insurrección Taiping (1851-1864), que estableció una dinastía rival a la manchú y se adueñó de buena parte de China Central y Meridional.

China Central y Meridional.

Adopción de elementos occidentales en el campo tecnológico, militar y educativo.

La guerra con Japón (1894-1895) le imprimió un nuevo giro a la historia de China: dio paso a una gravísima crisis nacional que desembocaría en la caída del imperio en 1911.

China reconoció la independencia de Corea y cedió Formosa a Japón

Con la adquisición de Filipinas en 1898, Estados Unidos ganó presencia en el Pacífico y en defensa de sus intereses comerciales se opuso a la existencia de esferas de influencia exclusiva de otras potencias en el territorio. Indirectamente contribuyó a mantener la unidad de China, especialmente por la cláusula que dejaba en manos del gobierno central la recaudación aduanera en todas las regiones.

En la segunda mitad del siglo XIX, con el avance de los gobiernos europeos, sobre todo Inglaterra y Francia, y a través de la penetración del comercio y de las inversiones extranjeras, el norte de África quedó desvinculado de la autoridad del sultán.

. En Estambul ganó terreno el nacionalismo turco, mientras que en otras áreas del mundo musulmán algunas figuras del campo intelectual proponían la revisión y revitalización del islam.

La expansión europea no solo profundizaba la crisis económica y política del imperio: también cuestionaba la identidad musulmana en el plano cultural y religioso, poniendo en evidencia las debilidades de una civilización que había competido exitosamente con Europa.

Este modernismo islámico fue esencialmente un movimiento intelectual y no dio lugar a organizaciones duraderas, pero perduró como corriente de pensamiento interesada en compatibilizar la interpretación del islam con la reforma sociopolítica del mundo musulmán.

La ocupación de Oceanía

Oceanía fue la última porción del planeta en entrar en contacto con Europa. Australia y Nueva Zelanda, que llegaron a ser los principales países de la región, fueron ocupadas por los británicos.
El resto de los archipiélagos distribuidos por el océano Pacífico se hallan divididos en tres áreas culturales: Micronesia, Melanesia y Polinesia, que entre 1880 y principios de siglo quedó repartida entre británicos, franceses, holandeses, alemanes, japoneses y, por último, los estadounidenses, que desalojaron a los españoles.

En la década de 1780 Gran Bretaña ocupó el territorio australiano con el establecimiento de una colonia penal en la costa oriental. En el siglo XIX la población europea se fue asentando en diversos núcleos del litoral y desarrolló inicialmente una actividad agraria de subsistencia que rápidamente evolucionó hacia una especialización ganadera.

Hasta mediados de siglo, los squatters –ganaderos con un alto número de de cabezas, la mayoría sin derecho de tránsito por las tierras– fueron los verdaderos dueños de la economía del país.

La consolidación del asentamiento europeo tuvo lugar desde mediados de siglo con el descubrimiento de oro. La reforma agraria de 1861 redujo la hegemonía de los ganaderos, y junto con el desarrollo de la minería se impulsó la agricultura.

La urbanización de la isla acompañó el desarrollo industrial. Sydney y Melbourne devinieron grandes centros urbanos.

La aprobación de la Constitución –redactada entre 1897 y 1898– por el Parlamento británico, estableció una confederación de colonias australianas autónomas. En 1901, las seis colonias (Nueva Gales del Sur, Victoria, Australia Meridional, Australia Occidental, Queensland y Tasmania), como Estados independientes, conformaron la Mancomunidad de Australia, regida por un Parlamento federal. El Territorio del Norte y la capital federal se integraron en 1911.

En Nueva Zelanda, colonia británica desde 1840, el poblamiento fue más lento y, también aquí, la consolidación definitiva de los europeos se produjo a mediados del siglo XIX, con el descubrimiento de oro. El ingreso de los inmigrantes fue acompañado por la violenta expropiación de las tierras a los maoríes. En 1907 el país se transformó en un dominio independiente.

El mundo del último cuarto del siglo XIX estuvo lejos de ser un espacio homogéneo.

- Las principales potencias europeas: la República de Francia, el Reino Unido y el Imperio de los Hohenzollern en Alemania. - Los imperios multinacionales de Europa del este: el de los Habsburgo en Austria-Hungría y los Romanov en Rusia. - Las nuevas potencias industriales extra europeas: el Imperio de Japón y la República de Estados Unidos. - Los viejos imperios en crisis: Persia, China y el Otomano. - Los países soberanos, pero muy dependiente en el plano económico, de América Latina, Central y el Caribe.